Textos más populares esta semana publicados por Edu Robsy publicados el 19 de diciembre de 2020 que contienen 'u' | pág. 4

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editor: Edu Robsy fecha: 19-12-2020 contiene: 'u'


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La Hiedra

Teodoro Baró


Cuento infantil


Rafaelito tenía un humor muy negro porque su padre le había castigado. Verdad es que el castigo no es cosa agradable y que ponga la cara alegre, pero también lo es que los niños deben portarse bien para que los padres no se vean obligados a recurrir a tan duro trance, que siempre lo es para ellos castigar a sus hijos. Rafaelito daba motivo, cuando menos dos veces por semana, a que le aplicasen una corrección.


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Gatita de Mari-Ramos que Halaga con la Cola y Araña con las Manos

Ricardo Palma


Cuento


Crónica de la época del trigésimo cuarto virrey del perú

(A Carlos Toribio Robinet.)

Al principiar la Alameda de Acho y en la acera que forma espalda a la capilla de San Lorenzo, fabricada en 1834, existe una casa de ruinoso aspecto, la cual fué, por los años de 1788, teatro no de uno de esos cuentos de entre dijes y babador, sino de un drama que la tradición se ha encargado de hacer llegar hasta nosotros con todos sus terribles detalles.

I

Veinte abriles muy galanos; cutis de ese gracioso moreno aterciopelado que tanta fama dió a las limeñas, antes de que cundiese la maldita moda de adobarse el rostro con menjurjes, y de andar a la rebatiña y como albañil en pared con los polvos de rosa arroz; ojos más negros que noche de trapisonda y velados por rizadas pestañas; boca incitante, como un azucarillo amerengado; cuerpo airoso, si los hubo, y un pie que daba pie para despertar en el prójimo tentación de besarlo; tal era, en el año de gracia de 1776, Benedicta Salazar.

Sus padres, al morir, la dejaron sin casa ni canastilla y al abrigo de una tía entre bruja y celestina, como dijo Quevedo, y más gruñona que mastín piltrafero, la cual tomó a capricho casar a la sobrina con un su compadre, español que de a legua revelaba en cierto tufillo ser hijo de Cataluña, y que aindamáis tenía las manos callosas y la barba más crecida que deuda pública. Benedicta miraba al pretendiente con el mismo fastidio que a mosquito de trompetilla, y no atreviéndose a darle calabazas como melones, recurrió al manoseado expediende de hacerse archidevota, tener padre de espíritu y decir que su aspiración era a monjío y no a casorio.

El catalán, atento a los repulgos de la muchacha, murmuraba:

niña de los muchos novios,
que con ninguno te casas;
si te guardas para un rey
cuatro tiene la baraja.


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Desmemoriado

Ricardo Palma


Cuento


Cuando en 1825 fue Bolívar a Bolivia, mandaba la guarnición de Potosí el coronel don Nicolás Medina, que era un llanero de la pampa venezolana, de gigantesca estatura y tan valiente como el Cid Campeador, pero en punto a ilustración era un semi salvaje, un bestia, al que había que amarrar para afeitarlo.

Deber oficial era para nuestro coronel, dirigir algunas palabras de bienvenida al Libertador, y un tinterillo de Potosí se encargo de sacar de atrenzos a la autoridad escribiéndole la siguiente arenga: "Excelentísimo Señor: hoy, al dar a V.E. la bienvenida, pido a la divina Providencia que lo colme de favores para prosperidad de la Independencia Americana. He dicho".

Todavía estaba en su apogeo, sobre todo en el Alto Perú, el anagrama: "Omnis libravo", formado con las letras de Simón Bolivar. Pronto llegarían los tiempos en que sería más popular este pasquín:


Si a Bolívar la letra con que empieza
Y aquella con que acaba le quitamos,
De la Paz con la Oliva nos quedamos.
Eso quiere decir, que de ese pieza,
La cabeza y los pies cortar debemos
Si una Paz perdurable apetecemos.
 

Una semana pasó Medina fatigando con el estudio de la arenga la memoria que, como se verá, era en él bastante flaca.

En el pueblecito de Yocoya, a poco mas de una legua de Potosí, hizo Medina que la tropa que lo acompañaba presentase las armas y, deteniendo su caballo, delante del Libertador, dijo después de saludar militarmente:

— Excelentísimo Señor. .. (gran pausa), Excelentísimo Señor Libertador... (más larga pausa)... —y dándose una palmada en la frente, exclamó: ¡Carajo!... Yo no sirvo para estas palanganadas, sino para meter lanza y sablear gente. Esta mañana me sabía la arenga como agua, y ahora no me acuerdo ni de una puñetera palabrita. Me cago en el muy cojudo que me la escribió.


