Textos peor valorados publicados por Edu Robsy no disponibles publicados el 13 de febrero de 2017 | pág. 2

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editor: Edu Robsy textos no disponibles fecha: 13-02-2017


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La Marquesa de Gange

Marqués de Sade


Novela


El relato que ofrecemos al lector no es una novela; son crudos hechos que se hallan en el libro Procesos famosos. Por toda Europa se extendió el eco de una historia tan lamentable. ¿Quién no sintió escalofríos? ¿Qué alma sensible no derramó lágrimas sin fin?

Pero ¿por qué no coincide nuestra narración con la que nos transmitieron aquellas Memorias? Esta es la razón, amigo lector: quien escribió los Procesos famosos no conocía todos los detalles, faltaba mucho en las Memorias donde se inspiró. Por ello, mejor documentados, hemos podido narrar los lamentables hechos con mayor amplitud de la que pudo darle quien se vio obligado a disponer de un muy reducido caudal de información.

No obstante, alguien se preguntará: ¿por qué escribimos con un estilo novelesco? Porque así lo requieren los hechos; la trágica historia que sucedió realmente resultó novelesca hasta un extremo y la hubiéramos desfigurado, si le hubiéramos disminuido este aspecto, aunque podemos asegurar que tampoco le añadimos sombras a lo sucedido. El cielo es testigo de que no hemos pintado un cuadro más negro que la realidad. Ello no sería posible, aunque alguien lo intentara.

Afirmamos, pues, solemnemente que no hemos cambiado la realidad de los hechos; rebajar el sentido trágico habría sido contrario a nuestros intereses; aumento significaría atraer sobre nosotros la maldición que recae sobre los monstruos que cometen iniquidades y sus cronistas.


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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Preceptor Filosófico

Marqués de Sade


Cuento


De todas las ciencias que se inculcan a un niño cuando se trabaja en su educación, los misterios del cristianismo, aun siendo sin duda una de las materias más sublimes de esta educación, no son, sin embargo, las que se introducen con mayor facilidad en su joven espíritu. Persuadir, por ejemplo, a un muchacho de catorce o quince años de que Dios padre y Dios hijo no son sino uno, que el hijo es consustancial a su padre y que el padre lo es al hijo, etc., todo esto, por necesario que sea no obstante para la felicidad de la vida es más difícil de hacer comprender que el álgebra y cuando se quiere tener éxito, uno se ve obligado a emplear ciertas equivalencias físicas, ciertas explicaciones materiales que, por desproporcionadas que sean, facilitan, sin embargo, a un muchacho la comprensión de la misteriosa materia.

Nadie estaba tan plenamente convencido de este método como el padre Du Parquet, preceptor del condesito de Nerceuil, que tenía unos quince años de edad y el rostro más hermoso que fuera posible contemplar.

—Padre —decía día tras día el joven conde a su precepto—, de verdad que la consustancialidad está por encima de mis fuerzas, me es absolutamente imposible concebir que dos personas puedan convertirse en una sola: aclaradme ese misterio, os lo suplico, o ponedlo al menos a mi alcance.

El virtuoso eclesiástico, deseoso de tener éxito en su educación, contento de poder facilitar a su discípulo todo aquello que un día pudiera hacer de él un hombre de provecho, ideó un procedimiento bastante satisfactorio para allanar las dificultades que hacían cavilar al conde, y este procedimiento, tomado de la naturaleza necesariamente tenía que resultar bien. Hizo venir a su casa a una jovencita de trece a catorce años y tras asesorarla convenientemente la unió a su joven discípulo.


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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Resucitado

Marqués de Sade


Cuento


Los filósofos dan menos crédito a los aparecidos que a ninguna otra cosa; si, no obstante el extraordinario hecho que voy a relatar, suceso respaldado por la firma de varios testigos y registrado en archivos respetables, este suceso, repito, gracias a todos estos títulos y a los visos de autenticidad que tuvo en su momento, puede resultar digno de crédito, será preciso, a pesar del escepticismo de nuestros estoicos, convenir en que si bien no todos los cuentos de resucitados son ciertos sí que contienen, al menos, elementos realmente extraordinarios.

