Textos más vistos publicados por Edu Robsy publicados el 23 de junio de 2016 que contienen 'u'

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editor: Edu Robsy fecha: 23-06-2016 contiene: 'u'


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El Miedo

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


Ese largo y angustioso escalofrío que parece mensajero de la muerte, el verdadero escalofrío del miedo, sólo lo he sentido una vez. Fue hace muchos años, en aquel hermoso tiempo de los mayorazgos, cuando se hacía información de nobleza para ser militar. Yo acababa de obtener los cordones de Caballero Cadete. Hubiera preferido entrar en la Guardia de la Real Persona; pero mi madre se oponía, y siguiendo la tradición familiar, fui granadero en el Regimiento del Rey. No recuerdo con certeza los años que hace, pero entonces apenas me apuntaba el bozo y hoy ando cerca de ser un viejo caduco. Antes de entrar en el Regimiento mi madre quiso echarme su bendición. La pobre señora vivía retirada en el fondo de una aldea, donde estaba nuestro pazo solariego, y allá fui sumiso y obediente. La misma tarde que llegué mandó en busca del Prior de Brandeso para que viniese a confesarme en la capilla del Pazo. Mis hermanas María Isabel y María Fernanda, que eran unas niñas, bajaron a coger rosas al jardín, y mi madre llenó con ellas los floreros del altar. Después me llamó en voz baja para darme su devocionario y decirme que hiciese examen de conciencia:

—Vete a la tribuna, hijo mío. Allí estarás mejor...


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Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Deseo y Posesión

Alejandro Dumas


Cuento


Las charadas ya no están de moda. ¡Qué tiempos tan buenos para los poetas eran aquellos en que Le Mercure proponía cada mes, cada quince días y, al final, cada semana una charada, un enigma o un logogrifo a sus lectores!

Pues bien, voy a revivir esa moda.

Dígame pues, querido lector o hermosa lectora —las charadas están hechas, sobre todo, para la mente perspicaz de las lectoras—, dígame de qué lengua proviene la alegoría siguiente.

¿Es sánscrito, egipcio, chino, fenicio, griego, etrusco, rumano, galo, godo, árabe, italiano, inglés, alemán, español, francés o vasco?

¿Se remonta a la Antigüedad, y está firmada por Anacreonte? ¿Es gótica, y está firmada por Carlos de Orleáns? ¿Es moderna, y está firmada por Goethe, Thomas Moore o Lamartine? ¿O no será, más bien, de Saadi, el poeta de las perlas, rosas y ruiseñores? ¿O bien...?

Pero no soy yo quien lo ha de adivinar, es usted.

Así que, querido lector, adivine.

He aquí la alegoría en cuestión.

Una mariposa reunía en sus alas de ópalo la más dulce armonía de colores: blanco, rosa y azul.

Como un rayo de sol iba revoloteando de flor en flor, y, cual flor voladora, subía y bajaba, jugando por encima de la verde pradera.

Un niño que intentaba dar sus primeros pasos por el césped tornasolado la vio y, de repente, se sintió invadido por el deseo de atrapar aquel insecto de vivos colores.

Pero la mariposa estaba acostumbrada a este tipo de deseos. Había visto cómo generaciones enteras se quedaban sin fuerzas persiguiéndola. Revoloteó delante del niño y fue a posarse a dos pasos de él; y, cuando el niño, ralentizando sus pasos y conteniendo la respiración, extendía la mano para cogerla, la mariposa alzaba el vuelo y recomenzaba su viaje desigual y deslumbrante.

El niño no se cansaba; el niño lo intentaba una y otra vez.


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Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Silbato Encantado

Alejandro Dumas


Cuento


Había una vez un rey rico y poderoso que tenía una hija de belleza notable. Cuando ésta llegó a la edad de casarse, se ordenó mediante un edicto proclamado a son de trompa y pegado en todas las paredes, que quienes tuvieran intenciones de desposarla se reuniesen en una vasta pradera.

Allí la princesa arrojaría al aire una manzana de oro, y quien lograra apoderarse de ella no tendría más que resolver tres problemas, tras lo cual se convertiría en esposo de la princesa y, por consiguiente, en el heredero del trono, puesto que el rey no tenía hijos.

