Textos más vistos etiquetados como Crónica | pág. 4

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etiqueta: Crónica


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El Cadiceño

Rosalía de Castro


Cuento, Crónica


Allá lejos, por el camino que blanquea entre los viñedos y maizales, veo aparecer, como caballeros con lanza en ristre, dos hombres bélicamente armados de enormes paraguas, y cuyo aire y contoneo viene diciendo: «¡Que entramos!".

Y a fe que no sé si retirarme de la ventana por temor a un reto de esos que hacen estremecer las inanimadas piedras y temblar las montañas. ¡Han aprendido tanto esos benditos allá por las tierras de María Santísima! Vuelven tan sabios y avisados que no sería extraño adivinasen, con solo mirarme el rostro, que estaba tomándole la filiación para hacer su retrato.

Y atrévase cualquiera a mostrar a su prójimo, siquiera en leve bosquejo, las grandes narices o las grandes orejas con que le dotó la prodiga naturaleza. ¡Oh!, yo sé perfectamente cuán peligroso es tal oficio. Pronto el de las grandes orejas o el de las grandes narices, sin pararse a considerar que no todos podemos ser, y de ello me pesa, lo que se dice miniaturas, se volverá iracundo contra el artista, diciendo:

–Voy a romperle a usted el alma; yo no soy ese fantasma que acaba usted de diseñar. Usted hace caricaturas en vez de retratos.

Y si el artista es tímido, tiene entonces que volver a coger el pincel, y en dos segundos, ¡chif! ¡chaf!, pintar las orejas y las narices mas cucas del universo.

Mas no haré yo tal por solo obedecer a una exigencia injusta, que, antes que nada, el hombre debe ser fiel a la verdad, y el artista, a la verdad y al arte. Quieran, pues, o no quieran los que escupen por el colmillo, me decido a cumplir con la espinosa misión que me ha sido encomendada, y advierto que, como mi conciencia juega siempre limpio en tales lances, de hoy más serán inútiles las protestas, inútiles así mismo las amenazas vanas.


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9 págs. / 17 minutos / 261 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

La Cabaña de Landor

Edgar Allan Poe


Crónica


Durante una excursión a pie, que realicé el pasado verano a través de uno o dos de los condados ribereños de Nueva York, me encontré, al caer el día, un tanto desorientado acerca del camino que debía seguir. La tierra se ondulaba de un modo considerable y durante la última hora mi senda había dado vueltas y más vueltas de aquí para allá, tan confusamente en su esfuerzo por mantenerse dentro de los valles, que no tardé mucho en ignorar en qué dirección quedaba la bonita aldea de B..., donde había decidido pernoctar. El sol casi no había brillado durante el día — en el más estricto sentido de la palabra —, a pesar de lo cual había estado desagradablemente caluroso. Una niebla humeante, parecida a la del verano indio, envolvía todas las cosas y, desde luego, contribuía a mi incertidumbre. No es que me preocupara mucho por eso. Si. no llegaba a la aldea antes de la puesta del sol o aun antes de que oscureciese, sería más que posible que surgiera por allí una pequeña granja holandesa o algo por el estilo, aunque, de hecho, los alrededores estaban escasamente habitados, debido, quizá, a ser estos parajes más pintorescos que fértiles. De todos modos, con mi mochila por almohada y mi perro de centinela, vivaquear al aire libre era en realidad algo que debería divertirme. Seguí, por tanto, caminando a mis anchas, haciéndose Ponto cargo de mi escopeta, hasta que, finalmente, en el momento que yo había empezado a considerar si los pequeños senderos que se abrían aquí y allí eran auténticos senderos, uno de ellos, que parecía el más prometedor, me condujo a un verdadero camino de carros. No podía haber equivocación.


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15 págs. / 27 minutos / 613 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Aguafuertes Vascas

Roberto Arlt


Crónica, artículo


I

De Santander a Bilbao. Luciérnagas móviles en un fondonegro. Se ha perdido una maleta

El Mundo, 18 de noviembre de 1935


Un cuarto de hora antes de que salga el tren me apresuro a ocupar mi asiento en el coche de tercera, y no me arrepiento de ello, pues en pocos minutos, los coches quedan prácticamente atestados de pasajeros.Antes de subir he averiguado de qué lado ilumina el sol; me siento junto a la ventanilla de sombra y de modo que el viento golpee en la cara del que se sienta frente a mí. Debido al calor, no se permite cerrar las ventanillas. Mi precaución no es pueril, pues estas locomotoras lanzan torbellinos de chispas y hollín. Observo que, cuando arranca el tren, casi todos los pasajeros se hacen la señal de la cruz; más tarde en Bilbao, donde observé la misma costumbre, varias señoras me manifestaron que antes de partir de viaje se confesaban.

