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La flor con alas

Manuel Cerón Mejía


Cuento infantil


Era una chicharra, una joven cigarra, que quiso trepar un árbol de mango para divertir a los chicuelos con su talento musical durante la Semana Santa. Oír cantar aquel insecto contentaba, no sólo a chicos y a grandes con corazón de niño sino que también hacía del mundo un lugar muy ameno.

Aquella chicharra, que parecía tener un lenguaje musical entre sus alas membranosas y transparentes, emitía noche y día un chirrido delicioso. El calor, los aguaceros imprevistos, la penumbra de la noche estrellada, o la densa niebla y la brisa suave, eran incapaces de frenar su espléndida melodía.

«¡Haría buena amistad con Pepito Grillo!», susurraban las gentes del lugar. Los ancianitos, sin embargo, que caminaban cabizbajos en la procesión, decían que tanto ese sonido, como los tres clavos rojos en la cabeza de la chicharra, recordaba a todos los hombres el sacrificio de Cristo.

Entrada en pleno la Semana antedicha, nuestra chicharra sintió que algo andaba mal. ¿Eran, acaso, las laboriosas hormigas? ¿Los simpáticos gecos? ¿Una mantis religiosa… los insectos que habían perturbado la paz de la cigarrita? Por suerte, quizá para la chicharra, eran unos niños, unos niños queapedreaban el palo de mango, pues, tenían mucha hambre y deseaban hacer el reconocido postre de la época: mango en miel.

No importa -dijo la chicharra, alegremente-. «Diecisiete años estuve bajo suelo, y voy a volar (junto a mi orquesta) hacia aquel palo de jocote, y desde allí voy a seguir rindiendo homenaje al personaje central de esta Semana; entretanto me acerco al jocote voy a hacer piruetas en el aire».

Recuperó el aliento y así lo hizo.

Cuando aún hacía zigzag en el cielo, un gato que merodeaba el show aéreo, capturó la avioneta cantora entre las mandíbulas. En seguida, maltrecha el ala derecha, aterrizó como pudo encima de unas hojas secas. ¡Ea! Muda, sin música.


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Publicado el 2 de febrero de 2018 por Manuel Cerón.

Vidas rebeldes (1961, de John Huston)

Manuel Cerón Mejía


Opinión, reseña de cine, Clásico


Tres cowboys (El galán, Clark Gable, El insensible, Eli Wallach, El intrépido, Monty Clift) desequilibrados trinan en el desierto para hacerse con el favor de una musa, musa que padece El Síndrome de Madame Bovary, Roslyn Taber: Marilyn Monroe (MM en adelante, guiño a Norman Mailer). He aquí toda la carne en el asador.

¿Pero de qué va la historia sino de la caída de los hombres a causa de la cáscara de plátano que arrojaron los dioses? Sintiéndose acorralada en un bar donde celebra su divorcio con whisky y una amiga de correrías, MM decide tomar el fresco en la casa de campo de un amigo afuera de la ciudad «Déjalo todo», Nevada. El galán y El insensible han caído redondamente embrujados por la simpática mujer que más tarde hace gala de sus dotes de danzarina y la compasión hacia los seres más débiles. 

Suceden días bucólicos, noches a cielo y jardines abiertos de par en par pero El galán repentinamente se ve tentado a reafirmar su hombría y junto a El insensible y el tercer hombre, planean ir a cazar caballos (mustang). El tercer hombre, El intrépido, se gana la vida de rodeo en rodeo y por quien MM deja notar una enorme afinidad en su mirada aún sin entender por qué —si es amor maternal o amor erótico—,  en la escala Erich Fromm.


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Publicado el 10 de septiembre de 2018 por Manuel Cerón.

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