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

¡A Nadar, Peces!

Ricardo Palma


Cuento


Posible es que algunos de mis lectores hayan olvidado que el área en que hoy está situada la estación del ferrocarril de Lima al Callao constituyó en días no remotos la iglesia, convento y hospital de las padres juandedianos.

En los tiempos del virrey Avilés, es decir, a principios del siglo, existía en el susodicho convento de San Juan de Dios un lego ya entrado en años, conocido entre el pueblo con el apodo de el padre Carapulcra, mote que le vino por los estragos que en su rostro hiciera la viruela.

Gozaba el padre Carapulcra de la reputación de hombre de agudísimo ingenio, y a él se atribuyen muchos refranes populares y dichos picantes.

Aunque los hermanos hospitalarios tenían hecho voto de pobreza, nuestro lego no era tan calvo que no tuviera enterrados, en un rincón de su celda, cinco mil pesos en onzas de oro.

Era tertulio del convento un mozalbete, de aquellos que usaban arito de oro en la oreja izquierda y lucían pañuelito de seda filipina en el bolsillo de la chaqueta, que hablaban ceceando, y que eran los dompreciso en las jaranas de mediopelo, que chupaban más que esponja y que rasgueaban de lo lindo, haciendo decir maravillas a las cuerdas de la guitarra.

Sus barruntos tuvo éste de que el hermano lego no era tan pobre de solemnidad como las reglas de su instituto lo exigían; y dióse tal maña, que el padre Carapulcra llegó a confesarle en confianza que, realmente, tenía algunos maravedíes en lugar seguro.

—Pues ya son míos—dijo para sí el niño Cututeo, que tal era el nombre de guerra con que el mocito había sido solemnemente bautizado entre la gente de chispa, arranque y traquido.

Estas últimas líneas están pidiendo a gritos una explicación. Démosla a vuela pluma.


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Lechero del Convento

Ricardo Palma


Cuento


Allá, por los años de 1840, era yanacón o arrendatario de unos potreros en la chacra de Inquisidor, vecina a Lima, un andaluz muy burdo, reliquia de los capitulados con Rodil, el cual andaluz mantenía sus obligaciones de familia con el producto de la leche de una docena de vacas, que le proporcionaban renta diaria de tres a cuatro duros.

Todas las mañanas, caballero en guapísimo mulo, dejaba cántaros de leche en el convento de San Francisco, en el Seminario y en el monasterio de Santa Clara, instituciones con las que tenía ajustado formal contrato.

Habiendo una mañana amanecido con fiebre alta, el buen andaluz llamó a su hijo mayor, mozalbete de quince años cumplidos, tan groserote como el padre que lo engendrara, y encomendóle que fuera a la ciudad a hacer la entrega de cántaras, de a ocho azumbres, de leche morisca o sin bautizar.

Llegado a la portería de Santa Clara, donde con la hermana portera estaban de tertulia matinal la sacristana, la confesonariera, la refitolera y un par de monjitas más, informó a aquella de que, por enfermedad de su padre, venía él a llenar el compromiso.

La portera, que de suyo era parlanchina, le preguntó:

— ¿Y tienen ustedes muchas vacas?

— Algunas, madrecita.

— Por supuesto que estarán muy gordas...

— Hay de todo, madrecita; las vacas que joden están muy gordas, pero las que no joden están más flacas que usted, y eso que tenemos un toro que es un grandísimo jodedor.

— ¡Jesús! ¡Jesús! —gritaron, escandalizadas, las inocentes monjitas. Toma los ocho reales de la leche y no vuelvas a venir, sucio, cochino, ¡desvergonzado!, ¡sirverguenza!

De regreso a la chacra, dio, el muy zamarro, cuenta a su padre de la manera como había desempeñado su comisión, refiriéndole, también, lo ocurrido con la portera.


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Almas y Rostros

Carlos-Octavio Bunge


Cuento


Había una vez una princesa que se llamaba Cristela y estaba siempre triste. No tiene esto último nada de extraño si se considera que sólo en un cuento modernista puede llamarse «Cristela» una princesa, y que las princesas de los cuentos modernistas generalmente están tristes. Lo que sí era extraño es que Cristela ignoraba la causa de su tristeza...

Mas nunca falta quien nos endilgue las cosas desagradables que nos atañen. Por esto, una noche se le apareció a Cristela un enano de largas barbas blancas, uno de esos enanos que trabajan los metales en el seno de la tierra... Y le dijo:

—Yo sé por qué estás triste, Cristela.

