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Ajuste de Cuentas en Boot Hill

Robert E. Howard


Novela corta


I. Los Laramies cabalgan de nuevo

Cinco hombres cabalgaban por el serpenteante camino que conducía a San León; uno de los jinetes, con voz ronca y monótona, canturreaba:

«Al alborear la aurora de un día de mayo
Brady llegó en el tren de la mañana.
Brady llegó con el Lucero del Alba.
¡Y le disparó al señor Duncan detrás de la barra!»
 

—¡Basta! ¡Cállate de una vez! —fue el más joven de los jinetes quien protestó así. Un muchacho flaco con el pelo como la estopa, un toque de palidez bajo su tez bronceada y brasas ardiendo en sus ojos rebeldes.

El hombre más grande y corpulento de los cinco sonrió ampliamente.

—Bucky está nervioso —burlóse con malicia—. No quieres convertirte en un vulgar forajido como nosotros, ¿no es así, Bucky?

El más joven clavó en él una mirada fulminante.

—¡Que se te llene el gaznate de llagas por lo que has dicho, Jim! —gruñó.

—Te revuelves como un gato montés —respondió tranquilamente Jim el grande—. Pensé que no seríamos capaces de ponerte sobre tu caballo asilvestrado para dirigirnos a San León sin golpearte antes en la cabeza. La única ocasión en que se hace patente tu sangre Laramie, Bucky, es cuando manejas esos endiablados puños tuyos.


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74 págs. / 2 horas, 10 minutos / 174 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Terrible Tacto de la Muerte

Robert E. Howard


Cuento


Cuando la medianoche cubra la tierra
con lúgubres y negras sombras
que Dios nos libre del beso de Judas
de un muerto en la oscuridad.
 

El viejo Adam Farrel yacía muerto en la casa en la que había vivido solo los últimos veinte años. Un silencioso y huraño recluso que en vida no conoció amigo alguno, y tan sólo dos hombres fueron testigos de su final.

El doctor Stein se levantó y observó por la ventana la creciente oscuridad.

—Entonces, ¿crees que podrás pasar la noche aquí? —le preguntó a su acompañante.

Este, de nombre Falred, asintió.

—Sí, por supuesto. Supongo que tendré que ocuparme yo.

—Una costumbre bastante inútil y primitiva esta de velar a un muerto —comentó el doctor, que se disponía a marcharse—, pero supongo que tendremos que respetar las costumbres, aunque sólo sea por decoro. Podría intentar encontrar a alguien que te acompañara en la vigilia.

Falred se encogió de hombros.

—Lo dudo mucho. Farrel no era muy popular… no tenía muchos amigos. Yo mismo apenas lo conocía, pero no me importa velar su cuerpo.

El doctor Stein estaba quitándose los guantes de goma y Falred observaba el proceso con un interés que era casi fascinación. Un ligero e involuntario temblor le sacudió al recordar el tacto de aquellos guantes… resbaladizos, fríos y húmedos, como el tacto de la muerte.

—Podrías sentirte demasiado solo esta noche si no encuentro a nadie más —afirmó el doctor al abrir la puerta—. No eres supersticioso, ¿verdad?

Falred rió.

—No mucho. Lo cierto es que, por lo que he oído acerca del trato de Farrel, prefiero estar ahora velando su cuerpo que haber sido uno de sus invitados cuando aún vivía.


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7 págs. / 12 minutos / 112 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Pueblo de la Oscuridad

Robert E. Howard


Cuento


Fui a la Cueva de Dagón para matar a Richard Brent. Bajé por las oscuras avenidas que formaban los árboles enormes, y mi humor reflejaba la primitiva lobreguez del escenario. La llegada a la Cueva de Dagón siempre es oscura, pues las inmensas ramas y las frondosas hojas eclipsan el sol, y lo sombrío de mi propia alma hacía que las sombras pareciesen aún más ominosas y tétricas de lo normal.

No muy lejos, oí el lento batir de las olas contra los altos acantilados, pero el mar mismo quedaba fuera de la vista, oculto por el espeso bosque de robles. La oscuridad y la penumbra de mi entorno atenazaron mi alma ensombrecida mientras pasaba bajo las antiguas ramas, salía a un estrecho claro y veía la boca de la antigua cueva delante de mí. Me detuve, examinando el exterior de la cueva y el oscuro límite de los robles silenciosos.

