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Flores Tardías

Antón Chéjov


Cuento


Dedicado a N. I. Korobov

I

La escena tuvo lugar una oscura tarde otoñal, justo después de la comida, en casa de los príncipes Priklonski.

La anciana princesa y su hija Marusia estaban en la habitación del joven príncipe, retorciéndose los dedos e implorando. Imploraban como solo saben hacerlo las mujeres infelices y compungidas: invocando a Dios nuestro Señor, invocando el honor, las cenizas del padre.

La princesa estaba enfrente del joven, llorando. Dando rienda suelta a las lágrimas y a las peroratas, interrumpiendo a cada paso a Marusia, no se cansaba de abrumar al príncipe con sus reproches, sus palabras ásperas y hasta injuriosas, con sus caricias, con sus ruegos… Mencionó mil veces al comerciante Fúrov, que les había protestado una letra de cambio, al difunto padre, cuyos huesos tenían que estar removiéndose en la tumba, y todas esas cosas. Mencionó incluso al doctor Toporkov.

El doctor Toporkov siempre había traído por la calle de la amargura a los príncipes Priklonski. Su padre había sido siervo, ayuda de cámara del difunto príncipe Senka. Nikifor, su tío materno, seguía siendo ayuda de cámara personal del príncipe Yegórushka. Y el propio doctor Toporkov, siendo apenas un chiquillo, se había llevado sus buenos pescozones por no dejar bien limpios los cuchillos, tenedores, botas y samovares de los príncipes. Y ahí estaba ahora —había que ver, ¡qué situación más ridícula!—, hecho todo un doctor, joven y brillante, viviendo como un señor en una casa descomunal, disponiendo de un coche de dos caballos, como si quisiese restregárselo por la cara a los Priklonski, que tenían que ir a pie y se veían obligados a regatear interminablemente cada vez que alquilaban un carruaje.


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50 págs. / 1 hora, 28 minutos / 275 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Noches Egipcias

Aleksandr Pushkin


Cuento


I


—Quel est cet homme?
—Ha, c’est un bien grand talent, il fait de sa voix tout ce qu’il veut.
—Il devrait bien, madame, s’en faire une culotte.
 

Charsky era natural de San Petersburgo. Tenía menos de treinta años; no estaba casado; el servicio no le pesaba. Su difunto tío, que había sido vicegobernador en los buenos tiempos, le dejó una considerable fortuna. Su vida podía haber sido muy agradable; pero tenía la desgracia de escribir y publicar versos. En las revistas lo llamaban poeta, y en las habitaciones de los lacayos, escribidor.


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13 págs. / 22 minutos / 399 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Calila y Dimna

Anónimo


Cuento


Introducción de Abdalla Ben Almocafa

Los filósofos entendidos de cualquier ley e de cualquier lengua siempre punaron e se trabajaron de buscar el saber, e de representar e ordenar la filosofía; et eran tenudos de facer esto. Et acordaron e disputaron sobre ello unos con otros, e amábanlo más que todas las otras cosas de que los homes trabajan, et placíales más de aquello que de ninguna juglería nin de otro placer; ca teníen que non era ninguna cosa de las que ellos se trabajaban, de mejor premia nin de mejor galardón que aquello de que las sus ánimas trabajaban e enseñaban. Et posieron ejemplos e semejanzas en la arte que alcanzaron e llegaron por alongamiento de nuestras vidas e por largos pensamientos e por largo estudio; e demandaron cosas para sacar de aquí lo que quisieron con palabras apuestas e con razones sanas e firmes; et posieron e compararon los más destos ejemplos a las bestias salvajes e a las aves.


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239 págs. / 6 horas, 58 minutos / 1.046 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2018 por Edu Robsy.