Cristela repuso, displicente:

—Muy curioso sería, caballero, que usted supiese más de lo que yo sé de mí misma.

Sin inmutarse, continuó el enano:

—Los viejos conocemos a los jóvenes mejor que ellos se conocen.—Y repitió:—Yo, Bob el enano, sé por qué estás triste, Cristela...

Cristela se encogió de hombros, como diciendo: «Pues si usted lo sabe, guárdeselo para usted. No le pido yo que me lo diga.»

Como si no advirtiera el desvío de la princesa, dijo todavía el enano:

—Estás triste, Cristela, porque tienes una mala costumbre...

Miró Cristela al enano de pies a cabeza, con mirada tan despreciativa, que a no llevar Bob puesta su cota de hierro bajo el mandil de cuero, hubiérale partido en dos mitades como la espada de un gigante. ¿Cómo se atrevía esa rata de las montañas a suponer que ella, Cristela, la princesa mejor educada de la cristiandad y sus alrededores, tuviera una mala costumbre?... Verdad que de pequeña tuvo algunas, como la de pellizcarse la nariz, comerse las uñas y empujar con el dedo la comida servida en el plato... Pero todas fueron corregidas por las reprensiones y castigos que le impusiera la reina, su agusta madre.

A pesar de su silencio, lleno de principesca dignidad, el odioso enano se explayó:


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Niña del Antojo

Ricardo Palma


Cuento


Generalizada creencia era entre nuestros abuelos que a las mujeres encintas debía complacerse aún en sus más extravagantes caprichos. Oponerse a ellos equivalía a malograr obra hecha. Y los discípulos de Galeno eran los que más contribuían a vigorizar esa opinión, si hemos de dar crédito a muchas tesis o disertaciones médicas, que impresas en Lima, en diversos años, se encuentran reunidas en el tomo XXIX de Papeles varios de la Biblioteca Nacional.

Las mujeres de suyo son curiosas, y bastaba que les estuviese vedado entrar en claustros para que todas se desviviesen por pasear conventos. No había, pues, en el siglo pasado limeña que no los hubiese recorrido desde la celda del prior o abadesa hasta la cocina.

Tan luego como en la familia se presentaba hija de Eva en estado interesante, las hermanitas, amigas y hasta las criadas se echaban a arreglar programa para un mes de romería por los conventos. Y la mejor mañana se aparecían diez o doce tapadas a la portería de San Francisco, por ejemplo, y la más vivaracha de ellas decía, dirigiéndose al lego portero:

—¡Ave María purísima!

—Sin pecado concebida. ¿Qué se ofrece, hermanitas?

—Que vaya usted donde el reverendo padre guardián y le diga que esta niña, como a la vista está, se encuentra abultadita, que se le ha antojado pasear el convento, y que nosotras venimos acompañándola por si le sucede un trabajo.

—¡Pero tantas!...—murmuraba el lego entre dientes.

—Todas somos de la familia: esta buena moza es su tía carnal; estas dos son sus hermanas, que en la cara se les conoce; estas tres gordinfloncitas son sus primas por parte de madre; yo y esta borradita, sus sobrinas, aunque no lo parezcamos; la de más allá, esa negra chicharrona, es la mama que la crió; ésta es su...

—Basta, basta con la parentela, que es larguita—interrumpía el lego sonriendo.


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La Perla

Teodoro Baró


Cuento infantil


—Con fe y perseverancia, todo se alcanza.

Así decía un padre a sus hijos, hace de esto muchos años, tantos, que forman siglos; pero con ser tantos, lo dicho por aquel hombre, que por más señas era cardador de lana, ha llegado hasta nosotros, porque le escuchó un pajarito; éste se lo contó a sus hijos, y a los descendientes de éstos lo oímos narrar ha poco en el campo. Estaban ocultos varios pájaros entre las ramas de un plátano, en el que se habían refugiado porque el calor era extremado. Un gorrión, que mientras piaba saltaba de una a otra rama, sin estarse un momento quieto y moviendo la cabeza a todos lados, era el que charlaba y decía:

—El cardador de lana miraba al hablar a sus hijos, pero en particular a un niño de unos doce años, rubio, más encarnado que una de esas cerezas que con tanto placer pico a pesar de los espantajos que pone encima del árbol el hortelano; y el niño levantaba la cabeza y parecía dudar de lo que oía.

—¿Por qué dudaba? preguntó un jilguero, agitando el plumaje y alisándoselo luego con el pico.