¡El hombre al que odiaba no había llegado antes que yo! Estaba a tiempo de cumplir con mis macabras intenciones. Durante un instante me faltó decisión, y después, en una oleada me invadió la fragancia de Eleanor Bland, la visión de una ondulada cabellera dorada y unos profundos ojos azules, cambiantes y místicos como el mar. Apreté las manos hasta que los nudillos se me pusieron blancos, e instintivamente toqué el curvo y achatado revólver cuyo bulto pesaba en el bolsillo de mi abrigo.

De no ser por Richard Brent, estaba convencido de que ya me habría ganado a aquella mujer, a la cual deseaba tanto que había convertido mis horas de vigilia en un tormento y mi sueño en una agonía. ¿A quién amaba? Ella no quería decirlo; no creía que ni siquiera lo supiese. Si uno de nosotros desaparecía, pensé, ella se volvería hacia el otro. Y yo estaba dispuesto a hacerle más fácil la decisión… para ella y para mí mismo. Por casualidad había oído a mi rubio rival inglés comentar que pensaba venir a la solitaria Cueva de Dagón en una ociosa excursión… solo.


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25 págs. / 44 minutos / 176 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Las Palomas del Infierno

Robert E. Howard


Cuento


1. El Silbido en la Oscuridad

Griswell se despertó repentinamente, con un cosquilleo nervioso como premonición del peligro inminente. Echó un vistazo alrededor con ojos febriles, incapaz al principio de recordar dónde estaba, o qué estaba haciendo allí. La luz de la luna se filtraba a través de las ventanas polvorientas, y la gran habitación vacía con su techo elevado y su chimenea negra resultaba espectral y desconocida. Entonces, a medida que emergía de las pegajosas telarañas de su reciente sueño, recordó dónde estaba y cómo había llegado hasta allí. Giró la cabeza y miró a su acompañante, que dormía en el suelo cerca de él. John Branner no era más que un bulto borroso en la oscuridad que la luna apenas teñía de gris.

Griswell intentó recordar qué le había despertado. No había ningún sonido en la casa, y tampoco ningún sonido fuera, excepto el fúnebre ulular de un búho, en la lejanía de los bosques de pinos. Por fin recuperó el esquivo recuerdo. Había sido un sueño, una pesadilla tan llena de pálido horror que le había asustado hasta despertarle. Los recuerdos volvieron a él en un torrente, dibujando vividamente la abominable visión.

¿O no fue un sueño? Seguramente debió de serlo, pero se había mezclado tan curiosamente con los acontecimientos reales recientes que era difícil saber dónde terminaba la realidad y dónde empezaba la fantasía.


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37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 345 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Cuento del Cortador de Bambú

Anónimo


Cuento


1. Nacimiento de Kaguyahime

Hace ya mucho tiempo, había un viejo cortador de bambú. Andaba por los campos y montes cortando bambúes para los más diversos usos. Se llamaba Sanuki no Miyatsuko. Un día, encontró un bambú cuyo pie resplandecía. Intrigado, el viejo se aproximó y vio que la luz provenía del interior de una sección del tronco. Al cortarlo, halló a un ser humano del tamaño de tres pulgadas sentado con una gracia sin igual. El viejo cortador dijo así:

—Ya que te encuentras dentro del bambú que veo cada mañana y cada tarde, queda claro que estás destinada a ser mi hija.

Y se la llevó a casa en la palma de la mano. La confió a su anciana mujer para que la criara. Su encanto era infinito. Como era tan pequeña, la cuidaron metida en una cesta de bambú.

El viejo cortador de bambú seguía cortando bambúes, pero desde que halló a la niña, empezó a encontrar bambúes con oro dentro de cada sección. Así se fue haciendo rico poco a poco.

La niña, a medida que la alimentaban, se la veía crecer, y al cabo de tres meses era ya tan alta como un adulto. De manera que le organizaron la ceremonia de recoger el cabello en lo alto y la vistieron de mayor. La cuidaban con gran amor y nunca le dejaban salir de detrás de los visillos. No había belleza comparable a la suya en el mundo y todos los rincones de la casa estaban llenos de la luminosidad de su hermosura. Si el viejo se encontraba mal, se ponía bien al verla. Si estaba enfadado por algo, se le pasaba.


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37 págs. / 1 hora, 4 minutos / 350 visitas.