La corpulenta señora Dallemand, a la que todo París conocía en aquel tiempo como mujer alegre, cordial, ingenua y de agradable trato, vivía desde que se había quedado viuda, hacía más de veinte años, con un tal Ménou, hombre de negocios que habitaba cerca de Saint-Jeanen-Gréve. La señora Dallemand se hallaba cenando un día en casa de una tal señora Duplatz, mujer de carácter y medio social muy parecidos al suyo, cuando a la mitad de una partida que habían iniciado después de levantarse de la mesa un criado rogó a la señora Dallemand que pasara a una habitación contigua, pues una persona amiga suya deseaba hablarle en seguida de un asunto tan urgente como esencial; la señora Dallemand le contesta que espere, que no quiere echar a perder su partida; el criado vuelve de nuevo a insistir de tal manera que la dueña de la casa es la primera en obligar a la señora Dallemand a ir a ver lo que quieren de ella. Sale y se encuentra con Menou.

—¿Qué asunto tan urgente —le pregunta— puede obligaros a molestarme de esta forma viniendo a una casa en la que ni siquiera saben quién sois?

—Un asunto de vida o muerte, señora —contesta el agente de cambio—, y podéis estar segura de que había de ser como os digo para poder obtener el permiso de Dios y venir a hablar con vos por última vez en mi vida…


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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Presidente Burlado

Marqués de Sade


Cuento


Entretanto, el señor de Fontanis, tras el aseo que no hizo sino realzar el brillo de sus sexagenarios encantos, con unas inyecciones de agua de rosas y de lavanda, que en este caso no eran precisamente ornamentos ambiciosos, como dice Horacio, después de todo esto, y tal vez de algunas otras precauciones que no han llegado a nuestro conocimiento, fue a hacer acto de presencia a casa de su amigo, el anciano barón. Se abre la puerta de par en par, se le anuncia y el presidente pasa adentro. Por desgracia para él, las dos hermanas y el conde de d’Olincourt estaban divirtiéndose juntos como verdaderos niños en un rincón de la sala, y cuando apareció esta figura, por más que se esforzaron, les fue imposible evitar tal carcajada que la grave compostura de magistrado provenzal se vio prodigiosamente alterada; largo tiempo había ensayado delante de un espejo su reverencia de presentación y la estaba repitiendo bastante pasablemente cuando la desafortunada carcajada que profirieron nuestros jóvenes casi hizo que el presidente permaneciera curvado en forma de arco mucho más tiempo del que había previsto; se alzó, no obstante; una severa mirada del barón a sus tres hijos les hizo recobrar la seriedad y el respeto y empezó la conversación.


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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Crueldad Fraterna

Marqués de Sade


Cuento


Nada es tan sagrado en una familia como el honor de sus miembros, pero si ese tesoro llega a empañarse, por precioso que sea, aquellos a quienes importa su defensa, ¿deben ejercerla aun a costa de cargar ellos mismos con el vergonzoso papel de perseguidores de las desdichadas criaturas que les ofenden? ¿No sería más razonable compensar de alguna otra forma las torturas que infligen a sus víctimas y también esa herida, a menudo quimérica, que se lamentan de haber recibido? En fin, ¿quién es más culpable a los ojos de la razón? ¿Una hija débil o traicionada o un padre cualquiera que por erigirse en vengador de una familia se convierte en verdugo de la desventurada? El suceso que vamos a relatar a nuestros lectores tal vez aclarará la cuestión.

El conde de Luxeuil, teniente general, hombre de unos cincuenta y seis a cincuenta y siete años, regresaba en una silla de posta de una de sus posesiones en Picardía cuando, al pasar por el bosque de Compiégne, a las seis de la tarde más o menos, a fines de noviembre, oyó unos gritos de mujer que le parecieron proceder de las inmediaciones de una de las carreteras próximas al camino real que atravesaba; se detiene y ordena al ayuda de cámara que cabalgaba junto al carruaje que vaya a ver de qué se trata. Le contesta que es una joven de dieciséis a diecisiete años, bañada en su propia sangre, sin que, no obstante, sea posible saber dónde están sus heridas y que ruega que la socorran; el conde se apea él mismo en seguida y corre hacia la infortunada, debido a la oscuridad no le resulta tampoco fácil averiguar de dónde procede la sangre que derrama, pero por las respuestas que le da, advierte al fin que está sangrando por las venas de los brazos.


