Textos más vistos etiquetados como Cuento infantil publicados el 26 de agosto de 2016 | pág. 4

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etiqueta: Cuento infantil fecha: 26-08-2016


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El Jugador

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase una vez un hombre que en toda su vida no hizo sino jugar; por eso lo llamaba la gente Juan «el jugador», y, como nunca dejó de hacerlo, perdió en el juego su casa y toda su hacienda. He aquí que el último día, cuando ya sus acreedores se disponían a embargarle la casa, se le presentaron Dios Nuestro Señor y San Pedro, y le pidieron refugio por una noche. Respondióles el hombre:

— Por mí, podéis quedaros; pero no puedo ofreceros ni cama ni cena.

Díjole entonces Nuestro Señor que con el alojamiento les bastaba, y que ellos mismos comprarían algo de comer, y el jugador se declaró conforme. San Pedro le dio tres cuartos para que se fuera a la panadería a comprar un pan. Salió el hombre, pero al pasar por delante de la casa donde se hallaban todavía los tahúres que lo habían desplumado, llamáronlo éstos, gritando:

— ¡Juan, entra!

— Sí — replicó él —, ¡para que me ganéis también estas tres perras gordas!

Pero los otros insistieron, el hombre acabó por entrar y, a los pocos momentos, perdió los pocos cuartos. Mientras tanto, Dios Nuestro Señor y San Pedro esperaban su vuelta, y, al ver que tardaba tanto, salieron a su encuentro. El jugador, al verlos, simuló que las tres monedas se le habían caído en un charco y se puso a revolver entre el barro; pero Nuestro Señor sabía perfectamente que se las había jugado. San Pedro le dio otros tres cuartos, y el hombre, no dejándose ya tentar de nuevo, volvió a casa con el pan. Preguntóle entonces Nuestro Señor si tenía acaso vino, y él contestó:

— Señor, los barriles están vacíos.

Instóle Dios Nuestro Señor a que bajase a la bodega, donde seguro que encontraría vino del mejor. El otro se resistía a creerlo; pero, ante tanta insistencia, dijo:

— Bajaré, aunque tengo la certeza de que no hay.


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2 págs. / 5 minutos / 191 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Ladrón Fullero y su Maestro

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Juan quería que su hijo aprendiera un oficio; fue a la iglesia y rogó a Dios Nuestro Señor que le inspirase lo que fuera más conveniente. El sacristán, que se encontraba detrás del altar, le dijo: «¡Ladrón fullero, ladrón fullero!».

Volvió Juan junto a su hijo y le comunicó que había de aprender de ladrón fullero, pues así lo había dicho Dios Nuestro Señor. Se puso en camino con el muchacho en busca de alguien que supiera aquel oficio. Después de mucho andar, llegaron a un gran bosque, y allí encontraron una casita en la que vivía una vieja. Preguntóle Juan:

— ¿No sabría de algún hombre que entienda el oficio de ladrón fullero?

— Aquí mismo, y muy bien lo podrás aprender —dijo la mujer—; mi hijo es maestro en el arte. — Y Juan habló con el hijo de la vieja:

— ¿No podría enseñar a mi hijo el oficio de ladrón fullero?

A lo que respondió el maestro:

— Enseñaré a vuestro hijo como se debe. Volved dentro de un año; si entonces lo conocéis, renuncio a cobrar nada por mis enseñanzas; pero si no lo conocéis, tendréis que pagarme doscientos ducados.

Volvió el padre a su casa, y el hijo aprendió con gran aplicación el arte de la brujería y el oficio de ladrón. Transcurrido el año, fue el padre a buscarlo, pensando tristemente, durante el camino cómo se las compondría para reconocer a su hijo. Mientras avanzaba sumido en sus cavilaciones, fijó la mirada ante sí y vio que le salía al paso un hombrecillo, el cual le preguntó:

— ¿Qué te pasa buen hombre? Pareces muy preocupado.

