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Tiempos Difíciles

Charles Dickens


Novela


Libro primero. La siembra

Capítulo I. Las únicas cosas necesarias

—Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida sólo son necesarias las realidades.

No planteéis otra cosa y arrancad de raíz todo lo demás. Las inteligencias de los animales racionales se moldean únicamente a base de realidades; todo lo que no sea esto no les servirá jamás de nada. De acuerdo con esta norma educo yo a mis hijos, y de acuerdo con esta norma hago educar a estos muchachos. ¡Ateneos a las realidades, caballero!

La escena tenía lugar en la sala abovedada, lisa, desnuda y monótona de una escuela, y el índice, rígido, del que hablaba, ponía énfasis en sus advertencias, subrayando cada frase con una línea trazada sobre la manga del maestro. Contribuía a aumentar el énfasis la frente del orador, perpendicular como un muro; servían a este muro de base las cejas, en tanto que los ojos hallaban cómodo refugio en dos oscuras cuevas del sótano sobre el que el muro proyectaba sus sombras. Contribuía a aumentar el énfasis la boca del orador, rasgada, de labios finos, apretada. Contribuía a aumentar el énfasis la voz del orador, inflexible, seca, dictatorial. Contribuía a aumentar el énfasis el cabello, erizado en los bordes de la ancha calva, como bosque de abetos que resguardase del viento su brillante superficie, llena de verrugas, parecidas a la costra de una tarta de ciruelas, que daban la impresión de que las realidades almacenadas en su interior no tenían cabida suficiente. La apostura rígida, la americana rígida, las piernas rígidas, los hombros rígidos…, hasta su misma corbata, habituada a agarrarle por el cuello con un apretón descompuesto, lo mismo que una realidad brutal, todo contribuía a aumentar el énfasis.

—En la vida, caballero, lo único que necesitamos son realidades, ¡nada más que realidades!


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373 págs. / 10 horas, 52 minutos / 501 visitas.

Publicado el 7 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Estampas de Italia

Charles Dickens


Viajes


Pasaporte del lector

Si los lectores de este libro tienen a bien aceptar del propio autor las credenciales para visitar los diferentes lugares que constituyen el tema de sus recuerdos, quizá los vean con la imaginación de forma más agradable y con una idea más clara de lo que deben esperar.

Se han escrito muchos libros sobre Italia, que aportan múltiples medios de estudiar la historia de ese país tan interesante y las innumerables asociaciones con él relacionadas. Yo hago en este escasas alusiones a ese caudal informativo, ya que no considero en modo alguno consecuencia necesaria de haber tenido que recurrir a ese arsenal en beneficio propio el que haya de reproducir ante los ojos de mis lectores su contenido, fácilmente asequible.

Tampoco hallaréis en estas páginas análisis profundos sobre el gobierno o desgobierno de ninguna región del país. Todo el que visite esa hermosa tierra tendrá sin duda convicciones propias sobre el tema. Pues así como decidí yo cuando residía allí, como extranjero, abstenerme de analizar esas cuestiones con toda clase de italianos, así también preferiría no entrar en el tema ahora. En los doce meses que residí en una casa de Génova, nunca vi que las autoridades constitucionalmente celosas desconfiaran de mí; y lamentaría darles ahora motivo de arrepentirse de su generosa cortesía conmigo o con cualquiera de mis compatriotas.

Tal vez no haya en toda Italia una sola pintura o escultura que no pueda cubrirse sin problema con una montaña de papel impreso dedicado a estudios sobre ella. Así que no me extenderé en detalles sobre los cuadros y las estatuas célebres, pese a considerarme un sincero admirador de la pintura y la escultura.


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218 págs. / 6 horas, 21 minutos / 186 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Contemplación

Franz Kafka


Cuento


Para M. B.

Franz Kafka

Niños en un camino de campo

Yo oía pasar los coches junto a la cerca del jardín, muchas veces los veía a través de los intersticios apenas oscilantes del follaje. ¡Cómo crujía en el cálido verano la madera de sus ruedas y varas! Del campo volvían los labradores, y se reían escandalosamente.

Yo estaba sentado en nuestro pequeño columpio, descansando entre los árboles del jardín de mis padres.

Del otro lado de la cerca el ruido no cesaba. Los pasos de los niños que corrían desaparecían en un instante; carros de cosechadores, con hombres y mujeres arriba y alrededor, oscurecían los canteros de flores; hacia el atardecer veía a un señor con un bastón, que se paseaba, y a un par de muchachas que venían cogidas del brazo en dirección opuesta, y se hacían a un lado sobre el césped, saludándole.

