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Anécdota

Stendhal


Cuento


El señor Dauphin era un honrado oficial chusquero que enviudó. Quedó con una hija única a la que envió con la madre ***, abadesa en Normandía. La señorita Dauphin recibió una educación como hay pocas. Con su forma de ser, su belleza y todas sus gratas prendas se ganó el cariño y la estima de la madre abadesa de N. Como nada sabía aún del mundo e ignoraba a qué estaba renunciando, a la señorita Dauphin, criada en un convento, se le pasó por las mientes la idea de no salir nunca de él. Tenía dieciséis años. A los veinte, se arrepintió de lo que había elegido. La madre abadesa de *** escribió al señor Dauphin que, como su hija había renunciado al proyecto de hacerse monja, no podía tenerla más consigo. El señor Dauphin, muy apurado, le pidió consejo al señor De Bufevent, coronel de su regimiento, que le dijo que podía proponerle una solución. Escribió a su hermana, la madre De Bufevent, abadesa en las cercanías de Auxerre, que se hizo cargo de la señorita Dauphin de buen grado. Fue esta, pues, a Auxerre, pero ya no halló el temple afable de la abadesa de ***. La madre De Bufevent, monja a la fuerza, quería vengarse en las demás del hastío que la embargaba. Orgullosa y altanera, vio en la señorita Dauphin a una niña a quien podía convertir en esclava suya. La trató como a una chiquilla. Poco tiempo después a la madre De Bufevent la hicieron abadesa de Les Haies, cerca de Grenoble. Allí se llevó a la señorita Dauphin. Poco tiempo después, fue a dar una vuelta por casa del señor Dubour, primo suyo.


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2 págs. / 3 minutos / 160 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Angeline o la Casa Encantada

Émile Zola


Cuento


I

Hace cerca de dos años, iba en bicicleta por un camino desierto del lado de Orgeval, más allá de Poissy, cuando la brusca aparición de una vivienda a orillas del camino me sorprendió de tal forma que salté de la bicicleta para contemplarla mejor. Se trataba, bajo el cielo gris de noviembre y el viento frío que barría las hojas secas, de una casa de ladrillo sin gran personalidad, en medio de un vasto jardín plantado de árboles viejos. Pero lo que la hacía extraordinaria, con una rareza arisca que oprimía el corazón, era el horrible abandono en el que se encontraba. Y como un batiente de la reja estaba arrancado, como un enorme rótulo, desteñido por la lluvia, anunciaba que la propiedad estaba en venta, entré en el jardín, cediendo a una curiosidad mezclada de angustia y malestar.


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12 págs. / 22 minutos / 217 visitas.

Publicado el 20 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Ante la Ley

Franz Kafka


Cuento, Fábula


Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián , y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si mas tarde lo dejarán entrar.

—Tal vez — dice el centinela — pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta , como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

—Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno mas poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene mas esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta. Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:

—Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.


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1 pág. / 3 minutos / 568 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Antonia

Villiers de L'Isle Adam


Cuento


Íbamos a menudo a casa de la Duthé: allí hablábamos
de moral y otras veces hacíamos cosas peores.
—El Príncipe de Ligne

Antonia vertió agua helada en un vaso y puso en él su ramo de violetas de Parma:

—¡Adiós a las botellas de vino de España! —dijo.

E, inclinándose hacia un candelabro, encendió, sonriendo, un papelito liado con una pizca de phëresli; este movimiento hizo brillar sus cabellos, negros como el carbón.

Toda la noche habíamos estado bebiendo jerez. Por la ventana, abierta sobre los jardines de la villa, oíamos el rumor de las hojas.

Nuestros bigotes estaban perfumados con sándalo, y, también, Antonia nos dejaba coger las rosas rojas de sus labios con un encanto a la vez tan sincero que no despertaba ningún tipo de celos. Alegre, se contemplaba luego en los espejos de la sala; cuando se volvía hacia nosotros, con aires de Cleopatra, era para verse en nuestros ojos.

