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La Voz Extraña

Javier de Viana


Cuento


A Ricardo Rojas.


En los espesos espinillaros que cubrían, basta ocultar la tierra, las dilatadas llanuras del Pay-ubre, comenzó a escucharse un rumor grave, continuo, cada vez más sensible y nunca hasta entonces oído en la comarca.

Era una extraña voz que venía desde el lejano sur, inquietando a la escasa población montaraz, que no le hallaba semejanza con las voces de los seres ni de las cosas por ella conocidas. A veces parecía un trueno, remotamente estallado; en ocasiones diríase el retumbar de miles de cascos de equinos lanzados en frenética huida; de pronto tenía las rabias del pampero que se hinca en el hierro espinoso de los ñandubays o que zamarrea, sin logran abatirlos, los airosos caradays de la llanura; por momentos recordaba el habla ronca del Corrientes en sus crecidas máximas; a instantes se endulzaba, remendando un coro de calandrias en armoniosa salutación a la aurora; y en determinados momentos era como un áspero rugir de pumas que hacía estremecer los juncos de la vera del río y achatarse las gamas en la oscura humedad de los pajonales.


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Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 25 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Viuda del Grande Hombre

Joaquín Dicenta


Cuento


Así la llamábamos todos. Ni el Juzgado municipal, ni el cura, intervinieron en la unión de la gran mujer y el gran artista. No les hizo falta; ella tenía sobrada hermosura y él sobrado entendimiento para burlarse de rutinas y gritar, encarándose con el mundo: «Hacemos lo que nos da la gana. Habla tú lo que te dé la gana también».

Los artistas jóvenes de aquella época teníamos aún la pícara costumbre de admirar y de respetar a nuestros antecesores: costumbre que hoy, afortunadamente para el progreso del arte, de la independencia y de la vanidad va desapareciendo en España. Admirábamos, respetábamos a los viejos ilustres y como a ningún otro al poeta insigne que remozaba sus cincuenta años y sus blancos cabellos con el mirar de sus ojos vivos, con el sonreír de su boca alegre y con sus partos de producciones cada vez más apasionadas y viriles.

Entre los admiradores del maestro, figuraba como uno de los primeros yo. El poeta me favorecía con su amistad; rara era la noche en que no acudía a su casa para deleitarme con los donaires de su conversación o recoger las primicias de sus poemas.

Declaro, honrada y lealmente, que la belleza de Margarita no entraba por nada en mi asiduidad. Ni sentí por ella otros deseos que los inconscientes, propios a mi condición de macho, ni ella me hubiera permitido sentirlos tampoco.

Margarita adoraba al maestro; y, no obstante la diferencia de edad —ella tenía veinticinco años—, hubiera sido difícil hallar compañera más enamorada y más fiel de un hombre; aun entre las que pasan por el Juzgado municipal y reciben la bendición de un cura.


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Dominio público
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Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

La Viuda del Cesante

Fernán Caballero


Cuento


Las murallas de Cádiz son un hermoso paseo, ancho, llano, sin el menor obstáculo ni tropiezo, en el que puede pasear descuidado un ciego, un distraído o el que, absorbido en contemplar la vista que ofrece, anda, como aquéllos, sin brújula. Bajando por ella desde los cuarteles, se mira a la izquierda una fila de casas altas, alineadas, fuertes y uniformes como un regimiento prusiano, y a la derecha la bahía, poblada de barcos anclados, inmóviles y mustios como presos. ¡Qué imagen de la fuerza bruta es el navío! Privado de su piloto, todo lo atropella, destroza y hunde, hasta que él mismo se pierde en desconocidas playas.

La costa opuesta aparece confusa como un recuerdo medio borrado, y al frente se extiende el mar, que la cortedad de nuestra vista hace a cierta distancia unirse al cielo, no obstante de estar allí tan distantes como lo están aquí, y esto lo creemos por fe, como debemos creer otras muchas cosas que nuestra vista no alcanza ni nuestra concepción comprende, porque la comprensión del hombre, así como su vista, son limitadas.

