Textos por orden alfabético etiquetados como Cuento | pág. 187

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etiqueta: Cuento


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El Secreto de Lelia

Carlos Gagini


Cuento


Un mes después de publicada en una revista la verídica relación que con el título de Espiritismo aparece en este volumen, recibí de Guatemala una carta, escrita con caracteres menudos y aristocráticos, cuyo contenido causará en el lector la misma sorpresa que a mí me produjo. La copio textualmente:


«Muy señor mío: Como esas flores marchitas que escondidas entre las hojas de un libro evocan en nuestro ánimo toda una historia de amor, así el artículo que usted dedicó a mi pobre Raúl ha hecho revivir en mi memoria un pasado melancólico que en vano he tratado de cubrir con la losa del olvido. A usted que fue su mejor, acaso su único amigo, puedo confiarle mi secreto sin temor de que lo juzgue pueril o ridículo. Soy árabe, me llamo Lelia y nací en Esmirna. Mi padre, después de poseer grandes riquezas que le permitieron darme en París esmerada educación, perdió de golpe toda su fortuna y murió casi al mismo tiempo que mi madre, dejándome al cuidado de un amigo íntimo suyo, hombre de edad madura, acaudalado, instruido y bondadoso.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Secreto de un Sino

Miguel de Unamuno


Cuento


(Apólogo)

Difícil es que haya nacido hombre más bueno que nació Noguera. Pero, desde muy joven, una al parecer misteriosa fatalidad empezó a envenenarle el corazón. De nada servía que él se mostrase confiado, abierto, cariñoso; todos le rechazaban, todos huían de su lado. Observó que, con uno u otro pretexto, evitaban todos su trato. Y como él no tenía conciencia de faltar en nada a los demás, empezó a cavilar en ello y a ver en la sociedad humana un poder pavoroso que, cuando da en perseguir a uno sin motivo, no reconoce piedad ni tregua. Enfermó Noguera de manía persecutoria y acabó en misántropo y pesimista.

Tan sólo una compañía y un consuelo fraternales halló en su soledad, ¡pero qué compañía y qué consuelo! Y fue que topó con un tal Perálvarez, escéptico y nihilista casi de profesión. Para Perálvarez nada valía nada; era inútil todo esfuerzo; lo mismo daba hacer una cosa que dejar de hacerla; todo se convertía en comedia, farándula y farsa; los hombres eran, en sí y para sí, irremediables y necesariamente egoístas y cómicos; la cuestión es aparentar que se es más bien que ser, y todo ello fatalmente y sin que pueda ser de otro modo. Y Noguera encontró un amargo consuelo en esta filosofía desoladora, que siendo la explicación de su desgracia en sociedad, era a la vez el medio de justificarse, condenando a los otros.

Pero ¿por qué la sociedad me persigue a mí y no a otros, buscando y festejando y aplaudiendo a éstos, mientras a mí me rechaza y me condena?», preguntaba Noguera. Y Perálvarez le respondía: «Precisamente, porque tú eres bueno, sencillo, sincero, sin doblez, una oveja en un mundo de lobos y de raposos. Y porque otros, aun siendo así rechazados, saben ocultarlo».


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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Secreto del Barranco de Macarger

Ambrose Bierce


Cuento


Al noroeste de Indian Hill, a unas nueve millas en línea recta, se encuentra el barranco de Macarger. No tiene mucho de barranco, pues se trata de una mera depresión entre dos sierras boscosas de una altura considerable. Desde la boca hasta la cabecera, porque los barrancos, como los ríos, tienen una anatomía propia, la distancia no es superior a las dos millas, y la anchura en el fondo sólo rebasa en un punto las doce yardas; durante la mayor parte del recorrido, a ambos lados del pequeño arroyo que fluye por él en invierno y se seca al llegar la primavera, no hay terreno llano. Las escarpadas laderas de las colinas, cubiertas por una vegetación casi impenetrable de manzanita y chamiso, no tienen otra separación que la de la anchura del curso del río. Nadie, a no ser un ocasional cazador intrépido de los contornos, se aventura a meterse en el barranco de Macarger que, cinco millas más adelante, no se sabe ni qué nombre tiene. En esa zona, y en cualquier dirección, hay muchos más accidentes topográficos notables que no tienen nombre y resultaría vano intentar descubrir, preguntando a los lugareños, el origen del nombre de éste.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Secreto del Cadalso