Luego los pájaros se lanzaban al espacio, como salpicaduras; yo los seguía con los ojos, los veía subir de un solo impulso, hasta que ya no me parecía que ellos subieran, sino que yo caía; debía sostenerme de las sogas, y comenzaba a balancearme un poco, de debilidad. Pronto me columpiaba con más fuerza, el aire refrescaba y en vez de los pájaros en vuelo aparecían temblorosas estrellas.

Cenaba a la luz de una bujía. A menudo apoyaba ambos brazos en la madera, y ya cansado, comía mi pan con manteca. Las agujereadas cortinas se hinchaban bajo el cálido viento, y muchas veces alguno que pasaba por afuera las sujetaba con la mano, como si quisiera verme mejor y hablar conmigo. Generalmente la bujía se apagaba de golpe y en el humo oscuro de la vela seguían girando un rato los insectos. Si alguien me interrogaba desde la ventana, yo le miraba como se mira una montaña o el vacío, y tampoco a él le importaba mucho que yo le respondiera.


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19 págs. / 34 minutos / 311 visitas.

Publicado el 10 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Gabinete de Figuras de Cera

Gustav Meyrink


Cuento


—¡Tuviste una buena idea al telegrafiar a Melichior Kreuzer! ¿Crees que nos hará el favor que le hemos pedido, Sinclair? Si ha cogido el primer tren —y Sebaldus miró su reloj—, estará aquí en cualquier momento.

Sinclair se había levantado y señaló por la ventana en vez de dar una respuesta.

Se vio a un hombre alto y delgado que se aproximaba por la calle a toda prisa.

—Hay veces que los segundos se deslizan por nuestra consciencia y hacen que asuntos cotidianos nos parezcan espantosamente nuevos, ¿lo has sentido alguna vez tú también, Sinclair?

»Es como si de repente nos despertásemos y nos volviéramos a dormir enseguida y, durante ese instante de un latido, hubiésemos mirado largo tiempo en un acontecimiento enigmático.

Sinclair miró a su amigo con atención.

—¿A qué te refieres?

—Será la influencia más sombría que me ha asaltado en el gabinete de figuras de cera —continuó Sebaldus—, hoy estoy indeciblemente sensible; al ver venir a Melchior desde lejos y al contemplar cómo su figura crecía y crecía cada vez más conforme se acercaba, había algo que me atormentaba, algo —¿cómo podría expresarlo?— no siniestro en el sentido de que la lejanía podía engullir todas las cosas, ya sean cuerpos o sonidos, pensamientos, fantasías o acontecimientos. O al revés, las vemos al principio diminutas desde lejos, y poco a poco se tornan más grandes, todas, todas, también las que son inmateriales y no pueden recorrer ningún trecho. Pero no encuentro las palabras adecuadas, ¿no has sentido alguna vez a lo que me refiero? ¡Así parecen estar todas bajo la misma ley!

El otro asintió pensativo.


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11 págs. / 19 minutos / 86 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Sueño de las Manos Ensangrentadas

Bram Stoker


Cuento


Lo primero que oí acerca de Jacob Settle fue una sencilla afirmación que describía su carácter: «Es un tipo triste». Sin embargo, más tarde me di cuenta de que esa opinión solo expresaba lo que sus compañeros de trabajo pensaban de él. En aquellas palabras había cierto grado de intolerancia; les faltaba el lado positivo que toda opinión que se precie debe tener y que sitúa a la persona en la justa medida de la estima social. Pero había algo que no encajaba con el aspecto del personaje. Esto me dio que pensar y, poco a poco, y a medida que fui conociendo cada vez más el lugar y a sus compañeros de trabajo, fue creciendo mi interés por él. Supe que siempre estaba haciendo favores que podía cumplir y que en todo momento se dejaba guiar por la previsión, la paciencia y el autocontrol, verdaderos valores de la vida. Las mujeres y los niños confiaban ciegamente en él pero, por extraño que parezca, él los evitaba, salvo cuando alguien estaba enfermo; entonces, aparecía tímido y desgarbado para ofrecer su ayuda.

Llevaba una vida muy solitaria. Él mismo se hacía las cosas de casa. Vivía en una pequeña casa de campo, lo más parecida a una cabaña, de una sola habitación y alejada del mundo, en los límites del páramo. Su existencia parecía tan triste y solitaria que me entraron ganas de animarla. Me decidí a ello un día que nos encontramos ayudando a incorporarse a un chico herido, con el que choqué accidentalmente. Fue entonces cuando me ofrecí a prestarle unos libros. Él aceptó de buen grado y, al separarnos, ya al amanecer, sentí que entre nosotros había surgido cierto grado de confianza.


