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Una Carretera Iluminada por la Luna

Ambrose Bierce


Cuento


TESTIMONIO DE JOEL HETMAN, JR.

Soy un hombre de lo más desafortunado. Rico, respetado, bastante bien educado y de buena salud (aparte de otras muchas ventajas generalmente valoradas por quienes las disfrutan y codiciadas por los que las desean). A veces pienso que sería menos infeliz si tales cualidades me hubieran sido negadas, porque entonces el contraste entre mi vida exterior e interior no exigiría continuamente una atención ingrata. Bajo la tensión de la privación y la necesidad del esfuerzo, podría olvidar en ocasiones el oscuro secreto, cuya explicación —siempre misteriosa— el mismo hace inevitable.

Soy hijo único de Joel y Julia Hetman. El primero fue un rico hacendado, la segunda una mujer bella y bien dotada, a la que estaba apasionadamente ligado por lo que ahora sé que fue una devoción celosa y exigente. El hogar familiar se encontraba a unas cuantas millas de Nashville, en Tennessee, en una vivienda amplia, irregularmente construida, sin ningún orden arquitectónico definido, y algo apartada de la carretera, con un parque de árboles y arbustos.

En la época a la que me refiero yo tenía diecinueve años y estudiaba en Yale. Un día recibí un telegrama de mi padre tan urgente que, obedeciendo a su inexplicada solicitud, partí inmediatamente con dirección a casa. En la estación de ferrocarril de Nashville, un pariente lejano me esperaba para poner en mi conocimiento la razón de la llamada: mi madre había sido bárbaramente asesinada; el móvil y el autor nadie los conocía, pero las circunstancias fueron las siguientes:


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Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Una Confusión Cotidiana

Franz Kafka


Cuento


Un incidente cotidiano, del que resulta una confusión cotidiana. A tiene que cerrar un negocio con B en H. Se traslada a H para una entrevista preliminar, pone diez minutos en ir y diez en volver, y se jacta en su casa de esa velocidad. Al otro día vuelve a H, esta vez para cerrar el negocio. Como probablemente eso le exigirá muchas horas, A sale muy temprano. Aunque las circunstancias (al menos en opinión de A) son precisamente las de la víspera, tarda diez horas esta vez en llegar a H. Llega al atardecer, rendido. Le comunican que B, inquieto por su demora, ha partido hace poco para el pueblo de A y que deben haberse cruzado en el camino. Le aconsejan que espere. A, sin embargo, impaciente por el negocio, se va inmediatamente y vuelve a su casa.

Esta vez, sin poner mayor atención, hace el viaje en un momento. En su casa le dicen que B llegó muy temprano, inmediatamente después de la salida de A, y que hasta se cruzó con A en el umbral y quiso recordarle el negocio, pero que A le respondió que no tenía tiempo y que debía salir en seguida.

A pesar de esa incomprensible conducta, B entró en la casa a esperar su vuelta. Y ya había preguntado muchas veces si no había regresado aún, pero seguía esperándolo siempre en el cuarto de A. Feliz de hablar con B y de explicarle todo lo sucedido, A corre escaleras arriba. Casi al llegar tropieza, se tuerce un tendón y a punto de perder el sentido, incapaz de gritar, gimiendo en la oscuridad, oye a B —tal vez muy lejos ya, tal vez a su lado— que baja la escalera furioso y que se pierde para siempre.


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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Una Jaula de Fieras

Émile Zola


Cuento


I

Una mañana, un león y una hiena del Jardin des Plantes lograron abrir la puerta de su jaula cerrada con negligencia. La mañana era blanca y un claro sol lucía alegremente al borde del cielo pálido. Bajo los grandes castaños había un frescor penetrante, el tibio frescor de la incipiente primavera. Los dos honrados animales, que acababan de desayunar copiosamente, se pasearon lentamente por el Jardin, deteniéndose de vez en cuando para lamerse y gozar como buenos chicos de la suavidad de la mañana. Se encontraron al final de un paseo y, después de los saludos de rigor, se pusieron a caminar juntos charlando amigablemente. El Jardin no tardó en resultarles aburrido y en parecerles demasiado pequeño. Entonces se preguntaron a qué otras distracciones podían consagrar su jornada.

—¡Caray! —dijo el león—. Me apetece satisfacer un capricho que tengo desde hace mucho tiempo. Hace años que los hombres vienen como imbéciles a mirarme a mi jaula y yo me he prometido aprovechar la primera ocasión que se me presentara para ir a mirarlos a ellos a la suya, aunque tenga que parecer tan idiota como ellos… Le propongo dar un paseo hasta la jaula de los hombres.

