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Ensayo Sobre el Paraguas

Marcel Schwob


Artículo


Estas breves líneas están tomadas del
diario íntimo de mi amigo C. L.

Yo tenía un paraguas, y la muerte me lo ha arrebatado. Se lo ha llevado al comienzo de su carrera; aún era joven y sin duda algún día hubiera desplegado sus alas para alzar el vuelo sobre altas cumbres. Pero un golpe de viento lo ha roto; ya no está entre nosotros. Siento impulsos de simpatía hacia los paraguas, siempre los he querido mucho y aún conservo hacia ellos una debilidad que me asusta. Este me había seducido con su elegancia, su gracioso talle, su encantadora cabeza de marfil; sus huesos eran menudos, estilizados, sus carnes sedosas lanzaban reflejos de un infinito encanto, y cuando se abría, planeaba como una elegante faldilla azul a la altura de las ventanas de los bajos. Nunca subía hasta las nubes y huía de los riachuelos; tenía una sensibilidad perversa hacia la humedad. Se abría a cualquier sugerencia con una simple presión del pulgar; sus ocho varillas le permitían un despliegue razonable.

Lloro por él porque sentía que tenía un auténtico alma de paraguas. Ahora que su tela pende como un ala malherida, se acabaron los viajes con él a países lejanos. Me hubiera gustado, sin embargo, enseñarle Italia, mostrarle lo triste que puede resultar un cielo azul para quienes no están acostumbrados, y vivir con él sensaciones nuevas. Se trataba de un regalo de una gran dama que se aviene a menudo a invitarme a cenar. Así que voy a intentar describir para ella todo el esnobismo que albergaba ese pequeño paraguas.


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4 págs. / 7 minutos / 132 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Bocetos y Apuntes

Vicente Blasco Ibáñez


Crónica, artículo, colección


El amor y la muerte

Con gran frecuencia ocurren los llamados crímenes de amor. Relatan los periódicos casi a diario sucesos dramáticos, en los que hiere la mano a impulso de los celos; describen suicidios, en los cuales una vida se suprime fríamente, abandonando las filas humanas por miedo a la soledad, después de las dulzuras del idilio, por el desesperado convencimiento de que ya no podrá marchar sintiendo el contacto de la carne amada, roce embriagador que mantiene lo que algunos filósofos llaman estado de ilusión y ayuda a soportar la monotonía de la existencia.

¡El Amor y la Muerte!… Nada tan antitético, tan opuesto, y, sin embargo, los dos caminan juntos, en estrecho maridaje, desde los primeros siglos de la Humanidad, tirando uno del otro, cual inseparables cónyuges, como marchan a través del tiempo la noche y el día, el invierno y la primavera, el dolor y el placer, no pudiendo existir el uno sin el otro.

«Te amo más que a mi vida», dice el jovenzuelo, despreciando su existencia, apenas formula los primeros juramentos de amor.. «¡Morir!, ¡morir por tí!», murmura el hombre junto a una oreja sonrosada, cuando, agotadas las frases de adoración, se esfuerza por concentrar en una definitiva y suprema frase todo su apasionamiento. «¡No volver a la vida! ¡Quedar así por siempre!», suspiran los enamorados, mirándose en el fondo de los ojos, mientras corre por sus nervios el estremecimiento del más dulce de los calofríos; y este deseo de anularse, de no despertar jamás del grato nirvana, surge inevitablemente, como si el amor sólo pudiera crecer y esparcirse a costa de la vida.

Tal vez reconoce su fragilidad, y adivinando que puede desvanecerse antes que acabe la existencia de los enamorados, implora, por instinto de conservación, el auxilio de la muerte.


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Dominio público
29 págs. / 51 minutos / 54 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

Los "Rojos" de Basilea

Marcel Schwob


Artículo


Basilea era una república y una ciudad libre, gobernada por una asamblea de notables, un cónsul y un obispo. Villa diplomática, se asentaba en la ribera baja del Rin, con sus pequeñas casas puntiagudas cubiertas de tejas estriadas en forma de ojivas, con innumerables ventanucos estrechos y enrejados, con sus atalayas de techos pintados de azul y de amarillo, su viejo puente de madera y su monasterio, parecido a una nube colorada y pulida, en el cual San Jorge, vestido de sangre, hunde su lanza en las fauces del dragón de gres rojo.