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12 págs. / 21 minutos / 420 visitas.

Publicado el 17 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Mandrágora

Nicolás Maquiavelo


Teatro, Comedia


PERSONAJES

CALLIMACO
SIRO
MICER NICIAS
LIGURIO
SOSTRATA
FRAY TIMOTEO
UNA MUJER
LUCRECIA

CANCIÓN

Para que la canten antes de la representación, Musas y Ninfas

Porque la vida es breve, y muchas son las penas que viviendo y luchando todos soportamos, tras nuestros anhelos vamos pasando y consumiendo los años; y aquel que al placer renuncia para vivir con angustias y afanes no conoce del mundo los engaños. O de qué males y de qué extraños casos son casi todos los mortales oprimidos.

Para huir de este tedio hemos elegido apartada vida y siempre en fiesta y júbilo, donosos jóvenes y alegres Ninfas, estamos reunidos. Ahora, aquí hemos venido con nuestra armonía sólo para honrar esta tan alegre fiesta y dulce compañía.

Además, aquí nos ha traído el nombre de aquél que os gobierna, en quien se ven reunidos todos los dones de la imagen eterna. Por tal gracia suprema, por tal feliz estado, podéis estar alegres, gozar y dar las gracias a quien os lo ha concedido.

PRÓLOGO

Dios os salve, benignos oyentes, si como parece tal benignidad depende del complaceros. Si continuáis permaneciendo silenciosos os haremos partícipes de un nuevo caso acaecido en esta ciudad.


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40 págs. / 1 hora, 11 minutos / 666 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Metamorfosis

Ovidio


Poesía


LIBRO I

Prologo

Mi espíritu me induce a relatar cambios de forma de unos cuerpos en otros nuevos; dioses, inspirad mis comienzos (puesto que también vosotros los cambiasteis) y llevad mi poema sin interrupción desde el origen del mundo hasta mi época.

Origen del mundo

Antes de que existiesen el mar y la tierra, y el cielo que todo lo cubre, la faz de la naturaleza era uniforme en todo el universo; llamaban a esto caos, una masa sin forma y sin elaborar, nada más que un peso inerte y un montón de simientes discordantes de elementos no bien ensamblados. Ningún Titán proporcionaba aún luz al mundo, ni Febe, al crecer, rehacía sus cuernos, ni la Tierra estaba suspendida en el aire que la rodea, equilibrada por su propio peso, ni Anfítrite había extendido sus brazos en torno a las extensas orillas de la tierra' Y aunque existía la tierra, y el mar, y el aire, la tierra no era firme, en el mar no se podía nadar, el aire era opaco: ninguno tenía una forma permanente, los elementos se oponían entre sí, porque en un mismo cuerpo lo frío luchaba con lo cálido, lo húmedo con lo seco, lo blando con lo duro, lo pesado con lo ingrávido.

Ordenación del caos

Un dios, junto con una naturaleza mejor, dirimió este litigio: separó del cielo la tierra, y de la tierra las aguas, y aparto el cielo transparente del aire denso. Una vez que hubo desarrollado estos elementos y los hubo liberado del montón informe, ligó en paz y concordia lo que estaba disociado. Entonces resplandeció la masa ígnea e ingrávida de la bóveda celeste, y ocupó su lugar en lo más alto. Lo más cercano a ella por situación y por ligereza es el aire; al ser más densa que ellos, la tierra arrastró los elementos de mayor tamaño y se hundió por su propio peso; el líquido, al desbordarse, ocupó el exterior y rodeó el orbe compacto.


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271 págs. / 7 horas, 54 minutos / 535 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Espía

James Fenimore Cooper


Novela


Prefacio

«¿Habrá un hombre de alma lo bastante insensible para no haberse dicho alguna vez: Este es mi país, la tierra donde nací?»

Sir Walter Scott.

Son muchas las razones que aconsejan a un americano que va a escribir una novela, que elija como escenario a su tierra; pero son muchas más las que le disuaden. Comenzando por el pro, se trata de un camino nuevo, sin frecuentar todavía, y que por lo mismo tendrá, cuando menos, el encanto de la novedad. Hasta hoy, entre las nuestras, sólo una pluma de cierta fama se ha ocupado del género; y como ese autor ha muerto, y la aprobación o la censura del público ya no pueden alentar sus esperanzas ni despertar sus temores, sus compatriotas han comenzado a reconocerle méritos. Pero esta consideración se incluiría mejor entre las razones contra, y hemos olvidado que ahora estamos examinando las razones pro.

