Textos más populares esta semana publicados por Edu Robsy publicados el 20 de septiembre de 2016 que contienen 'u' | pág. 7

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editor: Edu Robsy fecha: 20-09-2016 contiene: 'u'


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Guigemar

María de Francia


Cuento


A quien se ocupa de una buena materia mucho le pesa si no está bien tratada de antes. Escuchad, señores, lo que dice María, que no pierde su tiempo.

La gente debe alabar a quien hace que hablen bien de él mismo, pero cuando en algún sitio hay un hombre o una mujer de gran mérito, los que envidian su posición a menudo hablan mal: intentan rebajar su valía y obran como el mal perro cobarde, avieso, que muerde a la gente a traición. No quiero dejar de hacer mi propósito, aunque los burlones y maldicientes me lo recriminen. ¡Están en su derecho de hablar mal!

Los relatos que sé que son verdaderos, de los que los bretones han hecho sus lais, os contaré con bastante brevedad. Al principio de todo, según el texto y el escrito, os mostraré un acontecimiento maravilloso que, en Bretaña la Menor, ocurrió en el tiempo de los antepasados.

En aquel tiempo, era rey Hoilas, unas veces en paz, otras, en guerra. El rey tenía un noble que era señor de León, llamado Oridial, en el que confiaba mucho, pues era caballero noble y valiente. Éste había tenido con su mujer dos hijos, un niño y una bella niña, que se llamaba Noguent, mientras que el joven era llamado Guigemar. ¡No había nadie más bello en el reino! Su madre lo quería mucho y también era muy amado por su padre, que cuando pudo separarlo de su lado lo envió al servicio del rey. El muchacho era prudente y valeroso y se hacía querer por todos. Llegado el momento y el tiempo en que tuvo edad y conocimientos, el rey lo armó caballero con gran riqueza y le dio armas en abundancia.

Ya se marcha Guigemar de la corte, pero antes hizo muchos regalos. Va a Flandes en busca de ganancias, pues allí había siempre combates y guerras. Ni en Lorena, ni en Borgoña, ni en Anjou, ni en Gascuña se podía encontrar en aquel tiempo a nadie que fuera tan buen caballero o que se le pudiera comparar.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Desde el Pescante del Cochero

O. Henry


Cuento


El cochero tiene su punto de vista. Quizá sea más unilateral que cualquier otro profesional. Desde el alto y oscilante asiento de su cabriolé, con el pescante en la zaga, considera a sus prójimos unas partículas nómadas que carecen de importancia, a menos que las posean deseos migratorios. Él es Jerry y el lector una mercancía de tránsito. Uno podrá ser un presidente o un vagabundo: para el cochero sólo es un Viaje. Lo carga, hace restallar su látigo, le sacude a uno las vértebras y lo vuelve a depositar en el suelo.

Cuando llega la hora de pagar, si uno revela familiaridad con los aranceles descubre qué es el desprecio: si nota que se ha olvidado la cartera, verá lo suave que es la imaginación del Dante.

Si afirmamos que la unidad de propósitos del cochero y su unilateral punto de vista provienen de la peculiar construcción del cabriolé con el pescante en la zaga, ello no implica sentar una teoría extravagante. El campeón del gallinero está instalado en lo alto como Júpiter, en un asiento incompartible, manteniendo nuestro destino entre dos correas de inconstante cuero. Imponente, ridículo, confinado, saltarín como un mandarín de juguete, el pasajero, todo un caballero ante quien los mayordomos se inclinan abyectamente, está acurrucado como una rata en una trampa y debe enviar un chillido por una ranura de su peripatético sarcófago si quiere que se sepan sus débiles deseos.

De modo que, en un cabriolé, uno no es siquiera un ocupante: es el contenido. Sólo es un cargamento en alta mar y el “querubín sentado en lo alto” se conoce de memoria el domicilio del demonio de los mares.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Venganza de Cisco Kid

O. Henry


Cuento


Cisco Kid había matado a seis hombres en pendencias más o menos honestas, había asesinado a dos mexicanos, y había dejado inútiles a otros muchos, a los cuales, modestamente, no se preocupó en contar. Por consiguiente, una mujer lo amaba.