Publicado el 21 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Princesa Esclava

Robert E. Howard


Cuento


Capítulo 1

En el exterior, el clamor resultaba ensordecedor. El clangor del acero contra el acero, mezclado con alaridos de sed de sangre y de triunfo salvaje. La joven esclava vaciló y examinó la cámara en que se encontraba. Su mirada mostraba una indefensa resignación. La ciudad había caído; los turcomanos, sedientos de sangre, cabalgaban por las calles, quemando, saqueando, masacrando. En cualquier momento, un grupo de victoriosos salvajes con las manos ensangrentadas, irrumpiría en la casa de su señor.

Un gordo mercader apareció corriendo, procedente de otra parte de la casa. Tenía los ojos dilatados por el terror, y respiraba entre jadeos. Llevaba las manos cargadas con gemas y cofrecillos engarzados… unas pertenencias que había elegido a ciegas, y al azar.

—¡Zuleika! —su voz era como el chillido de una comadreja atrapada—. ¡Abre la puerta, deprisa! Y luego ciérrala desde dentro… escaparé por la parte de atrás. ¡Allah ill Allah! Esos malditos turcos están matando a todo el mundo en las calles… los sumideros están anegados de sangre…

—¿Qué me pasará a mí, amo? —preguntó la moza con voz triste.

—¿Qué te va a pasar, ramera? —gritó el hombre, golpeándola con fuerza—. Abre la puerta. Abre la puerta, te digo… ¡Aaahh!

Su voz se quebró como un vidrio hecho añicos. Por la puerta que daba al exterior, penetró una figura indómita y aterradora… un desmañado y greñudo turcomano cuyos ojos eran los de un perro rabioso. Zuleika, paralizada por el terror, contempló sus ojos vidriosos, su cabello ensangrentado y la corta lanza para cazar jabalíes que empuñaba con una mano que goteaba sangre carmesí.


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40 págs. / 1 hora, 10 minutos / 79 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Después

Edith Wharton


Cuento


I

—Sí; hay uno, por supuesto; pero no sabréis que lo es.

La aseveración, lanzada alegremente seis meses antes en un radiante jardín de junio, volvió a Mary Boyne con una nueva dimensión de su significado, en la oscuridad de diciembre, mientras esperaba a que trajesen las lámparas a la biblioteca.

Estas palabras las había pronunciado su amiga Alida Stair, cuando tomaba el té en su jardín de Pangbourne, refiriéndose a la misma casa cuyo «elemento» principal era la biblioteca en cuestión. A su llegada a Inglaterra, Mary Boyne y su marido, buscando un rincón apartado en uno de los condados del sur o el sureste, habían confiado esta misión a Alida Stair, quien lo había resuelto perfectamente; aunque no sin que antes hubiesen rechazado, casi caprichosamente, varias sugerencias prácticas y prudentes que les brindó: «Bueno, está Lyng, en Dorsetshire. Pertenece a los primos de Hugo, y podéis conseguirla por un precio de ganga».

Las razones que dio por las que podían comprarla tan barata —estar lejos de la estación, no tener luz eléctrica ni instalación de agua caliente y demás necesidades vulgares—, eran exactamente las que concurrían a favor para una pareja de románticos americanos que buscaban perversamente aquellas gangas que se asociaban, en su tradición, con la inusitada gracia arquitectónica.

—Jamás creeré que vivo en una casa vieja, a menos que sea completamente incómoda —había insistido en broma Ned Boyne, el más extravagante de los dos—; el más pequeño indicio de comodidad me haría pensar que la había comprado en una exposición, con las piezas numeradas y vueltas a montar.


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37 págs. / 1 hora, 4 minutos / 169 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Kerfol

Edith Wharton


Cuento


I

—Deberías comprarla —dijo mi anfitrión—; es precisamente el lugar ideal para un solitario impenitente como tú. Vale la pena poseer la casa más romántica de Bretaña. Sus dueños actuales están sin un céntimo y la dan por una ridiculez… Deberías comprarla.

