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editor: Juan Carlos Vinent Mercadal


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Recoveco Cutrefacto

Joan Carlos Vinent


relato experimental


Pseudónimo:  Óscar  Oporto
 Recoveco  cutrefacto Obcecado,  obnubilado,  ofuscado,olvidado,  oscuro,  ostentosamente histriónico,  hipostasis  irreverente  de  la  mundanal  mundicia.  Tenebroso esplendor   de   una   Salamanca   limpia   y   culta   ¿o   culta   y   limpia? Ominosamente,  olisco  la  opima  mezcla  de  olíbano  y  el  omental  omecillo que  revuelve  el  omaso,  donde  el  onanismo  oncológico  del  oneroso oncejo  opila  los  poros  antaño  pulcros  de  oprobio  y  opulencia  otoñal  que confundía  hostia  con  ostra. El  ósculo  osmanlí  a  una  manceba  mancillada  precedió  al  orín oriundo   del   Imperio   Otomano.   ¿Cómo   se   orea   la   orfandad   del ostracismo?  Rincón  cutre  y  putrefacto,  recoveco  cutrefacto. Sí,  tú  que  tan  callado  escondes  tus  memorias  inextricables.  De  ti surge  -¡oh  arcano!-  la  vida.  Tú  que  estás  quieto  y  aparente  mudo.  No  te preocupes,  por  fin  saldrás  del  olvido  porque  tú  me  hablaste  a  mí, afortunado  transeúnte,  tú  que  supiste  elegir  y  no  me  tomaste  por  mero dominguero.


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3 págs. / 5 minutos / 42 visitas.

Publicado el 2 de octubre de 2020 por Juan Carlos Vinent Mercadal.

Silas Marner

George Eliot


Novela


I

En los tiempos en que las ruecas zumbaban activamente en las granjas, en que las mismas grandes damas, vestidas de sedas y encajes, tenían sus pequeñas ruecas de encina lustrada, a veces se veía, ya sea en los caminos de los distritos apartados, ya sea en el seno profundo de las colinas, a ciertos hombres pálidos y enclenques que, comparados con las gentes vigorosas de los campos, parecían ser los últimos vestigios de una raza desheredada.

El perro del pastor ladraba furioso cuando uno de esos hombres de fisonomía extraña aparecía en las alturas, y su fisonomía extraña se destacaba negra sobre el cielo, en el ocaso breve del sol de invierno; porque, ¿a qué perro no incomoda una persona encorvada bajo el peso de un fardo? Y aquellos hombres pálidos rara vez salían de su aldea sin aquella carga misteriosa.

El propio pastor, bien que tuviera buenas razones para creer que la bolsa sólo contenía hilo de lino, si no largas piezas de lienzo tejidas con ese hilo, no estaba muy seguro de que aquel oficio de tejedor, por indispensable que fuera, pudiera ejercerse sin el auxilio del espíritu maligno.

En aquella época remota, la superstición acompañaba a todo individuo o a todo hecho un tanto extraño. Y para que una cosa pareciera tal, bastaba que se repitiera periódica o accidentalmente, como las visitas del buhonero o del afilador.

Nadie sabía dónde vivían aquellos hombres errantes, ni de quién descendían; y, ¿cómo podría decirse quiénes eran, a menos de conocer a alguien que supiera quiénes eran su padre y su madre?


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243 págs. / 7 horas, 6 minutos / 133 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2016 por Juan Carlos Vinent Mercadal.

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