Textos más populares este mes publicados por Edu Robsy no disponibles | pág. 13

Mostrando 121 a 130 de 2.175 textos encontrados.


Buscador de títulos

editor: Edu Robsy textos no disponibles


1112131415

La Isla Misteriosa

Julio Verne


Novela


I. LOS NÁUFRAGOS DEL AIRE

1. Un globo a la deriva

—¿Remontamos?

—¡No, al contrario, descendemos!

—¡Mucho peor, señor Ciro! ¡Caemos!

—¡Vive Dios! ¡Arrojad lastre!

—Ya se ha vaciado el último saco.

—¿Se vuelve a elevar el globo?

—No.

—¡Oigo un ruido de olas!

—¡El mar está debajo de la barquilla!

—¡Y a unos quinientos pies!

Entonces una voz potente rasgó los aires y resonaron estas palabras:

—¡Fuera todo lo que pesa! ¡Todo! ¡Sea lo que Dios quiera!

Estas palabras resonaron en el aire sobre el vasto desierto de agua del Pacífico, hacia las cuatro de la tarde del día 23 de marzo de 1865.

Seguramente nadie ha olvidado el terrible viento del nordeste que se desencadenó en el equinoccio de aquel año y durante el cual el barómetro bajó setecientos diez milímetros. Fue un huracán sin intermitencia, que duró del 18 al 26 de marzo. Produjo daños inmensos en América, en Europa, en Asia, en una ancha zona de 1.800 millas, que se extendió en dirección oblicua al Ecuador, desde el trigésimo quinto paralelo norte hasta el cuadragésimo paralelo sur. Ciudades destruidas, bosques desarraigados, países devastados por montañas de agua que se precipitaban como aludes, naves arrojadas a la costa, que los registros del Bureau-Veritas anotaron por centenares, territorios enteros nivelados por las trombas que arrollaban todo lo que encontraban a su paso, muchos millares de personas aplastadas o tragadas por el mar; tales fueron los testimonios que dejó de su furor aquel huracán, que fue muy superior en desastres a los que asolaron tan espantosamente La Habana y Guadalupe, uno el 25 de octubre de 1810, otro el 26 de julio de 1825.


Información texto

Protegido por copyright
614 págs. / 17 horas, 55 minutos / 3.536 visitas.

Publicado el 17 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Edgar Poe y sus Obras

Julio Verne


Crítica, Biografía


I

Escuela de lo extraño - Edgard Poe y el señor Baudelaire - La existencia miserable del novelista - Su muerte - Anne Radcliff, Hoffmann y Poe - Historias extraordinarias - Doble asesinato en la calle Morgue - Curiosa asociación de ideas - Interrogatorio de testigos - El autor del crimen - El marinero maltés

He aquí, mis estimados lectores, un novelista americano de alta reputación; ustedes conocen su nombre, muchos probablemente, pero pocos su obra. Permítanme por consiguiente contarles sobre el hombre y su obra; ambos ocupan un importante lugar en la historia de la imaginación, porque Poe ha creado un género aparte, que solo procede de él mismo, y del cual me parece que se ha llevado el secreto; se le pudiera identificar como el fundador de la escuela de lo extraño; ha hecho retroceder los límites de lo imposible; él tendrá imitadores. Éstos intentarán ir más allá, de exagerar su estilo; más de uno creerá que le sobrepasará, pero no logrará ni siquiera igualarlo.

Les diré en primer lugar que un crítico francés, el señor Charles Baudelaire, ha escrito, delante de su traducción de las obras de Edgard Poe un prólogo no menos extraño que la propia obra. Quizás este prólogo requeriría a su vez algunos comentarios aclaratorios. Sea como sea, se ha hablado de él en el mundo de las letras; se han fijado en él, y con razón: el señor Charles Baudelaire era digno de explicar al autor americano a su manera y yo no le desearía al autor francés otro comentarista de sus obras presentes y futuras que un nuevo Edgard Poe. Ambos fueron hechos para comprenderse. Además, la traducción del señor Baudelaire es excelente y le tomaré prestado los pasajes citados en el presente artículo.


Información texto

Protegido por copyright
42 págs. / 1 hora, 13 minutos / 299 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Novela de la Momia

Théophile Gautier


Novela


Señor Ernest Feydeau

Le dedico este libro, que por derecho le pertenece; al permitirme acceder a su erudición y a su biblioteca, me ha hecho creer usted que yo era sabio y que conocía el antiguo Egipto lo bastante para poder describirlo; siguiendo sus pasos, me he paseado por los templos, los palacios, los hipogeos, por la ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos; usted levantó ante mí el velo de la misteriosa Isis y resucitó una gigantesca civilización desaparecida. La historia es suya, la novela mía; sólo he tenido que engastar con mi estilo, como con el cemento de un mosaico, las piedras preciosas que usted me proporcionó.