Frente a mi asiento se ubica un cura gordo y sudoroso. A un costado llevo un viajante; más allá dos proletarios meriendan, repartiendo fraternalmente el pan, las sardinas, el vino y las manzanas. De pronto, entra al coche otro viajante y le dice al que está sentado:

–¿Sabes que se ha perdido una maleta?

–¿Has perdido la maleta?

–Sí, no aparece.

Durante una hora, en el coche no se conversa de nada más que de la maleta extraviada. Termino de puro aburrido por inmiscuirme en la conversación y, como ésta languidece, para darles cuerda a los viajantes expongo mis dudas jurídicas sobre si la empresa pagará o no la dichosa maleta. Pero, para distraernos, en otro compartimento una señora que conversa en voz muy alta con otras dos exclama:

–Lo que es yo, el día que me casé estaba lo más tranquila. Por la mañana me bañé...


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20 págs. / 35 minutos / 144 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Aguador

José Tomás de Cuéllar


Crónica


A ti, oh resto mueble de la incuria de tres siglos, representante impávido del statu quo, acémila parlante, hongo viviente de la dignidad humana; a ti, vehículo vejado, ludibrio de la civilización; a ti, aguador nacional, dirijo hoy mis homilías.

Pero antes de fijar una mirada escudriñadora en este tipo eminentemente nuestro, en este perfil idiosincrásico de nuestras costumbres, en este sambenito de nuestra pretendida cultura, hablaremos del agua.

Las tribus errantes dejaban huellas de su paso a orillas de los arroyos donde paraban para tomar el agua con la mano, como las bestias feroces dejan huella de sus patas en los abrevaderos. Casi todos los pueblos de la tierra han nacido a orillas de un río, y casi todas las ciudades del mundo se han erigido allí donde se ha resuelto la vital cuestión de beber agua con comodidad y abundancia.

Las primeras obras hidráulicas tendieron sólo a hacer correr el agua en caños; después hubo acueductos y fuentes. Las obras hidráulicas de los romanos, las de los moros en España, y las de los españoles en México, llenaron cumplidamente la misión de proveer de agua a las ciudades respectivas.

Las últimas obras de este género que hemos visto, son las de los Estados Unidos de América; obras en las que las grandes máquinas de vapor, los réservés y la entubación perfecta, en el uso del agua potable, de hacerla motora de sí misma, como la sangre en el sistema arterial y venoso del cuerpo humano, recorre en infinitos tubos las partes bajas y elevadas de la ciudad, en virtud de la conveniente presión.


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7 págs. / 13 minutos / 116 visitas.

Publicado el 19 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

La Gente del Abismo

Jack London


Crónica, Periodismo, Investigación


PREFACIO

Lo que relato en este volumen me sucedió en el verano de 1902. Descendí al submundo londinense con una actitud mental semejante a la de un explorador. Estaba predispuesto a dejarme convencer por mis propios ojos más que por las enseñanzas de aquellos que nada habían visto, o por las palabras de los que fueron y vieron antes que yo. Es más, adopté un criterio sencillo para medir la vida de aquel submundo. Aquello que estuviera por la vida, por la salud física y espiritual, era bueno; lo que estuviese en contra, hiriera, disminuyera o pervirtiera la vida, era malo.

El lector comprenderá enseguida que mucho de lo que vi era malo. Sin embargo, no debe olvidarse que la época sobre la que escribo era considerada en Inglaterra como de «buenos tiempos». El hambre y la falta de techo que encontré constituían una situación de miseria crónica que no se superaba ni siquiera en los períodos de mayor prosperidad.

Un duro invierno siguió a aquel verano. Los parados, en gran número, organizaban manifestaciones, a veces hasta doce al mismo tiempo, y marchaban por las calles de Londres pidiendo pan. Mr. Justin McCarthy, en su artículo en The Independent de Nueva York, en enero de 1903, resume la situación así:

«Los albergues ya no disponen de espacio donde amontonar a las multitudes hambrientas que durante el día y la noche llaman a sus puertas pidiendo alimento y cobijo. Todas las instituciones caritativas han agotado su capacidad de conseguir alimentos para los hambrientos que llegan desde los sótanos y buhardillas, de las callejuelas y callejones de Londres. Los locales del Ejército de Salvación en varios lugares de Londres se ven asediados todas las noches por hordas de parados hambrientos a los que no se puede proporcionar sustento ni albergue.»