— ¡Ay! —exclamó Juan—, hace un año coloqué a mi hijo en casa de un maestro en fullería, el cual me dijo que volviese al cabo de este tiempo, y si no reconocía a mi hijo, tendría que pagarle doscientos ducados; pero sí lo reconocía, no debería abonarle nada. Y ahora siento gran miedo de no reconocerlo, pues no sé de dónde voy a sacar el dinero.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Lebrato Marino

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Vivía cierta vez una princesa que tenía en el piso más alto de su palacio un salón con doce ventanas, abiertas a todos los puntos del horizonte, desde las cuales podía ver todos los rincones de su reino. Desde la primera, veía más claramente que las demás personas; desde la segunda, mejor todavía, y así sucesivamente, hasta la duodécima, desde la cual no se le escapaba nada de cuanto había y sucedía en sus dominios, en la superficie o bajo tierra. Como era en extremo soberbia y no quería someterse a nadie, sino conservar el poder para sí sola, mandó pregonar que se casaría con el hombre que fuese capaz de ocultarse de tal manera que ella no pudiese descubrirlo. Pero aquel que se arriesgase a la prueba y perdiese, sería decapitado, y su cabeza, clavada en un poste. Ante el palacio levantábanse ya noventa y siete postes, rematados por otras tantas cabezas, y pasó mucho tiempo sin que aparecieran más pretendientes. La princesa, satisfecha, pensaba: «Permaneceré libre toda la vida».

Pero he aquí que comparecieron tres hermanos dispuestos a probar suerte. El mayor creyó estar seguro metiéndose en una poza de cal, pero la princesa lo descubrió ya desde la primera ventana, y ordenó que lo sacaran del escondrijo y lo decapitasen. El segundo se deslizó a las bodegas del palacio, pero también fue descubierto desde la misma ventana, y su cabeza ocupó el poste número noventa y nueve. Presentóse entonces el menor ante Su Alteza, y le rogó le concediese un día de tiempo para reflexionar y, además, la gracia de repetir la prueba por tres veces; si a la tercera fracasaba, renunciaría a la vida. Como era muy guapo y lo solicitó con tanto ahínco, díjole la princesa:

— Bien, te lo concedo; pero no te saldrás con la tuya.


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3 págs. / 6 minutos / 132 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Lobo y el Hombre

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Un día la zorra ponderaba al lobo la fuerza del hombre: no había animal que le resistiera, y todos habían de valerse de la astucia para guardarse de él. Respondióle el lobo:

— Como tenga ocasión de encontrarme con un hombre, ¡vaya si arremeteré contra él!

— Puedo ayudarte a encontrarlo —dijo la zorra—; ven mañana de madrugada, y te mostraré uno.

Presentóse el lobo temprano, y la zorra lo condujo al camino que todos los días seguía el cazador. Primeramente pasó un soldado licenciado, ya muy viejo.

— ¿Es eso un hombre? —preguntó el lobo.

— No —respondió la zorra—, lo ha sido.

Acercóse después un muchacho, que iba a la escuela.

— ¿Es eso un hombre?

— No, lo será un día.

Finalmente, llegó el cazador, la escopeta de dos cañones al hombro y el cuchillo de monte al cinto. Dijo la zorra al lobo.

— ¿Ves? ¡Eso es un hombre! Tú, atácalo si quieres, pero, lo que es yo, voy a ocultarme en mi madriguera.

Precipitóse el lobo contra el hombre. El cazador, al verlo, dijo:

— ¡lástima que no lleve la escopeta cargada con balas! —y, apuntándole, disparóle una perdigonada en la cara. El lobo arrugó intensamente el hocico, pero, sin asustarse, siguió derecho al adversario, el cual le disparó la segunda carga. Reprimiendo su dolor, el animal se arrojó contra el hombre, y entonces éste, desenvainando su reluciente cuchillo de monte, le asestó tres o cuatro cuchilladas, tales, que el lobo salió a escape, sangrando y aullando, y fue a encontrar a la zorra.

— Bien, hermano lobo —le dijo ésta—, ¿qué tal ha ido con el hombre?


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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