Th. G

Prólogo

—Tengo el presentimiento de que encontraremos en el valle de Biban al-Moluk una tumba inviolada —decía a un joven inglés de porte aristocrático un personaje mucho más humilde, mientras secaba con un gran pañuelo a cuadros azules su frente calva perlada de gotas de sudor, lo que hacía que pareciese una vasija de arcilla de Tebas a la que hubiesen llenado de agua.

—Que Osiris le oiga —respondió al doctor alemán el joven lord—. Es una invocación que podemos permitirnos delante de la antigua Diospolis Magna; pero son ya muchas las veces en que acabamos frustrados; los ladrones de tumbas siempre se nos han adelantado.

—Una tumba que no haya sido excavada ni por los reyes pastores, ni por los medos de Cambises, ni por los griegos, ni por los romanos, ni por los árabes, y que reserve para nosotros sus riquezas intactas y su misterio —continuó el sabio con un entusiasmo que hacía relucir sus pupilas detrás de los cristales azules de sus gafas.

—Y sobre la que usted publicará un artículo erudito que le situará en la ciencia de la arqueología a la altura de Champollion, de Rosellini, de Wilkinson, de Lepsius y de Belzoni —dijo el joven lord.


Información texto

Protegido por copyright
182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 306 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Últimos Días de Immanuel Kant

Thomas De Quincey


Biografía


Considero que toda persona instruida sentirá interés por la historia personal de Immanuel Kant, si bien no haya tenido afición u ocasiones para conocer sus opiniones filosóficas. Todo hombre grande, aun cuando aborde caminos poco asequibles, siempre deberá ser objeto de la curiosidad general. Suponer que un lector sea del todo indiferente a Kant, significa negarle cualquier identidad intelectual; por lo cual aunque realmente no estuviera interesado en Kant, sería una forma de cortesía decir que sí le interesa. De modo que no ofrezco disculpas a ningún lector, ya sea filósofo o no, godo o vándalo, huno o sarraceno, por entretenerlo con un breve bosquejo de la vida y costumbres domésticas de Kant, extraído de informes auténticos de sus amigos y discípulos. No obstante es cierto que en este país —sin que haya un rechazo particular por parte del público— la obra de Kant no despierta el mismo interés que su nombre, lo cual es atribuible a tres causas: en primer lugar, a la lengua en que se escribieron dichas obras; en segundo lugar, a la temida oscuridad de la filosofía que enuncian, ya sea ésta inalienable de la obra o debido al particular modo que Kant tiene para expresarse; en tercer lugar, a lo poco atractiva que resulta la filosofía especulativa, cualquiera que sea el modo en que se enuncie, en un país en que la estructura y la tendencia de la sociedad imponen a todas las actividades de la nación una orientación casi exclusivamente práctica. Pero cualquiera que sea la fortuna que tengan sus escritos, ninguna persona que posea cierta curiosidad podrá no atribuirle al autor una gran simpatía.


Información texto

Protegido por copyright
52 págs. / 1 hora, 32 minutos / 700 visitas.

Publicado el 20 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Té Verde

Joseph Sheridan Le Fanu


Cuento


Prólogo

Aun habiendo hecho serios estudios de Medicina y Cirugía, jamás he ejercido ninguna de estas dos ciencias, si bien ambas me siguen interesando profundamente. He de añadir, además, que no fueron ni la pereza ni el capricho las que me empujaron a abandonar la honorable profesión en la cual acababa de iniciarme, sino más bien un ligero rasguño que me hice con un escalpelo. Esta veleidad me costó la pérdida de dos dedos, que me fueron prontamente amputados: lo más penoso, también, es que desde entonces nunca he terminado de encontrarme bien del todo, lo cual me obliga a que raramente pueda residir más de doce meses seguidos en el mismo lugar.

En el curso de mis desplazamientos trabé conocimiento con el doctor Martin Hesselius, tan viajero como yo, y, lo mismo que yo, también médico y lleno de entusiasmo por su profesión. Pero sus viajes eran voluntarios y, aunque él no fuera un hombre de fortuna, en el sentido que entendemos en Inglaterra, al menos disfrutaba de eso que nuestros ancestros acostumbraban llamar una «modesta ayuda». Era un anciano, casi treinta y cinco años mayor que yo, cuando le vi por vez primera.

En Martin Hesselius encontré un maestro. Su saber era inmenso; su diagnóstico, una verdadera intuición. Era desde luego el hombre capaz de inspirar respeto y admiración a un joven exaltado como yo. Y mi admiración ha resistido a la prueba del tiempo y ha sobrevivido a esta separación que es la dura consecuencia de la muerte. Estoy seguro de que está bien fundada.