Paseaban por esta muralla, hace de esto algunos años, dos señores. El uno era alto, de buena presencia; el otro era más pequeño, algo agobiado, y de semblante doliente y decaído.

—Paisano —dijo en tono jovial el más alto al que lo acompañaba—, usted se hace del porvenir un monte, y yo lo veo muy llano.


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Publicado el 12 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

La Visita de los Marqueses

Vicente Riva Palacio


Cuento


Con decir que era el día de la fiesta titular del pueblo, está dicho todo: porque aquélla era la romería más concurrida y más famosa de los contornos, y aquel pueblo uno de los más fértiles y pintorescos de la montaña de Santander.

Sentado en la pendiente de una loma, con sus casas dispersas y ocultas entre cajigas, castaños, nogales y cerezos, semejaba, más bien que un pueblo con arbolado, un bosque con casas. A lo lejos, y en las ardientes mañanas de verano, aquel pueblo parecía como dispuesto a deslizarse con suavidad por la pendiente para tomar un baño en el si no abundoso, sí fresco y transparente río que, desprendiéndose del valle de Pas después de haber refrigerado a multitud de nodrizas, cesantes unas y en agraz las otras, resbala, buscando la tumba común de los ríos, en una estrecha cañada, a la que, sin duda por adulación o por cariño, han bautizado los montañeses con el pomposo nombre de valle de Toranzo.

Era un día del mes de agosto; la luz brotó por el oriente con todo el encanto de una mañana de fiesta; porque, digan lo que quieran los sabios sueltos o que escriben en los periódicos, la luz de los días festivos es distinta de la luz de los días de trabajo, y en aquél apareció como diciendo: aquí está lo mejor del baile.

Y con un lujo de amabilidad, y con un refinamiento de poesía no comunes, ya jugueteaba sobre las espumas del río; ya iluminaba en su vuelo a las abejas, convirtiéndolas en chispas de fuego que se cruzaban; ya, arrastrándose, venía a esmaltar la hierba de los prados, o a reflejarse sobre un fragmento de vidrio, del que hacía brotar un sol pequeñito, pero deslumbrador, en mitad de la carretera.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Verdad Embellecida

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—Mucho debe ser, cuando la Providencia me regala de este modo: me puso casa con una hermosa bóveda y de una sola habitación para que no me molestaran los vecinos: no me dio pies, para indicarme que no necesito andar, como tantos infelices, para ganarme la vida: abro mis puertas cuando quiero, y entra la luz, que viene de muy lejos, para alumbrar mi casa: ese mar tan grande y de tan mal genio me trae todos los días como un esclavo la comida, y paso mi existencia durmiendo y despertando con sosiego, en una cuna de nácar, envuelta en mi manto transparente.

—¿Quién cuenta tales grandezas en este rinconcito de mar? —dijo un joven cangrejo—. Deben ser embustes.

—No: todo lo que dice es cierto, pero muy embellecido —respondió un cangrejo sabio.

—¿Me puede usted decir quién es esa princesa?

—Esa princesa es una ostra.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Venganza de Tutankamón

Roberto Arlt


Cuento


Comenzaré por confesar que jamás sentí ninguna simpatía por el señor Almstrom, con quien una desdichada casualidad quiso que hiciera el cruce del Mar Rojo y parte del índico.

Almstrom era un gran entusiasta de lord Carnavon, el descubridor y profanador de la tumba de Tutankamón. En cierto modo, Almstrom (maldito sea el complicado nombre) había participado de la profanación del sepulcro del faraón, y ambos eran dos personas francamente desagradables.