Villiers de L'Isle Adam


Cuento


Las recientes ejecuciones me recuerdan esta extraordinaria historia:

Aquella noche del 5 de junio de 1864, a las siete, el doctor Edmond-Désiré Couty de la Pommerais, recientemente trasladado de la Conciergerie a la Roquette, estaba sentado, revestido de una camisa de fuerza, en la celda de los condenados a muerte.

Taciturno, fija la mirada, apoyaba los codos en el respaldo de la silla. Sobre la mesa, una vela iluminaba la palidez de su rostro frío. A dos pasos, un guardia, de pie contra el muro, lo observaba, cruzados los brazos.

Casi todos los detenidos están obligados a un trabajo cotidiano, de cuyo salario la administración deduce, en caso de fallecimiento, el precio de la mortaja, que nunca proporciona. Sólo los condenados a muerte no tienen que realizar tarea alguna.

El prisionero era de esos que no juegan a los naipes: en su mirada no se leía miedo ni esperanza.

Treinta y cuatro años; moreno; de talla mediana; bien proporcionado en verdad; las sienes grises desde hacía poco; la mirada nerviosa, semivelada; una frente de razonador; la voz opaca y breve, las manos saturninas; la expresión circunspecta de las personas poco locuaces; modales de estudiada distinción: tal aparecía.

(Se recordará que en las audiencias del Sena, no habiendo podido Me. Lachaud desvanecer en la mente de los jurados, no obstante lo riguroso de su defensa en esa ocasión, el triple efecto producido por los debates, las conclusiones del doctor Tardieu y la requisitoria de M. Oscar de Vallée, M. de la Pommerais, convicto de haber administrado dosis mortales de digitalina a una dama amiga suya, con premeditación y propósitos de lucro, oyó pronunciar contra él, en aplicación de los artículos 301 y 302 del Código Penal, la sentencia de muerte).


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10 págs. / 18 minutos / 208 visitas.

Publicado el 27 de junio de 2018 por Edu Robsy.

El Secreto del Padre Brown

Gilbert Keith Chesterton


Cuento


Habla Flambeau, el más cercano de los amigos del rubicundo sacerdote: «Robé durante veinte años, con estas dos manos, y escapé a la policía con estos dos pies. Espero que juzgará prácticas mis actividades. Espero que opinará que, tanto mis jueces como mis perseguidores, tuvieron que habérselas con verdaderos crímenes. ¿Y cree usted que no conozco su modo de castigarlo y reprenderlo? ¿No he sufrido el juicio de los justos y la mirada fría de los respetables? ¿No he soportado sus enseñanzas, frías y distantes? ¿Y cree que no me han preguntado cómo es posible caer tan bajo, y que no he oído decir que no hay ni una sola persona decente que pueda ni soñar en esas bajezas? ¿Creerá usted que todas esas observaciones no sirvieron para otra cosa sino para hacerme reír? Únicamente cuando mi amigo me explicó la motivación exacta del móvil de mis robos, sólo desde entonces dejé de robar».

El secreto del Padre Brown

Flambeau, que en un tiempo fue el criminal más famoso de Francia y más tarde detective privadísimo en Inglaterra, hacía ya, por el presente, bastante tiempo que se había retirado de ambas profesiones. Personas hay que opinan que la carrera del crimen le había dejado demasiados escrúpulos para la de detective. Sea ello lo que fuere, lo cierto es que, tras de una vida de escapatorias románticas y de evasiones, dejose caer por fin en un lugar que para algunos parecía encerrar una dirección muy apropiada: en un castillo de España.