El Rin, amplio, luminoso y verde, rodeaba la ciudad como si de un malecón se tratara, entre las lejanas montañas nevadas y las pequeñas colinas de Basilea: Leonardberg, Kohlemberg y Munsterberg, hacia donde trepaban las calles empinadas con sus grandes insignias coloridas, calle del Yelmo y calle de la Corona, calle de los Cisnes y calle del Hombre salvaje, cerca del Mercado de los Peces y del León de Piedra que vomita su chorro de agua pura como un arco de cristal.

Ahí había honestas posadas donde mofletudas muchachas servían vino claro en jarras de estaño, donde colgaban trajes y mucetas dejadas como señal. Había una casa consistorial donde se reunían los burgueses con su capa de paño, su camisa de lino crudo, la alianza de oro en el anular, para hacer justicia y dar expeditiva cuenta a los malhechores. Alrededor de la Casa del Consejo dedaleaban callejuelas estrechas y apacibles frecuentadas por tenderetes de escribanos, repletos de pergaminos y de escritorios; por mujeres plácidas de ojos azules y húmedos, con el rostro ajado de ternura, su doble barbilla, tocadas con un pañuelo transparente que a veces velaba también su boca con una tira de tela fina; por muchachas juveniles vestidas de blanco, con pupas en los codos, cinturones de color cereza y que parecían alisarse su larga melena en una rueca; por niños pelirrojos de pálidos labios.


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3 págs. / 5 minutos / 45 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Nidau

Marcel Schwob


Artículo


Cerca de Biel, justo encima del oscuro lago de aguas verdes y agitadas y de los juncos que se hunden tristemente en el mismo, apareció a mi vista una torre cuadrada tocada con tejas y luciendo un enorme blasón rojo, cortado oblicuamente por una banda amarilla junto a un furioso oso negro rampante con las fauces abiertas.

La lluvia rayaba los arbustos y crepitaba en las rodadas; una niebla penetrante cubría las montañas del Jura, protuberantes, amenazadoras, erizadas de pinos negros y de finas hayas rojas, como si fueran pinceladas de tinieblas estriadas de sangre. Un siniestro tajo surcaba la arcilla remontando una garganta, entre sombríos bosquecillos y manchas de nieve, con una estrecha cremallera oxidada en cuyos rincones lloraban tripudas vagonetas abandonadas. Las ráfagas silbaban sobre los remolinos verdosos del lago, combando las cañas y estremeciendo los turbios charcos de barro.

Había ahí una vieja casita, recogida bajo su tejado, y detrás de sus ventanucos convexos dormitaban, en polvorientas estanterías, finos libretos de papel amarillento decorados con grabados sobre madera, sencillos y antiguos. Así pude releer los cuentos de Caperucita roja, de Los dos hermanitos, del Pobre Enrique y la triste historia de Blancanieves, en la que hay un espejo que habla. Y también leí la aventura de los tres que llegaron de Ultra-Rin.

BALADA

Llegaron tres desde la otra orilla
Y bajaron hasta la posada.
¡Posadera, cerveza de cebada!
¿Dónde está su blanca chiquilla?

Tengo cerveza fresca y buen vino
Y mi hija descansa ahí tumbada.
Entraron a echar una mirada
Y ahí la vieron, sobre tablas de pino.

El primero el sudario bajó
Y la miró con gran tristeza.
Hermosa niña, si aún vivieras
Conocerías a quien te amó.


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3 págs. / 6 minutos / 38 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Aceituna, Una

Ricardo Palma


Artículo


Acabo de referir que uno de los tres primeros olivos que se plantaron en el Perú fue reivindicado por un prójimo chileno, sobre el cual recayó por el hurto nada menos que excomunión mayor, recurso terrorífico merced al cual, años más tarde, restituyó la robada estaca, que a orillas del Mapocho u otro río fuera fundadora de un olivar famoso.

Cuando yo oía decir aceituna, una, pensaba que la frase no envolvía malicia o significación, sino que era hija del diccionario de la rima o de algún quídam que anduvo a caza de ecos y consonancias. Pero ahí verán ustedes que la erré de medio a medio, y que si aquella frase como esta otra: aceituna, oro es una, la segunda plata y la tercera mata, son frases que tienen historia y razón de ser.

