Textos más populares este mes publicados por Edu Robsy publicados el 30 de agosto de 2022 | pág. 3

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editor: Edu Robsy fecha: 30-08-2022


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El Baile de Máscaras

Isidoro Fernández Flórez


Cuento


Las altas lucernas arrojan fulgores vivísimos; parecen canastillos de oro que dejan caer sobre la muchedumbre, por entre juncos y mallas de cristal, una lluvia de fuego.

La luz resbala sobre aquel flujo y reflujo de olas vivientes; cabrillea, con chispazos de piedras preciosas, en un mar de colores.

Flotan las gasas, vuelan las plumas, centellean las lentejuelas. Se diría que hemos caído en el fondo de un lago de oro en ebullición.

Me coloco debajo de la araña y espero. En confusión marcadora pasan delante de mi máscaras de vistosos disfraces.

Una me da en el rostro con su abanico de plumas de pavo real. Es una archiduquesa del siglo XVIII, vestida con un jardín tejido en seda; el rostro mal cubierto con blanco antifaz, los bucles empolvados, y sobre los bucles una enorme balumba de lazos, plumas y flores. Tiene salpicadas las mejillas de picantes lunares que sueñan con besos.

Al darme con el abanico en el rostro me dice:

—¿Esperas, sin duda?...

—Espero.

—¿A mí... quizás?

—Tu traje es el de la pretensión. ¡No es á tí á quien espero!


Otra máscara llega.

Trae, por engalanarse con primor, un pañuelo de Manila de larguísimos flecos, en cuyo fondo, del color de la noche, vuelan pájaros inverosímiles, se despliegan árboles desconocidos y se alzan palacios de imposible arquitectura. Un pañuelo pérsico de seda, con hilos de oro y franjas de colores, le cuelga en largo pico sobre la espalda y se anuda al desgaire sobre su relevante seno. Lleva, como pegados en la frente, grandes rizos en espiral, y, á manera de castillo, alto rodete. Su careta es de cera, de expresión provocativa.

—¿Me conoces?—me dice.

—Sí; te he visto el otro día llevando una piernecita de cera á la Vírgen de la Paloma...


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Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Escondida Senda

Isidoro Fernández Flórez


Cuento


En aquel tiempo, Madrid era muy chiquito. Debía parecer así como uno de esos Nacimientos que se venden por Navidad en la plaza de San ta Cruz.

Era un recinto amurallado, con un alcázar y muchos raros grupos de casucas entre una red de estrechas, torcidas y sucias calles.

Este cinturón de piedra estaba rodeado de espesos bosques.

De bosques poblados por animales, hoy fabulosos, en los alrededores... El ciervo, que iba sacudiendo de bote en bote su ornamentada cabeza; el colmilludo jabalí; el oso, aficionado á robar panales y á comérselos.

Madrid estaba todavía en poder de los moros.

Corría el siglo once, como diría un novelista.

Y no era afrenta, por lo tanto, como es hoy en día, vender en las esquinas babuchas, pastillas de la Arabia y dátiles.

Los elegantes de aquel tiempo llevaban turbante y alquicel; no entraban y salían como ahora para ir á tirar al pichón ó jugar al tennis, sino para cambiar de armas, caballos...

Era un siglo de lucha incesante, universal; era el reinado de la fuerza.

Los castillos, los pueblos, las ciudades, eran nidos de buitres, de donde salían hombres de hierro.

Nosotros ejercíamos en la Villa empleos humildes. Para los moros, la adarga y la lanza; para los cristianos, la azada y el arado.

Esto de cultivar la tierra fué siempre oficio bajo; y no fué siempre noble devastarla, incendiarla y ensangrentarla.

Isidro era cristiano y era criado de un labrador. Los biógrafos no se han resignado fácilmente con que Isidro fuese de baja cuna. Indican que pudo vivir sin trabajar, porque sus padres tenían algo.

Pero la religión de Isidro era mucha; su deseo de obedecer á Dios, infinito; y un día entró en la iglesia y oyó la voz bíblica, que decía:

«¡Ganarás el pan con el sudor de tu frente!»


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Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

El Beso

Isidoro Fernández Flórez


Cuento


La última murmuración, mejor dicho, la murmuración más reciente en los círculos de la buena sociedad:

—Carlos Albares es joven de veintitrés años, es moreno, es distinguido, viste con elegancia, tiene ángel.

No vive en Madrid; vive en Toledo con su tía la marquesa.

Ha venido á la corte con un encargo delicado; trae las joyas antiguas de su familia, en las cuales hay que hacer algunas composturas; debe entenderse con el joyero, y de paso debe enseñarlas á la viuda de Martínez Rivera, coleccionadora de este género de antigüedades, estrella de la corte, belleza soberana, reputación acrisoladísima de virtud, noble entendimiento, toda prestigios... y algo parienta suya. No la conoce.

Pero la conocerá dentro de un instante. Porque se encuentra, con el bastón y el sombrero en posición correcta, esperándola.

