Textos por orden alfabético publicados por Edu Robsy no disponibles | pág. 16

Mostrando 151 a 160 de 2.179 textos encontrados.


Buscador de títulos

editor: Edu Robsy textos no disponibles


1415161718

Carmilla

Joseph Sheridan Le Fanu


Novela corta


Prólogo

En un papel adjunto al relato que sigue, el doctor Hesselius ha escrito una nota bastante elaborada que acompaña con una referencia a su ensayo acerca del extraño tema sobre el que el manuscrito arroja luz.

Este misterioso tema lo trata, en ese ensayo, con su habitual erudición y agudeza, y de un modo notablemente directo y condensado. Constituirá un volumen en la publicación de los escritos completos de este hombre extraordinario.

Dado que en este volumen publico el caso tan sólo para interesar a los «legos», no voy a anticiparme en nada a la inteligente dama que lo relata; y, tras debida reflexión, me he decidido, consecuentemente, a abstenerme de presentar ningún précis del razonamiento del sabio doctor, o extracto alguno de su exposición sobre un tema que, según él describe, «no es improbable que tenga que ver con algunos de los más profundos secretos de nuestra existencia dual y sus intervenciones».

Me sentí ansioso, al descubrir ese papel, por volver a abrir la correspondencia iniciada por el doctor Hesselius, muchos años antes, con una persona tan inteligente y escrupulosa como parece haber sido su informante. Con gran sentimiento mío, sin embargo, averigüé que la dama había muerto en el intervalo.

Es probable que ella no hubiera podido añadir gran cosa al relato que da a conocer en las páginas siguientes de un modo, hasta donde puedo juzgar, tan concienzudamente circunstanciado.


Información texto

Protegido por copyright
89 págs. / 2 horas, 35 minutos / 344 visitas.

Publicado el 3 de junio de 2017 por Edu Robsy.

Carrera Inconclusa

Ambrose Bierce


Cuento


James Burne Worson era zapatero, habitante de Leamington, Warwickshire, Inglaterra. Era propietario de un pequeño local, en uno de esos pasajes que nacen de la carretera a Warwick. Dentro de su humilde círculo, lo estimaban hombre honesto, aunque algo dado (como tantos de su clase en los pueblos ingleses) a la bebida. Cuando se emborrachaba, solía comprometerse en apuestas insensatas. En una de tales ocasiones, harto frecuentes, se ufanaba de sus hazañas como corredor y atleta, lo que tuvo como resultado una competición contra natura. Apostaron un soberano de oro, y se comprometió a hacer todo el camino a Coventry corriendo ida y vuelta; se trata de una distancia que supera las cuarenta millas. Esto fue el 3 de septiembre de 1873. Partió de inmediato; el hombre con quien había hecho la apuesta —no se recuerda su nombre—, acompañado por Barham Wise, lencero, y Hamerson Burns, creo que fotógrafo, lo siguió en su carro o carreta ligera.

Durante varias millas, Worson anduvo muy bien, a paso regular, sin fatiga aparente, porque poseía, en verdad, gran poder de resistencia, y no estaba tan intoxicado como para que tal poder lo traicionara. Los tres hombres, en su carruaje, lo seguían a escasa distancia, y, ocasionalmente, se burlaban amistosamente de él o lo estimulaban, según se los imponía el ánimo. Súbitamente —en plena carretera, a menos de doce yardas de distancia, y mientras todos lo estaban observando— el hombre pareció tropezar. No cayó a tierra: desapareció antes de tocarla. Jamás se halló rastro de él.


Información texto

Protegido por copyright
1 pág. / 1 minuto / 175 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Carta a la Juventud

Émile Zola


Ensayo, Crítica


Dedico este estudio a la juventud francesa, esta juventud que hoy tiene veinte años y que será la sociedad de mañana. Acaban de producirse dos acontecimientos: la primera representación de Ruy Blas en la Comédie Française, y la solemne recepción de M. Renan en la Academia. Se ha producido un gran revuelo, ha estallado un gran entusiasmo, la prensa ha tocado la fanfarria en honor del genio de la nación, y se ha dicho que similares acontecimientos deberían consolarnos de nuestras desgracias y asegurarían nuestros futuros triunfos. Ha habido un arrebato en el ideal; por fin nos escapábamos de la tierra, se podía volar, era como una revancha de la poesía contra el espíritu científico.


Información texto

Protegido por copyright
41 págs. / 1 hora, 12 minutos / 659 visitas.

Publicado el 23 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Carta a su Padre

Franz Kafka


Carta


Querido padre:

"Me preguntaste una vez por qué afirmaba yo que te tengo miedo.

Como de costumbre, no supe qué contestar, en parte, justamente por el miedo que te tengo, y en parte porque en los fundamentos de ese miedo entran demasiados detalles como para que pueda mantenerlos reunidos en el curso de una conversación. Y, aunque intente ahora contestarte por escrito, mi respuesta será, no obstante, muy incomprensible, porque también al escribir el miedo y sus consecuencias me inhiben ante ti, y porque la magnitud del tema excede mi memoria y mi entendimiento.


