Estaba frente a la ventana silbando una canción sobre Ana…
—Ernest Hornung
I
Un duende con dolor de muela —parecía una calumnia sobre este ser que
tiene a su servicio tantos brujos y brujas, que pudiera devorar
barriles de azúcar sin ningún peligro; pero era cierto, era verdad—, un
duende pequeño y triste estaba sentado al lado de una estufa fría, que
hacía tiempo que había olvidado el fuego. Meneando rítmicamente su
despeinada cabeza, aguantaba la mejilla amarrada con un trapo, se
quejaba lastimoso, como un niño; en sus ojos, rojos y turbios, latía el
sufrimiento.
Estaba lloviendo. Entré a esta casa abandonada para escampar y lo vi; se le olvidó que tenía que desaparecer…
—Ahora da lo mismo —dijo él con voz parecida a la voz de un loro,
cuando el pájaro está en gracia—, de todas formas, nadie creerá que me
viste.
Después de hacer con mis dedos, por si acaso, los cuernos de caracol, o sea “jettatura”, le respondí:
—No temas. No recibirás de mí ningún tiro con moneda de plata, ni conjuros complicados. …Pero la casa está vacía.
—Y, oh. Sin embargo, es tan difícil dejarla —objetó el pequeño
duende—. Atiéndeme. De acuerdo, te lo contaré. De todas formas me duele
la muela. Hablando me siento mejor. Mucho mejor… oh. Cariño, fue sólo
una hora, y por eso estoy trabado aquí. Tengo que comprender, sabes, qué
fue lo que pasó y por qué. Pero los míos, los míos —suspiró
sollozando—. Los míos, bueno, mejor dicho, los nuestros, hace tiempo
están peinando colas de caballos del otro lado de las montañas desde que
se fueron de aquí, pero yo no puedo porque tengo que comprender.
Información texto 'El Duende Conversador'