Textos más vistos publicados por Edu Robsy publicados el 20 de septiembre de 2016 | pág. 6

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editor: Edu Robsy fecha: 20-09-2016


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Historia de Fantasmas

E.T.A. Hoffmann


Cuento


Cipriano se puso de pie y empezó a pasear, según costumbre, siempre que su ser estaba embargado por algo muy importante y trataba de expresarse ordenadamente, y recorrió la habitación de un extremo a otro.

Los amigos se sonrieron en silencio. Se podía leer en sus miradas: «¡Qué cosas tan fantásticas vamos a oír!» Cipriano se sentó y empezó así:

—Ya saben que hace algún tiempo, después de la última campaña, me hallaba en las posesiones del Coronel de P… El Coronel era un hombre alegre y jovial, así como su esposa era la tranquilidad y la ingenuidad en persona.

Mientras yo permanecía allí, el hijo se encontraba en la armada, de modo que la familia se componía del matrimonio, de dos hijas y de una francesa que desempeñaba el cargo de una especie de gobernanta, no obstante estar las jóvenes fuera de la edad de ser gobernadas. La mayor era tan alegre y tan viva que rayaba en el desenfreno, no carente de espíritu; pero apenas podía dar cinco pasos sin danzar tres contradanzas, así como en la conversación saltaba de un tema a otro, infatigable en su actividad. Yo mismo presencié cómo en el espacio de diez minutos hizo punto… leyó…, cantó…, bailó, y que en un momento lloró por el pobre primo que había quedado en el campo de batalla y aún con lágrimas en los ojos prorrumpió en una sonora carcajada, cuando la francesa echó sin querer la dosis de rapé en el hocico del faldero, que al punto comenzó a estornudar, y la vieja a lamentarse: «Ah, che fatalità! Ah carino, poverino!» Acostumbraba a hablar al susodicho faldero sólo en italiano, pues era oriundo de Padua.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La aventura del padre Vicentio

Francis Bret Harte


Cuento


Una víspera de Año Nuevo, hace unos cuarenta años, el padre Vicentio, que venía de la Misión Dolores, seguía lentamente su camino a través de las arenosas colinas. Cuando trepaba por la cresta más elevada, cerca de la Misión Creek, su ancha y luminosa faz podía confundirse fácilmente con la benéfica imagen de la luna saliente: tan blanda era su sonrisa y tan indefinidas sus facciones. Era el padre Vicentio hombre de notable reputación y carácter, su ministerio en la Misión de San José había sido recibido con cordialidad y unción; los salvajes, de corta inteligencia, le adoraban, y había logrado imprimir su individualidad entre ellos con tal firmeza, que, según se decía, los niños tenían un milagroso parecido con él.

Cuando llegó el santo sacerdote a la parte más solitaria del camino, espoleó a su mula para acelerar el paso al que el obediente animal se había acostumbrado durante su larga experiencia de los hábitos de su amo. Aquella localidad tenía mala fama. Con frecuencia se veían marineros —desertores de barcos balleneros— que se ocultaban en los suburbios de la ciudad, pues los espesos matorrales y los troncos de robles caídos en tierra, que por todas partes interrumpían la marcha, eran propicios para servir de cómodo escondrijo en caso de alguna desesperada huida. Además de estos obstáculos materiales, se decía que el Diablo, cuya hostilidad hacia la Iglesia era bien conocida, a veces frecuentaba las proximidades de la población en la figura de un ballenero espectral que había encontrado la muerte, en una jarana con abundante vino, en la mano de un compañero. El espíritu de este infeliz marinero era visto frecuentemente sentado sobre la colina, a la hora del crepúsculo vespertino, empuñando su arma favorita y con un cubo lleno de cuerdas, en acecho de algún viajero retrasado sobre quien ejercitar su destreza profesional.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Duplicidad de Hargraves

O. Henry


Cuento


Cuando el comandante Pendleton Talbot, de Mobile, señor, y su hija la señorita Lydia Talbot se mudaron a Washington, eligieron como lugar de residencia una casa que estaba a cincuenta metros de una de las avenidas más tranquilas. Era un anticuado edificio de ladrillo, con un pórtico sostenido por columnas blancas. El jardín recibía la sombra de majestuosos olmos y acacias, y una catalpa derramaba sobre la hierba sus flores blancas y rosadas. La valla y los senderos estaban bordeados de altos arbustos de boj. Lo que gustó a los Talbot fue la apariencia y el estilo sureños del lugar.