Información texto

Protegido por copyright
56 págs. / 1 hora, 38 minutos / 388 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Carta a un Viejo Amigo

Ryunosuke Akutagawa


Carta


Probablemente nadie que intenta suicidarse, como lo demuestra Régnier en uno de sus cuentos, es plenamente consciente de todos sus motivos, que con frecuencia son demasiado complejos. Al menos en mi caso, el suicidio está causado por un vago sentimiento de angustia, un vago sentimiento de angustia sobre mi propio futuro.

Durante los últimos dos años más o menos he pensado sólo en la muerte, y he leído con especial interés un notable relato del proceso de la muerte. Aunque el autor lo expresaba en términos abstractos, yo seré tan concreto como pueda, incluso al punto de parecer inhumano. En este punto, estoy obligado a ser honesto. En cuanto a mi vago sentimiento de angustia por mi propio futuro, creo que lo analicé por completo en Vida de un loco, salvo el factor social, es decir la sombra que el feudalismo arrojó sobre mi vida. Es algo que omití deliberadamente, inseguro de poder esclarecer el contexto social en el que viví.

Una vez que me decidí por el suicidio (no lo considero un pecado, como los occidentales), busqué la manera menos dolorosa de llevarlo a cabo. Por ende descarté ahorcarme, pegarme un tiro, saltar al vacío y otras modalidades de suicidio por razones estéticas y prácticas. El uso de una droga parecía ser tal vez la manera más satisfactoria. En cuanto al lugar, debía ser mi propia casa, por inconveniente que ello resultara para mis familiares que me sobrevivirían. Como una suerte de trampolín, tal como lo habían hecho Kleist y Racine, pensé en alguna compañía, por ejemplo, una amante o un amigo, pero como muy pronto gané confianza, decidí seguir adelante solo. Y lo último que tuve que calcular fue la manera de asegurar una ejecución perfecta sin que mi familia se enterara. Después de varios meses de preparativos, finalmente estoy convencido de haberlo logrado.


Información texto

Protegido por copyright
1 pág. / 2 minutos / 263 visitas.

Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Carta de un Loco

Guy de Maupassant


Cuento


Querido doctor, me pongo en sus manos. Haga usted de mí lo que guste.

Voy a decirle con toda franqueza mi extraño estado de ánimo, y juzgue si no sería mejor que cuidasen de mí durante algún tiempo en una casa de salud, en vez de dejarme presa de las alucinaciones y sufrimientos que me atormentan.

Ésta es la historia, larga y exacta, de la singular enfermedad de mi alma.

Vivía yo como todo el mundo, mirando la vida con los ojos abiertos y ciegos del hombre, sin sorprenderme ni comprender. Vivía como viven las bestias, como vivimos todos, cumpliendo todas las funciones de la existencia, analizando y creyendo ver, creyendo saber, creyendo conocer lo que me rodea, cuando un día me di cuenta de que todo es falso.

Fue una frase de Montesquieu la que súbitamente iluminó mi pensamiento. Es ésta: «Un órgano de más o de menos en nuestra máquina nos hubiera dado una inteligencia distinta. En una palabra, todas las leyes asentadas sobre el hecho de que nuestra máquina es de una determinada forma serían diferentes si nuestra máquina no fuera de esa forma.»

He pensado en esto durante meses, meses y meses, y poco a poco ha penetrado en mí una extraña claridad, y esa claridad ha creado ahí la oscuridad.

En efecto, nuestros órganos son los únicos intermediarios entre el mundo exterior y nosotros. Es decir, que el ser interior que constituye el yo se halla en contacto, mediante algunos hilillos nerviosos, con el ser exterior que constituye el mundo.

Pero, además de que ese ser exterior se nos escapa por sus proporciones, su duración, sus propiedades innumerables e impenetrables, sus orígenes, su futuro o sus fines, sus formas lejanas y sus manifestaciones infinitas, nuestros órganos, sobre la parcela que de él podemos conocer, no nos suministran otra cosa que informes tan inseguros como poco numerosos.


Información texto

Protegido por copyright
6 págs. / 11 minutos / 125 visitas.

Publicado el 4 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Carta que se encontró a un ahogado

Guy de Maupassant


Cuento




¿Me pregunta usted, señora, si me burlo? ¿No puede usted creer que un hombre no haya sentido jamás amor? Pues bien: no, no he amado nunca, nunca.

¿De qué depende eso? No lo sé... Pero no he sentido jamás ese estado de embriaguez del corazón que llaman amor. Jamás he vivido en ese ensueño, en esa locura, en esa exaltación a que nos lanza la imagen de una mujer, ni me vi nunca perseguido, obsesionado, calenturiento, embebecido por la esperanza o la posesión de un ser convertido de pronto para mí en el más deseable de todos los encantos, en la más hermosa de todas las criaturas, más interesante que todo el universo. En mi vida he llorado ni he sufrido por ninguna de ustedes. Tampoco he pasado las noches en vela pensando en una mujer. No conozco ese despertar que su pensamiento y su recuerdo iluminan. No conozco tampoco la excitación enloquecedora del deseo, cuando se le espera, y la divina melancolía sentimental, cuando ella ha huido, dejando en el cuarto un perfume sutil de violeta y de carne.