Cisco Kid tenía veinticinco años y aparentaba veinte; y una compañía de seguros celosa de su dinero hubiera calculado la probable fecha de su muerte fijándola alrededor de los veintiséis años. Se movía en una zona situada entre el Frío y el Río Grande. Mataba por afición… porque estaba de mal humor… para evitar que lo detuvieran… para divertirse… Había escapado de la captura porque podía disparar ocho décimas de segundo antes que cualquier sheriff o ranger de servicio, y porque montaba un caballo ruano que conocía al dedillo todas las vueltas y revueltas de los caminos, incluso de los de cabras, desde San Antonio a Matamoras.

Tonia Pérez, la muchacha que amaba a Cisco Kid, era medio Carmen, medio Madona, y el resto —¡Oh, sí! Una mujer que es medio Carmen y medio Madona puede ser siempre algo más—, el resto era colibrí. Vivía en un jacal con techo de ramas cerca de un pequeño poblado mexicano en el Lone Wolf Crossing, del Frío. Con ella vivía un padre o abuelo, un descendiente de los aztecas, que tenía por lo menos mil años, pastoreaba un centenar de cabras y se pasaba la mayor parte del tiempo borracho, por culpa del mescal. Detrás del jacal se extendía un inmenso bosque. A través de su espinosa espesura, el ruano llevaba a Kid a visitar a su novia. Y en cierta ocasión, trepando como una lagartija hasta el tejado de ramas, Kid había oído a Tonia, con su rostro de Madona y su belleza de Carmen y su alma de colibrí, hablar con el sheriff, negando conocer a su hombre en su dulce mezcolanza de inglés y castellano.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Espejo y la Campana

Lafcadio Hearn


Cuento


Hace ocho siglos, los sacerdotes de Mugenyama, provincia de Tõtõmi, quisieron fabricar una gran campana para su templo, y les pidieron a las mujeres de la comarca que los ayudaran mediante la donación de viejos espejos de bronce para la fundición.

[Aún hoy, en los patios de ciertos templos japoneses, se ven pilas de viejos espejos de bronce donados para propósitos semejantes. La colección más vasta que pude observar estaba en el patio de un templo de la secta Jõdo, en Hakata, Kyûshû : los espejos se habían donado para la erección de una estatua de bronce de Amida, de treinta y tres pies de alto.]


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Mammón y el Arquero

O. Henry


Cuento


El viejo Anthony Rockwall, fabricante retirado y propietario del Jabón Eureka de Rockwall, miró por la ventana de la biblioteca de su residencia de la Quinta Avenida y sonrió. Su vecino de la derecha —el aristocrático clubman V. Van Schuylight Suffolk—Jones— salió para subir al automóvil que lo esperaba, frunciendo la nariz como de costumbre con aire insultante ante los bajorrelieves renacentistas que ostentaba la fachada del palacio de Rockwall.

—¡Vieja y engreída estatuilla de la inutilidad! —comentó el ex rey del jabón—. El Museo del Edén se quedará con ese viejo Nesselrode petrificado si no se cuida. En el verano próximo haré pintar esta casa de rojo, blanco y azul, y veremos si eso le hará mirarla con tanto desdén.

Y Anthony Rockwall, que ignoraba los timbres, fue hacia la puerta de su biblioteca y gritó “¡Mike!” con la misma voz que había retumbado antaño en las praderas de Kansas.

—Avise a mi hijo que venga antes de marcharse —ordenó al sirviente que acudió.

Cuando el joven Rockwall entró en la biblioteca, el viejo dejó el periódico, lo miró con bondadosa severidad en su semblante liso y rubicundo y revolvió con una mano su mechón de pelo blanco, mientras hacía tintinear con la otra las llaves en el bolsillo.

—Richard —dijo Anthony Rockwall—. ¿Cuánto pagas por el jabón que usas?

Estas palabras sobresaltaron un tanto a Richard, quien había vuelto de la universidad seis meses antes.

Aún no conocía lo suficiente al autor de sus días, un hombre tan pródigo en sorpresas como una muchacha en su primera fiesta.

—Seis dólares la docena de pastillas, papá, según creo.

