WILLIAM BLAKE
  WILLIAM BLAKE habría sido el
 primero en entender que toda biografía debería empezar con las 
palabras: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra». Si nos 
propusiéramos contar la vida del señor Jones de Kentish Town, completar 
esa tarea nos llevaría siglos enteros. Ni siquiera podemos entender el 
apellido Jones sin habernos dado cuenta de que no se trata de un 
apellido común en el sentido de que sea vulgar, sino del mismo modo en 
que son comunes las cosas divinas: su propia difusión es un eco del 
culto de san Juan el Divino. Sin duda, el adjetivo kentish es un misterio, dadas sus implicaciones geográficas, pero de ningún modo es tan misterioso como la terrible e impenetrable palabra town
 [«ciudad»], cuyo significado sólo estará a nuestro alcance cuando 
hayamos hurgado en las raíces de la humanidad prehistórica y presenciado
 las últimas revoluciones de la sociedad moderna. Así, pues, cada 
término nos llega coloreado por su deriva histórica, cada etapa de la 
cual ha producido en él por lo menos una leve alteración. El único modo 
correcto de contar una historia sería comenzar por el principio: el 
principio del mundo; de manera que, en pos de la brevedad, la totalidad 
de los libros empieza del modo incorrecto. No obstante, si Blake 
escribiera la biografía de Blake, no comenzaría hablando de su 
nacimiento o de sus orígenes nobles o plebeyos. Ciertamente, William 
Blake nació en 1757 en el mercado de Carnaby…, pero la biografía de 
Blake según Blake no habría comenzado así, sino con una larga 
disquisición en torno al gigante Albión, a los muchos desacuerdos entre 
el espíritu y el espectro de aquel caballero, a las doradas columnas que
 cubrían la tierra en sus inicios y a los leones que caminaban ante Dios
 en su dorada inocencia.
Información texto 'William Blake y Otros Temperamentos'