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Cuento de Navidad

Charles Dickens


Cuento


PREFACIO

Con este fantasmal librito he procurado despertar al espí­ritu de una idea sin que provocara en mis lectores malestar consigo mismos, con los otros, con la temporada ni conmi­go. Ojalá encante sus hogares y nadie sienta deseos de verle desaparecer.

Su fiel amigo y servidor,

Diciembre de 1843

CHARLES DICKENS

PRIMERA ESTROFA. EL FANTASMA DE MARLEY

Marley estaba muerto; eso para empezar. No cabe la me­nor duda al respecto. El clérigo, el funcionario, el propieta­rio de la funeraria y el que presidió el duelo habían firmado el acta de su enterramiento. También Scrooge había fir­mado, y la firma de Scrooge, de reconocida solvencia en el mundo mercantil, tenía valor en cualquier papel donde apa­reciera. El viejo Morley estaba tan muerto como el clavo de una puerta.

¡Atención! No pretendo decir que yo sepa lo que hay de especialmente muerto en el clavo de una puerta. Yo, más bien, me había inclinado a considerar el clavo de un ataúd como el más muerto de todos los artículos de ferretería. Pero en el símil se contiene el buen juicio de nuestros ances­tros, y no serán mis manos impías las que lo alteren. Por con­siguiente, permítaseme repetir enfáticamente que Marley es­taba tan muerto como el clavo de una puerta.

¿Sabía Scrooge que estaba muetto? Claro que sí. ¿Cómo no iba a saberlo? Scrooge y él habían sido socios durante no sé cuántos años. Scrooge fue su único albacea testamenta­rio, su único administrador, su único asignatario, su único heredero residual, su único amigo y el único que llevó luto por él. Y ni siquiera Scrooge quedó terriblemente afectado por el luctuoso suceso; siguió siendo un excelente hombre de negocios el mismísimo día del funeral, que fue solemni­zado por él a precio de ganga.


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93 págs. / 2 horas, 43 minutos / 457 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Un Árbol de Navidad y una Boda

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski


Cuento


Hace un par de días asistí yo a una boda... Pero no... Antes he de contarles algo relativo a una fiesta de Navidad. Una boda es, ya de por sí, cosa linda, y aquella de marras me gustó mucho... Pero el otro acontecimiento me impresionó más todavía. Al asistir a aquella boda, hube de acordarme de la fiesta de Navidad. Pero voy a contarles lo que allí sucedió.

Hará unos cinco años, cierto día entre Navidad y Año Nuevo, recibí una invitación para un baile infantil que había de celebrarse en casa de una respetable familia amiga mía. El dueño de la casa era un personaje influyente que estaba muy bien relacionado; tenía un gran círculo de amistades, desempeñaba un gran papel en sociedad y solía urdir todos los enredos posibles; de suerte que podía suponerse, desde luego, que aquel baile de niños sólo era un pretexto para que las personas mayores, especialmente los señores papás, pudieran reunirse de un modo completamente inocente en mayor número que de costumbre y aprovechar aquella ocasión para hablar, como casualmente, de toda clase de acontecimientos y cosas notables. Pero como a mí las referidas cosas y acontecimientos no me interesaban lo más mínimo, y como entre los presentes apenas si tenía algún conocido, me pasé toda la velada entre la gente, sin que nadie me molestara, abandonado por completo a mí mismo.


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11 págs. / 20 minutos / 615 visitas.

Publicado el 19 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Las Misas de Navidad

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


He salido a flanear un rato por las calles, y en todas partes, el fresco olor a lama, el bullicio y ruido de las plazas y la eterna alharaca de los pitos han atado mis pensamientos a la Noche Buena. Es imposible que hablemos de otra cosa. Las barracas esparcidas miserablemente en la Plaza Principal han estado esta tarde más animadas que nunca. Los vendedores ambulantes no han podido fijarse un solo instante. A cada paso tropiezo con acémilas humanas, cargadas de pesados canastones, por cuyas orillas asoman los tendidos brazos de una rama de cedro, o las hebras canas del heno. A trechos, rompiendo la monotonía de aquella masa humana vestida de guiñapos, asoma una coraza aristocrática y un sombrero de Devonshire. Cogido de la mano de su hermana, va un niño de tres años, mirando con ojos desmesuradamente abiertos cada cosa, y lanzando gritos de alegría, como notas perladas, cuyo revoltoso compás lleva con las carnosas manos impacientes. La luz de las hogueras y de los hachones, llameando velozmente, comunica a las fisonomías ese reflejo purpúreo que ilumina las pinturas venecianas. Ahí distingo el cuerpo esbelto y elegante de la señorita C…, la reina de la delgadez aristocrática, cubierto por un vestido seda perla con grandes rayas negras. Lleva un niño de la mano, y, encorvando su cuerpo graciosamente, espera que el vendedor de tostada cara y gruesas manos llene el cesto que sostiene en sus brazos un lacayo. Es la Diana de Juan Goujon en el mercado.