Es posible que la singularidad de esa circunstancia atraiga la atención de los extranjeros sobre la obra, pues nuestra literatura es como nuestro vino, que gana mucho viajando. Además, el ardiente patriotismo de nuestro pueblo garantiza la venta de las más modestas producciones que se ocupan de un tema nacional. Así lo demostrará muy pronto —tenemos la más profunda convicción— el libro de entradas y salidas de nuestro editor. ¡Quiera el cielo que esto no sea, como la novela, sólo una ficción! Por último, es razonable suponer que a un escritor le resultará más fácil trazar personajes y describir escenarios que ha contemplado continuamente, que pintar países por los que sólo pasó de largo.


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427 págs. / 12 horas, 28 minutos / 234 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Corsario Rojo

James Fenimore Cooper


Novela


Dedicatoria

A
W. B. SHUBRICK,
ESQUIRE DE LA MARINA DE LOS ESTADOS UNIDOS
le dedico este esbozo imperfecto y rápidamente trazado de algunas escenas de nuestra profesión.

Mi querido Shubrick, cuento más con su benevolencia que con el éxito de la realización.
Tal como es, sin embargo, este libro le es ofrecido como una nueva prueba de la estima y de la amistad sincera del autor.

Prólogo

El autor ya creyó necesario, en otra ocasión, hacer notar que al describir estas escenas de la vida marítima, no ha tenido en cuenta muy rigurosamente el orden cronológico de los perfeccionamientos que se han introducido en el arte de navegar. Pero piensa que no se hallará en esta obra ningún anacronismo demasiado importante. No obstante si algún crítico marino de mirada penetrante descubre un cabo extraviado en una falsa polea, o un término alterado de forma tal que cambie la verdadera ortografía, se le recuerda que la caridad le obliga a no atribuirlo a la ignorancia, tratándose de un compañero. No hay que olvidar que existen proporcionalmente menos hombres de mar que hombres de tierra dedicados tanto a la parte mecánica como a la espiritual de la composición de un libro, lo que es suficiente para explicar las numerosas imperfecciones que obstaculizan la armonía perfecta de las diversas partes de la literatura. En su tiempo oportuno, sin duda, se hallará el remedio a este mal deplorable, y entonces el mundo podrá esperar ver más conjuntadas las diferentes ramas de la profesión. No existirá una verdadera edad de oro para la literatura hasta que los libros sean tan correctos en su tipografía como el diario de un barco, y el sentido tan preciso como un watch-bill.

En cuanto al artículo menos importante, del que el autor hubiera podido sacar mejor partido en esta obra, no ha tenido la intención de ser muy comunicativo a este respecto.


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367 págs. / 10 horas, 43 minutos / 281 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

William Blake y Otros Temperamentos

Gilbert Keith Chesterton


Biografía, Crítica


WILLIAM BLAKE

WILLIAM BLAKE habría sido el primero en entender que toda biografía debería empezar con las palabras: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra». Si nos propusiéramos contar la vida del señor Jones de Kentish Town, completar esa tarea nos llevaría siglos enteros. Ni siquiera podemos entender el apellido Jones sin habernos dado cuenta de que no se trata de un apellido común en el sentido de que sea vulgar, sino del mismo modo en que son comunes las cosas divinas: su propia difusión es un eco del culto de san Juan el Divino. Sin duda, el adjetivo kentish es un misterio, dadas sus implicaciones geográficas, pero de ningún modo es tan misterioso como la terrible e impenetrable palabra town [«ciudad»], cuyo significado sólo estará a nuestro alcance cuando hayamos hurgado en las raíces de la humanidad prehistórica y presenciado las últimas revoluciones de la sociedad moderna. Así, pues, cada término nos llega coloreado por su deriva histórica, cada etapa de la cual ha producido en él por lo menos una leve alteración. El único modo correcto de contar una historia sería comenzar por el principio: el principio del mundo; de manera que, en pos de la brevedad, la totalidad de los libros empieza del modo incorrecto. No obstante, si Blake escribiera la biografía de Blake, no comenzaría hablando de su nacimiento o de sus orígenes nobles o plebeyos. Ciertamente, William Blake nació en 1757 en el mercado de Carnaby…, pero la biografía de Blake según Blake no habría comenzado así, sino con una larga disquisición en torno al gigante Albión, a los muchos desacuerdos entre el espíritu y el espectro de aquel caballero, a las doradas columnas que cubrían la tierra en sus inicios y a los leones que caminaban ante Dios en su dorada inocencia.


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143 págs. / 4 horas, 10 minutos / 198 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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