El día fijado se celebró la reunión; la princesa arrojó la manzana al aire, pero los tres primeros que la cogieron no habían hecho sino la tarea más fácil, y ninguno de los tres trató siquiera de emprender lo que quedaba por hacer.

Finalmente, la manzana lanzada por cuarta vez por la princesa cayó en manos de un joven pastor, que era el más hermoso pero también el más pobre de todos los pretendientes.

El primer problema, mucho más difícil de resolver que un problema de matemáticas, era el siguiente:

El rey había hecho encerrar en una cuadra cien liebres; quien consiguiera llevarlas a pacer en la pradera donde tenía lugar la reunión y, habiéndolas conducido por la mañana, las devolviera todas por la noche, habría resuelto el primer problema.

Cuando al joven pastor le fue hecha esta proposición, pidió un día para reflexionar; al día siguiente respondería afirmativa o negativamente.

La petición le pareció tan justa al rey que le fue concedida.

Inmediatamente se encaminó al bosque para allí meditar a su gusto sobre los medios que debía emplear para tener éxito.


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Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Historia de un Muerto Contada por él Mismo

Alejandro Dumas


Cuento


Una noche de diciembre estábamos reunidos tres amigos en el taller de un pintor. Hacía un tiempo sombrío y frío, y la lluvia golpeaba los cristales con un ruido continuo y monótono.

El taller era inmenso y estaba débilmente iluminado por la luz de una chimenea en torno a la que conversábamos.

Aunque todos fuéramos jóvenes y joviales, la conversación había tomado, a pesar nuestro, un aire de aquella noche triste, y las palabras alegres se habían agotado rápidamente.

Uno de nosotros reanimaba constantemente la hermosa llama azul de un ponche que arrojaba sobre todos los objetos circundantes una claridad fantástica. Los inmensos bosquejos, los cristos, las bacantes, las madonas, parecían moverse y danzar sobre las paredes, como grandes cadáveres fundidos en el mismo tono verdoso. Aquel vasto salón, resplandeciente de día por las creaciones del pintor, lleno de sus sueños, había tomado aquella noche en la penumbra, un carácter extraño.

Cada vez que la pequeña cuchara de plata volvía a caer en el tazón lleno de licor encendido, los objetos se reflejaban sobre los muros con formas desconocidas y con tintes inauditos; desde los viejos profetas de barbas blancas hasta esas caricaturas que cubren las paredes de los talleres, y que parecen un ejército de demonios como los que aparecen en sueños o como los que dibujaba Goya. Además, la calma brumosa y fría del exterior aumentaba lo fantástico del interior; cada vez que mirábamos aquella claridad por un instante, nos veíamos a nosotros mismos con rostros de un gris verdoso, con los ojos fijos y brillantes como rubíes, los labios pálidos y las mejillas hundidas. Quizá lo más impresionante era una máscara de yeso, moldeada sobre el rostro de uno de nuestros amigos, muerto hacía algún tiempo, máscara que, colgada cerca de la ventana, recibía en su perfil el reflejo del ponche, lo que le daba una fisonomía extrañamente burlona.


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Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Casa del Viento

Alejandro Dumas (hijo)


Cuento


Sobre la costa que se extiende entre Dieppe y el cabo de Ailli, encuéntrase una aldea encantadora que ninguno de mis lectores conoce, probablemente. Se llama Varengeville y es allí donde los arqueólogos enamorados de la arquitectura del siglo XVI van a visitar las ruinas del castillo de Angó. Angó (cuyo nombre ha sido más popular por la canción de "Madame Angó" que por su nobleza, sus explotaciones, su fortuna prodigiosa y su muerte miserable), no tuvo mal gusto al escoger este lugar con objeto de edificar su morada, desde cuya torre puede verse todo lo que sucede en el mar, en veinte leguas de norte a oeste. Si después de haber visitado las ruinas del castillo, que se encuentra a mano derecha entrando en la ciudad por el camino de Dieppe, se quiere bajar hasta al Océano, no hay más que seguir el camino que se extiende entre dos repechos cubiertos de césped, esmaltados de margaritas, de bruzos y de campánulas blancas y azules. Los árboles que la cercan de ambos lados, entrecruzan, en el estío, sus ramas altísimas formando una bóveda perpetuamente fresca.