No fue ni mucho menos con idea de vivir conforme al carácter que mi amigo Lanrivain me atribuía (de hecho, bajo mi apariencia insociable, siempre he tenido secretos anhelos de vida doméstica), por lo que hice caso de su sugerencia una tarde de otoño, y fui a Kerfol. Mi amigo iba en automóvil a Quimper por cuestiones de negocios: me dejó, de camino, en un cruce que había en un páramo; y me dijo:

—Tuerce primero a la derecha y luego a la izquierda. Después, sigue recto hasta que veas una avenida de árboles. Si te encuentras con algún campesino, no le preguntes. No entienden el francés, pero fingirán que sí y te confundirán. Pasaré por aquí a recogerte a la caída de la tarde… No te olvides de echar una ojeada a las tumbas de la capilla.


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28 págs. / 50 minutos / 88 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

El Corazón Secuestrado

Gastón Leroux


Novela corta


I. Mis esponsales con Cordelia

Nuestros padres nos habían desposado desde nuestra más tierna edad. Cuando yo tenía doce años y ella ocho se decía ya en torno nuestro que formábamos una pareja encantadora, y nuestras madres nos admiraban. Hubiésemos querido casarnos en seguida, tanto nos queríamos. Eramos primos hermanos, y nuestras familias se reunían durante las vacaciones. Por aquel tiempo, Cordelia me había entregado ya su corazón, su corazoncito de ocho años.

Yo era un muchacho alto para mi edad, de un rubio casi rojo, muy fuerte, rabiando por los deportes y perezoso en los estudios. La vida al aire libre era la única que codiciaba. Había aficionado a ella a Cordelia, que tenía más bien predilección por la lectura y las bellas artes. Su madre era italiana. Mi tío se había enamorado duran te un viaje de negocios que había tenido que hacer a Turín. A los ocho años, Cordelia era ya una buena ejecutante en música, pero nos asombraba, sobre todo, por su facilidad en dibujar o pintar lo que presionaba o interesaba. A mí me parecía milagroso todo lo que salía de manos do Cordelia.

No podía menos de quererla más y más, y no le regateaba mi admiración. Fui yo quien le enseñó a montar a caballo. Era intrépida. A veces me daba miedo, pero yo no bacía más que seguirla: hacía de mí todo lo que quería. Jamás he sido soñador; pero me decía de pronto: “¡Soñemos!”…, y yo, junto a ella, hacía de soñador, es decir, me callaba. Después me miraba con aire burlón, y rompiendo a reír me decía: “¡Abrázame!” Y al ir a abrazarla se escapaba corriendo.


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87 págs. / 2 horas, 33 minutos / 133 visitas.

Publicado el 27 de enero de 2019 por Edu Robsy.

El Judío Errante

Eugène Sue


Novela


Dedicatoria

Aceptad la dedicatoria de este libro, mi querido Camilo; es un recuerdo de sincera amistad y a la par un testimonio de vivo agradecimiento. Nunca olvidaré que vuestros excelentes trabajos, frutos de una larga y hábil experiencia, me han servido para poner de relieve y en movimiento en mi modesta esfera de narrador, algunos hechos consoladores o terribles, más o menos relacionados con el problema de la organización del trabajo, cuestión que dominará bien pronto todas las otras, por ser de vida o muerte para las masas.

Si en la mayor parte de los episodios de esta obra, he intentado poner de manifiesto la acción admirablemente benéfica y práctica que un hombre de corazón noble y de espíritu ilustrado, podría ejercer sobre la clase obrera, a vos os lo debo.

Si por contraste he pintado las horribles consecuencias del olvido de la justicia, de toda caridad, de toda simpatía hacia los desgraciados, que llenos de privaciones, de miserias y de dolor, hace mucho tiempo sufren en silencio sin reclamar más que el derecho al trabajo, es decir, un salario cierto, proporcionado a sus labores y a sus módicas necesidades, a vos también debe agradecerse.

La tierna y respetuosa afección que os profesa esa muchedumbre de obreros a quien empleáis, y cuya condición moral y material mejoráis cada día, es una de esas raras y gloriosas excepciones que hacen más censurable aún el egoísmo, al cual un pueblo de trabajadores honrados y laboriosos se ve con frecuencia impunemente sacrificado.

Adiós, amigo; dedicaros este libro, a vos, artista eminente, a vos, uno de los más nobles corazones y de los más claros talentos que conozco, es manifestar que a falta de ingenio, se encontrarán por lo menos en mi obra tendencias saludables y convicciones generosas. Es todo vuestro.
 


EUGENIO SUE.

París 25 de junio de 1844.


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1.278 págs. / 1 día, 13 horas, 17 minutos / 351 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

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