Jamás he amado.

Muy a menudo me he preguntado a qué es esto debido y, verdaderamente, no lo sé muy bien. Aunque llegué a encontrar varias razones, se refieren a la metafísica, y no sé si las apreciará usted.

Analizo demasiado a las mujeres para dejarme dominar por sus encantos. Pido a usted mil perdones por esta confesión que explicaré. Hay en toda criatura dos naturalezas diferentes: una moral y otra física.

Para amar tendría que descubrir, entre esas dos naturalezas, una armonía que no hallé jamás. Siempre una de las dos hállase a mayor altura que la otra; unas veces la naturaleza física, y otras la moral.


Información texto

Protegido por copyright
5 págs. / 9 minutos / 77 visitas.

Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Cartas desde la Tierra

Mark Twain


Sátira


Introducción

El Creador se sentó sobre el trono, pensando. Tras de sí, se extendía el continente ilimitado del cielo, impregnado de un resplandor de luz y color. Ante Él, como un muro, se elevaba la noche del Espacio. En el cenit, Su poderosa corpulencia descollaba abrupta, semejante a una montaña. Y Su divina cabeza refulgía como un sol distante. A sus pies había tres arcángeles, figuras colosales disminuidas casi hasta desaparecer por el contraste, con las cabezas al nivel de sus tobillos. Cuando el Creador hubo terminado de reflexionar, dijo:

“He pensado, ¡contemplad!”.

Levantó la mano, y de ella brotó un chorro de fuego, un millón de soles maravillosos que rasgaron las tinieblas y se elevaron más y más y más lejos, disminuyendo en magnitud e intensidad al traspasar las remotas fronteras del Espacio, hasta ser, al fin, puntas de diamantes resplandeciendo en el vasto techo cóncavo del universo.

Al cabo de una hora fue disuelto el Gran Consejo.

Sus miembros se retiraron de la Presencia impresionados y cavilosos, dirigiéndose a un lugar privado donde pudieran hablar con libertad. Ninguno de los tres quería tomar la iniciativa, aunque cada uno deseaba que alguien lo hiciera. Ardían en deseos de discutir el gran acontecimiento, pero preferían no comprometerse hasta saber cómo lo consideraban los demás. Se desarrolló así una conversación vaga y llena de pausas sobre asuntos sin importancia, que se arrastró tediosamente, sin objetivo, hasta que por fin el arcángel Satanás se armó de valor –del que tenía una buena provisión— y abrió el fuego.

Dijo: —todos sabemos el tema a tratar aquí, señores, y ya podemos dejar los fingimientos y comenzar. Si ésta es la opinión del Consejo…

—¡Lo es, lo es!—, expresaron Gabriel y Miguel, interrumpiendo agradecidos.


Información texto

Protegido por copyright
55 págs. / 1 hora, 37 minutos / 191 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Casa de Muñecas

Henrik Ibsen


Teatro


Personajes

HELMER, abogado.
NORA, su esposa.
El DOCTOR RANK.
KROGSTAD, procurador.
SEÑORA LINDE, amiga de Nora.
ANA MARÍA, su niñera.
ELENA, doncella de los Helmer.
Los Tres Niños del matrimonio Helmer.
Un Mozo de cuerda.

La acción, en Noruega, en casa de los Helmer.

Acto primero

Sala acogedora, amueblada con gusto, pero sin lujo. En el fondo, a la derecha, una puerta conduce a la antesala, y a la izquierda, otra al despacho de Helmer. Entre ambas, un piano. En el centro del lateral izquierdo, otra puerta, y más allá, una ventana. Cerca de la ventana, una mesa redonda, con un sofá y varias sillas alrededor. En el lateral derecho, junto al foro, otra puerta, y en primer término, una estufa de azulejos, con un par de sillones y una mecedora enfrente. Entre la estufa y la puerta lateral, una mesita. Grabados en las paredes. Repisa con figuritas de porcelana y otros menudos objetos de arte. Una pequeña librería con libros encuadernados primorosamente. Alfombra. La estufa está encendida. Día de invierno.

En la antesala suena una campanilla; momentos más tarde, se oye abrir la puerta. Nora entra en la sala tarareando alegremente, vestida de calle y cargada de paquetes, que deja sobre la mesita de la derecha. Por la puerta abierta de la antesala, se ve un Mozo con un árbol de Navidad y un cesto, todo lo cual entrega a la doncella que ha abierto.

NORA.—Esconde bien el árbol, Elena. No deben verlo los niños de ninguna manera hasta esta noche, cuando esté arreglado. (Dirigiéndose al Mozo, mientras saca el portamonedas.) ¿Cuánto es?

EL MOZO.—Cincuenta ore.


Información texto

Protegido por copyright
79 págs. / 2 horas, 19 minutos / 584 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

1415161718