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El Golpe de Gracia

Ambrose Bierce


Cuento


La lucha había sido dura e incesante. Todos los sentidos lo atestiguaban: hasta el gusto de la batalla flotaba en el aire. Pero ya había terminado; sólo quedaba auxiliar a los heridos y enterrar a los muertos...; "limpiar un poco", como decía el humorista del pelotón de sepultureros. Era bastante lo que había que limpiar. Hasta donde abarcaba la vista dentro del bosque, entre los árboles descuajados, veíanse restos de hombres y caballos, entre los que se movían los camilleros recogiendo y transportando a los pocos que daban señales de vida. La mayor parte de los heridos habían muerto desangrados, cuando hasta el derecho de atenderlos se hallaba en disputa. Los heridos tenían que esperar, reglamentaban las ordenanzas del ejército. La mejor manera de cuidarlos es ganar la batalla. Debe admitirse que la victoria es una indudable ventaja para un hombre que necesita atención médica, pero muchos no viven para sacarle partido.

Los muertos eran puestos en hilera, en grupos de quince o veinte, mientras se cavaban las fosas que habían de recibirlos. A algunos, que estaban demasiado lejos, se les enterraba donde habían caído. Nadie se esforzaba demasiado por identificarlos, aunque en la mayoría de los casos los pelotones de enterradores que espigaban en el mismo terreno que contribuyeran a segar anotaban los nombres de los muertos victoriosos. A las bajas enemigas, ya era bastante que las contaran. Aunque esto tenía su compensación, porque a muchos los contaban varias veces; de ahí que el total que aparecía en el comunicado del comandante vencedor denotaba más bien una esperanza que un resultado.


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6 págs. / 11 minutos / 80 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Grande de España

Honoré de Balzac


Cuento


En el momento de la expedición emprendida en 1823—4 por el rey Luis XVIII para salvar a Fernando VII del régimen constitucional, yo me encontraba por casualidad en Tours, camino de España. La víspera de mi marcha, fui al baile en casa de una de las mujeres más amables de esta ciudad en la que, como es sabido, se divertían más que en ninguna otra capital de provincia; y poco antes del souper, pues se soupe aún en Tours, me uní a un grupo de tertulianos en medio del cual, un señor que me resultaba desconocido, contaba una aventura.

El orador, llegado muy tarde al baile, había cenado, según creo, en casa del recaudador general. Al entrar se había incorporado a una mesa de écarté; luego, tras haber pasado varias veces, para alegría de sus contrincantes cuyo equipo perdía, se había levantado, vencido por un subteniente de carabineros; y, para consolarse, había participado en una conversación sobre España, tema habitual de mil disertaciones.

Durante el relato, examiné con un interés involuntario el rostro y la persona del narrador. Era uno de esos seres de mil rostros que se parecen a tantos tipos que el observador queda indeciso, y no sabe si tiene que incluirlos entre las personas de genio modestas o entre los intrigantes subalternos. En primer lugar, estaba condecorado con la cinta roja; pero ese símbolo demasiado prodigado, ya no prejuzga nada a favor de nadie; tenía una chaqueta verde, y a mí no me gustan las chaquetas verdes en un baile, cuando la moda aconseja a todo el mundo llevar traje negro; además llevaba pequeñas hebillas metálicas en los zapatos, en lugar de lazos de seda; su pantalón era de un casimir horriblemente desgastado, y su corbata estaba mal puesta; en definitiva, vi que no le daba demasiada importancia al atuendo ¡podía ser un artista!


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12 págs. / 21 minutos / 241 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Hándicap de la Vida

Rudyard Kipling


Cuento


A
E.K.R. de R.K.
1887-89
C.M.G.

Prefacio

En India septentrional se alzaba un monasterio conocido bajo el nombre de Chubára de Dhunni Bhagat. Nadie recordaba quién ni qué había sido Dhunni Bhagat. Ese hombre había vivido su vida, había hecho algún dinero y lo había gastado todo, como cualquier buen hindú ha de hacer, en una obra piadosa: el Chubára. Estaba lleno de celdas de ladrillo, pintadas con amenas figuras de dioses, reyes y elefantes; allí los sacerdotes cansados podían sentarse a meditar sobre el fin último de las cosas; sus caminos también eran de ladrillo, y los pies descalzos de miles de personas los habían convertido en arroyuelos. Macizos de mangos brotaban de entre las grietas del suelo; grandes higueras de Bengala sombreaban la polea del pozo, que chirriaba durante todo el día, y un ejército de loros se perseguía entre los árboles. Cuervos y ardillas eran mansos en aquel lugar, porque sabían que ningún sacerdote los tocaría jamás.

Los mendigos errantes, los vendedores de amuletos y los vagabundos sagrados de cien millas a la redonda solían hacer del Chubára su lugar de reunión y descanso. Musulmanes, sijs e hindúes se mezclaban por igual bajo los árboles. Eran hombres viejos, y cuando un hombre ha llegado al umbral de la Noche, todos los credos del mundo le resultan una maravilla de semejanza y ausencia de color.


