Textos más populares este mes publicados por Edu Robsy no disponibles | pág. 84

Mostrando 831 a 840 de 2.175 textos encontrados.


Buscador de títulos

editor: Edu Robsy textos no disponibles


8283848586

El Sauce Llorón

Robert E. Howard


Cuento


—Quítate esos guantes para niñas y ponte los de siete onzas —le ordené—. ¡Soy el famoso Mono Costigan, mánager siete no campeones! Quiero ver lo que tienes en las tripas... si es que tienes algo.

Se sacó sus guantes ligeros —guantes para pegarle a un punching-ball— y se puso los reglamentarios de boxeo, mostrando en la tarea muy poco entusiasmo. Sin embargo, tuve la impresión de ver un destello de interés en sus ojos tristes.

Avanzamos uno hacia el otro y adoptó una posición que ya estaba pasada de moda cuando John L. Sullivan lloriqueaba en la cuna. Le hice una finta al cuerpo y me irritó largándome un torpe zurdazo que me rebotó en el mentón. Le lancé un golpe corto a la nariz y una expresión lúgubre apareció en su rostro y le empezaron a correr las lágrimas por las mejillas.

¡Aquello me pilló completamente desprevenido! Bajé los puños y...

—Tendría que haberte avisado —me dijo Joe Harper, masajeándome la nuca—. ¡Ese merluzo es una verdadera fuente! En cuanto cruza los guantes, se pone a llorar.

—Bueno, de acuerdo —dije aturdido—. ¿Y qué fue aquel temblor de tierra?

—Bajaste la guardia cuando empezó a llorar —me explicó Joe pacientemente— y te pegó con un directo en el mentón y otros dos del mismo calibre mientras caías.

Me levanté algo envarado y contemplé al «llorón», cuyo aspecto era más melancólico que nunca.

—Es más fuerte que yo —declaró—. Siempre lloro cuando boxeo, particularmente si alguien me pega en la nariz. El hecho mismo de golpear a uno de mis semejantes —y todavía más si el golpeado soy yo— me pone triste y melancólico.

—Entonces, ¿por qué boxeas? —quise saber, atónito.

—Me gusta —replicó sin más.


Información texto

Protegido por copyright
7 págs. / 12 minutos / 72 visitas.

Publicado el 22 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Aparición Sobre el Cuadrilátero

Robert E. Howard


Cuento


Los lectores de esta revista se acordarán sin duda de Ace Jessel, el gran boxeador negro del que fui mánager hace algunos años. Era un gigante de ébano de un metro noventa y dos centímetros de altura y ciento quince kilos de peso. Se movía con la cómoda ligereza de un gigantesco leopardo y sus músculos de acero ondulaban bajo su brillante piel. Sorprendentemente rápido para un boxeador de su tamaño, tenía una pegada terrible y cada uno de sus enormes puños contenía la potencia de un martillo pilón.

En aquella época yo estaba convencido de que era tan bueno como cualquier otro hombre que pudiera subir a un cuadrilátero... salvo por un defecto capital. Carecía de instinto asesino. Tenía un enorme coraje, como demostró en numerosas ocasiones... pero se contentaba con boxear, las más de las veces, batiendo a sus enemigos por los puntos y lanzando los golpes exactos para no perder el combate.

De vez en cuando, los espectadores le insultaban, pero sus sarcasmos no hacían más que ampliar su jovial sonrisa. Sin embargo, sus combates seguían atrayendo a un público enorme porque, las raras veces que se encontraba en dificultades y se veía obligado a atacar, o cuando se enfrentaba a un peligroso adversario al que tenía forzosamente que dejar K. O. para conseguir la victoria, los espectadores asistían a un verdadero combate que les entusiasmaba de principio a fin. Incluso en aquellas ocasiones, su costumbre era apartarse de su adversario tambaleándose, dejando que el boxeador atontado por los golpes tuviera tiempo para recuperarse y volver al ataque... mientras la multitud aullaba enfurecida y yo me tiraba de los pelos.


Información texto

Protegido por copyright
17 págs. / 29 minutos / 61 visitas.