En su joven seno había un medallón de oro mate, con sus iniciales en pedrería, sujeto con una cinta de terciopelo negro.

—¿Símbolo de luto? Ya no lo amas.

Y como la abrazaran, ella dijo:

—¡Vean!

Separó con sus finas uñas el cierre de la misteriosa joya: el medallón se abrió. Allí dormía una sombría flor de amor, un pensamiento, artísticamente trenzado con cabellos negros.

—¡Antonia!… según esto, ¿tu amante debe ser algún joven salvaje encadenado por tus malicias?

—¡Un cándido no daría, tan ingenuamente, semejantes muestras de ternura!

—¡No está bien mostrarlo en momentos de placer!

Antonia estalló en una carcajada tan primorosa, tan gozosa, que tuvo que beber, precipitadamente, entre sus violetas, para no ahogarse.

—¿No es necesario tener cabellos en un medallón?… ¿cómo testimonio?… —dijo ella.

—¡Naturalmente! ¡Sin duda!


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1 pág. / 1 minuto / 69 visitas.

Publicado el 20 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Aparición

Guy de Maupassant


Cuento




Se hablaba de secuestros a raíz de un reciente proceso. Era al final de una velada íntima en la rue de Grenelle, en una casa antigua, y cada cual tenía su historia, una historia que afirmaba que era verdadera.

Entonces el viejo marqués de la Tour-Samuel, de ochenta y dos años, se levantó y se apoyó en la chimenea. Dijo, con voz un tanto temblorosa:

Yo también sé algo extraño, tan extraño que ha sido la obsesión de toda mi vida. Hace ahora cincuenta y seis años que me ocurrió esta aventura, y no pasa ni un mes sin que la reviva en sueños. De aquel día me ha quedado una marca, una huella de miedo, ¿entienden? Sí, sufrí un horrible temor durante diez minutos, de una forma tal que desde entonces una especie de terror constante ha quedado para siempre en mi alma. Los ruidos inesperados me hacen sobresaltar hasta lo más profundo; los objetos que distingo mal en las sombras de la noche me producen un deseo loco de huir. Por las noches tengo miedo.

¡Oh!, nunca hubiera confesado esto antes de llegar a la edad que tengo ahora. En estos momentos puedo contarlo todo. Cuando se tienen ochenta y dos años está permitido no ser valiente ante los peligros imaginarios. Ante los peligros verdaderos jamás he retrocedido, señoras.

Esta historia alteró de tal modo mi espíritu, me trastornó de una forma tan profunda, tan misteriosa, tan horrible, que jamás hasta ahora la he contado. La he guardado en el fondo más íntimo de mí, en ese fondo donde uno guarda los secretos penosos, los secretos vergonzosos, todas las debilidades inconfesables que tenemos en nuestra existencia.

Les contaré la aventura tal como ocurrió, sin intentar explicarla. Por supuesto es explicable, a menos que yo haya sufrido una hora de locura. Pero no, no estuve loco, y les daré la prueba. Imaginen lo que quieran. He aquí los hechos desnudos.

Fue en 1827, en el mes de julio. Yo estaba de guarnición en Ruán.


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7 págs. / 13 minutos / 316 visitas.

Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Arrepentimiento

Guy de Maupassant


Cuento


I

El señor Saval acaba de levantarse. Llueve. Es un triste día de otoño; las hojas caen lentamente con la lluvia, formando también una lluvia más apretada y más lenta. El señor Saval no está satisfecho. Va de la chimenea a la ventana y de la ventana a la chimenea. La vida tiene días tristes, y para el señor Saval en adelante solo tendrá días tristes, porque ha cumplido sesenta y dos años. Está solo, soltero, sin familia, sin nadie que se interese por él. ¡Es muy triste morir aislado sin dejar un afecto profundo!

Piensa en su vida sin encantos y sin atractivos. Y recuerda en el pasado, en su niñez lejana, la casa paterna, el colegio, las vacaciones, la universidad. Luego, la muerte de su padre.

