El gallo que quería volar
Cristóbal Miró Fernández
Cuento
Dominio público
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Publicado el 12 de febrero de 2022 por Cristóbal Miró Fernández .
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Dominio público
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Publicado el 12 de febrero de 2022 por Cristóbal Miró Fernández .
Era el mes de diciembre del año 711. Se acababa de recibir en Toledo la noticia de la derrota y muerte de don Rodrigo en las orillas del Guadalete. La consternación era grande; se ponderaba en Toledo la muchedumbre de los moros, sus armas, su fortaleza y el valor de sus caudillos. No participaban, sin embargo, del espanto popular los nobles, bien enterados de las intrigas políticas de aquel tiempo. Para unos, la muerte de don Rodrigo era un cambio de reinado, favorable para sus intereses; otros sabían más, los tratos del partido de los hijos de Witiza con el invasor, es decir, lo que hoy se llamaría una coalición de moros y cristianos para destronar a don Rodrigo.
Algunos señores godos comentaban y celebraban las noticias, burlándose de los terrores del vulgo, en una casa de recreo, no lejos de la capital y a orillas del camino, cuando sonaron algunos golpes en la puerta. Un criado anunció poco después que pedía hospitalidad un soldado rendido de cansancio.
—¿De dónde vienes? —preguntó el dueño de la casa.
—Viene de la guerra. Su caballo ha caído muerto de fatiga delante de la puerta.
—¡Que entre, que entre! —dijeron todos, levantándose de sus asientos y dejando los vinos y manjars para saciar el hambre de noticias.
Abriose otra vez la puerta y apareció en ella un soldado, con la armadura abollada e incompleta, todo el cuerpo empolvado y el rostro abatido y descompuesto.
—¿Has asistido a la batalla?
—¿Es cierta la muerte del rey?
—¿Quién manda los ejércitos? ¿Qué caudillo han proclamado?
Y todos le preguntaban a la vez, sin darle tiempo a contestar.
—Ante todo, dadme de beber, que muero de sed y de cansancio.
Los nobles le presentaron sus copas, esperando con ansia las palabras del soldado. Éste se repuso vaciando algunos vasos, su rostro se coloreó, y luego dijo con voz triste:
Dominio público
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Publicado el 12 de julio de 2024 por Edu Robsy.
Este es un cuento sin malicia alguna; lo certifico.
Por una vereda estrecha y festoneada por ambos lados de Zarzales y
matas iban los novios, la pareja más aparejada de todo el pueblo. No
tan lejos que los perdieran de vista ni tan cerca que pudieran oírlos,
iban también, a modo de escolta, otros mozos y mozas, porque no esta
bien que recorran las parejas solas los campos y vallados, y así,
guardándose cada cual a sí mismo, parece que los unos se guardan a los
otros.
—Mira, Juanete, que el tiempo pasa.
—¿Que pasa el tiempo?—contestó maquinalmente, como una persona que se admira de una extraña novedad.
No quería yo mezclarme en mí relato, pero no puedo resistir el cosquilleo de añadir a esto que es cosa bien natural que pase el tiempo, pero más natural que un enamorado lo olvide.
—¿Qué piensas hacer?
—Deja esas cosas, Rosa, déjalas.
—Mira, Juan, que en todo el pueblo se habla de nosotros, y no me parece bien... además, tu ganas lo bastante...
—¿Lo bastante? ¿,
—Sí, Juan, lo bastante. Me parece que yo no vestiré de gran señora.
—Pues mira, Rosa, por ahora no puede ser..., tengo mis tazones para ello, que alguna vez te las diré...
Púsose pálido y, después de un suspiro, añadió:
—Ya te lo diré.
—¿Todavía te dan esos vahídos?
—Sí, Rosita.
—Eso será la primavera...
—Así lo creo; la primavera o la emoción...
—Mira, Juan, ya llevas mucho tiempo aplazando nuestro casamiento, hoy para mañana, mañana para pasado... Yo ya sé que nos hemos de casar..., porque, de otro modo, no se comprende que andes tan formal..., que siempre...
—Sí, sí, ya en tiendo; pierde cuidado, Rosita...