La espera en un gabinete lleno de preciosidades. Pero, aunque él es artista hasta la médula de los huesos, aunque sólo vive por el arte y para el arte, nada mira. Está inquieto; presiente algo extraordinario.

El ligero roce de un vestido sobre la alfombra le anuncia la llegada de la viuda.

Entra una mujer de treinta años, alta, rubia, de aspecto noble y bondadoso; dama angusta. El infinito azul está en sus ojos, y sus cabellos alborotados la forman aureola. Un vestido de raso negro, un pañuelo de antigua blonda, blanco, prendido al pecho... y nada más.

Carlos se vuelve; la ve... ¡Y si ella no acude pronto con sus manos á las suyas, la gótica cajita de marfil donde vienen las joyas, cae y se hace pedazos!

La verdad es que siempre que aparece la viuda, impone; pero á Carlos debe imponerle más todavía.


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Sorelita

Isidoro Fernández Flórez


Cuento


—Tengo su palabra de usted, Sorela; me ha jurado usted no atentar á su vida durante un mes. ¿No es esto?

—Lo he prometido y lo cumpliré.

—Y yo le prometo á usted que antes de treinta días las cosas habrán variado y que será usted dichoso.

—Señora, agradezco la compasión que á usted inspiran esas palabras; pero la dicha no ha existido ni puede existir para mi.

—¿Para qué quiere usted que viva?—prosiguió.—Teresa no puede amarme jamás. ¡Yo soy un monstruo, un fenómeno; yo soy un bicho raro parecido al hombre!... Y ella, ella es un conjunto de perfecciones; es más que una mujer, es una divinidad, es el mayor recreo de los ojos entre todas las maravillas de la creación. Usted sola compite y puede competir con Teresa; sólo usted ha dividido la opinión de Madrid en dos campos. Y si usted la iguala en hermosura, la supera en el corazón. Yo tendría esperanza si estuviese enamorado de usted; podría usted corresponderme por piedad; pero Teresa es de mármol, señora; ¡es como el faro altivo y deslumbrador que difunde sus rayos por el mar, insensible al gemido del náufrago!... Esa mujer sólo es fácil á la vanidad, sólo ama lo que brilla, sólo se sacrifica por la moda... Ha tenido amantes... Si, los ha tenido, lo sé, nadie lo ignora; pero el mismo: elegantes; reyes del día, gracias á un desafío, á un cotillón, á un caballo, á unos amores con otra estrella rutilante... ¿Dentro de treinta días? ¡Jamás, jamás! ¡No me amará nunca!

Su interlocutora se sonrió.

—¡Nunca!—prosiguió Sorela recogiendo con avidez esta sonrisa.—Dentro de treinta días, ¿habrá cambiado esta figura que parece un signo interrogativo; esta cabeza mal cubierta de lacios cabellos, estos ojillos escondidos bajo cejas peludas de Mefistófeles, esta boca inmensa de labios cárdenos, cuyas más graciosas sonrisas son espantables muecas?


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Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Las Cartas de Rosa

Isidoro Fernández Flórez


Cuento


I

Julián y Rosita se conocieron en un baile de la Zarzuela. Hace de esto muchos años.

Rosita le arrojó un merengue—que le dió en un ojo,—sin saber á quién se lo arrojaba. Julián la dió un bofetón, sin saber á quién sacudía.

Esto fué en la escalera del restaurant.

Difícil es contar lo que allí pasó: hubo como des cargas á la bayoneta entre los que bajaban y subían; no se vieron más que brazos amenazadores, sombreros que salían despedidos de las cabezas, confusión y remolino de levitas negras, faldas de colores, pantalones obscuros y enaguas lisas y bordadas.

Cuando ya no hubo más escalones que rodar, todo el mundo pidió explicaciones, y algunos intentaron darlas. El caballero que iba con Rosita le dijo á Julián que al día siguiente le enviaría sus padrinos. Julián le contestó que estaba dispuesto á zanjar la cuestión en el momento; pero su adversario replicó que él no se batiría mientras Julián sólo tuviese disponible un ojo.

Dos días después, Julián y su adversario cruzaban dos enormes sables que les habían proporcionado dos oficiales del ejército. Julián recibió un sablazo en la cabeza, sablazo del cual su amigo y padrino Martín Montano, licenciado en Medicina, tío D. Anselmo de Puentedueñas y Carmalengado, recibía con la primera cura la execración de su respetable y escandalizado pariente.

Martín Montano era un joven aprovechado y un amigo fraternal. Le asistió con saber y con cariño. Al cabo de un mes Julián estaba en disposición de beberse otras cuantas botellas, pero su manera de ser había cambiado. Del motivo de esta transformación puede darnos idea la siguiente carta que escribió, no bien pudo dejar el lecho:


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Atanasilda

Javier de Viana


Cuento


Al maestro Lugones.


El camino real, ladereando una cerrillada, describía tres cuartos de círculo para ir a rozar la estancia del "Venteveo", donde tenían su posta las diligencias. Desde su aparición en la falda hasta su llegada a las casas, las diligencias demoraban más de media hora; y, durante cuatro años, Atanasilda sufrió media hora de angustias, tres veces en la semana.