—La razón es sencilla, contestó el gorrión. El pobre padre mostraba gran perseverancia en el trabajo, y como su laboriosidad apenas bastaba para dar de comer a sus hijos, no es de extrañar que el rubio pusiera en duda que con perseverancia todo se alcanza. Además, parece que en su mente había ese algo que hace que el águila se remonte a las regiones del sol; y como, según cuentan, las alas con que vuela el hombre son la inteligencia y la instrucción, y si él tenía la primera no podía proporcionarse la segunda, porque su padre no contaba con recursos, el niño se desesperaba y ponía en duda que la perseverancia sirviera para cosa buena.


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El Justiciero

Carlos-Octavio Bunge


Cuento


«Catalina de Aragón», así como suena, nada menos que «Catalina de Aragón» se firmaba y se hacía llamar Felipa Danou, francesa de Montmatre. Y con ese nombre histórico, presumiendo de noble y española, se inscribía en los programas de los circos y teatros donde se la contrataba como «domadora de vampiros».

Hay que reconocer que los vampiros eran más verdaderos que su nombre. Habíalos comprado en Argelia a un cazador marroquí, y se exhibía en público con ellos, en una gran jaula de fieras, pretendiendo haberlos domesticado y educado...

Sin embargo, los chupadores de sangre estaban muy lejos de poseer la dócil inteligencia de tantos perros, focas o elefantes «sabios». Apenas si reconocían a Catalina, su cuidadora, cuando los llamaba por sus pintorescos apodos: «¡Sanguijuela!... ¡Borracho!... ¡Lucifer!...» El éxito de la domadora, harto dudoso por cierto, extribaba más bien en una danza serpentina que bailaba dentro de la jaula, envuelta en negros crespones. Mientras torrentes de luz roja y azul le daban matices fantasmagóricos, revoloteaban a su alrededor, electrizados por su voz aguda y dominante, los enormes murciélagos hambrientos, ávidos de sorberle la sangre bajo su piel pintada y sudorosa.

Pronto se cansó el público parisiense de Catalina y sus vampiros. Se hacía necesario inventar cuanto antes otra cosa, porque los empresarios no se arriesgaban ya a contratar un espectáculo tan gastado, y ella no se decidía a abandonar su querido París...

Mejor dicho, su marido o amigo, el lindo Raguet, era quien no le permitía abandonar a París. Este Raguet era un parisiense incurable. No concebía la vida sino vagando por los bulevares, teatro de sus fáciles conquistas...


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El Más Zonzo

Carlos-Octavio Bunge


Cuento


Por no fijarse en las coqueterías y devaneos de su mujer, el pobre Marcos Ruiz tenía fama de zonzo. Pero más zonza era ella, Currita, pues que, siendo en realidad una buena muchacha, hacía lo posible para no parecerlo. Y aún más zonzo que ella era Paco del Val, que malgastaba miserablemente su tiempo siguiéndola como su sombra, mientras ella se reía de él con todo el mundo, incluso con su propio marido.

Apercibido de la triple y creciente zoncera que pesaba como una fatalidad sobre esas tres vidas, desquiciando y esterilizándolas, Jacobo Téllez resolvió desfacer el entuerto. Porque Jacobo Téllez estaba muy vinculado a los esposos Ruiz y a del Val, y era un excelente sugeto, lleno de justicia y caridad cristiana...

Dirigiose pues a casa de su amigo Marcos, y, hallándolo sólo en su escritorio, le dijo solemnemente:

—Bien sabes, Marcos, la amistad que nos profesamos desde la infancia. En nombre de esa amistad vengo a prestarte algo que reputo un positivo servicio... Quiero ponerte en guardia contra cuentos y calumnias que circulan en sociedad, harto injustamente, respecto de tu mujer... Currita es toda una señora, lo sé; pero no siempre lo parece... Es preciso que cortes los abusos de su libertad, ¡pues que te pone en ridículo!

Esa misma tarde, Jacobo se encontró con Paco, y le observó, sin subterfugios ni preámbulos:

—Paquito querido, no hay en ti miga para un don Juan. No te hagas inútiles ilusiones. Es hora ya de que busques una buena niña y te cases, dejando de correr detrás de Curra. Curra se ha burlado siempre de ti, ¡y se burlará mientras viva! En todas partes se habla de tu impermeabilidad y loca obstinación. Eres el hazmerreír de círculos y clubs... En cambio, aunque calumniosamente, se supone a otros más afortunados que tú con la dama de tus pensamientos y desvelos.

A los pocos días, hallándose en tête-à-tête con Curra, Jacobo se permitió aconsejarla a ella también:


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