En ese momento, París, que se estaba despertando, se puso a rugir con tal intensidad que la hiena se detuvo escuchando con inquietud. El clamor de la ciudad se elevaba, sordo y amenazante; y ese clamor, formado por el ruido de los coches, los gritos de la calle, por nuestros sollozos y nuestras risas, parecían alaridos de furor y estertores de agonía.

—¡Dios Santo! —susurró la hiena— no hay duda de que se están degollando en su jaula. ¿Oye usted qué airados están y cómo lloran?

—Es cierto que hacen un jaleo horroroso; es posible que los esté atormentando algún domador —contestó el león.

El ruido se incrementaba y la hiena empezaba a tener miedo.

—¿Cree usted que es prudente entrar ahí? —preguntó.


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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Una Tumba Sin Fondo

Ambrose Bierce


Cuento


Me llamo John Brenwalter. Mi padre, un borracho, logró patentar un invento para fabricar granos de café con arcilla; pero era un hombre honrado y no quiso involucrarse en la fabricación. Por esta razón era sólo moderadamente rico, pues las regalías de su muy valioso invento apenas le dejaban lo suficiente para pagar los gastos de los pleitos contra los bribones culpables de infracción.

Fue así que yo carecí de muchas de las ventajas que gozan los hijos de padres deshonestos e inescrupulosos, y de no haber sido por una madre noble y devota (quien descuidó a mis hermanos y a mis hermanas y vigiló personalmente mi educación), habría crecido en la ignorancia y habría sido obligado a asistir a la escuela. Ser el hijo favorito de una mujer bondadosa es mejor que el oro.

Cuando yo tenía diecinueve años, mi padre tuvo la desgracia de morir. Había tenido siempre una salud perfecta, y su muerte, ocurrida a la hora de cenar y sin previo aviso, a nadie sorprendió tanto como a él mismo. Esa misma mañana le habían notificado la adjudicación de la patente de su invento para forzar cajas de caudales por presión hidráulica y sin hacer ruido. El Jefe de Patentes había declarado que era la más ingeniosa, efectiva y benemérita invención que él hubiera aprobado jamás. Naturalmente, mi padre previó una honrosa, próspera vejez. Es por eso que su repentina muerte fue para él una profunda decepción. Mi madre, en cambio, cuyas piedad y resignación ante los designios del Cielo eran virtudes conspicuas de su carácter, estaba aparentemente menos conmovida. Hacia el final de la comida, una vez que el cuerpo de mi pobre padre fue alzado del suelo, nos reunió a todos en el cuarto contiguo y nos habló de esta manera:


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8 págs. / 15 minutos / 76 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Vida de un Loco

Ryunosuke Akutagawa


Cuento


a Kumè Masao

Dejo en sus manos la decisión de si este manuscrito debe ser publicado y, por supuesto, cuándo y dónde debería publicarse.

Usted conoce a la mayorı́a de las personas que aparecen en él. Pero si lo publica preferirı́a que no tuviera un índice onomástico.

Vivo ahora en una felicidad muy infeliz. Pero, extrañamente, sin remordimientos. sólo lo lamento por aquellos que me tuvieron como esposo, padre, hijo. Adiós. En el manuscrito no hay, al menos conscientemente, ninguna intención de justificarme.

Por último, le dejo este escrito con el sentimiento de que usted me conoció más que nadie (despojado de la piel de mi yo cosmopolita). Con respecto al loco de este manuscrito, siga adelante y ríase.

20 de junio de 1927

AKUTAGAWA RYUNOSUKE

1. La época

Era la planta alta de una librerı́a. A los veinte años, él estaba trepado a una escalera de diseño extranjero, apoyado contra los anaqueles, buscando libros nuevos. De Maupassant, Baudelaire, Strindberg, Ibsen, Shaw, Tolstoi...

La penumbra habı́a empezado a imponerse. Pero, febrilmente, él continuó enfrascado en las letras de los lomos de los libros. Ante sus ojos, más que libros, se reunı́a el fin de siècle mismo. Nietzsche, Verlaine, los hermanos Goncourt, Dostoyevski, Hauptmann, Flaubert...

Resistiéndose a la oscuridad, se esforzó por distinguir los nombres. Pero los libros se hundı́an en las sombras. Sus nervios se tensaron, preparándose a bajar. Una bombilla desnuda, directamente sobre su cabeza, se encendió repentinamente. Encaramado en lo más alto de la escalera, miró hacia abajo. Entre los libros se movı́an los empleados, los clientes. Raro, que pequeños se veían. Qué andrajosos.