—Y, además, desde hace un año te has vuelto triste y pensativo, cavilas demasiado, y a tu edad no es bueno cavilar.
—¿Qué quieres...?
Dominio público
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Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.
Gozaba el Dr. Puff fama universal por sus profundos conocimientos geológicos, meteorológicos y astronómicos, y nadie le aventajó en la ciencia de predecir los trastornos de la naturaleza. Era el verdadero Zaragozano de la lluvia y del buen tiempo, y el único Zaragozano para profetizar los fenómenos sísmicos y las erupciones volcánicas.
El terremoto de Krakatoa, que sepultó en el mar una parte de aquella isla, causa de tantas muertes, males y ruinas y objeto general de conmiseración y espanto, era considerado por el eminente sabio como el primero de sus triunfos, pues él y solo él, a despecho de la incredulidad de las academias y de la indiferencia del público, pronosticó y hasta consiguió fijar con precisión matemática el día, la hora, el minuto y el lugar de la catástrofe.
Desde entonces, la autoridad y el prestigio del Dr. Puff fueron indiscutibles: había descubierto el secreto de las sacudidas geogénicas, las leyes a que obedecen y las causas que en determinadas circunstancias las producen.
Consagrado única y exclusivamente a la ciencia por él creada, ajeno a las pompas y vanidades del mundo, recluido en su observatorio, en medio de las asperezas y soledades de Monte Gray en los Estados Unidos, atento solo al bien de sus semejantes, no se daba punto de reposo en sus difíciles e intrincados cálculos para anunciar con exactitud los terremotos y poner así a cubierto de todo riesgo las vidas de innumerables seres humanos.
Una noche, después de largo y laborioso estudio, invertido principalmente en una serie inacabable de operaciones aritméticas y algebraicas, extendió sobre la mesa de su despacho una gran carta de la cuenca del Mediterráneo, midió con el compás algunas distancias, y fijándose de pronto en un punto que correspondía al meridiano de Barcelona, a tres millas al Sur de aquel puerto, exclamó dándose una palmada en la frente:
Dominio público
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Publicado el 20 de febrero de 2023 por Edu Robsy.
Si no existiera la mujer hermosa
fuera un bridón el ídolo del moro.
Mas si los dos al orbe prestan lumbre,
los dos a un tiempo forman un tesoro.
Poesía árabe.
¡Cuán dichoso es el árabe cuando, montado en su corcel, se lanza, desde las rocas en el desierto; cuando los pies de su bridón, sumergiéndose en la arena, levantan el mismo murmullo que el hierro ardiendo mojado en el agua! Vedlo allá cuál nada en el Océano de arena, y cuál hiende las áridas ondas con su pecho del delfín.
Aprisa, aprisa: apenas toca con sus pies la faz de las arenas: aguija, aguija: ya se lanza envuelto en un turbillón de polvo.
Es negro el corcel mío como nube de otoño; blanca estrella como la aurora brilla sobre su frente; da al viento su crin hermosa, como garzotas ondantes, y sus pies cuatralbos vibran centellas de fuego.
Vuela, vuela, bridón mío, el de la estrella blanca; selvas, montañas, abrid paso, dadme lugar.
En vano la verde palma se me brinda con sus dátiles y sombra; yo desprecio su hospedaje.
La palmera avergonzada huye de mí, se oculta en el Oasis, y en el susurro de sus hojas parece que se burla de la temeridad mía.
Sus altas rocas, custodios de la frontera del desierto, vuelven sobre mí su faz negra y torva, repiten la carrera de mi caballo, y parece que me amenazan así.
"El insensato, ¿dónde va? Su cabeza no encontrará ya amparo contra los dardos del sol, ni bajo la verde caballera de la palma, ni bajo el blanco pabellón de la tienda. Allí no hay más que una tienda, la bóveda del cielo. Allí las rocas solas pasan la noche; sólo las estrellas viajan por allí."
Yo corro más y más: vuelvo la cabeza y miro las rocas huir avergonzadas de mí, y que se ocultan y bajan sus crestas las unas tras las otras.