En esta grata residencia privada alquilaron sus habitaciones, incluyendo un estudio para el comandante Talbot, que estaba corrigiendo y culminando los capítulos finales de su libro Anécdotas y recuerdos del ejército, los tribunales y la justicia de Alabama.

El comandante Talbot era un producto del viejo Sur. El presente carecía para él de todo interés y cualidades. Tenía la mente anclada en el periodo anterior a la guerra de Secesión, época en que los Talbot poseían miles de acres para plantar algodón y los esclavos necesarios para trabajarlos; en que la mansión familiar era escenario de una hospitalidad principesca y lo mejor de la aristocracia sureña llegaba de visita. De aquellos tiempos provenían su orgullo y sus escrúpulos en cuestiones de honor, una cortesía puntillosa y pasada de moda, y hasta puede que su vestuario.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Feria de Sorochinetz

Nikolái Gógol


Cuento


I

Me aburre vivir en la choza; llévame fuera de casa,
allá donde reina el alboroto, donde las jóvenes bailan
y los mozos se divierten.
—De una vieja leyenda ucraniana.

¡Qué embriagador y espléndido es un día de verano en Ucrania!… ¡Qué languidez y qué bochorno el de sus horas cuando el mediodía fulge entre el silencio y el sopor, y el azul e inconmensurable océano, inclinado sobre la tierra como un dosel voluptuoso, parece dormir sumergido en ensueños mientras ciñe y estrecha a la hermosa con inmaterial abrazo! No hay una nube en el cielo, ni una voz en el campo. Todo parece estar muerto. Solo allá, en lo alto, en la inmensidad celeste, tiembla una alondra, cuyo canto argentino vuela por los peldaños del aire hasta la tierra amante, y resuena en la estepa el grito de una gaviota o el estridente reclamo de una codorniz. Indolentes y distraídos, como paseantes sin rumbo, álzanse los robles rozando las nubes, y el golpe cegador de los rayos solares prende pintorescos manojos de hojas, proyectando sobre algunas de ellas, a las que un fuerte viento salpica de oro una sombra oscura como la noche. Las esmeraldas, topacios y ágatas de los insectos del éter se derraman sobre los huertos multicolores que los girasoles Circundan majestuosos. Los grises haces de heno y las doradas gavillas de trigo formadas en la estepa, vagan errantes por su inmensidad. Las amplias ramas de los cerezos, de los manzanos, de los ciruelos y de los perales, se vencen bajo el peso del fruto. Fluye el río, límpido espejo del cielo, en su verde y altivo marco… ¡Cuán pleno de sensualidad y de dulce dicha está el verano en Ucrania !…


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Madre del Monstruo

Máximo Gorki


Cuento


Día tórrido. Silencio. La vida está como cristalizada en un luminoso remanso. El cielo contempla a la tierra con mirada límpida y azul por la pupila resplandeciente del sol.

El mar se diría forjado en metal liso y azuloso. En su inmovilidad, las barcas policromas de los pescadores parecen soldadas al hemiciclo tan esplendoroso como el cielo… Moviendo apenas las alas, pasa una gaviota, y en el agua palpita otra más blanca y más bella que la que hiende al aire.

El horizonte aparece confuso. Entre la bruma, se vislumbra un islote violáceo, del que no se sabe si flota dulcemente o si se derrite bajo el calor. Es una roca solitaria en medio del mar, espléndida gema del collar que forma la bahía de Nápoles.

El pétreo islote, erizado de cresta y aristas, va descendiendo hasta el agua. Su aspecto es imponente, y tiene la cima coronada por la marca verdeoscura de un viñedo, de los naranjos, de los limoneros y de las higueras, y por las menudas hojas de color de plata oxidada de los olivos. Entre este torrente de verdor que se desborda hacia el mar sonríen unas flores blancas, áureas y rojas, y los frutos anaranjados y amarillos hacen pensar en las noches sin luna y de firmamento sombrío.

El silencio reina en el cielo, en el mar y en el alma.

Entre los jardines serpentea un angosto sendero, por el que una mujer se dirige hacia la orilla. Es alta. Su vestido negro y remendado está descolorido por el uso. Su pelo brillante forma como una diadema de ricitos sobre la frente y las sienes, y es tan encrespado que no es posible alisarlo. De su rostro enjuto impresiona la mezcla de rudeza y austeridad. Hay en estas facciones algo profundamente arcaico; al tropezar con la mirada fija y sombría de sus ojos, se piensa sin querer en los ardientes orientales, en Débora y en Judit.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Nariz

Nikolái Gógol


Cuento


I

En marzo, el día 25, sucedió en San Petersburgo un hecho de lo más insólito. El barbero Iván Yákovlevich, domiciliado en la Avenida Voznesenski (su apellido no ha llegado hasta nosotros y ni siquiera figura en el rótulo de la barbería, donde sólo aparece un caballero con la cara enjabonada y el aviso de «También se hacen sangrías»), el barbero Iván Yákovlevich se despertó bastante temprano y notó que olía a pan caliente. Al incorporarse un poco en el lecho vio que su esposa, señora muy respetable y gran amante del café, estaba sacando del horno unos panecillos recién cocidos.