Publicado el 22 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Ricardo II

William Shakespeare


Teatro, Drama, Drama histórico


Dramatis personae

RICARDO II, rey de Inglaterra
La REINA Isabel, su esposa
Juan de GANTE, Duque de Lancaster y tío del rey
Enrique BOLINGBROKE, Duque de Hereford, hijo de Juan de Gante y futuro rey Enrique IV
DUQUESA DE GLOUCESTER, viuda de Tomás de Woodstock, Duque de Gloucester y tío del rey
Duque de YORK, tío del rey
DUQUESA DE YORK
Duque de AUMERLE, su hijo
Tomás MOWBRAY, Duque de Norfolk

Favoritos del rey:
GREEN
BAGOT
BUSHY

Partidarios de Bolingbroke:
Percy, Conde de NORTHUMBERLAND
Enrique PERCY, su hijo
Lord ROSS
Lord WILLOUGHBY

Partidarios del rey:
Conde de SALISBURY
OBISPO DE CARLISLE
Sir Esteban SCROOP

Lord BERKELEY
Lord FITZWATER
Duque de SURREY
ABAD DE WESTMINSTER
Sir Piers EXTON
LORD MARISCAL
HERALDOS
CAPITÁN del ejército galés
DAMAS de compañía de la reina
JARDINERO
AYUDANTES del jardinero
CRIADOS
CARCELERO de la prisión de Pomfret
MOZO de cuadra

Nobles, soldados, guardias, acompañamiento

Vida y muerte del rey Ricardo II

Acto I

Escena I

Entran el rey RICARDO y Juan de GANTE, con otros nobles y acompañamiento.

RICARDO:
Anciano Juan de Gante, venerado Lancaster,
¿has traído a tu audaz hijo, Enrique de Hereford,
según tu juramento y compromiso,
para que pruebe la violenta acusación,
que mis tareas me impidieron atender,
contra el Duque de Norfolk, Tomás Mowbray?

GANTE:
Sí, Majestad.

RICARDO:
Dime también: ¿Le has sondeado para ver
si acusa al duque por viejo rencor
o dignamente, como cumple a un buen vasallo,
por hechos conocidos de traición?


Información texto

Protegido por copyright
65 págs. / 1 hora, 54 minutos / 203 visitas.

Publicado el 17 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

La Campanilla de la Doncella

Edith Wharton


Cuento


I

Era el otoño, después de haber pasado el tifus. Había estado en el hospital, y cuando salí tenía un aspecto tan endeble y vacilante que las dos o tres damas a las que pedí trabajo no me aceptaron, por temor. Se me había agotado casi todo el dinero, y después de vivir de la pensión durante dos meses, frecuentando agencias de colocaciones y escribiendo a todos los anuncios que me parecían respetables, casi perdí las esperanzas, porque el andar de un lado para otro no me había permitido recuperar peso; así que no veía cómo podía cambiar mi suerte. Pero cambió…, o así lo creí yo entonces. Un día me tropecé con una tal señora Railton, amiga de la señora que me había traído a Estados Unidos, y me paró para saludarme; era de esas personas que hablan siempre con mucha familiaridad. Me preguntó qué me pasaba que estaba tan pálida, y cuando se lo conté, dijo:

—Vaya, Hartley; creo que tengo precisamente el puesto que necesitas. Ven mañana a verme y hablaremos de esto.

Al día siguiente, cuando fui a visitarla, me contó que se había acordado de una sobrina suya, una dama joven, aunque algo delicada, que vivía todo el año en su finca de Hudson, ya que no soportaba el ajetreo de la vida ciudadana.


Información texto

Protegido por copyright
27 págs. / 48 minutos / 63 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Mañana

Joseph Conrad


Cuento


Lo que se sabía del capitán Hagberd en el pequeño puerto de Colebrook no era precisamente favorable para él. No pertenecía a aquel pueblo. Había llegado para quedarse en unas circunstancias que no tenían nada de misterioso —sobre aquel particular era especialmente comunicativo—, pero sí realmente morbosas y absurdas. Era evidente que tenía dinero, porque se había comprado una parcela y había hecho construir en ella dos pequeñas casitas feas que había pintado de amarillo. Una de ellas la ocupó él mismo y la otra se la cedió a JosiahCarvil —el ciego Carvil, constructor de barcos retirado—, un hombre que se había granjeado una mala reputación en el lugar a causa de su despotismo.

