Textos más populares esta semana publicados por Edu Robsy publicados el 27 de julio de 2025 que contienen 'u'

Mostrando 1 a 10 de 23 textos encontrados.


Buscador de títulos

editor: Edu Robsy fecha: 27-07-2025 contiene: 'u'


123

Los Boyeros

Juan José Morosoli


Cuento


Al caer la tarde, Pololo, el negrito, y yo íbamos al arroyo. Marchábamos monte adentro siguiendo los senderos trazados por el ganado que iba a abrevar. Hasta el borde de la laguna llegaban las vacas, tranquilas y lentas, y hundían el belfo en el agua. Parecían beber las ramas de los molles que el poniente acostaba en la laguna.

Allí arrojábamos migajas a las mojarras para ver el juego de sus cuchillitos y sus fugas eléctricas.

El monte se iba durmiendo con la canción del agua y el canto, cada vez más lento y espaciado, de los pájaros que regresaban del campo.

Cuando las estrellas bajaban a la laguna, los boyeros acunaban la tarde con su silbo y ésta se dormía.

Camino de vuelta veíamos salir de sus nidos, en la tierra profunda, como avisadas de nuestro paso, a las lechucitas de ojos redondos y dorados.

Un día llegaron los monteadores.

Sentíamos los golpes de sus hachas, las quejas de los troncos heridos y la caída brutal de los árboles.

Por el aire vagaba el olor a savia muerta.

Vimos caer los últimos árboles de la jornada. Tras el derrumbe se precipitaban sobre el horror de la pichonada deshecha y el desorden de plumas de los nidos, los perros hambrientos.

Fue entonces que Pololo vio partir los boyeros.

Con ellos se iba la canción de cuna de la tarde.

Fue la última vez que vimos boyeros.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 10 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

La Lluvia

Juan José Morosoli


Cuento


Ver llover allí, en aquella chacra, era una cosa que causaba placer. Un placer tranquilo que aún me alegra.

No olvidaré nunca aquella mañana. Hasta aquel día no había sentido la emoción de la lluvia. Me parecía que el campo y el árbol y yo éramos felices de la misma manera: quedándonos quietos y dejándonos penetrar por aquella música mansa y aquella lluvia lenta que caía sin interrupción.

A mi hermana le gustaba mucho jugar a las casitas. Con cuatro palos, algunos cueros y unos mazos de paja mansa, había construido la suya. Era una vivienda como la de los indios.

El agua vino despacio. La sentimos llegar. La vimos venir, borrando cerros, y dejando todo detrás de su vidrio esmerilado. Las gallinas corrían apresuradas y ganaban hornos y graneros. Lejanos cantos de aguateros y alborozados gritos de teru-teru confirmaron la presencia lejana de la lluvia. Unos horneros vinieron hasta donde nosotros. Los vimos volar y luego detenerse en la horqueta de un árbol. Habían elegido hogar. Cuando llegaron las primeras gotas picotearon la tierra y trajeron una mota en el pico, Colocaban la piedra fundamental de su casa.

Las gentes del pago comenzaron a llegar a los ranchos. Venían a jugar a las cartas. La lluvia creaba una sociedad candorosa, sencilla y feliz. Desde los cerros comenzaban a bajar pequeñas corrientes. En las quebradas nacían cañadas. Al campo le nacía un sistema de venas. Mirando éste, recién comprendí el mapa con los azules nervios de sus ríos dibujados.

Sobre los cueros llovía lentamente. Aquel asordinado tambor nos iba invadiendo. De tarde mi hermana volvió a la casita. Quería pasar la tarde con las niñas de la chacra jugando a las abuelas.

Quería hacer cuentos de su juventud y me pedía a mí que me portara mal así podía decir a cada rato que los hijos daban mucho trabajo.

Mi hermana –la abuela– tenía doce años.

Aquella tarde fue una de las más felices de mi vida.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 12 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

La Querencia Olvidada

Juan José Morosoli


Cuento


El caballo estaba muy viejo. No servía más y el hombre lo lanzó al camino. Entonces comenzó su marcha lenta. En un pastoreo de portera abierta, entró. Comprendía que era libre. Pero la libertad sin destino, no tiene valor. En el atardecer levantó la cabeza hacia los astros. Aspiró los vientos. Buscaba en las luces lejanas y en los vientos viajeros la querencia olvidada. Al amanecer comenzó a marchar hacia su infancia. La libertad tenía un destino.