Siempre se ha dicho por el hombre que cae generalmente en gracia o que es simpático: Este tiene la suerte de las aceitunas, frase de conceptuosa profundidad, pues las aceitunas tienen la virtud de no gustar ni disgustar a medias, sino por entero. Llegar a las aceitunas era también otra locución con que nuestros abuelos expresaban que había uno presentádose a los postres en un convite, o presenciado sólo el final de una fiesta. Aceituna zapatera llamaban a la oleosa que había perdido color y buen sabor y que, por falta de jugo, empieza a encogerse. Así decían por la mujer hermosa a quien los años o los achaques empiezan a desmejorar:

—Estás, hija, hecha una aceituna zapatera.

Probablemente los cofrades de San Crispín no podían consumir sino aceitunas de desecho.


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2 págs. / 3 minutos / 654 visitas.

Publicado el 20 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Soñemos, Alma, Soñemos

Benito Pérez Galdós


Ensayo, artículo


Alma Española, 8 noviembre 1903

Aprendamos, con lento estudio, a conocer lo que está muerto y lo que está vivo en el alma nuestra, en el alma española. Aprendámoslo aplicando el oído al palpitar de estos enojos que reclaman justicia, equidad, orden, medios de existencia. Apliquemos todos los sentidos a la observación de los estímulos que apenas nacen se convierten en fuerzas, de los desconsuelos que derivan lentamente hacia la esperanza, de la gestación que actúa en los senos del arte, de la industria, de la ciencia... Observemos cómo el pensamiento trata de buscar los resortes rudimentarios de la acción, y cómo la acción tantea su primer gesto, su primer paso.


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6 págs. / 10 minutos / 616 visitas.

Publicado el 1 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

Contra Esto y Aquello

Miguel de Unamuno


Ensayo, artículo


Prólogo a la segunda edición

Los artículos que componen esta colección no son propiamente ensayos críticos, ni pretende su autor que lo sean. Tan sólo son notas de un lector. En rigor, un pretexto para ir el autor entretejiendo sus propias ideas con las que le dan aquellos otros escritores a los que lee.

Escritos a vuelapluma y para satisfacer exigencias de labor periódica, no se enderezan a llevar a cabo un trabajo de erudición, que debe quedar para otros ingenios mejor dotados a tal respecto. El autor de estos ensayos no lee para citar lo leído, sino más bien para encender y enriquecer su propio pensamiento.

Hay, además, en la colección ésta algunos trabajos que no se refieren expresamente a obra alguna literaria, sino que son reflexiones generales sobre temas literarios y uno sobre la crítica. En éste trata el autor de sincerarse en cierto modo para que no se le tome por un crítico, por lo que se llama correctamente un crítico, a cuyo oficio renuncia, lo mismo que al de erudito, por no sentirse con aptitud para ninguna de esas dos tan inútiles y tan nobles funciones.

Poco tendría que añadir a lo que aquí hace ya dieciséis años dije si no hubiera pasado en tanto la terrible galerna, y a la vez terremoto, de la guerra mundial y sobre mí otra galerna que me tiene ya más de cuatro años y medio desterrado de mi patria, tiempo en que, merced sobre todo a trece meses de habitación en París, he podido rectificar ciertos juicios que acerca del espíritu francés, y más concretamente parisiense, había formado y publicado entonces. Pero no quiero tocar nada de lo que entonces dije, quiero respetar los juicios, equivocados o no, del que fui hace más de dieciséis años. Si algo rectificaría habrían de ser algunos vituperios, jamás los elogios, aunque respecto a éstos haya cambiado algo alguna vez.


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Dominio público
184 págs. / 5 horas, 23 minutos / 579 visitas.

Publicado el 13 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Crónicas

Amado Nervo


Crónica, Artículo


Los sabios y el misterio de la vida

El año de 1913 ha sido fértil para la ciencia.

Infinitos inventos e infinitas derivaciones prácticas de descubrimientos anteriores, han venido a aumentar enormemente el acervo mental humano. Empero, el problema por excelencia en que los hombres de laboratorio han trabajado quizá con más encarnizamiento, es el de la conquista de la energía intra-atómica, «de esa energía inmensa, capaz de dislocar y de romper el equilibrio indestructible que existe en los electrones constitutivos del átomo» y merced a la cual se redimiría al mundo, desapareciendo las desigualdades de la suerte que obligan a las cinco sextas partes de la humanidad a trabajar sin descanso para producir lo necesario a una sexta parte privilegiada. La energía intra-atómica, la utilización de las mareas y el aprovechamiento del calor solar, podrían por sí solos realizar con exceso toda la suma de trabajo que el mundo necesita para vivir.