—Hoy no tomaré café, Praskovia Osipovna —anunció Iván Yákovlevich—. Lo que sí me apetece es un panecillo caliente con cebolla.

(La verdad es que a Iván Yákovlevich le apetecían ambas cosas, pero sabía que era totalmente imposible pedir las dos a la vez, pues a Praskovia Osipovna no le gustaban nada tales caprichos.) «Que coma pan, el muy estúpido. Mejor para mí: así sobrará una taza de café», pensó la esposa. Y arrojó un panecillo sobre la mesa.

Por aquello del decoro, Iván Yákovlevich endosó su frac encima del camisón de dormir, se sentó a la mesa provisto de sal y dos cebollas, empuñó un cuchillo y se puso a cortar el panecillo con aire solemne. Cuando lo hubo cortado en dos se fijó en una de las mitades y, muy sorprendido, descubrió un cuerpo blanquecino entre la miga. Iván Yákovlevich lo tanteó con cuidado, valiéndose del cuchillo, y lo palpó. «¡Está duro! —se dijo para sus adentros—. ¿Qué podrá ser?»

Metió dos dedos y sacó… ¡una nariz! Iván Yákovlevich estaba pasmado. Se restregó los ojos, volvió a palpar aquel objeto: nada, que era una nariz. ¡Una nariz! Y, además, parecía ser la de algún conocido. El horror se pintó en el rostro de Iván Yákovlevich. Sin embargo, aquel horror no era nada, comparado con la indignación que se adueñó de su esposa.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Ogresa de Silver Land

Francis Bret Harte


Cuento


Hace muchos años, en el segundo del reinado del célebre Calip Lo, vivía en Silver Land, localidad contigua a su territorio, cierta terrible ogresa. Habitaba ésta en las entrañas de una montaña lúgubre, donde tenía la costumbre de encerrar a todos los desgraciados viajeros que se aventuraban dentro de su dominio. La comarca, en varias millas alrededor, era estéril y árida. En algunos sitios hallábase cubierta de un polvo blanco, que en el lenguaje de la localidad se llamaba Al Ka Li, y que se suponía constituido por los huesos pulverizados de los que habían perecido miserablemente en su servicio.

A pesar de eso, todos los años se ponían a las órdenes de la ogresa gran número de hombres jóvenes, con la esperanza de llegar a ser sus ahijados y gozar de la buena fortuna de aquella clase privilegiada. Tales ahijados no tenían que cumplir tarea alguna, ni en la montaña ni en ninguna parte, y no hacían sino vagar por el mundo, llevando en el bolsillo credenciales acreditativas de su parentesco, que ellos llamaban stokh; hallábanse señaladas con la marca de la ogresa y selladas con su sello, y les habilitaban al fin de cada luna para extraer grandes cantidades de oro y plata de su tesorería. Los más sabios y más favorecidos de aquellos ahijados eran los príncipes Badfellah y Bulleboye. Ellos conocían todos los secretos de la ogresa y sabían como ninguno acariciarla y halagarla. Eran también los favoritos de Soopah Inteneent, el gran chambelán y primer ministro de la ogresa, y que vivía en Silver Land.

Un día, Soopah Intendent dijo a sus servidores:

—¿Qué es lo que viaja con más seguridad, con más secreto y con más rapidez?

Todos contestaron como un solo hombre:

—El Relámpago, señor, viaja con la mayor seguridad, con la mayor rapidez y con el mayor secreto.