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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Nuestro Corazón

Guy de Maupassant


Novela


Primera parte

Capítulo I

Un día, Massival, el músico, el célebre autor de Rébecca, ese mismo autor al que llevaban ya quince años llamando «el joven e ilustre maestro», dijo a su amigo André Mariolle:

—¿Por qué no has intentado nunca que te presentasen a Michèle de Burne? Te aseguro que es una de las mujeres más interesantes del nuevo París.

—Pues porque no me siento yo nada hecho para ese ambiente en que ella se mueve.

—Te equivocas, querido amigo. Tiene una tertulia muy actual, muy animada y muy artista. En su salón se interpreta una música excelente y se charla tan a gusto como en los mejores corrillos del siglo pasado. Te tendrían en mucho, primero porque tocas el violín a la perfección; luego porque se habla muy bien de ti en esa casa; y, finalmente, porque tienes fama de no ser un hombre corriente y de no prodigar tu presencia.

Halagado, pero resistiéndose aún y dando por hecho, además, que a tan apremiante solicitud no era ajena la joven señora de Burne, Mariolle soltó un: «¡Bah! No tengo mayor interés» en el que el desdén deliberado se mezclaba con un asentimiento que ya era un hecho.

Massival siguió diciendo:

—¿Quieres que te presente yo allí un día de éstos? Si es que, además, ya la conoces por lo que te contamos todos nosotros, que somos íntimos suyos y hablamos de ella muchas veces. Es una mujer pero que muy guapa, de veintiocho años, de lo más inteligente, y que no se quiere volver a casar porque en su primer matrimonio fue muy desgraciada. Ha convertido su casa en un lugar de encuentro para hombres de trato agradable. No hay demasiados caballeros de cenáculos o de buena sociedad. Sólo los imprescindibles para crear ambiente… Estará encantada de que te lleve por allí y de conocerte.

Mariolle, vencido, contestó:

—¡Está bien! Un día de éstos.


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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

A la Deriva

Joris-Karl Huysmans


Novela corta


I

El camarero se puso la mano izquierda en la cadera, apoyó la derecha en el respaldo de una silla, se balanceó sobre un pie y frunciendo los labios dijo:

—Bueno, eso depende del gusto de cada cual; yo que usted pediría Roquefort.

—Está bien, tráigame Roquefort.

Y el señor Jean Folantin, sentado a una mesa atestada de platos, en los que fraguaban restos de comida, y de botellas vacías, que dejaban un marchamo azul en el mantel, hizo una mueca, en la certeza de que iba a comerse un queso lamentable; sus expectativas no fueron defraudadas; el camarero trajo una especie de puntilla blanca, jaspeada de índigo, conspicuamente recortada en un jabón de Marsella panificado.

El Sr. Folantin mordisqueó aquel queso, plegó su servilleta, se levantó, y su espalda fue saludada por el camarero, que cerró la puerta.

Una vez fuera, el Sr. Folantin abrió el paraguas y apretó el paso. A las afiladas lamas de frío, que cortaban la nariz y las orejas como una navaja de afeitar, habían sucedido unos carámbanos fluidos. El invierno, que castigaba a París desde hacía tres días, se dejaba ir, y las nieves, mermadas en aguas, fluían murmurando desde un cielo hinchado como si estuviera colmado de agua.

El Sr. Folantin galopaba pensando en el fuego que había dejado encendido en su casa antes de ir a nutrirse al restaurante.

A decir verdad, no dejaba de albergar sus miedos; excepcionalmente, aquella tarde, la pereza le había impedido reedificar de arriba abajo el fuego preparado por el portero. «Es tan incómodo de manejar el coque», iba pensando; subió de cuatro en cuatro las escaleras, entró y no vio ni un asomo de llama en la chimenea.