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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
Mucho tiempo ha vivían dos jóvenes esposos en lugar muy apartado y rústico. Tenían una hija y ambos la amaban de todo corazón. No diré los nombres de marido y mujer, que ya cayeron en olvido, pero diré que el sitio en que vivían se llamaba Matsuyama, en la provincia de Echigo.
Hubo de acontecer, cuando la niña era aún muy pequeñita, que el padre se vio obligado a ir a la gran ciudad, capital del Imperio. Como era tan lejos, ni la madre ni la niña podían acompañarle, y él se fue solo, despidiéndose de ellas y prometiendo traerles, a la vuelta, muy lindos regalos.
La madre no había ido nunca más allá de la cercana aldea, y así no podía desechar cierto temor al considerar que su marido emprendía tan largo viaje; pero al mismo tiempo sentía orgullosa satisfacción de que fuese él, por todos aquellos contornos, el primer hombre que iba a la rica ciudad, donde el rey y los magnates habitaban, y donde había que ver tantos primores y maravillas.
En fin, cuando supo la mujer que volvía su marido, vistió a la niña de gala, lo mejor que pudo, y ella se vistió un precioso traje azul que sabía que a él le gustaba en extremo.
No atino a encarecer el contento de esta buena mujer cuando vio al marido volver a casa sano y salvo. La chiquitina daba palmadas y sonreía con deleite al ver los juguetes que su padre le trajo. Y él no se hartaba de contar las cosas extraordinarias que había visto, durante la peregrinación, y en la capital misma.
—A ti—dijo a su mujer—te he traído un objeto de extraño mérito; se llama espejo. Mírale y dime qué ves dentro.
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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
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Publicado el 8 de mayo de 2016 por Juan Carlos Vinent Mercadal.
Antoñico era una chispa, al decir de cuantos andaban entre bastidores; no se había conocido traspunte como él desde hacía muchos años: era necesario remontarse a los tiempos de Máiquez y Rita Luna, como hacía frecuentemente un caballero gordo que iba todas las noches de tertulia al saloncillo, para hallar precedente de tal inteligencia y actividad.
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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
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Publicado el 4 de marzo de 2018 por Angela.
EL PADRE GUTIÉRREZ A DON PEPITO
Málaga, 4 de abril de 1842.
Mi querido discípulo: Mi hermana, que ha vivido más de veinte años en ese lugar, vive hace dos en mi casa, desde que quedó viuda y sin hijos. Conserva muchas relaciones, recibe con frecuencia cartas de ahí y está al corriente de todo. Por ella sé cosas que me inquietan y apesadumbran en extremo. ¿Cómo es posible, me digo, que un joven tan honrado y tan temeroso de Dios, y a quien enseñé yo tan bien la metafísica y la moral, cuando él acudía a oír mis lecciones en el Seminario, se conduzca ahora de un modo tan pecaminoso? Me horrorizo de pensar en el peligro a que te expones de incurrir en los más espantosos pecados, de amargar la existencia de un anciano venerable, deshonrando sus canas, y de ser ocasión, si no causa, de irremediables infortunios. Sé que frenéticamente enamorado de doña Juana, legítima esposa del rico labrador don Gregorio, la persigues con audaz imprudencia y procuras triunfar de la virtud y de la entereza con que ella se te resiste. Fingiéndote ingeniero o perito agrícola, estás ahí enseñando a preparar los vinos y a enjertar las cepas en mejor vidueño; pero lo que tú enjertas es tu viciosa travesura, y lo que tú preparas es la desolación vergonzosa de un varón excelente, cuya sola culpa es la de haberse casado, ya viejo, con una muchacha bonita y algo coqueta. ¡Ah, no, hijo mío! Por amor de Dios y por tu bien, te lo ruego. Desiste de tu criminal empresa y vuélvete a Málaga. Si en algo estimas mi cariño y el buen concepto en que siempre te tuve, y si no quieres perderlos, no desoigas mis amonestaciones.
DE DON PEPITO AL PADRE GUTIÉRREZ
Villalegre, 7 de abril.
8 págs. / 14 minutos / 141 visitas.
Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.