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Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Noche de Navidad

José María de Pereda


Cuento


I

Está apagando el sol el último de sus resplandores, y corre un gris de todos los demonios. Á la desnuda campiña parece que se la ve tiritar de frío; las chimeneas de la barriada lanzan á borbotones el humo que se lleva rápido el helado norte, dejando en cambio algunos copos de nieve. Pía sobresaltada la miruella, guareciéndose en el desnudo bardal, ó cita cariñosa á su pareja desde la copa de un manzano; óyese, triste y monótono, de vez en cuando, el ¡tuba!, ¡tuba! del labrador que llama su ganado; tal cual sonido de almadreñas sobre los morrillos de una calleja…; y paren ustedes de escuchar, porque ningún otro ruido indica que vive aquella mustia y pálida naturaleza.

En el ancho soportal de una de las casas que adornan este lóbrego paisaje, y sobre una pila de junco seco, están dos chicuelos tumbados panza abajo y mirándose cara á cara, apoyadas éstas en las respectivas manos de cada uno.

Han pasado la tarde retozando sobre el mullido lugar en que descansan ahora, y por eso, aunque mal vestidos, les basta para vencer el frío que apenas sienten, soplarse las uñas de vez en cuando.

De los dos muchachos, el uno es de la casa y el otro de la inmediata.

De repente exclama el primero, en la misma postura y dándose con los talones desnudos en las asentaderas:

—Yo voy á comer torrejas … ¡anda!

—Y yo tamién—contesta el otro con idéntica mímica.

—Pero las mías tendrán miel.

—Y las mías azúcara, que es mejor.

—Pues en mi casa hay guisao de carne y pan de trigo pa con ello….

—Y mi padre trijo ayer dos basallones … ¡más grandes!…


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Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Fantasmas de Navidad

Charles Dickens


Cuento


Me gusta volver a casa en Navidad. Todos lo hacemos, o deberíamos hacerlo. Deberíamos volver a casa en vacaciones, cuanto más largas mejor, desde el internado en el que nos pasamos la vida trabajando en nuestras tablas aritméticas, para así descansar. Viajamos hasta casa a través de un paisaje invernal; por campos cubiertos por una niebla baja, entre pantanos y brumas, subiendo prolongadas colinas, que se van volviendo oscuras como cavernas entre las espesas plantaciones que llegan a tapar casi las estrellas chispeantes; y así hasta que estamos en las amplias mesetas y finalmente nos detenemos, con un silencio repentino, en una avenida. En el aire helado la campana de la puerta tiene un sonido profundo que casi parece terrible; la puerta se abre sobre sus goznes y al llegar hasta una casa grande las brillantes luces nos parecen más grandes tras las ventanas, y las filas de árboles que hay frente a ellas parecen apartarse solemnemente hacia los lados, como para dejarnos pasar. Durante todo el día, a intervalos, una liebre asustada ha salido corriendo a través de la hierba cubierta de nieve; o el repiqueteo distante de un rebaño de ciervos pisoteando el duro hielo ha acabado también, por un minuto, con el silencio. Si pudiéramos verles sus ojos vigilantes bajo los helechos, brillarían ahora como las gotas heladas de rocío sobre las hojas; pero están inmóviles, y todo está callado. Y así, las luces se van haciendo más grandes, y los árboles se apartan hacia atrás ante nosotros para cerrarse de nuevo a nuestra espalda, como impidiéndonos la retirada, y llegamos a la casa.