Las casas tenían una pared en común, los jardines estaban separados por una valla y los cercos traseros por un cerco de madera. A la señorita BessieCarvil se le permitía tender sobre el cerco los manteles, las servilletas y algún que otro delantal para que se secaran. La joven era alta y el cerco bajo, le daba para apoyar los codos en él. Tenía las manos enrojecidas por la cantidad de ropa que lavaba, pero los antebrazos eran blancos y bien formados, y siempre observaba al jefe de su padre en silencio, un silencio pensativo lleno de entendimiento, expectativa y deseo.

—La ropa mojada acaba pudriendo la madera —solía decir el capitán Hagberd—, es la única costumbre descuidada que le conozco, ¿por qué no cuelga una cuerda en su patio?


Información texto

Protegido por copyright
36 págs. / 1 hora, 4 minutos / 175 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

El Tren Ha Silbado

Luigi Pirandello


Cuento


Desvariaba. Los médicos habían dicho que se trataba de un principio de fiebre cerebral; y todos los compañeros de trabajo, que volvían de dos en dos del manicomio donde habían ido a visitarlo, lo repetían.

Al decírselo a los compañeros que llegaban tarde y a los que se encontraban por la calle, parecían experimentar un placer peculiar, utilizando los términos científicos que acababan de aprender de los médicos:

—Frenesí. Frenesí.

—Encefalitis.

—Inflamación de la membrana cerebral.

—Fiebre cerebral.

Y querían parecer preocupados; pero en el fondo estaban tan contentos, saliendo tan saludables de aquel triste manicomio, hacia el azul alegre de la mañana invernal, tras cumplir su deber con la visita.

—¿Se va a morir? ¿Se va a volver loco?

—¡Quién sabe!

—Morir, parece que no…

—Pero, ¿qué dice? ¿Qué dice?

—Siempre lo mismo. Desvaría.

—¡Pobre Belluca!

Y a nadie se le ocurría que, por las muy especiales condiciones de vida que aquel infeliz sufría desde hacía tantos años, su caso podía incluso ser muy normal, y que todo lo que Belluca decía —y que a todos les parecía un delirio, un síntoma del frenesí— podía ser la explicación más sencilla de aquel caso suyo tan natural.

La noche anterior Belluca se había rebelado violentamente contra su jefe y, frente a los ásperos reproches de este, casi se le había lanzado encima, ofreciendo un firme argumento a la suposición de que se tratara de una verdadera alienación mental.

Porque hombre más manso y sumiso, más metódico y paciente que Belluca, no se podría imaginar.


Información texto

Protegido por copyright
7 págs. / 13 minutos / 228 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Jesús, el Hijo del Hombre

Gibran Kahlil Gibran


Cuento


SANTIAGO, HIJO DE ZEBEDEO

El reinado de la Tierra
 

Era un día primaveral el día en que Jesús llegó a un parque de Jerusalén, y comenzó a dialogar con la multitud sobre el Reinado del Cielo.

Graves acusaciones en contra de fariseos y escribas que colocaban trampas y cavaban pozos en el sendero de quienes buscaban el Reino Celestial, apostrofándolos y recriminándolos con acritud. Entre la multitud se hallaban personas que defendían a los escribas y fariseos, y planearon. arrestar a Jesús, y a nosotros con él. Pero Jesús logró burlar sus ardides y escapar por el portal de la ciudad que mira hacia el Norte. Allí nos contempló y dijo:

—Todavía no ha llegado la hora en que me prendan. Aún tengo mucho de que hablaros, y mucho es también lo que tengo que hacer entre vosotros antes de pensar en entregarme—. —Y después añadió, su voz teñida de felicidad:—Vayamos hacia el Norte, hacia la primavera. Subid conmigo a los montes, pues el invierno ha terminado y la nieve del Líbano está cayendo hacia los valles, agregando su preludio a las sinfonías de los arroyos. Las llanuras y las viñas han alejado todo sueño, y han despertado para recibir al Sol con lujuriosos higos y frescas uvas.

Estaba siempre a la. cabeza de la columna que conformaban los suyos, todo ese día y también el siguiente. En el atardecer del tercero habíamos escalado la cima del monte Hermón. En lo alto de una meseta se detuvo a observar las aldeas esparcidas por el llano. Se le iluminó la cara, que en ese instante parecía oro bruñido. Nos tendió las manos.