—¿Y por tu ropa?

—Calculo que unos sesenta dólares, generalmente.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Primavera a la Carta

O. Henry


Cuento


Corrían los primeros días de la primavera.

Nunca jamás se debe comenzar un cuento de este modo, cuando se escribe. No hay apertura peor. Es seca, sin relieve, carente de imaginación y, según todas las probabilidades, sólo ha de contener viento. Pero en este caso resulta permisible. Pues el párrafo siguiente, que debería haber inaugurado la narración, es demasiado extravagante, descabellado y ridículo para que se lo lance a la cara del lector, sin preparación alguna.

Sara estaba llorando sobre el menú.

¡A quién se le ocurre! ¡Una neoyorquina derramando lágrimas sobre el menú!

Para explicar este hecho, se permitirá al lector pensar que se habían terminado las langostas, o que ella había hecho promesa de no comer helados durante la Cuaresma, o que acababa de pedir cebollas, o que terminaba de ver una película muy triste. Y luego, considerando que todas estas teorías son erróneas, se dignará el lector permitir que el relato continúe.

Cierto caballero afirmó una vez que el mundo era una ostra y que él la abriría con su espada; en realidad, acertó más de lo que merecía. No es difícil abrir una ostra con una espada. Pero ¿alguna vez se vio que alguien tratara de abrir a ese terrestre molusco utilizando una máquina de escribir? ¿Querría esperar a que abran una docena con tal sistema?

Sara había logrado apartar las valvas con esa incómoda arma, lo bastante como para mordisquear un poquito el frío mundo interior. Sabía tan poca estenografía como una recién graduada de la escuela de comercio.

Por lo tanto, incapaz de taquigrafiar, no podía ingresar a la brillante galaxia de los talentos oficinescos. Trabajaba como mecanógrafa independiente, haciendo copias para quien se lo pidiera.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Un Amante Tacaño

O. Henry


Cuento


En el Gran Almacén había tres mil chicas. Masie era una de ellas. Tenía dieciocho años y era vendedora en la sección de guantes de caballero. Allí fue donde aprendió a distinguir dos variedades de seres humanos: la de los caballeros que se compran los guantes en almacenes, y la de las mujeres que les compran guantes a caballeros desafortunados. Además de tan vasto conocimiento acerca de la especie humana, Masie había adquirido información por otras vías. Había prestado oídos a la sabiduría promulgada por las 2999 chicas restantes, y la había almacenado en un cerebro que era tan cauto y reservado como el de un gato maltés. Es posible que la Naturaleza, previendo que iban a faltarle sabios consejeros, hubiese mezclado el ingrediente salvador de la perspicacia junto con su belleza, tal como ha dotado al zorro plateado de una piel de inapreciable valor al tiempo que le ha dado una astucia superior a la de los otros animales.

Porque Masie era muy guapa. Tenía el pelo de un rubio intenso, y poseía la serena elegancia de la dama que hace pasteles de mantequilla en un escaparate. Permanecía de pie detrás del mostrador en el Gran Almacén; y cuando uno cerraba la mano sobre la cinta métrica para saber su talla de guantes recordaba a Hebe, y al mirarla de nuevo uno se preguntaba cómo habría logrado apoderarse de los ojos de Minerva.

Cuando el jefe de planta no estaba mirando, Masie mascaba tutti—frutti; cuando miraba, levantaba la vista como quien está contemplando las nubes y sonreía melancólicamente.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Guardia y la Antífona

O. Henry


Cuento


Soapy se removió con desasosiego en su banco del Madison Square. Cuando los gansos salvajes graznan en la noche, cuando las mujeres sin abrigo de piel de foca se ponen más cariñosas con sus maridos y cuando Soapy se remueve con desasosiego en su banco del parque, puede decirse que el invierno está a la vuelta de la esquina.

Una hoja seca le cayó a Soapy sobre las rodillas. La tarjeta de visita de Juan Escarcha. Juan es atento con los habituales del Madison Square y les previene honradamente de su visita anual. En las encrucijadas lo anuncia el Viento Norte, heraldo de la mansión de la Intemperie, para que vayan preparándose sus moradores.