"La suma de toda la vida humana añade menos de una línea a Baudelaire".

Durante un tiempo, desde la cima de la escalera, los había estado observando.


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16 págs. / 28 minutos / 225 visitas.

Publicado el 9 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

Zínochka

Antón Chéjov


Cuento


El grupo de cazadores pasaba la noche sobre unas brazadas de fresco heno en la isla de un simple mujik. La luna se asomaba por la ventana, en la calle se oían los tristes acordes de un acordeón, el heno despedía un olor empalagoso, un tanto excitante. Los cazadores hablaban de perros, de mujeres, del primer amor, de becadas. Después que hubieron pasado detenida revista a todas las señoras conocidas y que hubieron contado un centenar de anécdotas, el más grueso de ellos, que en la oscuridad parecía un haz de heno y que hablaba con la espesa voz propia de un oficial de Estado Mayor, dejó escapar un sonoro bostezo y dijo:

—Ser amado no tiene gran importancia: para eso han sido creadas las mujeres, para amarnos. Pero díganme: ¿ha sido alguno de ustedes odiado, odiado apasionada, rabiosamente? ¿No han observado alguna vez los entusiasmos del odio?

No hubo respuesta.

—¿Nadie, señores? —siguió la voz de oficial de Estado Mayor—. Pues yo fui odiado por una muchacha muy bonita y pude estudiar en mí mismo los síntomas del primer odio. Del primero, señores, porque aquello era precisamente el polo opuesto del primer amor. Por lo demás, lo que voy a contarles sucedió cuando yo aún no tenía noción alguna ni del amor ni del odio. Entonces tenía ocho años, pero esta circunstancia no hace al caso: lo principal, señores, no fue él, sino ella. Pues bien, presten atención. Una hermosa tarde de verano, poco antes de ponerse el sol, estaba yo con mi institutriz Zínochka, una criatura muy agradable y poética, que acababa de terminar sus estudios, repasando las lecciones. Zínochka miraba distraída a la ventana y decía:

»—Bien. Aspiramos oxígeno. Ahora dígame, Petia: ¿qué exhalamos?

»—Óxido de carbono —contesté yo, mirando a la misma ventana.


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7 págs. / 12 minutos / 106 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Agencia Thompson y Cía.

Julio Verne


Novela


I. AGUANTANDO EL CHAPARRÓN

Dejando vagar su mirada por los brumosos horizontes del ensueño, Roberto Morgand hacía más de cinco minutos que permanecía inmóvil frente a aquella larga pared completamente cubierta de anuncios y carteles, en una de las más tristes calles de Londres.

Llovía torrencialmente. El agua subía desde el arroyo e invadía la acera, minando la base del abstraído personaje cuya cabeza se hallaba asimismo gravemente amenazada.

La mano de éste, debido a su ensimismamiento, había dejado que el protector paraguas se deslizara con suavidad, y el agua de la lluvia caía directamente del sombrero al traje, convertido en esponja, antes de ir a confundirse con la que corría tumultuosamente por el arroyo.

No se daba cuenta Roberto Morgand de esta irregular disposición de las cosas, si tenía consciencia de la ducha helada que caía sobre sus hombros. En vano sus miradas se fijaban en las botas; tan grande era su preocupación, que no notaba cómo lentamente se transformaban en dos pequeños arrecifes, en los que rompían los húmedos embates del arroyo.

Toda su atención hallábase monopolizada por el misterioso trabajo a que entregábase su mano izquierda; sumergida en un bolsillo del pantalón, aquella mano agitada, sopesaba, dejaba y volvía a coger algunas monedas, que totalizaban un valor de 33 francos con 45 céntimos, tal como había podido asegurarse después de haberlas contado repetidas veces.


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405 págs. / 11 horas, 50 minutos / 616 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Al Final del Viaje

Rudyard Kipling


Cuento


Está el cielo plomizo y rojos nuestros rostros,
las puertas del infierno divididas y abiertas:
los vientos del infierno, desatados, azotan;
se eleva el polvo hasta la faz del cielo,
y caen las nubes como un manto encendido,
que pesa, que no asciende, y no resulta fácil de llevar.
Se está alejando el alma de la carne del hombre,
atrás quedan las cosas por las que se ha esforzado,
enfermo el cuerpo y triste el corazón.
Y alza el alma su vuelo como el polvo del manto,
se arranca de su carne, desaparece, parte,
mientras braman los cuernos la llegada del cólera.