El Deán de Santiago y el Gran Maestre de Toledo

Infante Don Juan Manuel


Cuento


Había en Santiago un deán que tenía muchos deseos de aprender el arte de la nigromancia, y oyó decir que don Illán de Toledo sabía de esto más que ninguno de su época; por tanto, fue a Toledo para aprender aquella ciencia; y el día que llegó a Toledo enderezó a casa de don Illán y lo halló que estaba leyendo en una cámara muy apartada; y luego que llegó a él lo recibió muy bien y le dijo que no quería que le dijese nada del porqué venía hasta que hubiese comido; y lo alimentó muy bien, y le hizo dar muy buen aposento y todo lo que hubo menester, y dióle a entender que le placía mucho estar con él. Después que hubieron comido, apartóse con él, le contó la razón por que había venido, y le rogó muy ahincadamente que le enseñara aquella ciencia, que él tenía muchos deseos de aprenderla. Don Illán le dijo que él era deán y hombre de calidad, y que podría llegar a gran estado, y los hombres que llegan a gran estado, cuando han resuelto todo lo suyo a la medida de sus deseos, olvidan muy presto lo que otros han hecho por ellos, y que él temía que en cuanto hubiese aprendido lo que quería saber, no le haría tanto bien como le prometía. El deán le prometió y le aseguró que cualquiera fuese el bien que recibiera, nunca haría sino lo que él mandase. Y en estas conversaciones estuvieron desde que hubieron comido hasta que fue hora de cenar.


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Publicado el 27 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Radio "La Mar"

Arturo Robsy


Cuento


Ni mentir ni dejar que mientan

Emisiones electorales de la famosa Radio La Mar. Vote después de haber reído.

Experimento sociológico sobre la negación de la realidad. Papeles de Trapisonda.

Estas historias de Radio La Mar, puro diálogo e impuro despropósito, se basan en dos hechos fundamentales:

El Primero, que la Constitución nos reconoce el derecho a recibir información veraz y, por lo tanto, prohíbe que se nos mienta como método. Nada dice la engolada «Ley de Leyes» sobre intenciones que puedan ser excusa para la mentira; o sea que desear ganar unas Elecciones o vender un perfume, no justifican el intento de engañarnos. Pero nos engañan todos los días desde todos los medios, porque la modernidad es cosa de propaganda y es fundamental que el dominado siga satisfecho con su situación. Además, no hay juez Garzón que se atreva con los mentirosos: no es tan valiente. Libertad de Expresión, sí. Pero no libertad de mentira.

El Segundo, que no hay cosa más inútil que una que esté partida, y los Partidos son y aspiran a ser trozos de sociedad, fragmentos de convivencia. Es necesario vigilar y limitar el Poder, pero con leyes y no con grupos particulares, si puede expresarse así.

De ahí se crea, en esta ficción disparatada, el Partido Entero, que quizá busca la unidad de lo fundamental, pero no de lo accesorio. Por ejemplo, nadie se arremolina porque el euro sea la unidad en lo dinerario: el dinero, aunque necesario, es el accesorio de los acesorios.

Por eso —si sigue leyendo— verá que el ficticio Partido Entero, puesto en la necesidad de ofrecer un programa electoral, lo resuma en “No mentir ni permitir que otros mientan”.


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Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Confines del Cosmos

Arturo Robsy


Cuento


I

—Te digo que es verdad —el demudado rostro del que hablaba expresaba, a la vez que la impaciencia y la fatiga por no ser creído, la extraña agitación que le embargaba y le hacía temblar.

—¡Quita, hombre! Eso que cuentas es más difícil de creer que hacerle pantalones a un pulpo.

—¿Tanto te cuesta admitir que yo he oído voces en la cueva y que no ha sido una sola vez, sino muchas y a diferentes horas?

—Puede ser una cabra que ande por allí perdida. Puede ser una pareja de enamorados...

—Total: que tiene que ser algo distinto de lo que yo te digo, ¿no?

—Es que creer que por allí dentro vive gente es creer mucho, Pedro.