Información texto

Protegido por copyright
128 págs. / 3 horas, 45 minutos / 624 visitas.

Publicado el 15 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

El Judío Errante

Eugène Sue


Novela


Dedicatoria

Aceptad la dedicatoria de este libro, mi querido Camilo; es un recuerdo de sincera amistad y a la par un testimonio de vivo agradecimiento. Nunca olvidaré que vuestros excelentes trabajos, frutos de una larga y hábil experiencia, me han servido para poner de relieve y en movimiento en mi modesta esfera de narrador, algunos hechos consoladores o terribles, más o menos relacionados con el problema de la organización del trabajo, cuestión que dominará bien pronto todas las otras, por ser de vida o muerte para las masas.

Si en la mayor parte de los episodios de esta obra, he intentado poner de manifiesto la acción admirablemente benéfica y práctica que un hombre de corazón noble y de espíritu ilustrado, podría ejercer sobre la clase obrera, a vos os lo debo.

Si por contraste he pintado las horribles consecuencias del olvido de la justicia, de toda caridad, de toda simpatía hacia los desgraciados, que llenos de privaciones, de miserias y de dolor, hace mucho tiempo sufren en silencio sin reclamar más que el derecho al trabajo, es decir, un salario cierto, proporcionado a sus labores y a sus módicas necesidades, a vos también debe agradecerse.

La tierna y respetuosa afección que os profesa esa muchedumbre de obreros a quien empleáis, y cuya condición moral y material mejoráis cada día, es una de esas raras y gloriosas excepciones que hacen más censurable aún el egoísmo, al cual un pueblo de trabajadores honrados y laboriosos se ve con frecuencia impunemente sacrificado.

Adiós, amigo; dedicaros este libro, a vos, artista eminente, a vos, uno de los más nobles corazones y de los más claros talentos que conozco, es manifestar que a falta de ingenio, se encontrarán por lo menos en mi obra tendencias saludables y convicciones generosas. Es todo vuestro.
 


EUGENIO SUE.

París 25 de junio de 1844.


Información texto

Protegido por copyright
1.278 págs. / 1 día, 13 horas, 17 minutos / 351 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

La Paloma

Alejandro Dumas


Novela corta, novela epistolar


Carta primera

5 de mayo de 1637.

Bella paloma de plumaje nacarado, cuello de tornasol y patitas rojas; ya que tu prisión te parece tan cruda que quieres suicidarte dándote en los hierros de tu jaula, te vuelvo la libertad. Pero como sin duda tú no quieres dejarme, sino para buscar una persona a quien aprecies más que a mí, he tenido tentaciones de vengarme de tu ingratitud. Declaro, pues, que he tratado de hacerte pagar con una cautividad eterna el favor que te hice, porque el corazón humano es tan egoísta que no hace nunca nada sin exigir una recompensa, que a veces excede con mucho al beneficio hecho. Vete, pues, gentil mensajera, vete a presentar mis respetos al que o a la que te llama, a pesar de la distancia, y a quien buscas atravesando con los ojos el espacio. Este billete que ato a tu ala es la salvaguarda de tu fidelidad. Adiós, pues, la ventana está abierta y el aire te espera… adiós.

Carta segunda

6 de mayo de 1637.


Información texto

Protegido por copyright
80 págs. / 2 horas, 20 minutos / 141 visitas.

Publicado el 12 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

La Señora del Perrito

Antón Chéjov


Cuento


Un nuevo personaje había aparecido en la localidad: una señora con un perrito. Dmitri Dmitrich Gurov, que por entonces pasaba una temporada en Yalta, empezó a tomar algún interés en los acontecimientos que ocurrían. Sentado en el pabellón de Verney, vio pasearse junto al mar a una señora joven, de pelo rubio y mediana estatura, que llevaba una boina; un perrito blanco de Pomerania corría delante de ella.

Después la volvió a encontrar en los jardines públicos y en la plaza varias veces. Caminaba sola, llevando siempre la misma boina, y siempre con el mismo perrito; nadie sabía quién era y todos la llamaban sencillamente «la señora del perrito».

«Si está aquí sola, sin su marido o amigos, no estaría mal trabar amistad con ella», pensó Gurov.


Información texto

Protegido por copyright
19 págs. / 34 minutos / 83 visitas.

Publicado el 6 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

8283848586