Himalayo

Cuatro hombres, con derecho a «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad», se encontraban sentados a una mesa, jugando al whist. El termómetro marcaba para ellos 38o. Habían ensombrecido la habitación de tal modo que sólo era posible distinguir las cartas y los blancos rostros de los jugadores. Un punkah, un abanico de lienzo blanco maltrecho y podrido, batía el aire caliente lanzando gemidos lastimeros a cada golpe. El día era tan lúgubre como una tarde de noviembre en Londres. No había cielo, ni sol, ni horizonte; nada sino la bruma parda y púrpura que producía el calor. Se diría que la tierra se estaba muriendo de apoplejía.


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24 págs. / 42 minutos / 212 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Alexandre

Guy de Maupassant


Cuento


Aquel día, como todos, a las cuatro, condujo Alexandre hasta la puerta de la casita del matrimonio Maramballe la silla de minusválido de tres ruedas en la que paseaba hasta las seis, por prescripción facultativa, a su anciana e inválida patrona. Cuando hubo situado el ligero vehículo junto al escalón, justo en el lugar en que podía hacer subir fácilmente a la gruesa señora, entró en la vivienda y pronto se escuchó en el interior una voz furiosa, una voz ronca de antiguo soldado que lanzaba improperios; era la voz del señor, un ex capitán de infantería jubilado, Joseph Maramballe. Luego se escuchó un ruido de puertas cerradas con violencia, un ruido de sillas derribadas, un ruido de pasos agitados, luego nada, y después de algunos instantes Alexandre reapareció en el umbral de la puerta, sosteniendo con todas sus fuerzas a la señora Maramballe extenuada por el descenso de la escalera. Una vez que, no sin esfuerzo, ella estuvo instalada en la silla de ruedas, Alexandre pasó por detrás, agarró la barra doblada que servía para empujar el vehículo, y lo dirigió hacia la orilla del río.

Cruzaban así todos los días el pueblo en medio de los saludos respetuosos que los vecinos dirigían probablemente tanto al criado como a la señora, pues si ella era querida y respetada por todos, él, aquel viejo soldado de barba blanca, barba de patriarca, era considerado como un modelo de sirvientes.

El sol de julio caía intensamente sobre la calle, ahogando las bajas casas con su luz triste a fuerza de ser ardiente y cruda. Los perros dormían sobre las aceras en la línea de sombra junto a los muros, y Alexandre, resoplando un poco, apresuraba el paso con el fin de llegar lo antes posible a la avenida que conducía al río. La señora Maramballe dormitaba ya bajo su blanca sombrilla cuya punta abandonada iba, a veces, a apoyarse sobre el rostro impasible del hombre.


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Publicado el 4 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Algo de Mí Mismo

Rudyard Kipling


Biografía


PARA MIS AMIGOS CONOCIDOS Y DESCONOCIDOS

Capítulo 1. Una infancia

1865-1878

Dadme los seis primeros años de la vida
de un niño y tendréis el resto

Al mirar atrás desde éstos mis setenta años, tengo la impresión de que, en mi vida de escritor, todas las cartas me han tocado de tal modo que no he tenido más remedio que jugarlas como venían. Así pues, atribuyendo cualquier buena fortuna a Alá, de quien todo viene, doy comienzo:

Mi primer recuerdo es el de un amanecer, su luz y su color y el dorado y rojo de unas frutas a la altura de mi hombro. Debe de ser la memoria de los paseos matutinos por el mercado de frutas de Bombay, con mi aya y después con mi hermana en su cochecito, y de nuestros regresos con todas las compras apiladas en éste. Nuestra aya era portuguesa, católica romana que le rezaba —conmigo al lado— a una Cruz del camino. Meeta, el criado hindú, entraba a veces en pequeños templos hindúes en los que a mí, que no tenía aún edad para entender de castas, me cogía de la mano mientras me quedaba mirando a los dioses amigos, entrevistos en la penumbra.

A la caída de la tarde paseábamos junto al mar a la sombra de unos palmerales que se llamaban, creo, los Bosques de Mhim. Cuando hacía viento, se caían los grandes cocos y corríamos —mi aya con el cochecito de mi hermana y yo— a la seguridad de lo despejado. Siempre he sentido la amenaza de la oscuridad en los anocheceres tropicales, lo mismo que he amado el rumor de los vientos nocturnos entre las palmas o las hojas de los plátanos, y la canción de las ranas de árbol.


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178 págs. / 5 horas, 12 minutos / 233 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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