Vive con su madre; viven los dos, el joven y la vieja, tranquilamente, sin desear nada. Pero la madre muere también. ¡Qué triste vida! Y el hijo queda solo. Envejece y morirá cualquier día. Desapareciendo él, todo habrá terminado; todo, ni rastro de Pablo Saval sobre la tierra. ¡Qué terrible cosa! Y otros vivirán, amarán, reirán. Sí, habrá siempre quien se divierta, y él no se divierte nunca. Es raro que se pueda reír y estar alegre con la certeza de la muerte. Si la muerte fuera solo probable, aún habría esperanza; pero no, es tan segura como la noche después del día.


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5 págs. / 10 minutos / 173 visitas.

Publicado el 4 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Arthur Jermyn

H.P. Lovecraft


Cuento


I

La vida es algo espantoso; y desde el trasfondo de lo que conocemos de ella asoman indicios demoníacos que la vuelven a veces infinitamente más espantosa. La ciencia, ya opresiva en sus tremendas revelaciones, será quizá la que aniquile definitivamente nuestra especie humana —si es que somos una especie aparte—; porque su reserva de insospechados horrores jamás podrá ser abarcada por los cerebros mortales, en caso de desatarse en el mundo. Si supiéramos qué somos, haríamos lo que hizo Arthur Jermyn, que empapó sus ropas de petróleo y se prendió fuego una noche. Nadie guardó sus restos carbonizados en una urna, ni le dedicó un monumento funerario, ya que aparecieron ciertos documentos, y cierto objeto dentro de una caja, que han hecho que los hombres prefieran olvidar. Algunos de los que lo conocían niegan incluso que haya existido jamás.

Arthur Jermyn salió al páramo y se prendió fuego después de ver el objeto de la caja, llegado de África. Fue este objeto, y no su raro aspecto personal, lo que lo impulsó a quitarse la vida. Son muchos los que no habrían soportado la existencia, de haber tenido los extraños rasgos de Arthur Jermyn; pero él era poeta y hombre de ciencia, y nunca le importó su aspecto físico. Llevaba el saber en la sangre; su bisabuelo, el barón Robert Jermyn, había sido un antropólogo de renombre; y su tatarabuelo, Wade Jermyn, uno de los primeros exploradores de la región del Congo, y autor de diversos estudios eruditos sobre sus tribus animales, y supuestas ruinas. Efectivamente, Wade estuvo dotado de un celo intelectual casi rayano en la manía; su extravagante teoría sobre una civilización congoleña blanca le granjeó sarcásticos ataques, cuando apareció su libro, Reflexiones sobre las diversas partes de África. En 1765, este intrépido explorador fue internado en un manicomio de Huntingdon.


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12 págs. / 21 minutos / 200 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Artículos de Exportación

Marcel Schwob


Cuento


Estaba terminando los ecos de sociedad de la Mode des Batignolles cuando vi entrar a un estirado personaje pálido y descarnado que dejó su sombrero en el suelo deslizando dentro un fajo de hojas manuscritas. Murmuró: «Usted escribe un periódico sobre moda, ¿no es así?». Le respondí que de momento nuestro equipo de redacción estaba al completo.

Así que recogió su sombrero y sus papelotes con aire de resignación, se dirigió hacia la puerta y posó la mano sobre el pomo, como si fuera a salir, pero entonces se volvió hacia mí y balbuceó con un tono suplicante: «Sólo le ruego que me diga si tienen ustedes lectores suscritos en el archipiélago de Pomotou».

Consulté el registro y leí:

—Diez medio-suscripciones, dieciocho tercios, treinta y dos cuartos, setenta y dos octavos.

—¿Pero acaso sus habitantes no están enteros? —preguntó, inquieto.

—Sí —le respondí—, pero es que se suscriben en grupo.