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355 págs. / 10 horas, 21 minutos / 137 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Híbrido

Franz Kafka


Cuento


Tengo un animal curioso mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mi padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco de la ventana se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. Dispara de los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina a los ratones. Horas y horas pasa al acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.

Lo alimento a leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente, es un gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.

Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano. Por qué hay un solo animal así, por qué soy yo el poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, como se llama, etcétera.

No me tomo el trabajo de contestar: me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas, no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino.


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1 pág. / 3 minutos / 601 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Hombre Lobo

María de Francia


Cuento


Puesto que he decidido contar lais, no quiero olvidarme de El hombre—lobo. Bisclavret es el nombre en bretón; los normandos lo llaman Garwaf (Garou). Se podía oír hace tiempo e incluso con frecuencia ocurría, que ciertos hombres se convertían en lobos y habitaban en los bosques. El hombre—lobo es bestia salvaje. Mientras está rabioso, devora hombres, produce grandes daños yendo y viniendo por la espesura. Pero dejemos este asunto. Os quiero hablar de uno de ellos en concreto.

Vivía en Bretaña un barón. De él he oído grandes alabanzas. Era bello y buen caballero, y se conducía noblemente. Era muy amigo de su señor y todos sus vecinos lo querían. Se había casado con una mujer de elevada alcurnia y agradable semblante. Él la amaba y ella le correspondía. Una cosa, no obstante, molestaba a la dama, y es que cada semana perdía a su esposo durante tres días enteros, sin saber qué le acontecía ni adónde iba. Ninguno de los suyos sabía nada tampoco.

En cierta ocasión en que volvía a su casa, alegre y contento, ella le ha interrogado:

—Señor, —le ha dicho—, hermoso y dulce amigo, desearía preguntaros una cosa, si me atreviera a ello, pero temo vuestra ira. ¡No hay cosa que más tema en el mundo!

Cuando él la hubo oído, la abrazó, la atrajo hacia sí y la besó.

—Señora, —dijo—, preguntad. No hay pregunta a la que yo no quiera responderos, si sé hacerlo.

Respondió ella:

—Por mi fe, ¡estoy salvada! ¡Señor, tengo tanto miedo los días en que os separáis de mí! Siento gran dolor en el corazón y tan gran temor de perderos que si no obtengo consuelo de inmediato, creo que voy a morir pronto. Decidme adónde vais, dónde os halláis, dónde permanecéis. A mi parecer, tenéis otro amor y, si es así, cometéis grave falta.

—Señora, por Dios, gran mal me vendría si os lo digo, pues os alejaría de mi amor y yo mismo me perdería.


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5 págs. / 10 minutos / 293 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Hombre que No Era Nadie

Edgar Wallace


Novela


1. Una carta misteriosa

Bien, ¡ya le has cazado! ¿Que piensas de él? Los labios delgados de August Javot esbozaron una cínica sonrisa, mientras contemplaba el espectáculo. La confusión reinaba en el pequeño gabinete; los muebles habían sido arrimados a las paredes, a fin de dejar a los bailarines un poco más de espacio. La mano de un borracho había arrancado un aplique eléctrico de un tabique, y un gran jarrón de lilas blancas había sido roto y arrojado al suelo, donde yacía, formando un montón de trozos de china y flores deshojadas. En un rincón de la estancia lanzaba sus notas mecánicas una pianos, y media docena de parejas se movían al compás de un pasodoble, dando pasos vacilantes entre una babel de risas y chillidos histéricos.

La hermosa muchacha que estaba al lado de August Javot paseó la mirada por la habitación; y detuvo los ojos en un joven enrojecido, que en aquel momento trataba de sostenerse en el aire con las manos apoyadas en la pared, animado por los ensordecedores gritos de otro, que parecía algo más sereno que el acróbata improvisado.

Alma Trebizond levantó ligerísimamente las cejas; y se volvió para mirar a Javot.

—No se puede escoger —dijo con aire de satisfacción—, ¿no le parece? Pero es un baronet del Reino Unido y tiene una renta de cuarenta mil libras al año.

—Y el collar de diamantes de los Tynewood —murmuró Javot—. Será una cosa original verte con cien mil libras en diamantes alrededor de tu lindo cuello, querida.

La muchacha lanzó un largo suspiro, como persona que se ha atrevido a mucho y que ha alcanzado más de lo que esperaba.

—Todo ha ido mejor de lo que yo creía —dijo, y añadió—: He puesto un anuncio en los periódicos.

Javot la miró fijamente. Era un hombre de rostro delgado, anguloso, algo calvo. Sus ojos parecían los de un halcón, cuando se volvió hacia la joven para observarla con seriedad.