El otro se levantó airado. Dejó unas monedas encima de la mesa para pagar la consumición que habían hecho. Luego contempló meditativamente a su compañero como pensando si aquel zagalón fornido y bizarro podía comprender algo tan hondo y misterioso como lo que él le había contado.

—Bueno —dijo—, yo ya me voy. Pero, si quieres, vente conmigo hasta la cueva, sólo para demostrarme que la cabeza te sirve para algo más que para ponerte fijapelo y brillantina.

—Iré. ¡Vaya que si iré! Y si oigo esas voces que dices y me dan la impresión de ser de hombres que vivan allí dentro, me bajo y te traigo por el pescuezo al que las dé.


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Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Corazón del Viejo Garfield

Robert E. Howard


Cuento


Estaba sentado en el porche cuando mi abuelo salió cojeando y se tumbó en su silla favorita, la del asiento acolchado, y empezó a llenar de tabaco su pipa de maíz.

—Creía que ibas a ir al baile —dijo.

—Estoy esperando a Doc Blaine —contesté—. Voy a acercarme a casa del viejo Garfield con él.

Mi abuelo chupó su pipa un rato antes de volver a hablar.

—¿Está mal el corazón del viejo Jim?

—Doc dice que es un caso perdido.

—¿Quién le cuida?

—Joe Braxton, contra los deseos de Garfield. Pero alguien tenía que quedarse con él.

Mi abuelo chupó su pipa ruidosamente, y miró los relámpagos de verano jugueteando en la lejanía de las colinas; después dijo:

—Crees que el viejo Jim es el mentiroso más grande del condado, ¿verdad?

—Cuenta unas historias muy exageradas —admití—. Algunas de las cosas en las que afirma haber tomado parte debieron de ocurrir antes de que naciera.

—Yo llegué a Texas desde Tennessee en 1870 —dijo bruscamente mi abuelo—. Vi cómo esta ciudad de Lost Nov crecía de la nada. Ni siquiera había un almacén de madera cuando llegué. Pero el viejo Jim Garfield ya estaba aquí, viviendo en el mismo sitio donde vive ahora, sólo que entonces era una cabaña de madera. No ha envejecido ni un solo día desde la primera vez que le vi.

—Nunca me habías contado eso —dije con cierta sorpresa.

—Sabía que lo achacarías a los desvaríos de un viejo —contestó—. El viejo Jim fue el primer blanco que se estableció en esta región. Construyó su cabaña a unas cincuenta millas de la frontera. Dios sabe cómo lo hizo, pues esas colinas estaban llenas de comanches por entonces.

—Recuerdo la primera vez que le vi. Por entonces todo el mundo ya le llamaba «viejo Jim».


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Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Caminantes de Valhalla

Robert E. Howard


Cuento


El cielo estaba lívido, melancólico y repulsivo, con el azul del acero empañado, cruzado por estandartes de un escarlata pálido. Recortadas contra el borroso manchón rojizo se extendían las chatas colinas que son los picachos de esa árida tierra alta, una lúgubre extensión de arenas a la deriva y robledales resecos, salpicada de campos estériles donde los aparceros consumen sus vidas horriblemente inútiles en un trabajo sin frutos y un amargo deseo.

Había subido cojeando a un risco que se alzaba por encima de los demás, flanqueado a cada lado por los resecos bosquecillos de robles. La terrible tristeza y la monótona desolación de los paisajes que se extendían ante mí convertían mi alma en polvo y cenizas. Me dejé caer sobre un tronco medio podrido y la agónica melancolía de esa tierra triste pesó duramente sobre mí. El rojo sol, medio velado por los torbellinos de polvo y las capas de nubes, se hundía; colgaba a la altura de una mano por encima del borde occidental. Pero su puesta no le daba gloria alguna a las ensombrecidas dunas. Su oscuro resplandor no hacía sino acentuar la tremenda desolación de la tierra.


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45 págs. / 1 hora, 19 minutos / 249 visitas.