Lanzó un suspiro de alivio y prosiguió suavemente: «Trabajo en la exportación. He traído aquí artículos sobre un sombrero-gamba con doble velo, uno para la cara y el otro para el falso moño; un anuncio para un nueva ballena de corsé desmontable, y un corsé con doble fondo que puede servir también de billetera, de porta-cartas y de buzón; un reportaje sobre unos aros articulados con un muelle en espiral para agrandar los senos de las damas cuando se sientan; un estudio a favor de un estupendo invento: falsos pechos de plástico utilizables como biberones en los cuales se puede introducir cualquier preparado que sustituya ventajosamente la leche materna durante la primera infancia… ¿Cree usted que estos artículos podrían tener éxito en Pomotou?».

Comencé a hacer un gesto pero me interrumpió:


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4 págs. / 8 minutos / 74 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Asnoglobina

Gustav Meyrink


Cuento


Mote: Dulce et decorum est pro patria morí

I

El profesor Domiciano Lacarraca, bacteriólogo de fama mundial, había hecho un descubrimiento científico de proyecciones incalculables; tal era el rumor que corría de boca en boca, de periódico a periódico.

—Se espera una reforma del ejército, tal vez una subversión completa de todo lo existente en este orden; si no fuera esto, ¿por qué tendría el Ministro de la Guerra tanta prisa en citar al sabio en su despacho, eh? —se decía en todas partes.

Y más aún, cuando salió a relucir que en las Bolsas se habían formado ya sindicatos secretos para la explotación del invento, que le adelantaban al profesor Lacarraca una importante cantidad para facilitarle un indispensable viaje de estudio a… Borneo, entonces la marea de comentarios se desató como para nunca acabar.

—… Pero, vamos, ¿qué tiene que ver Borneo con el Ministro de la Guerra? —dijo gesticulando el señor Vesicálculo, honorable miembro de la Bolsa y pariente del sabio, cuando le hicieron una entrevista—. ¡¿¡Qué tiene que ver!?! Y, además, ¿dónde está la dichosa Borneo?

Al día siguiente todos los diarios publicaron las simpáticas palabras del financiero de amplias miras, añadiendo que un experto del gobierno norteamericano, Mr. G. R. S. Slyfox M. D. y F. R. S., acababa de ser recibido en audiencia por el profesor Lacarraca.

La curiosidad del público asumió entonces caracteres de fiebre.


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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Aurelia o el Sueño y la Vida

Gérard de Nerval


Cuento


Primera parte

I

El sueño es una segunda vida. No he podido penetrar sin estremecerme en esas puertas de marfil o de cuerno que nos separan del mundo invisible. Los primeros instantes de sueño son la imagen de la muerte; un entorpecimiento nebuloso se apodera de nuestro pensamiento y no podemos determinar el instante preciso en que el yo, bajo otra forma, continúa la obra de la existencia. Es un subterráneo vago que se ilumina poco a poco, donde se desprenden de la sombra y la noche las pálidas figuras gravemente inmóviles que habitan la mansión de los limbos. Luego, el cuadro se forma, una claridad nueva ilumina y pone en juego esas apariciones extravagantes; el mundo de los espíritus se abre para nosotros.

Swedenborg llamaba a estas visiones Memorabilia, las debía al ensueño con más frecuencia que al sueño; El asno de oro, de Apuleyo, La Divina Comedia, de Dante, son los modelos poéticos de esos estudios del alma humana. Voy a tratar de transcribir, a su ejemplo, las impresiones de una larga enfermedad que sucedió totalmente en los misterios de mi espíritu; y no sé por qué me sirvo del término enfermedad, pues jamás, por lo que toca a mí mismo, me he sentido de mejor salud. A veces, creía mi fuerza y mi actividad redobladas; me parecía saberlo todo y comprenderlo todo; la imaginación me aportaba delicias infinitas. ¿Al recobrar lo que los hombres llaman la razón, habrá que lamentar haberlas perdido?…


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65 págs. / 1 hora, 55 minutos / 506 visitas.

Publicado el 18 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

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