Entonces dijo Soopah Intendent:


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Perspectiva Nevski

Nikolái Gógol


Cuento


No hay nada mejor, por lo menos para Petersburgo, que la perspectiva Nevski. Ella allí lo significa todo. ¡Con qué esplendor refulge esta calle, ornato de nuestra capital!… Yo sé que ni el más mísero de sus habitantes cambiaría por todos los bienes del mundo la perspectiva Nevski… No sólo el hombre de veinticinco años, de magníficos bigotes y levita maravillosamente confeccionada, sino también aquel de cuya barbilla surgen pelos blancos y cuya cabeza está tan pulida como una fuente de plata, se siente entusiasmado de la perspectiva Nevski. ¡En cuanto a las damas!… ¡Oh!… Para las damas, la perspectiva Nevski es todavía más agradable. ¿Y para quién no es ésta agradable?… Apenas entra uno en ella percibe olor a paseo. Aunque vaya uno preocupado por algún asunto importante e indispensable, es seguro que al llegar a ella se olvidan todos los asuntos.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Reforma Recuperada

O. Henry


Cuento


Un guardián entró en el taller de zapatería de la cárcel, donde Jimmy Valentine estaba remendando laboriosamente unos botines, y lo acompañó a la oficina principal. Allí, el alcaide le entregó a Jimmy su indulto, que había sido firmado esa tarde por el gobernador. Jimmy lo tomó con aire cansado. Había cumplido casi diez meses de una condena a cuatro años. Solo esperaba quedarse unos tres meses, a lo sumo. Cuando un hombre con tantos amigos como Jimmy Valentine entra en la cárcel, casi no vale la pena raparlo.

—Bueno, Valentine —dijo el alcaide—. Mañana por la mañana quedará en libertad. Ánimo y hágase un hombre de provecho. En el fondo, usted no es malo. Déjese de forzar cajas fuertes y viva honestamente.

—¿Yo? —dijo Jimmy con aire de sorpresa—. ¡Si yo nunca he forzado una caja fuerte!

—¡Oh, no! —dijo el alcaide, riendo—. Claro que no. Veamos. ¿Cómo fue que lo detuvieron por aquel asunto de Springfield? ¿Fue porque no quiso probar la coartada por temor a comprometer a algún figurón de la alta sociedad? ¿O se debió simplemente a que aquel infame jurado lo aborrecía? Siempre pasa lo uno o lo otro cuando se trata de ustedes, inocentes víctimas.

—¿Yo? —dijo Jimmy, siempre inmaculadamente virtuoso—. Pero, alcaide… ¡Si yo jamás estuve en Springfield!

—Lléveselo, Cronin —dijo sonriendo el alcaide—. Y provéalo de ropa para irse. Ábrale las puertas a las siete de la mañana y que salga al redondel. Más vale que medite sobre mi consejo, Valentine.

A las siete y cuarto de la mañana siguiente, Jimmy se hallaba en la oficina exterior del alcaide. Se había puesto un traje de confección, de esos muy holgados, y un par de esos zapatos rígidos y chillones que el estado les proporciona a sus pensionistas forzosos cuando los libera.


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La Venganza de Cisco Kid

O. Henry


Cuento


Cisco Kid había matado a seis hombres en pendencias más o menos honestas, había asesinado a dos mexicanos, y había dejado inútiles a otros muchos, a los cuales, modestamente, no se preocupó en contar. Por consiguiente, una mujer lo amaba.

Cisco Kid tenía veinticinco años y aparentaba veinte; y una compañía de seguros celosa de su dinero hubiera calculado la probable fecha de su muerte fijándola alrededor de los veintiséis años. Se movía en una zona situada entre el Frío y el Río Grande. Mataba por afición… porque estaba de mal humor… para evitar que lo detuvieran… para divertirse… Había escapado de la captura porque podía disparar ocho décimas de segundo antes que cualquier sheriff o ranger de servicio, y porque montaba un caballo ruano que conocía al dedillo todas las vueltas y revueltas de los caminos, incluso de los de cabras, desde San Antonio a Matamoras.

Tonia Pérez, la muchacha que amaba a Cisco Kid, era medio Carmen, medio Madona, y el resto —¡Oh, sí! Una mujer que es medio Carmen y medio Madona puede ser siempre algo más—, el resto era colibrí. Vivía en un jacal con techo de ramas cerca de un pequeño poblado mexicano en el Lone Wolf Crossing, del Frío. Con ella vivía un padre o abuelo, un descendiente de los aztecas, que tenía por lo menos mil años, pastoreaba un centenar de cabras y se pasaba la mayor parte del tiempo borracho, por culpa del mescal. Detrás del jacal se extendía un inmenso bosque. A través de su espinosa espesura, el ruano llevaba a Kid a visitar a su novia. Y en cierta ocasión, trepando como una lagartija hasta el tejado de ramas, Kid había oído a Tonia, con su rostro de Madona y su belleza de Carmen y su alma de colibrí, hablar con el sheriff, negando conocer a su hombre en su dulce mezcolanza de inglés y castellano.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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