A derecha e izquierda se miran las haciendas con sus techos de paja o de ladrillo, con sus muros llenos de vigas exteriores, con sus hierbecillas verdes, con sus manzanos plantados aquí y allá, como al azar, y con sus cercas vivas en donde los pollos recién nacidos van a buscar abrigo durante las horas terribles del calor; de tiempo en tiempo se mira una casa particular ornada de un corto graderío, decorada por grandes persianas de colores y rodeada de matorrales de rosas.

Pero marchad aún: el camino desciende delante de vosotros y pronto llegaréis a un bosque de encinas y de avellanos, frente al cual se yerguen algunos pinos enormes, que se destacan, con su ramaje verde—claro, sobre el cielo azul y sobre el mar oscuro, dando a ese paisaje de Normandía un aspecto napolitano.


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Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Dama Pálida

Alejandro Dumas


Cuento


Soy polaca, nacida en Sandomir, vale decir en un país donde las leyendas se tornan artículos de fe, donde creemos en las tradiciones de familia como y —acaso más que— en el Evangelio. No hay castillo entre nosotros que no tenga su espectro, ni una cabaña que no tenga su genio familiar. En la casa del rico como en la del pobre, en el castillo como en la cabaña, se reconoce el principio amigo y el principio enemigo.

A veces estos dos principios entran en lucha y se combaten. Entonces se escuchan ruidos tan misteriosos en los corredores, rugidos tan horrendos en las antiguas torres, sacudidas tan formidables en las murallas, que los habitantes huyen de la cabaña como del castillo, y aldeanos y nobles corren a la iglesia en procura de la cruz bendita o de las santas reliquias, únicos resguardos contra los demonios que nos atormentan. Pero otros dos principios más terribles aún, más furiosos e implacables, se encuentren allí enfrentados: la tiranía y la libertad.

El año 1825 vio empeñarse entre Rusia y Polonia una de esas luchas en las cuales creyérase agotada toda la sangre de un pueblo, como a menudo se agota la sangre de una familia entera. Mi padre y mis dos hermanos, rebelados contra el nuevo zar, habían ido a alinearse bajo la bandera de la independencia polaca, postrada siempre, siempre renacida. Un día supe que mi hermano menor había sido muerto; otro día me anunciaron que mi hermano mayor estaba mortalmente herido; y por fin, después de una jornada angustiosa, durante la cual yo había escuchado aterrorizada el tronar siempre más cercano del cañón, vi llegar a mi padre con un centenar de soldados de a caballo, residuo de tres mil hombres que él comandaba.


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Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Cómo San Eloy fue Curado de la Vanidad

Alejandro Dumas


Cuento


Caí en Domodossola en medio de una procesión típicamente italiana: una corporación de herradores festejaba a san Eloy. En mi ignorancia, siempre había creído que este bienaventurado era el patrón de los orfebres y el amigo del rey Dagoberto al que, en ocasiones, daba consejos bastante sensatos respecto a su atuendo; pero ignoraba por completo que hubiera sido alguna vez herrador. El estandarte, en el que estaba representado forjando su insignia, no me dejaba duda al respecto: lo único que me quedaba por esclarecer era a qué momento de su vida correspondía la acción que había inspirado al artista; pues esa vida santificada la conozco, más o menos, desde la entrada en casa del prefecto de la moneda hasta su nominación para ocupar el obispado de Noyon, y en todo eso no encontraba nada que pudiera aplicársele al espectáculo que tenía ante mis ojos. En consecuencia, me dirigí al jefe de posta pensando que, para una tradición relacionada con la herradura, él sería el mejor historiador que pudiera encontrar. Empezamos por acordar el precio del vehículo que debía llevarme de Domossola a Baveno; luego, una vez concretado el precio por el doble de lo que valía —tanta prisa tenía por regresar a la procesión—, obtuve sobre el padre de Oculi las informaciones biográficas que siguen. Aquí tienen la tradición tal como me fue transmitida en su ingenuidad primordial y en su sencillez primitiva: es inútil advertir que no garantizamos en absoluto su autenticidad.