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197 págs. / 5 horas, 45 minutos / 188 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Segundo y el Octavo Número

Horacio Quiroga


Cuento


Se trata de dos vidas sin interés, y la historia es sencilla, aunque el cambio de caracteres pueda sugerir fuertes ideas de complicación. El era en resumidas cuentas un artista de circo, sin porvenir, y ella no tenía familia alguna.

Fueron acróbatas, una pareja. La propiedad pide que de ella se trate al principio, por ser su importancia muy superior a la de su compañero. En efecto, la mujer tenía en este dúo el papel del músculo, y el varón el de la astucia. Hacían ejercicios formidables, como ser: el péndulo invertido, parado de manos, el sujeto hace oscilar su cuerpo por la sola fuerza de los puños; el nivel fijo, que consiste en cogerse de una barra por las manos, y extender el cuerpo horizontal, lo que es prodigioso; la gravitación vencida: echado de espaldas, el atleta afirma los pies en el suelo y levanta el cuerpo en extensión.

(Aunque de una dificultad casi milagrosa, este ejercicio es puramente muscular; no obstante, no se ocultaba al público un pequeño aparato de madera en que calzaban perfectamente los pies. El nombre de gravitación vencida y la creencia de ello se explica por la completa ignorancia de la ejecutante.)

Inútil es decir que sólo la mujer llevaba a cabo estas proezas. El, aunque fuerte, no podía. Pero en los ejercicios comunes era asombroso, suspendíase rígido con los dientes de su brazo extendido, como un pescado brutal; giraba como una honda, cogido a los cabellos de la atleta que le impulsaba con violentas rotaciones de cabeza; caía de lo alto sobre el vientre tendido de la mujer, que le repelía como una baja red de acero; finalizaba con un salto mortal desde la cabeza: su compañera tendía el busto adelante, y caía de golpe sobre sus senos.

Vestíanse de malla roja, y esta pareja llenaba el 2° número del programa en el circo donde les conocí.


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4 págs. / 7 minutos / 25 visitas.

Publicado el 24 de enero de 2024 por Edu Robsy.

El Semejante

Miguel de Unamuno


Cuento


Como todos huían de Celestino el tonto, tomándole, cuando más, de dominguillo con que divertirse, el pobrecito evitaba a la gente paseándose solo por el campo solitario, sumido en lo que le rodeaba, asistiendo sin conciencia de sí al desfile de cuanto se le ponía por delante. Celestino el tonto sí que vivía dentro del mundo como en útero materno, entretejiendo con realidades frescos sueños infantiles, para él tan reales como aquéllas, en una niñez estancada, apegada al caleidoscopio vivo como a la placenta el feto, y, como éste, ignorante de sí. Su alma lo abarca todo en pura sencillez; todo era estado de su conciencia. Se iba por la mayor soledad de las alamedas del río, riéndose de los chapuzones de los patos, de los vuelos cortos de los pájaros, de los revoloteos trenzados de las parejas de mariposas. Una de sus mayores diversiones era ver dar la vuelta a un escarabajo a quien pusiera patas arriba en el suelo.

Lo único que le inquietaba era la presencia del enemigo, del hombre. Al acercársele alguno, le miraba de vez en vez con una sonrisa en que quería decirle: «No me hagas nada, que no voy a hacerte mal», y cuando lo tenía próximo, bajo aquella mirada de indiferencia y sin amor, bajaba la vista al suelo, deseando achicarse tamaño de una hormiga. Si algún conocido le decía al encontrarle: «¡Hola, Celestino!», inclinaba con mansedumbre la cabeza y sonreía, esperando el pescozón. En cuanto veía a lo lejos chicuelos apretaba el paso; les tenía horror justificado: eran lo peor de los hombres.


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4 págs. / 7 minutos / 346 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Sencillo Don Rafael

Miguel de Unamuno


Cuento


Cazador y tresillista

Sentía resbalar las horas, hueras, aéreas, deslizándose sobre el recuerdo muerto de aquel amor de antaño. Muy lejos, detrás de él, dos ojos ya sin brillo entre nieblas. Y un eco vago, como el del mar que se rompe tras la montaña, de palabras olvidadas. Y allá, por debajo del corazón, susurro de aguas soterrañas. Una vida vacía, y él solo, enteramente solo. Solo con su vida.