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8 págs. / 14 minutos / 743 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Retrato de Navidad

Arturo Robsy


Cuento


(A las tantas de la tarde del día veinticuatro o día de Nochebuena. Por las calles húmedas viene y va la gente. "Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad". "Dame la bota, María, que me voy a emborrachar". "Y al Niño recién nacido los pañales le han robado". Esta gente es, según su piel, blanca, sonrosada y atezada. Según su vestido, gris, negra, verde, ocre, marrón y azul. Según su pelo, negra, dorada, roja y marrón. Y, así, todos los colores acaban por cernerse sobre cada persona, según sus ojos, sus uñas, sus ilusiones y sus miserias).

Por estas calles sin cielo (porque el cielo amenaza lluvia y ruina de alegrías) los amigos catalogan escaparates y jovencitas; aspiran con glotonería el olor a refrito que sube de las bodegas y que revolotea en torno a los bares; hablan de Navidades ya desvanecidas donde hubo aventuras, trasnochos vinosos y canciones que tiritaban en el alba fría.

A esos amigos me acerco precisamente. Mañana tal vez necesitarán tisanas para despejar las ideas, pero hoy, en mitad de la tarde que termina, están lúcidos y poseen todos los rincones de sus ilustres cabezas.

—Encuesta Pública: ¿Qué es la Navidad? —pregunto.

—Págate un vino y tendrás respuestas.

(Así pues, bajamos al calorcillo de una bodega y nos instalamos en mitad de ese tufo a gente, de los humos conjugados del aceite y del tabaco, y nos ponemos a beber a tragos cortos, que es como se bebe de verdad).

—La Navidad —me dice Miguel— es un pretexto.

—¿Para qué?

(Miguel abre los brazos como un viejo Cristo velazqueño).

—Para todo. Para bebe, como ahora nosotros. Para gastar. Para cantar. Para hacer regalos. Para alegrarse. Para vender...

(Vicente interviene sonriéndose para adentro).

—Hay una teoría: que se celebra el nacimiento de un Dios, del Dios Hijo. Pero sólo es una teoría.

—¿Por qué? —vuelo a preguntar.


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Publicado el 7 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Navidad

Emilia Pardo Bazán


Cuento


La familia es de las que más abundan: clase media que no se resigna a pertenecer al pueblo. Con esta sencilla definición puede que bastase para formar exacta idea de las interioridades; sin embargo, bosquejaré la situación de sus individuos.

El jefe nominal es un hombre de bien, por necesidad trabajador. Todos los días concurre a su oficina, y allí fuma quince o veinte cigarrillos, charlando largamente de la próxima crisis, de la actitud de Lerroux, del crimen más reciente y de la piececilla en el teatro barato, al cual acompañó a sus hijas la semana anterior. Es un medio como otro cualquiera de sacar a relucir a las niñas, pues sospecha que entre los compañeros de oficina alguno les hace cocos, y sueña con el yerno —para que sus vástagos continúen la dinastía burguesa—, no vayan a tener las chiquillas la endiablada ocurrencia de casarse con un carpintero o un maestro de obras.

El jefe verdadero —es decir, la mamá— es una de esas cuyas siluetas trazaron con sal y donaire Luis Taboada en artículos y Vital Aza en sainetes. El estado psíquico de semejantes «jefas», al igual de los demás estados psíquicos, tiene sus causas, y es preciso que las encontremos en la irritación permanente que determina el verse obligado a sacar rizos donde no hay pelo, o sea, a gobernar casi sin guita. La conocida pareja que tantas veces ha desfilado por el escenario, haciéndonos reír; el marido tembloroso y calzonazos, la mujer que muerde y pega, no admite otra explicación que un hecho sencillo del orden económico: el varón que funda un hogar con recursos insuficientes; que abdica en la hembra para que ella haga milagros sin ser Dios..., y el desquite, el desahogo de la esposa, en diarios insultos, en todo género de malignidades, en una tiranía doméstica con refinamientos de tortura china.


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Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Navidad, Dorada Esperanza

Robert E. Howard


Cuento


I

Red Ghallinan era un pistolero. Tal vez no sea el mejor oficio del que jactarse, pero Red estaba orgulloso de ello; orgulloso de su habilidad manejando armas de fuego, orgulloso de las muescas grabadas en los largos y azules cañones de sus pesados Colts del 45.

