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editor: Edu Robsy fecha: 26-06-2020


Los Tres Príncipes de Serendip

Anónimo


Cuento


El discípulo miró al maestro en la profundidad de la tarde.

—Maestro, ¿es bueno para el sabio demostrar su inteligencia?

—A veces puede ser bueno y honorable permitir que los hombres te rindan honores.

—¿Sólo a veces?

—Otras puede acarrearle al sabio multitud de desgracias. Eso es lo que les sucedió a los tres Príncipes de Serendip, que utilizaron distraídamente su inteligencia. Habían sido educados por su padre, que era arquitecto del gran Shá de Persia, con los mejores profesores, y ahora se encaminaban en un viaje hacia la India para servir al Gran Mogol, del que habían oído su gran aprecio por el Islam y la sabiduría. Sin embargo, tuvieron un percance en su camino.

—¿Qué les pasó?

—Una tarde como esta, caminaban rumbo a la ciudad de Kandahar, cuando uno de ellos afirmó al ver unas huellas en el camino: “Por aquí ha pasado un camello tuerto del ojo derecho".

—¿Cómo pudo adivinar semejante cosa con tanta exactitud?

—Había observado que la hierba de la parte derecha del camino, la que daba al río, y por tanto la más atractiva, estaba intacta, mientras la de la parte izquierda, la que daba al monte y estaba más seca, estaba consumida. El camello no veía la hierba del río.

—¿Y los otros príncipes?

—El segundo, que era más sabio, dijo: "le falta un diente al camello".

—¿Cómo podía saberlo?

—La hierba arrancada mostraba pequeñas cantidades masticadas y abandonadas.

—¿Y el tercero?

—Era mucho más joven, pero aun más perspicaz y, como es natural en los hijos pequeños, más radical, al estar menos seguro de sí mismo. Dijo: "el camello está cojo de una de las dos patas de atrás. La izquierda, seguro".

—¿Cómo lo sabía?

—Las huellas eran más débiles en este lado.

—¿Y ahí acabaron las averiguaciones?


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Publicado el 26 de junio de 2020 por Edu Robsy.

Viaje a China

Enrique Gaspar y Rimbau


Viajes, crónica


Cartas al Director de «Las provincias»

Macao, 26 de septiembre de 1878.

Querido amigo: A las diez en punto de la mañana del 11 de agosto, el vapor Tigris, de las Mensajerías Marítimas, largó sus amarras, y como flecha salida del arco, se desprendió de Marsella con rumbo al extremo Oriente.

Todos tus lectores saben sin duda lo que es un barco; pero pocos habrán estado a pupilo en uno correo durante treinta y ocho días, y por si alguno llegara a necesitar ese hospedaje, allá van unos cuantos informes sobre el particular.

Los buques tienen su fisonomía como las personas; pero como en ellas, el cruzamiento de razas influye en la alteración de las facciones. No sé si la estética naval o la conveniencia indujo, no hace mucho, a los ingleses a suprimir el tajamar en sus steamers, y naturalmente, del comercio de sus astilleros con las naciones marítimas, resultó una generación de buques chatos que se pasea por los mares con los quevedos en la frente, puesto que los dos vigías de proa ya no encuentran narices sobre qué cabalgar. El Tigris, harto viejo para someterse a las exigencias de la moda, conserva aún su cartílago nasal, y hace bien, pues tengo para mí que en cuestiones de navegación, tan indispensable es el olfato como la vista.

La patrona de estos pupilajes, que se llama Agencia general, y que tiene sucursales en las cinco partes del mundo, reside en Marsella, y le indica a uno el cuarto que puede ocupar en tal o cual de las nueve casas que desde la Joliette hasta Shang-hai tiene en aquel momento disponible; y he aquí lo que por 52 francos y 50 céntimos al día puede exigir el huésped.


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Dominio público
126 págs. / 3 horas, 40 minutos / 205 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2020 por Edu Robsy.