Llegada la actividad científica al punto en que se halla, todo hace presumir que va a desbordarse en incontables aplicaciones. Los descubrimientos se seguirán vertiginosamente. Lo que soñábamos como lejano se volverá habitual, sin causarnos sorpresa ninguna, gracias a esa maravillosa facultad que poseemos de adaptarnos a todo.


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Dominio público
119 págs. / 3 horas, 29 minutos / 566 visitas.

Publicado el 9 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Todo al Vuelo

Rubén Darío


Crítica, Ensayo, Artículo, Opinión


Films de París

Los exóticos del «Quartier».

En la terraza del Valchette, o desde algún banco del Luxemburgo, me fijo singularmente en los exóticos que desfilan. Y me llama sobre todo la atención el negrito del panamá, un negrito negro, negro, con un panamá blanco, blanco. Es un negrito delgado, ágil, simiesco, orgulloso, pretencioso, pintiparado, petimetre, suficiente, contento y como danzante. París contiene varias clases de hijos de Cham, pero este negrito a ninguna de ellas pertenece. No es, seguramente, el célebre payaso Chocolat, que ha recibido recientemente una medalla por haber ido muchos años a divertir con saltos y muecas a los niños pobres de los hospitales y asilos; no será, por cierto, Koulery Ouníbalo, príncipe Gleglé, hijo del rey Behanzin Cortacabezas, que puede verse reproducido en cera en el Museo Grevin, y del cual príncipe, que ha servido como buen soldado a Francia, no ha vuelto a acordarse el Estado que depusiera a su padre; no será, de ninguna manera, el diputado por la Guadalupe, Legitimus, que ha pasado ya los años de la alegre juventud; no será, sobre todo, el estupendo Johnson, que desquijarró a Jeffries en Yanquilandia y cuyo retrato y «sonrisa de oro» han popularizado las gacetas. ¿Quién será, entonces, este negrito pintiparado que camina en se dandinant; y dodelinant de la tête? A veces va solo; a veces con otros compañeros de color, pero que no tienen sus manifestaciones de holgura ni su cándido jipijapa; a veces, en compañía de una moza pizpireta del quartier, una de esas trabadas calipigias que andan hoy por la moda en perpetua gymkana.


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Dominio público
183 págs. / 5 horas, 20 minutos / 486 visitas.

Publicado el 11 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

Auto-retrato

Miguel de Unamuno


Artículo, autobiografía


Sr. D. Francisco Villaespesa

Mi estimado amigo: Me pide usted un retrato mío y ante tal pedido surge un pequeño conflicto sin graves consecuencias —en mi conciencia. Renuncio á describírselo, aunque con semejante renuncia nos perdamos un trozo de psicología introspectiva, diferente, como es natural, de la ultrospectiva.

El resultado final de tal conflicto es la decisión de enviarle el retrato, pues el resistirse á que aparezca en público la imagen de nuestro físico arguye, en los tiempos que corren, mayor petulancia que el ceder á ello. Hoy, en que se prodiga tanto la estampación pública de retratos, es un verdadero acto de humildad, á la vez que un acto de verdadera humildad, el dejar que se dé á estampa pública el propio y peculiar retrato.

Ahora bien: visto y acordado en el tribunal de mi conciencia el remitirle un retrato de mi físico —dueño y á la vez siervo de dicha conciencia—, quedaba sólo la ejecución del acuerdo.

Y aquí me encuentro con que apenas tengo fotografías, y ellas no muy buenas, de mi semblante y traza corporal, y en este apuro acudo a la pluma misma con que trazo estas líneas y con ella dibujo mi perfil. Y en esto ha de permitirme que eche mano del egotismo y le diga que yo tengo más fisonomía visto de lado que no de frente. Hasta como escritor público creo que me ocurre lo mismo.

El hecho —porque es, sin duda, un hecho– de que envíe un auto-retrato supone que cultivo el «conócete á ti mismo»; y no pongo en latín esta sentencia, porque eso me parece algo asi como citar á Nietzsche ó á Tolstoi en francés, y el cultivar ese «conócete» dicen que es un mérito y el camino obligado para el «poséete».


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 452 visitas.

Publicado el 12 de octubre de 2019 por Edu Robsy.

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