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Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Horla

Guy de Maupassant


Cuento


8 de mayo

¡Qué hermoso día! He pasado toda la mañana tendido sobre la hierba, delante de mi casa, bajo el enorme plátano que la cubre, la resguarda y le da sombra. Adoro esta región, y me gusta vivir aquí porque he echado raíces aquí, esas raíces profundas y delicadas que unen al hombre con la tierra donde nacieron y murieron sus abuelos, esas raíces que lo unen a lo que se piensa y a lo que se come, a las costumbres como a los alimentos, a los modismos regionales, a la forma de hablar de sus habitantes, a los perfumes de la tierra, de las aldeas y del aire mismo.

Adoro la casa donde he crecido. Desde mis ventanas veo el Sena que corre detrás del camino, a lo largo de mi jardín, casi dentro de mi casa, el grande y ancho Sena, cubierto de barcos, en el tramo entre Ruán y El Havre.

A lo lejos y a la izquierda, está Ruán, la vasta ciudad de techos azules, con sus numerosas y agudas torres góticas, delicadas o macizas, dominadas por la flecha de hierro de su catedral, y pobladas de campanas que tañen en el aire azul de las mañanas hermosas enviándome su suave y lejano murmullo de hierro, su canto de bronce que me llega con mayor o menor intensidad según que la brisa aumente o disminuya.

¡Qué hermosa mañana!

A eso de las once pasó frente a mi ventana un largo convoy de navíos arrastrados por un remolcador grande como una mosca, que jadeaba de fatiga lanzando por su chimenea un humo espeso.

Después, pasaron dos goletas inglesas, cuyas rojas banderas flameaban sobre el fondo del cielo, y un soberbio bergantín brasileño, blanco y admirablemente limpio y reluciente. Saludé su paso sin saber por qué, pues sentí placer al contemplarlo.

11 de mayo

Tengo algo de fiebre desde hace algunos días. Me siento dolorido o más bien triste.


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27 págs. / 47 minutos / 146 visitas.

Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Jardín del Miedo

Robert E. Howard


Cuento


Antaño fui Hunwulf, el Vagabundo. No puedo explicar cómo conozco ese hecho por ningún medio oculto o esotérico, y tampoco lo intentaré. Un hombre recuerda su vida pasada; yo recuerdo mis vidas pasadas. Igual que un individuo normal recuerda las formas que adoptó en la infancia, la mocedad o la edad adulta, yo también recuerdo las formas que ha adoptado James Allison en eras olvidadas. Por qué me pertenece este recuerdo es algo que no puedo explicar, igual que no puedo explicar otra miríada de fenómenos de la naturaleza que diariamente se desarrollan ante mí y ante cualquier otro ser humano. Pero mientras yazgo esperando que la muerte me libere de mi larga enfermedad, veo con visión clara y segura el grandioso panorama de las vidas que ocupan el sendero detrás de mí. Veo los hombres que he sido, y veo las bestias que he sido.


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19 págs. / 34 minutos / 112 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Jardín del Profeta

Gibran Kahlil Gibran


Cuento


El regreso del Profeta

Almustafá, el elegido y bieñamado, el que era amanecer de su propio día, volvió a su isla natal, en el mes de Ticrén, el mes del recuerdo.

Y su barca se acercó al puerto,. mientras él permanecía en pie, en la proa, rodeado de su tripulación.

Y tenía una sensación de bienvenida en su corazón. Habló, y el mar resonó en su voz, y dijo:

Mirad, es la isla que me vio nacer. Desde allí me lancé al mundo, con una canción y un acertijo; una canción para los cielos, y una pregunta para la tierra. Y, ¿qué hay entre el cielo y la tierra que lleve la canción y conteste la pregunta, excepto nuestra propia pasión?

El mar me arroja una vez más a estas playas. No somos .sirio una ola más de sus olas. Nos empuja para que seamos su voz. Pero, ¿cómo serlo, a menos que rompamos la simetría de nuestro corazón en la roca y en la arena?

Porque esta es la ley de los marineros y del mar: si quieres ser libre, tienes qué ser como la niebla. Lo informe busca desde' siempre la forma, como las incontables nebulosas tienden a convertirse en soles y lunas; y nosotros, que hemos buscado tenazmente, volvemos ahora a ésta isla. Hemos de convertirnos una vez más en niebla, y tenemos que aprender el principio-de todas las cosas. ¿Para nacer; para vivir hay que romper y fragmentar un mundo?

Para siempre estaremos en busca de playas, para poder cantar, y que nos oigan. Pero, ¿qué decir de la ola que se rompe donde nadie puede oírla? Lo que no escuchamos en nosotros es lo que alimenta nuestro dolor más hondo. Sin embargo, también lo no escuchado, lo insólito, es lo que forma nuestra: alma, para hacer nuestro destino.

Entonces, uno de sus marineros dio un paso adelante, y le dijo:

Maestro, has capitaneado nuestras ansias de llegar a este puerto, y mira: ya hemos` arribado. Sin embargo, hablas de dolor y de corazones que se han de romper.


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29 págs. / 52 minutos / 422 visitas.

Publicado el 20 de diciembre de 2017 por Edu Robsy.

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