Era Red un tipo enjuto de mediana estatura, boca cruel de labios finos y apretados y ojos vivaces e inquietos. Era algo patizambo de tanto cabalgar y, con ese rostro torvo suyo y esos andares tan desgarbados, resultaba de hecho una figura escasamente atractiva. El alma y la mente de Red estaban tan retorcidas como su exterior; su reputación de pendenciero hacía que los hombres evitaran a toda costa ofenderlo, pero al mismo tiempo lo apartaba de todo contacto humano, pues ningún hombre, bueno o malo, desea la amistad de un asesino. Incluso los buitres sin ley lo temían demasiado para admitirlo en sus partidas, por lo que se había convertido en un lobo solitario. Sin embargo, a veces, un lobo solitario puede resultar más temible que la manada en pleno.


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6 págs. / 10 minutos / 38 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

De Navidad

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Este cuento pasa en el siglo XVI en una de esas ciudades de Italia que gobernaba un tirano. Llamémosla a la ciudad, si queréis, Montenero, y a su tirano, Orso Amadei.

Orso era un hombre de su época, feroz, desalmado, disimulado en el rencor, implacable en la venganza. Valiente en el combate, magnífico en sus larguezas y exquisito en sus aficiones artísticas, como los Médicis, festejaba en su palacio a pintores y poetas y recibía en su cámara privada a los sospechosos alquimistas de entonces, que si no consiguieron fabricar oro, no ignoraban la fórmula de destilar activos venenos.

Cuando a Orso le estorbaba un señor, le atraía, jurábale amistad, comulgaba con él —¡horrible sacrilegio!— de la misma hostia, le sentaba a su mesa..., y en mitad del banquete el convidado se levantaba con los ojos extraviados y espumeante la boca, volvía a caer retorciéndose..., mientras el anfitrión, con hipócrita solicitud, le palpaba para asegurarse de que el hielo de la muerte corría ya por sus venas.

Con los villanos no gastaba Orso tantas ceremonias: los derrengaba a palos, o los dejaba consumirse de hambre en un calabozo.

Orso era viudo dos veces: a su primera mujer la había despachado de una puñalada, por celos; a la segunda, la única que amó, se la mató en venganza Landolfo dei Fiori, hermano de la primera. Ésta no había dejado hijos: la segunda, sí: una hembra y dos varones. Perecieron los varones en un oscuro lance militar, una emboscada que tal vez preparó el mismo Landolfo, y quedó la niña Lucía para continuar la maldita familia de Amadei.


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5 págs. / 9 minutos / 70 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Cuento de Navidad

Guy de Maupassant


Cuento


El doctor Bonenfantes forzaba su memoria, murmurando:

—¿Un recuerdo de Navidad?... ¿Un recuerdo de Navidad?...

Y, de pronto, exclamó:

«—Sí, tengo uno, y por cierto muy extraño. Es una historia fantástica, ¡un milagro! Sí, señoras, un milagro de Nochebuena.

«Comprendo que admire oír hablar así a un incrédulo como yo. ¡Y es indudable que presencié un milagro! Lo he visto, lo que se llama verlo, con mis propios ojos.

«¿Que si me sorprendió mucho? No; porque sin profesar creencias religiosas, creo que la fe lo puede todo, que la fe levanta las montañas. Pudiera citar muchos ejemplos, y no lo hago para no indignar a la concurrencia, por no disminuir el efecto de mi extraña historia.

«Confesaré, por lo pronto, que si lo que voy a contarles no fue bastante para convertirme, fue suficiente para emocionarme; procuraré narrar el suceso con la mayor sencillez posible, aparentando la credulidad propia de un campesino.

«Entonces era yo médico rural y habitaba en plena Normandía, en un pueblecillo que se llama Rolleville.

«Aquel invierno fue terrible. Después de continuas heladas comenzó a nevar a fines de noviembre. Amontonábanse al norte densas nubes, y caían blandamente los copos de nieve tenue y blanca.

«En una sola noche se cubrió toda la llanura.

«Las masías, aisladas, parecían dormir en sus corralones cuadrados como en un lecho, entre sábanas de ligera y tenaz espuma, y los árboles gigantescos del fondo, también revestidos, parecían cortinajes blancos.

«Ningún ruido turbaba la campiña inmóvil. Solamente los cuervos, a bandadas, describían largos festones en el cielo, buscando la subsistencia, sin encontrarla, lanzándose todos a la vez sobre los campos lívidos y picoteando la nieve.

«Sólo se oía el roce tenue y vago al caer los copos de nieve.


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5 págs. / 9 minutos / 88 visitas.

Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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