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Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Dama Negra

Alejandro Dumas


Cuento


Hacía ya doscientos años que el castillo no era sino un montón de piedras derruidas; en mitad de aquellas piedras había crecido un magnífico arce que en numerosas ocasiones los campesinos de los alrededores habían intentado derribar sin lograrlo, pues su madera era muy dura y nudosa. Finalmente, un joven llamado Wilhelm vino a su vez a intentar la aventura como los demás, y después de haberse desprendido de su chaqueta, asiendo un hacha que había mandado afilar a propósito, golpeó el tronco del árbol con todas sus fuerzas, pero el árbol repelió el hacha como si hubiera sido de acero. Wilhelm no se desanimó y propinó un segundo golpe, el hacha rebotó de nuevo; por fin, levantó el brazo, y reuniendo todas sus fuerzas, dio un tercer golpe, pero como al propinar ese tercer golpe oyó algo semejante a un suspiro, levantó los ojos y vio delante de él a una mujer entre veintiocho y treinta años, vestida de negro y que habría sido perfectamente bella si su palidez no hubiera dado a toda su persona un aspecto cadavérico que indicaba que desde hacía mucho tiempo aquella mujer ya no pertenecía a este mundo.

—¿Qué quieres hacer con este árbol? —preguntó la Dama Negra.

—Señora, —respondió Wilhelm mirándola sorprendido, pues no la había visto llegar y no podía adivinar de dónde salía—; señora, quiero hacer una mesa y unas sillas, pues me caso en la próxima fiesta de san Martín con Roschen, mi prometida, que amo desde hace tres años.

—Prométeme que harás una cuna para tu primer hijo —dijo la Dama Negra—, y levantaré el hechizo que defiende este árbol del hacha del leñador.

—Se lo prometo, señora —dijo Wilhelm.

—¡Muy bien! ¡pues golpea ahora! —dijo la dama.


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Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Sirena del Rin

Alejandro Dumas


Cuento


El hada Lore era una bella jovencita de diecisiete a dieciocho años, tan bella que los barqueros que descendían el Rin, por mirarla, olvidaban el cuidado de sus barcos e iban a estrellarse contra los riscos; no había día que no hubiera que deplorar una nueva desgracia.

El obispo que vivía en la ciudad de Lorch oyó hablar de aquellos accidentes, tan frecuentemente reiterados que parecían ser resultado de una nefasta influencia, y cuando las jóvenes, las esposas y las madres de los que había hecho perecer, acudieron con sus ropas de luto a acusar a la bella Lore de magia, el obispo la convocó a comparecer ante él.

La bella Lore prometió acudir, pero el día que debía hacerlo lo olvidó, de tal manera que el obispo envió a dos de sus hombres a detenerla. Esos hombres la encontraron, según su costumbre, sentada sobre una roca: estaba cantando una antigua balada como las que cantan las nodrizas a los niños que acunan y, sin ofrecer resistencia, se levantó y los siguió.

Muy pronto compareció ante el obispo. El obispo quería interrogarla severamente, pero apenas la vio, bajo el efecto del hechizo universal, clavó sus ojos en los de ella; luego, con una entonación que delataba la piedad que sentía por la joven:

—¿Es cierto, bella Lore —le dijo— que es usted una maga?

—¡Ay! ¡ay! monseñor —respondió la pobre chica— si fuera maga, habría tenido poderes para retener a mi enamorado, y mi enamorado no se habría marchado; y así, no pasaría yo los días y las noches esperándolo sobre una roca, cantando la balada que tanto le gustaba.


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Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Biftec de Oso

Alejandro Dumas


Cuento


Llegué a la casa de Postas de Martigny hacia las cuatro de la tarde.

Cuando entré, los viajeros estaban ya sentados a la mesa; eché una ojeada rápida e inquieta sobre los comensales; todas las sillas estaban unidas y todas estaban ocupadas. ¡No tenía sitio!...

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo; me volví para buscar a mi hostelero. Estaba detrás de mí. Encontré en su cara una expresión mefistofélica. Se sonreía.

—¿Y yo? —le dije—, ¿y yo, desgraciado?

—Mirad —me dijo, indicándome con el dedo una mesita aparte; ahí tenéis vuestro sitio; un hombre como usted no debe comer con todas esas gentes.

—¡Oh ¡El buen hombre! ¡Yo que había sospechado de él!... Estaba maravillosamente servida mi mesita. Cuatro fuentes formaban el primer servicio y en medio estaba un biftec, con un aspecto como para avergonzar a un biftec inglés... Mi hostelero vio que él absorbía toda mi atención. Se inclinó misteriosamente a mi oído:

—No habrá otro semejante en todo el mundo —me dijo.

—¿De qué es, pues, ese biftec?


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Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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