Después de muchas jornadas comprendió que su querencia estaba muy lejana.

Caminaba lentamente. A veces una dulce pereza le tendía en los bordes de las aguadas llenas de árboles. Otras, se detenía en el camino, mirando sus hermanos prisioneros, tras los alambrados.

Una mañana le costó andar.

En la tarde un cuervo negro apareció junto a la estrella de los troperos, la que ordena recomenzar la marcha.

Desde ese día viajó en la noche.

Pero en el amanecer, cuando se apagaba la última estrella surgía desde la distancia celeste el cuervo viajero.

Un día comenzó a volar hacia la tarde que estaba a espaldas de la querencia del caballo.

Pero surgió otro cuervo. Y cuando éste se cansó y voló hacia atrás llegó otro. En cada jornada había un cuervo que quería ir hacia la infancia del caballo.

Ahora ya volaban casi sobre el viajero lento y lo angustiaban los descansos largos, pues él, les veía las garras y el pico con sangre.

Esta vez se quedó estirado y feliz en el campo, cerca del agua.

Antes de dormirse recordó que en su querencia, hacia donde iba ahora, no había cuervos sino pequeños pájaros de color.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 18 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

El Camino

Juan José Morosoli


Cuento


Nuestro rancho estaba en el fondo del campo. Era el último “puesto” de la estancia.

La escuela quedaba lejos.

Como no había caminos, para llegar a ella hubiéramos tenido que hacer un rodeo muy largo.

Nosotros oíamos hablar de aquel camino que nos acercaría a la escuela; a los otros niños y a los libros. Acaso cruzaran por él carretas y tropas y caballadas.

Pero al dueño del campo no le gustaban los caminos.

Camino, camino, camino. Ya era él una presencia llena de nuestra simpatía. Sabíamos que era algo más que una huella. Que estaba siempre quieto entre los alambrados tensos y derechos.

Que por él andaba nuestro padre y encontraba amigos y veía casas sucesivas y almacenes con jarras pintadas y recados y golosinas. Que por él iba al pueblo donde había como mil casas todas juntas...

Un día llegaron unos hombres. Clavaron banderines rojos por toda la extensión ilimitada...

Después llegaron más hombres y máquinas y carros y fueron haciendo el camino.

Por él fuimos a la escuela.

Éramos seis hermanos galopando alegres y felices.

El camino traía y llevaba gentes que hablaban con mi padre. Hablaban del propio camino y de ellos mismos y de nosotros y de la ciudad.

Un día mi padre y mi hermano partieron hacia ella.

Después lo hicimos nosotros. LLevábamos lo que teníamos. Al rancho le sacamos las ventanas y la puerta.

Desde el camino nuestra casa parecía una cosa muerta, sin ojos y sin boca.

El camino nos llevaba y huía de la tapera.

No mirábamos para atrás por miedo de que la tierra nos llamara.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 11 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

El Guacho

Juan José Morosoli


Cuento


El cordero guacho había crecido mucho.

Ya le resultaba chico el guarda patio. Con sus carreras y brincos destrozaba las plantas que eran orgullo de mi madre.

Mi hermana optó por ceñirle una cuerda al cuello que ató luego a un hierro de la verja.

Pero pronto hubo que ponerle en libertad nuevamente, pues el animal tiraba de la cuerda con todas sus fuerzas, con peligro de ahorcarse.

Fue entonces que mi madre dijo estas palabras:

–O el guacho o el jardín.

Mi hermana se echó a llorar.

–Lo matarán –decía, –lo matarán...

Cuando llegó mi padre y se enteró, dijo simplemente:

–Mañana resolveremos...

Al otro día nos llamó:

–Ustedes vendrán conmigo. Juan lo llevará. Lo soltaremos con sus hermanos.

Tras una pausa agregó:

–Volveremos dentro de un mes y lo traeremos nuevamente a casa. La penitencia le hará bien. Se corregirá.

Lo dejamos con el rebaño. En la espuma gris de la majada, su lana blanca parecía un copo de nieve.

Volvimos al mes.

–Llámale por su nombre –dijo mi padre. –O búscale por el color.

Mi hermana le llamaba mientras caminaba entre el apretado rebaño. No pudo reconocerle por su color. El copo de espuma había desaparecido en la espuma gris de la majada. Tampoco el guacho respondió a su reclamo donde temblaba el llanto.