Soapy abriga el convencimiento de que ha llegado la hora de constituirse en Junta individual de Recursos y Arbitrios que provea contra los rigores que se avecinan. Tal es la causa de que se revuelva con inquietud en su banco.

No puede decirse que las ambiciones de Soapy, cara al invierno, fueran excesivas. No había en ellas lugar para consideraciones tales como cruceros por el Mediterráneo, cielos adormecedores del sur o singladuras por el golfo del Vesubio. Tres meses en la Isla era cuanto anhelaba su alma. Tres meses de mesa y cama garantizadas en amable compañía, al abrigo del cierzo y de los polizontes, parecían a Soapy la esencia de cuanto pueda desearse.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Jikininki

Lafcadio Hearn


Cuento


Una vez, Musõ Kokushi, sacerdote de la secta zen que viajaba solo por la provincia de Mino, se perdió en una comarca montañosa donde no había nadie que lo guiara. Erró sin rumbo durante largo tiempo; y ya desesperaba de hallar refugio durante la noche, cuando vislumbró, en lo alto de una colina iluminada por los últimos rayos del sol, una de esas pequeñas ermitas llamadas anjitsu, que suelen construir los monjes solitarios. Aunque parecía estar derruida, Musõ se apresuró a acercarse a ella; descubrió que la habitaba un anciano monje, a quien rogó que le concediera alojamiento por esa noche. El anciano rehusó con hosquedad, pero le indicó a Musõ la situación de una aldea, en un valle próximo, donde hallaría alojamiento y comida.

Musõ se encaminó hacia la aldea, compuesta por menos de una docena de granjas; el jefe del villorrio lo recibió en su casa con suma afabilidad. A la llegada de Musõ había cuarenta o cincuenta personas reunidas en el aposento principal; a él lo guiaron hasta un cuarto pequeño y apartado, donde pronto le ofrecieron cama y alimento. Vencido por la fatiga, Musõ se acostó muy temprano; pero poco antes de medianoche su sueño se vio interrumpido por un llanto que provenía del aposento contiguo. Deslizáronse entonces las puertas correderas; y un joven, que llevaba una lámpara encendida, entró al cuarto, lo saludó con una reverencia y le dijo :


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Ogresa de Silver Land

Francis Bret Harte


Cuento


Hace muchos años, en el segundo del reinado del célebre Calip Lo, vivía en Silver Land, localidad contigua a su territorio, cierta terrible ogresa. Habitaba ésta en las entrañas de una montaña lúgubre, donde tenía la costumbre de encerrar a todos los desgraciados viajeros que se aventuraban dentro de su dominio. La comarca, en varias millas alrededor, era estéril y árida. En algunos sitios hallábase cubierta de un polvo blanco, que en el lenguaje de la localidad se llamaba Al Ka Li, y que se suponía constituido por los huesos pulverizados de los que habían perecido miserablemente en su servicio.

A pesar de eso, todos los años se ponían a las órdenes de la ogresa gran número de hombres jóvenes, con la esperanza de llegar a ser sus ahijados y gozar de la buena fortuna de aquella clase privilegiada. Tales ahijados no tenían que cumplir tarea alguna, ni en la montaña ni en ninguna parte, y no hacían sino vagar por el mundo, llevando en el bolsillo credenciales acreditativas de su parentesco, que ellos llamaban stokh; hallábanse señaladas con la marca de la ogresa y selladas con su sello, y les habilitaban al fin de cada luna para extraer grandes cantidades de oro y plata de su tesorería. Los más sabios y más favorecidos de aquellos ahijados eran los príncipes Badfellah y Bulleboye. Ellos conocían todos los secretos de la ogresa y sabían como ninguno acariciarla y halagarla. Eran también los favoritos de Soopah Inteneent, el gran chambelán y primer ministro de la ogresa, y que vivía en Silver Land.

Un día, Soopah Intendent dijo a sus servidores:

—¿Qué es lo que viaja con más seguridad, con más secreto y con más rapidez?

Todos contestaron como un solo hombre:

—El Relámpago, señor, viaja con la mayor seguridad, con la mayor rapidez y con el mayor secreto.

Entonces dijo Soopah Intendent:


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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