Información texto

Protegido por copyright
43 págs. / 1 hora, 16 minutos / 504 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Huésped Misterioso

Joseph Sheridan Le Fanu


Cuento


Parte I

Hacia el año 1822 residía en una casa confortable y espaciosa en una población cuya localización exacta no particularizaré, diciendo tan sólo que no estaba lejos de Old Brompton, en la vecindad inmediata, o más bien en la continuidad (como saben incluso mis lectores de Connemara) de la famosa ciudad de Londres.

Aunque la casa era, tal como he dicho, espaciosa y confortable, en modo alguno podría afirmase que era hermosa. Estaba construida con ladrillos de color rojo oscuro, ventanas pequeñas de gruesos marcos blancos; el recibidor lo oscurecía permanentemente un porche, pero no del habitual enrejado fino, sino una proyección sólida del mismo ladrillo bermellón, sobre el que había una balconada plomiza, con barandillas gruesas y medio podridas. La mansión se levantaba en un recinto cercado por un muro que se había dedicado a flores y matorrales quizá desde la fecha misma en que se había construido. Algunos matorrales habían crecido casi tanto como si fuesen árboles; dos tejos pequeños y oscuros se levantaban a cada lado del porche, como dos enanos morenos y desfavorables que defendieran la entrada de un castillo encantado. Y no es que mi domicilio mereciera por alguna causa la comparación: no tenía fama de ser una casa encantada, y si alguna vez había tenido fantasmas, nadie los recordaba.


Información texto

Protegido por copyright
68 págs. / 2 horas / 268 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Mujercitas

Louisa May Alcott


Novela


Primera parte

1. El juego de los peregrinos

—Sin regalos, la Navidad no será lo mismo —refunfuñó Jo, tendida sobre la alfombra.

—¡Ser pobre es horrible! —suspiró Meg contemplando su viejo vestido.

—No me parece justo que unas niñas tengan muchas cosas bonitas mientras que otras no tenemos nada —añadió la pequeña Amy con aire ofendido.

—Tenemos a papá y a mamá, y además nos tenemos las unas a las otras —apuntó Beth tratando de animarlas desde su rincón.

Al oír aquellas palabras de aliento, los rostros de las cuatro jóvenes, reunidas en torno a la chimenea, se iluminaron un instante, pero se ensombrecieron de inmediato cuando Jo dijo apesadumbrada:

—Papá no está con nosotras y eso no va a cambiar por una buena temporada. —No se atrevió a decir que tal vez no volviesen a verle nunca más, pero todas lo pensaron, al recordar a su padre, que estaba tan lejos, en el campo de batalla.

Guardaron silencio y, al cabo de unos minutos, Meg añadió visiblemente emocionada:

—Ya sabéis que mamá propuso no comprar regalos estas Navidades porque este invierno será duro para todos y porque cree que no deberíamos gastar dinero en caprichos cuando los soldados están sufriendo en la guerra. No podemos hacer mucho por ayudar, solo un pequeño sacrificio, y deberíamos hacerlo de buen grado, pero me temo que yo no puedo. —Meg meneó la cabeza pensando en todas las cosas hermosas que le apetecía tener.

—Yo no creo que lo poco que podemos gastar sirviera de mucho. Solo tenemos un dólar cada una, y en poco ayudaríamos al ejército si se lo entregáramos. Me parece bien que no nos hagamos regalos las unas a las otras, pero me niego a renunciar a mi ejemplar de Undine y Sintram. Hace mucho que deseo conseguirlo… —dijo Jo, que era un verdadero ratón de biblioteca.


Información texto

Protegido por copyright
619 págs. / 18 horas, 4 minutos / 1.207 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Cranford

Elizabeth Gaskell


Novela


I. Nuestra sociedad

Cranford, en primer lugar, está en poder de las Amazonas; los inquilinos de todas las casas que sobrepasan cierto alquiler son mujeres. Cuando un matrimonio viene a establecerse a la ciudad, de una manera u otra el marido desaparece, bien por el miedo cerval que le causa ser el único hombre en las veladas de Cranford, bien porque debe permanecer con su regimiento o en su buque, o los negocios que le ocupan le retienen toda la semana en la gran ciudad comercial vecina de Drumble, que dista sólo veinte millas por ferrocarril. En suma, que sea lo que sea lo que les ocurra a los caballeros, no viven en Cranford. ¿Y qué iban a hacer allí? El médico tiene un partido de treinta millas y duerme en Cranford, pero no todos los hombres pueden ser médicos. Para mantener los cuidados jardines repletos de flores exquisitas sin que una mala hierba los afee; para ahuyentar a los rapaces que contemplan con anhelo dichas flores a través de las verjas; para espantar a los gansos que se aventuran en los jardines si por azar queda la cerca abierta; para decidir en materia de literatura y política sin inquietarse por razones o argumentos innecesarios; para obtener una información clara y correcta de los asuntos de todos los miembros de la parroquia; para mantener a las pulcras sirvientas en admirable disciplina; para la generosidad (un poco dictatorial) con el menesteroso y para los tiernos y mutuos buenos oficios que se prestan cuando están en dificultades, las damas de Cranford se bastan por completo. «¡Un hombre estorba tanto en una casa!», me comentó una de ellas una vez. Aunque conocen a la perfección los procederes de cada una, muestran una indiferencia absoluta por la opinión de las otras.