Tras una pausa dijo mi padre:

–En el rebaño todos son iguales... son todos grises... y no desean que se les reconozca.

Y regresamos tristemente a casa.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 12 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

La Chacra

Juan José Morosoli


Cuento


La chacra está en el campo abierto.

Entre la estancia y la ciudad.

Ya han segado y trillado el trigo.

Por eso se ven al fondo del rastrojo varias parvas de paja dorada.

En el rastrojo se siembra maíz aprovechando los tallos del trigo cortado, como abono.

Cuando el maíz está maduro las hojas tienen color y sonido de metal.

La cosecha se hace cortando las plantas y emparvándolas para que sazonen bien las mazorcas.

El campo queda entonces pinchado de parvas y parece una toldería de indios.

La arada para el trigo comienza en abril.

Es lindo ver en el alba la marcha lenta del arado. El arador y los bueyes a contraluz parecen esculturas.

Los pájaros, en vuelos cortos, siguen el arado picoteando los terrones.

En la chacra es donde la familia tiene una organización perfecta.

En ella trabajan todos.

Los hombres aran, siembran y cortan el trigo y el maíz.

Las mujeres aporcan el maizal, plantan boniatos a estaca y siembran y carpen la huerta de zapallos y sandías.

Los niños pastorean cerdos y bueyes o recorren los bacales buscando nidales de gallinas y recogiendo huevos.

El chacarero es hábil en muchos oficios.

Hace su vivienda y su pan. Es herrero y carpintero.

Los chacareros suelen trabajar toda su vida en tierras arrendadas.

No siempre comen pan de trigo, sustituyéndolo con boniatos cocidos o galleta dura.

Si trabajaran en sus propias tierras vivirían en habitaciones más saludables y cómodas.

El arrendador alquila sus tierras sin vivienda, debiendo el chacarero construir su rancho.

Como los arrendamientos son por plazos breves, la vivienda tiene algo de improvisada y andariega.

En algunos departamentos del país las chacras son muy escasas.

El día que las estancias de miles de cuadras dejen su lugar a las chacras y granjas, el país será mas próspero.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 10 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

Las Cañadas

Juan José Morosoli


Cuento


El agua que corría por la calzada se llenaba de pequeños barcos de papel, que arrojábamos uno detrás de otro. Luego los seguíamos con la imaginación en su viaje por las calles del pueblo. Mi padre nos reprendía. Aquel continuo ir y venir bajo la lluvia, terminaría por mojarnos la ropa.

–Déjalos –decía abuelo. –No son los botes, son ellos que viajan...

Siempre el agua en nuestra alegría. El agua corriendo como nosotros.

Tras los ríos de la calzada, las cañadas llenas de saltos y con enaguas de espuma como las niñas.

Las cañadas llenas de encanto, con la juguetería de sus piedras de colores, redondas y sonantes como monedas.

Quisimos hacer una colección pero comprendimos que era imposible. Era tan difícil como coleccionar nubes.

–¿No ves que todas, todas, son de colores distintos?...

Había de colores que sólo se podían definir por comparación. Colores que sólo tenían las frutas, los pájaros y las nubes.

Las golondrinas volaban sobre su cauce sonoro flechando la mañana. Peces como hojitas iban en la corriente.

Junto con los pantalones largos conquistamos el arroyo que ya era cosa de muchachos y no de niños.

Y luego las noches del arroyo.

Íbamos a pescar con los amigos.

La noche se escondía en el monte. Algunos pájaros cantaban las horas como relojes. La corriente se cargaba de estrellas. Las lagunas le tiraban de la cabellera a los sauces.

Nos reuníamos en torno de los fogones donde llameaban azules y amarillos los leños del pago.

La noche se iba corriendo hacia los bordes del campo y el arroyo se guardaba monte adentro...

Siempre había una corriente de agua en nuestras horas mejores.