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195 págs. / 5 horas, 41 minutos / 257 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Crónica de la Conquista de Granada

Washington Irving


Crónica, Historia, Novela


Libro I

Introducción

La narracion de los sucesos que marcaron una de las épocas mas brillantes de la historia nacional, las victorias, combates y peligros de una guerra memorable, la conquista, en fin, del reino de Granada, y la subversion del imperio árabe en España, son el objeto y materia de las páginas siguientes.

La imaginacion, seducida por las ideas encantadoras que inspira un argumento tan fecundo y bello, apenas sabe contenerse dentro de los límites de la verdad histórica: las hazañas, las proezas, los grandes hechos de armas que ennoblecen á los actores de la escena, el entusiasmo religioso del cristiano caballero, y el ardoroso valor del sarraceno feroz, son circunstancias que dan á esta época un aspecto heróico y caballeresco, y que arrastran al historiador á las regiones de la ficcion. Pero el célebre Washington Irving, cuya fama se extiende ya desde las selvas de la América setentrional hasta las extremidades de la Europa, tratando este asunto con mano maestra, y con el mismo acierto que todas sus demas producciones, ha sabido evitar este escollo, y exornar su obra con las gracias de un estilo que le es peculiar, dándole un aire romántico, sin desdecir un punto de su carácter de historiador, sin omitir un solo hecho, ni añadir circunstancia alguna que no se halle en las antiguas crónicas y memorias que tratan de la materia.

Parecerá una temeridad haberme yo arrojado á traducir á este autor inimitable. Pero la consideracion de no haberse escrito hasta ahora, que yo sepa, esta historia en particular y con la extension que se merece, y sí solo incidentalmente por algunos autores envejecidos, junto con el deseo de presentar al público español á un escritor cuyas obras están traducidas en casi todos los idiomas menos el castellano, me animó á una empresa acaso superior á mis fuerzas, y digna de mejor pluma.


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306 págs. / 8 horas, 56 minutos / 467 visitas.

Publicado el 25 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

El Domingo de Ramos

Rosalía de Castro


Cuento, Crónica


Costumbres gallegas

I

Recuerdos hay en la trabajosa existencia del hombre, que son para él, como dia primaveral en medio del invierno, ó rayo de luna, cuando en oscura noche del estío rompe por entre las nubes iluminando de repente las hojas inmóviles de los árboles y el arroyo que pasa murmurando entre la sombra. En el número de los que no vacilamos en llamar dichosos, creemos pueden ocupar un lugar preferente cuantos se refieren á ciertas fiestas religiosas del año; fiestas en las que nuestras madres, de nosotros enamoradas, nos vestian y adornaban con las galas más hermosas, miéntras nos llenaban de apasionados besos, en las que el padrino ó la madrina nos regalaba frutas y confites, ó el juguete que por largo tiempo habíamos deseado en vano, y en las que, en fin, no teníamos que ir á la escuela; cuotidiana obligacion que pesa tan duramente sobre los pobres niños, — cuyo único anhelo es respirar el aire libre á toda hora, sin estorbos, ni trabas, —como más tarde, otras más abrumadoras, pesan sobre los que, para librar la gran batalla de las pasiones, quizá por desdicha suya, lograron entre risas y llantos llegar á ser hombres.


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7 págs. / 13 minutos / 373 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

El Grito de Asencio

Eduardo Acevedo Díaz


Crónica


Lucían las últimas estrellas en un cielo límpido y tranquilo, y comenzaba el alba a tender sus blanquecinos velos en el horizonte con sus orlas de rosas pálidas, cuando un movimiento acompañado de confusos rumores se operó alrededor de las «casas».

Los hombres montaban a caballo, entre chasquidos de rebenques, fragor de armas, escarceos de piafadores redomones y choques de ginetes que buscaban entrar en las filas en orden de marcha, a un flanco de la enramada.