Información texto

Protegido por copyright
226 págs. / 6 horas, 36 minutos / 178 visitas.

Publicado el 16 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Eva Futura

Villiers de L'Isle Adam


Novela


Libro I: Edison

I. Menlo Park


Parecía el jardín una bella hembra tendida, que dormitara voluptuosamente, cerrados los párpados a los cielos abiertos. Las praderas del azul celeste se hermanaban en un círculo amojonado por las flores de luz. Los iris y las gemas de rocío pendientes de las hojas cerúleas, eran estrellas pestañeantes que abrasaban el ámbito nocturno.

GILES FLETCHER
 

A veinticinco leguas de Nueva-York, en el núcleo de un haz de hilos eléctricos, surge una casa envuelta por meditabundos jardines solitarios. Mira la fachada, la uniformidad del césped, rota por las avenidas enarenadas que llevan a un pabellón aislado. Es el número 1 de Menlo-Park. Allí vive Tomás Alva Edison, el hombre que ha hecho cautivo al eco.

Tiene éste unos cuarenta y dos años. Su fisonomía recordaba, hace poco aún, la de un francés ilustre: Gustavo Doré. Era el rostro del artista traducido en un rostro de sabio. ¡Aptitudes análogas, aplicaciones diferentes! ¿A qué edad se parecieron del todo? Quizás nunca. Las fotografías de ambos, fundidas en el estereoscopio, despiertan la impresión de que ciertas efigies de razas superiores no se realizan más que en cierto cuño de fisonomías perdidas en la Humanidad.

Confrontado con las viejas estampas, el rostro de Edison ofrece la viva reproducción de la siracusana medalla de Arquímedes. A las cinco de una tarde de estos últimos otoños, el maravilloso inventor, el mago del oído, (casi sordo, como un Beethoven de la ciencia, que ha sabido crearse el minúsculo instrumento que, no sólo acaba con la sordera, sino que desnuda y agudiza el sentido auditivo), el gran Edison estaba solo en lo hondo de su laboratorio personal, allí, en el pabellón arrancado del castillo.


Información texto

Protegido por copyright
229 págs. / 6 horas, 41 minutos / 1.204 visitas.

Publicado el 11 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Pelo de Zanahoria

Jules Renard


Cuento


Dedicatoria

A Fantec y Baïe

Las perdices

Como de costumbre, el señor Lepic vacía su morral encima de la mesa. Contiene dos perdices. Félix, el hermano mayor, las anota en una pizarra colgada en la pared. Es su cometido. Cada niño tiene el suyo. Ernestine, la hermana, despelleja y despluma las piezas de caza. En cuanto a Pelo de Zanahoria, está especialmente encargado de rematar las piezas heridas. Debe tal privilegio a la de sobra conocida dureza de su seco corazón.

Las dos perdices se agitan, mueven el pescuezo.

SEÑORA LEPIC

¿A qué esperas para matarlas?

PELO DE ZANAHORIA

Me gustaría mucho anotarlas en la pizarra, mamá.

SEÑORA LEPIC

La pizarra está demasiado alta para ti.

PELO DE ZANAHORIA

Entonces, me gustaría mucho desplumarlas.

SEÑORA LEPIC

No es tarea de hombres.

Pelo de Zanahoria coge las dos perdices. Amablemente le dan las indicaciones de costumbre:

—Apriétalas con fuerza, ya sabes cómo, por el pescuezo, a contrapluma.

Con una pieza en cada mano detrás de la espalda, inicia su cometido.

SEÑOR LEPIC

¡Dos a la vez! ¿Qué haces, bribón?

PELO DE ZANAHORIA

Es para ir más deprisa.

SEÑORA LEPIC

No te hagas el melindroso; en el fondo, saboreas tu placer.

Las perdices se defienden, convulsas, y, batiendo las alas, esparcen sus plumas. No querrían morir. Le resultaría más fácil estrangular a un amigo, con una sola mano. Se las coloca entre las rodillas para mantenerlas bien sujetas y, ora rojo, ora blanco, bañado en sudor, la cabeza en alto para no ver nada, aprieta más fuerte.

Los animales se entercan.


Información texto

Protegido por copyright
106 págs. / 3 horas, 6 minutos / 466 visitas.

Publicado el 21 de enero de 2018 por Edu Robsy.

1112131415