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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Estratagema del Amor

Marqués de Sade


Cuento


De todos los extravíos de la naturaleza, el que más ha hecho cavilar, el que más extraño ha parecido a esos pseudofilósofos que quieren analizarlo todo sin entender nunca nada —comentaba un día a una de sus mejores amigas la señorita de Villeblanche, de la que pronto tendremos ocasión de ocuparnos— es esa curiosa atracción que mujeres de una determinada idiosincrasia o de un determinado temperamento han sentido hacia personas de su mismo sexo. Y, aunque mucho antes de la inmortal Safo, y después de ella, no ha habido una sola región del universo, ni una sola ciudad, que no nos haya mostrado a mujeres de ese capricho, y, por tanto, ante pruebas tan contundentes, parecería más razonable, antes que acusar a esas mujeres de un crimen contra la naturaleza, acusar a ésta de extravagancia; con todo, nunca se ha dejado de censurarlas y, sin el imperioso ascendiente que siempre tuvo nuestro sexo, quién sabe si un Cujas, un Bartole o un Luis IX no habrían concebido la idea de condenar también al fuego a esas sensibles y desventuradas criaturas, como bien se cuidaron de promulgar leyes contra los hombres que, propensos al mismo tipo de singularidad y con razones tan igualmente convincentes, han creído bastarse entre ellos y han opinado que la unión de los sexos, tan útil para la propagación, podía muy bien no ser de tanta importancia para el placer. Dios no quiera que nosotras tomemos partido alguno en todo ello…, ¿verdad, querida? —continuaba la hermosa Agustina de Villeblanche, mientras daba a su amiga besos un tanto delatadores—.


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13 págs. / 23 minutos / 158 visitas.

Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Juliette o las Prosperidades del Vicio

Marqués de Sade


Novela


Primera parte

Justine y yo fuimos educadas en el convento de Panthemont. Ustedes ya conocen la celebridad de esta abadía, y saben que, desde hace muchos años, salen de ella las mujeres más bonitas y más libertinas de París. Es este convento tuve como compañera a Euphrosine, esa joven cuyas huellas quiero seguir y quien, viviendo cerca de la casa de mis padres, había abandonado la suya para arrojarse en brazos del libertinaje; y como de ella y de una religiosa amiga suya fue de quienes recibí los primeros principios de esta moral que han visto con asombro en mí, siendo tan joven, por los relatos de mi hermana, me parece que, antes de nada, debo hablaros de la una y de la otra… contaros exactamente estos primeros momentos de mi vida en los que, seducida, corrompida por estas dos sirenas, nació en el fondo de mi corazón el germen de todos los vicios.


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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

¡Que me engañen siempre así!

Marqués de Sade


Cuento


Hay pocos seres en el mundo tan libertinos como el cardenal de…, cuyo nombre, teniendo en cuenta su todavía sana y vigorosa existencia, me permitiréis que calle. Su Eminencia tiene concertado un arreglo, en Roma, con una de esas mujeres cuya servicial profesión es la de proporcionar a los libertinos el material que necesitan como sustento de sus pasiones; todas las mañanas le lleva una muchachita de trece o catorce años, todo lo más, pero con la que monseñor no goza más que de esa incongruente manera que hace, por lo general, las delicias de los italianos, gracias a lo cual la vestal sale de las manos de Su Ilustrísima poco más o menos tan virgen como llegó a ellas, y puede ser revendida otra vez como doncella a algún libertino más decente. A aquella matrona, que se conocía perfectamente las máximas del cardenal, no hallando un día a mano el material que se había comprometido a suministrar diariamente, se le ocurrió hacer vestir de niña a un guapísimo niño del coro de la iglesia del jefe de los apóstoles; le peinaron, le pusieron una cofia, unas enaguas y todos los atavíos necesarios para convencer al santo hombre de Dios. No le pudieron prestar, sin embargo, lo que le habría asegurado verdaderamente un parecido perfecto con el sexo al que tenía que suplantar, pero este detalle preocupaba poquísimo a la alcahueta… «En su vida ha puesto la mano en ese sitio —comentaba ésta a la compañera que la ayudaba en la superchería—; sin ninguna duda explorará única y exclusivamente aquello que hace a este niño igual a todas las niñas del universo; así, pues, no tenemos nada que temer…».

Pero la comadre se equivocaba. Ignoraba sin duda que un cardenal italiano tiene un tacto demasiado delicado y un paladar demasiado exquisito como para equivocarse en cosas semejantes; comparece la víctima, el gran sacerdote la inmola, pero a la tercera sacudida:


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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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