La voz de Pedro José Viera retumbaba atronadora a la cabeza de la columna hablando de libertad o independencia. y un grito formidable lanzado por cien bocas respondía a su corta y viril arenga, entre los brincos y bufidos de los potros alborotados por la espuela y el vocerío

Las mujeres se lanzaron fuera, mozas y viejas, oprimiéndose entre sí, estrujándose y haciendo al fin compacto pelotón en torno del Ombú, arrebujadas apenas algunas de ellas y todas con las cabelleras sueltas desencajadas, temblorosas, escudriñando los detalles del cuadro que se ofrecía a su vista.

¡Parecia soplar un viento de tormenta!

Las medias tintas crespusculares cedían su puesto a los resplandores de la aurora, que esparcía por campos y bosques su luz suave y tibia.

La columna negra no se había aún movido: las lanzas en alto se agitaban nerviosas en pintoresca confusión de moharras, medias-lunas, tijeras, clavos y banderolas; los trabucos enmohecidos, las tercerolas inservibles, las pistolas sin baquetas, los sables viejos, las dagas de canales, las bolas retobadas con piel de

lagarto de los zambos, las plas toscas de los «tapes», todo se movía y levantaba con los brazos robustos para jurar la guerra al opresor.

Los instintos guerreros bramaban iracundos en aquella gran manada de pumas.


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Publicado el 11 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

La Duquesa Palliano

Stendhal


Cuento, Crónica


Palermo, a 22 de julio de 1838

Yo soy naturalista, y mis conocimientos de griego son muy limitados; el objetivo principal de mi viaje a Sicilia no ha sido observar los fenómenos del Etna, ni arrojar ninguna luz, para mí mismo o para los demás, sobre lo que los antiguos autores griegos dijeron de Sicilia. Buscaba ante todo los placeres de la vista, que son muchos en ese lugar tan especial. Se parece, según dicen, a África; pero lo que en mi opinión está fuera de toda duda es que solo se parece a Italia en la voracidad de las pasiones. Precisamente de los sicilianos puede decirse que la palabra imposible no existe para ellos desde el momento en que les inflama el amor o el odio; y el odio, en ese hermoso lugar, nunca se debe a una cuestión de dinero.

Debe tenerse en cuenta que en Inglaterra, y sobre todo en Francia, a menudo se habla de la pasión italiana, de la pasión desenfrenada que existía en la Italia de los siglos XVI y XVII. En nuestros días, aquella gran pasión ha muerto, definitivamente, entre las clases que se han visto afectadas por la imitación de las costumbres francesas y por los comportamientos que están de moda en París o en Londres.

Ya sé que puede decirse que, desde la época del rey Carlos V (1530), Nápoles y Florencia, e incluso Roma, imitaron en cierto modo las costumbres españolas; ¿pero acaso aquellos hábitos sociales tan nobles no se basaban en el respeto ilimitado que todo hombre digno de ese nombre debe tener por lo que siente su alma? Lejos de excluir la energía, la exageraban, mientras que la primera máxima de los fatuos que imitaban al duque de Richelieu, hacía 1760, era la de no parecer inmutarse por nada. La máxima de los dandis ingleses, que en la Nápoles de nuestros días se prefiere a los fatuos franceses, ¿no es acaso la de parecer aburrirse con todo, superiores a todo?


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26 págs. / 46 minutos / 126 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2018 por Edu Robsy.

La Isla de Sajalín

Antón Chéjov


Viajes, crónica


I

NIKOLÁIEVSK-EN-EL-AMUR – EL VAPOR BAIKAL – EL CABO DE PRONGUE Y LA ENTRADA AL ESTUARIO – LA PENÍNSULA DE SAJALÍN – LA PÉROUSE, BROUGHTON, KRUZENSHTERN Y NEVELSKÓI – LOS EXPLORADORES JAPONESES – EL CABO DE DZHAORE – LA COSTA DE TARTARIA – DE CASTRIES

El 5 de julio de 1890 llegué en barco a la ciudad de Nikoláievsk, uno de los puntos más orientales de nuestra patria. El río Amur es aquí muy ancho y el mar se encuentra solo a veintisiete verstas. El lugar es majestuoso y hermoso, pero los recuerdos del pasado de esta región, las historias que contaban mis compañeros de viaje sobre el feroz invierno y las no menos feroces costumbres locales, la cercanía del penal y el propio aspecto de la ciudad, abandonada y moribunda, quitaban cualquier deseo de solazarse con el paisaje.


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350 págs. / 10 horas, 13 minutos / 663 visitas.

Publicado el 10 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

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