Ella levantábase con el alba, invierno y verano, para ordeñar las lecheras; y mientras ordeñaba, —los días en que iban diligencias del "centro",—su mirada clavábase insistente en la curva gris por donde debía aparecer el ruidoso vehículo, encarnizado portador de desengaños. "Tatú", su perro favorito, se daba esos días un regalo, pues ocurría indefectiblemente que la moza, preocupada y distraída, echara fuera del tiesto todo el contenido de una teta, que el can iba golosamente "lambeteando" del suelo.

¡Cuatro años de angustiosa espera!... De tanto esperar y de tanto sufrir, recordaba ya imperfectamente los rasgos fisonómicos de Raúl Linares, el joven pueblero que había ido a pasar unas vacaciones en estancia lindera, que había bailado con ella en unas romerías, que le había mentido amores, y que se marchó jurándole pronto regreso...

Ya no lo esperaba; y sin embargo, todos los turnos de diligencia madrugaba más que de costumbre e íbase al corral, y ordeñaba inquieta, atisbando siempre el camino, mientras su pequeño Raúl, descalzo, envuelto en un harapo, jugaba con el barro y con el perro, —únicos juguetes de que podía disponer,—entre las patas de la lechera y del ternero...


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Hermanos

Javier de Viana


Cuento


A Eduardo Acevedo Díaz.


Era en 1870, a principios de la guerra blanca encabezada por Timoteo Aparicio, lanceador famoso.

Policarpo y Donato anduvieron por mucho tiempo en medio de la soledad tan negra y silenciosa, que el primero, a instantes, creía estar inmóvil, dormido y soñando, haciéndose necesario un esfuerzo grande de voluntad para volver al hecho real.

Parecerá exageración y no lo es. Necesítase costumbre, hábito de muchos años, para no caer en este estado de semi inconciencia, tras una larga marcha a caballo; los músculos mordidos por la fatiga, el cerebro escarbado por el sueño.

Y unido a eso, la penosa impresión del medio ambiente: las tinieblas que la mirada no consigue sondar por más que se dilaten hasta el dolor las pupilas; por todas partes el silencio, el imponente silencio del campo, que nada turba: en la grande y muda soledad hostil, el alma se estremece y se contrae en dolorosa sensación de pequeñez, de aislamiento y de impotencia.

Dominado por la inmensidad que vencía las insistencias del amor propio, Policarpo interpeló a su acompañante.

—¡Donato! —exclamó.

—¡Chut! —respondió el negro; y como éste había sofrenado su caballo, se encontraron los dos viajeros uno junto a otro.

—¡Donato!—volvió a decir el mozo; y el interpelado respondió con voz autoritaria y petulante:

—Primeramente, has de saber que quien va juyendo nunca debe hablar juerte.

—¿Y acaso nosotros vamos huyendo?

—Dejuramento: tuito aquel que yeba peligro pu'ande va, va juyendo. Acomódate en el mate esta sabiduría, que a la fija no te enseñaron los dotores de la ciudá.

Policarpo no encontró réplica y reconociendo la lógica del filósofo simiesco, dijo:

—Bueno, ¿y qué?


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Contradicciones

Javier de Viana


Cuento


A Vicente Martínez Cuitiño.


Cuando yo conocí a don Cleto Medina, era éste un paisano viejísimo. Según la crónica comarcana, había comido dos rodeos de vacas, había consumido más de cien bocoys de caña de la Habana y había arrancado una fabulosa cantidad de pasto para... entretenerse.

Profesaba una filosofía optimista de acuerdo con su obesidad, su salud robusta y su rigidez. Tenía un optimismo a lo Leibnitz. Para él, como para el ecléctico pensador germano, nuestro mundo era el mejor de los mundos posibles, creyendo, como aquél, que hasta las más horrorizantes monstruosidades tienen por finalidad una acción salutífera.

Yo dudo de que don Cleto hubiese leído la "Teodicea", ni "Ale enmandatine primae philophiae", ni siquiera "Monadología"; primero porque, según creo, tampoco sabía leer. De cualquier modo, el enciclopédico sabio alemán y el ignaro filósofo gaucho, llegaban a idénticas conclusiones; lo que parece demostrar que tratándose del corazón humano, poco auxilio da la sabiduría para desentrañar problemas y tender deducciones.

Según don Cleto, ningún hombre, por malo que fuese, era malo siempre y con todos. Además, su maldad resultaba siempre inútil, aun cuando la observación superficial no descubriese el beneficio. Una vez me dijo:

—Los caraguataces duros y espinosos, la paja brava, toda la chusma montarás de los esteros, son malos, hacen daño, y uno se pregunta pa qué habrán sido criados... ¡Velay! Han sido criados pa una cosa güeña: pa impedir que los animales sedientos se suman en el bañao ande el agua es mala y ande apeligran quedar empantanaos...

La reflexión era digna de Bernardino de Saint Pierre.

Para comprobar su teoría, cierta tarde me contó la siguiente historia, que doy vertida del gaucho, porque ya queda muy poca gente que entienda el gaucho:


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Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

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