Publicado el 14 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Esclavo

Arturo Robsy


Cuento


Cuando aquel hombre llegó parecía asustado de veras. Todos nosotros teníamos pintada la alegría en el rostro, por eso lo mustio de su expresión adquirió un tono grave y burlesco por la comparación. Todo era extraño en él menos los ojos. Estos brillaban a intervalos, eso sí, pero contraponían una santa gota de calma a la nota crispada de su cara.

Dos de nosotros, que jugaban enfrascados a los naipes, completaron la ilusión exclamando algo sobre una jugada.

Luego todos callamos.

Don Martín advirtiendo el raro efecto que nos había causado su insólita aparición, vino hasta la mesa y se sentó aparentando una perfecta normalidad. Durante unos segundo se oyeron los ruidos del silencio y después fueron reanudándose las conversaciones, primero con graves todos, que fueron tornándose en las timbradas voces de todos conocíamos.

Entonces, sólo entonces, don Martín habló:

—¿Qué les ha sucedido cuando me han visto entrar? Parecía como si algo les hubiese detenido la lengua.—se detuvo y sacó rápidamente un espejito que reflejó su imagen. Sonrió. —Comprendo ahora que mi figura no acabe de ser del todo natural. Sin embargo, ¿es eso bastante para hacer callar a toda la tertulia?

Nadie contestó. Notábamos como si efectivamente "algo" nos impusiera su presencia. Callamos. ¿Qué otra cosa podíamos hacer?

—¿No comprenden? —continuó transfigurado Don Martín— ¡Tienen que ayudarme! Es necesario que ustedes me convenzan de la realidad de lo que vivimos en estos momentos. Es necesario que yo pueda separar el sueño y el mundo, y el mundo de mí mismo.

En efecto no comprendíamos aquello. Sólo dedujimos que Don Martín estaba terriblemente excitado, casi al borde de una crisis nerviosa.


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Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Silencia

Arturo Robsy


Cuento


I

Por la concurrida calle Juan avanzaba chocando con las gentes que le cortaban el paso. Sus ojos fijos miraban hacia adelante, más allá de todo; podría decirse casi que "por dentro". El semblante desencajado se estremecía a intervalos mientras sus labios pronunciaban inaudibles palabras...

—¡Silencia! ¡Silencia!

Paró de pronto su camino.

Por primera vez pareció darse cuenta de lo que le rodeaba. Bajó la vista a unas manos temblorosas que había llevado hasta ahora inertes colgando de los brazos. Ocultó rápidamente una primera lágrima que empezaba a deslizarse por su mejilla, y rió.

Fue su risa una mezcla de acentos delicados y tristes, y de voces interiores que nada tenían de agradables, que nada tenían de humanas.

Con la cabeza caída sobre el pecho se perdió entre la multitud.

II

La Luna aparecía, rojiza todavía, por detrás de los edificios, cuando Juan pareció despertar de un sueño. Mirá a su alrededor: todo lo era extraño. Estaba en su casa, sí, pero... No comprendía aquello. ¡No comprendía nada! Él no era de allí, él era de... Un nombre fue tomando consistencia en su pensamiento... Un nombre...

—¡Silencia! —exclamó al fin— ¿Silencia? ¿Dónde?

—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?

¡Había alguien más con él! Un hombre le contemplaba, acomodado en un sillón, a su lado. No le conocía.

—¿Qué tienes? —volvió a decir la voz. Parece como si no me conocieras. ¿Quieres que llame a un médico?

—¿Quién eres? —preguntó Juan. Su tono era raro, terrible pensí su interlocutor.

—¡Cómo que quién soy! ¡Vaya hombre! Nos encontramos esta tarde; nos vamos a hacer las mediciones de ese nuevo edificio que hay que construir; venimos luego a tu casa a tomar una copa, y ahora me sales con que quién soy...


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1 pág. / 3 minutos / 58 visitas.

Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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