Tenía para justificarla nada más que la caza y el tresillo. Y no por eso vivía triste, pues su sencillez heroica no se compadecía con la tristeza. Cuando algún compañero de juego, despreciando un solo, iba a buscar una sola carta para dar bola, solía repetir don Rafael que hay cosas que no se debe ir a buscar; vienen ellas solas. Era providencialista; es decir, creía en el todopoderío del azar. Tal vez por creer en algo y no tener la mente vacía.

—¿Y por qué no se casa usted? —le preguntó alguna vez con la boca chica su ama de llaves.

—¿Y por qué me he de casar?

—Acaso no vaya usted descaminado.

—Hay cosas, señora Rogelia, que no se deben ir a buscar: vienen ellas solas.

—¡Y cuando menos se piensa!

—¡Así se dan las bolas! Pero, mire, hay una razón que me hace pensar en ello...

—¿Cuál?

—La de morir tranquilo ab intestato.

—¡Vaya una razón! —exclamó el ama, alarmada.

—Para mí la única valedera —respondió el hombre, que presentía no valen las razones, sino el valor que se las da.


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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Señor

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Capítulo I

No tenía más consuelo temporal la viuda del capitán Jiménez que la hermosura de alma y de cuerpo que resplandecía en su hijo. No podía lucirlo en paseos y romerías, teatros y tertulias, porque respetaba ella sus tocas; su tristeza la inclinaba a la iglesia y a la soledad, y sus pocos recursos la impedían, con tanta fuerza como su deber, malgastar en galas, aunque fueran del niño. Pero no importaba: en la calle, al entrar en la iglesia, y aun dentro, la hermosura de Juan de Dios, de tez sonrosada, cabellera rubia, ojos claros, llenos de precocidad amorosa, húmedos, ideales, encantaba a cuantos le veían. Hasta el señor Obispo, varón austero que andaba por el templo como temblando de santo miedo a Dios, más de una vez se detuvo al pasar junto al niño, cuya cabeza dorada brillaba sobre el humilde trajecillo negro como un vaso sagrado entre los paños de enlutado altar; y sin poder resistir la tentación, el buen mística, que tantas vencía, se inclinaba a besar la frente de aquella dulce imagen de los ángeles, que cual mi genio familiar frecuentaba el templo.

Los muchos besos que le daban los fieles al entrar y al salir de la iglesia, transeúntes de todas clases en la calle, no le consumían ni marchitaban las rosas de la frente y de las mejillas; sacábanles como un nuevo esplendor, y Juan, humilde hasta el fondo del alma, con la gratitud al general cariño, se enardecía en sus instintos de amor a todos, y se dejaba acariciar y admirar como una santa reliquia que empezara a tener conciencia.


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Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Señor Achille

Alphonse Daudet


Cuento


Las campanas de las fábricas dan las doce; los grandes patios silenciosos se inundan de ruido y movimiento. La señora Achille deja su labor, se separa de la ventana junto a la que estaba sentada y se dispone a poner la mesa. El hombre va a subir a almorzar. Trabaja ahí al lado en los grandes talleres acristalados que se ven repletos de piezas de madera, y donde cruje de la mañana a la noche la maquinaria de los serradores… La mujer va y viene de la habitación a la cocina. Todo está limpio, todo reluce en este interior de obrero. Pero la desnudez de aquellas dos pequeñas habitaciones es más patente en la inmensa claridad de la quinta planta. Se ven las copas de los árboles, las colinas de Chaumont en lo más alto y, aquí y allá, largas chimeneas de ladrillo ennegrecidas en los bordes, siempre activas. Los muebles están encerados, pulidos. Datan de la fecha de su boda, como aquellos dos racimos de fruta de cristal que adornan la chimenea. No han comprado nada después porque, mientras que la mujer le daba valientemente a la aguja, el hombre derrochaba su jornal fuera. Todo lo que ella ha podido hacer, ha sido cuidar, conservar lo poco que tenían.


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4 págs. / 7 minutos / 47 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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