Pero las cañadas eran las más queridas. Las cañadas son la niñez.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 9 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

El Domador

Juan José Morosoli


Cuento


<p>En el mar hay cementerios de barcos.</p>
<p>–Sí. Y en mi pago hay cementerios de caballos. Como en la India hay cementerios de elefantes. Una cañada, unos sauces criollos y unas piedras que están al borde de la huella parecen tentar con su paz a los viejos caballos in querencia que ambulan por los caminos...</p>
<p>–Mi pueblo es el cementerio de los circos...</p>
<p>Es un pueblo perdido en el campo. Trasmano de toda huella. Para allí no vienen ni van caminos. Los circos llegaban allí a reparar sus fuerzas. Como los barcos en los diques careneros. A veces no lo lograban y se morían allí. Restos de sus lonas y de sus letreros estaban por los bordes del pueblo como restos de un naufragio. Frente a la pulpería de las carretas hay un letrero que dice: Fenómenos, bestias y leones...</p>
<p>Por eso mi pueblo está lleno de viejos artista que no tienen sino recuerdos. Uno de estos hombres –el domador Arbelo– es quintero.</p>
<p>Tenía treinta años cuando llegó allí por primera vez. Me dijo que cuando juntara algún dinero compraría tierra y haría una quinta.</p>
<p>Cuando llegó allí por última vez, viejo ya, se le murió el último león. Entonces era domador y caramelero, pues el dueño no dejaba vender dentro de la carpa sino caramelos que fabricaban allí. Como llovió durante varios días seguidos, el circo quedó cercado por el barro. Uno a uno comenzaron a irse los artistas. A Arbelo se le enfermó el león. Decía que lo había muerto la humedad. La noche se llenaba de unos rugidos mezclados de golpes de tos que daban mucha lástima.</p>
<p>Arbelo terminaba:</p>
<p>–Perdí el león que era lo único que quería en el mundo, pero si el circo no hubiera terminado, nunca hubiera sido quintero...</p>


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 8 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

Arenero

Juan José Morosoli


Cuento


¡Estas arenas del Santa Lucía sí que son arenas!... ¿Y las aguas? Andan siempre entre las piedras. No conocen el barro...

Además dan de beber a una ciudad. Perico deseaba irse un día aguas abajo y conocer bien el río. Lo que se dice bien. Porque un río debe tener cosas para ver que no se acaban nunca. Lo piensa ahora que está paleando arena, llenando la carreta para ir al pueblo.

En el cauce lento se levanta una suave niebla. Los bueyes alientan un vaho que asciende en la amanecida. El fueguito carrero calienta la pava ennegrecida. Vuelan rectos hacia el cielo los aguateros, y las tijeretas, cortando con golpes de cola las últimas estrellas.

—Hay arena más fina en el mar —le dije un día.

¿El mar? El no lo había visto. Pero conocía a un hombre que viajó por él. Nunca le había hablado de las arenas del mar.

Le llevé un puñado un día.

La miró y dijo simplemente:

—Esto no es arena. Es polvo. No ensucia las manos pero no es arena. Arena es esto!

Levantó del río un puñado, la extendió en la palma de la mano:

—Se puede poner en la boca. Es dulce y fresca.

Paleaba y paleaba Perico. La mañana comenzaba a levantar árboles contra el sol que estaba creciendo tras el bosque.

El mar sería lindo. Pero no tenía árboles. Los barcos no eran sino carretas. No necesitaban caminos para viajar. Y terminaba:

—Mi padre, que era carrero, iba así por los campos. Las estrellas lo guiaban. El será arenero toda la vida. Le gusta mucho el río, las arenas, los árboles. Cuando a uno le gusta una cosa y puede serlo no precisa más...

—Todo es lindo. La mañana y la tarde... ¿Y el mediodía? Guardar bajo las arenas una sandía, y luego partirla, y comerla y beberla mientras arden las cigarras en el talar crespo y gris.

—¿Y la noche? Hay un rato que el río no canta. Oye.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 19 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

El Árbol en el Campo

Juan José Morosoli


Cuento


El árbol adquiere toda su importancia cuando está solo en el paisaje.

Una vez vi un árbol solo y temblando, en una tarde de junio en el campo sin casas.

Este árbol solitario me despertó el amor al bosque.

Un árbol solo, achaparrándose, hundiéndose en su propia sombra, empujado por la luz, en el mediodía de enero, me hizo pensar con tristeza en el hombre de campo.

Este estaba solo. El cielo no tenía una sola nube. No se veía un solo animal.

Angustiado estaba el árbol en el valle.

La casa del hombre, mirada desde lejos, parecía una piedra blanca.

No tenía árboles, ni se veía nada en su torno.

Era una estancia.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 7 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

123