Digo esto porque la gente que conoce los retratos de lord Carnavon ignora que dicho señor tenía un rostro espantosamente repulsivo, desfigurado por un lupus de extraordinarias dimensiones. Lord Carnavon gastó mucho dinero en médicos y tratamientos, hasta que, finalmente, un especialista le aconsejó que abandonara la húmeda Albión e hiciera una prueba con el seco clima de Egipto, ésta es la razón por la que el varias veces millonario lord Carnavon perdía el tiempo en Egipto. Finalmente, aburrido, se dedicó a excavar sepulcros.

Carnavon admiraba incondicionalmente a Maspero el egiptólogo. Maspero no sentía ningún entusiasmo por el millonario entremetido que iba y venía con su lupus a cuestas.

Carnavon le pidió un consejo a Maspero sobre el modo de hacer descubrimientos arqueológicos y Maspero, malhumorado le contestó:

—Cave primero hacia el Oeste, cuando se canse de cavar hacia el Oeste, cave hacia el Este.


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7 págs. / 13 minutos / 32 visitas.

Publicado el 10 de enero de 2024 por Edu Robsy.

La Vencedura

Javier de Viana


Cuento


I

Continuas y copiosas habían sido las lluvias durante aquel invierno. Poco habían podido hacer los estancieros para reorganizar sus propiedades asoladas por la guerra. Los que llevaron ganados y tropillas al Brasil, regresaron con ellos flacos y enfermos. Los que tomaron parte en la lucha tenían sus campos despoblados: apenas una majadita para el consumo diario, unos cuantos jamelgos escuálidos y derrengados, y la esperanza en la primavera próxima para ver el engorde de los escasos vacunos, comprados á peso de oro, á pesar de su flacura.

De las huertas no quedaban más que uno que otro horcón del valladar de palo-á-pique, y el terreno desigual, rugoso, cuya fecundidad aprovechaban el cepa-caballo y la cicuta, la manzanilla cimarrona y el yugo colorado. Vacíos estaban los galpones, tapizados de polvo y ornados con grandes cenefas de telarañas.

Las lluvias y los vientos habían trabajado de firme en los techos de paja y en los muros de adobe de los ranchos que, respetados por el salvajismo partidario, no fueron reducidos á escombros por el fuego. En el redondel de las "mangueras" había crecido hierba, y el extenso playo que existió frente á la tranquera, cubierto de gramillas, se confundía con el terreno verde, no dejando más que una mancha blanca, á un lado, donde, en los ya distantes tiempos de labor, encendíanse los fogones para calentar los hierros de las marcas.

Ya no pacía cerca de las casas el ganado tambero, ni hozaban los porcinos, rodeados de patos y gallinas; y hasta la trillada senda que conducía á la enramada se había casi borrado, invadida por el pasto.

Dura había sido la prueba, y duro debía de ser el trabajo para recuperar lo perdido. El país era un enfermo que entraba en convalecencia tras los sacudimientos de dos años de convulsiones histéricas que agotaron sus fuerzas.


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14 págs. / 25 minutos / 40 visitas.

Publicado el 21 de noviembre de 2023 por Edu Robsy.

La Vejez

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


¿Qué es lo que los hombres tememos y deseamos al mismo tiempo en el curso de nuestra vida?…

La vejez.

La tememos porque es signo de debilidad y decadencia, heraldo que pre-gona un próximo fin, mensaje de la destrucción y de la nada.

Nos sonrie la esperanza de ver llegar a esta huéspeda importuna, porque es una garantía de que nuestra existencia no se cortará brusca e inesperadamente. La animosidad con que pensamos en esta viajera odiada y deseada a la vez, que ha de llegar puntualmente cuando suene su hora, es producto, en gran parte, de un error.

Confundimos lamentablemente la vejez con la decrepitud.

Hombres hay que a los treinta años son decrépitos y agonizan lentamente. En cambio, viejos de ochenta gozan de la santa alegría de vivir.

—¿Qué es la vejez?…

La Humanidad ha pasado miles de años sin pensar en esto, como en tantos fenómenos de su existencia que ve de cerca todos los días con la distracción de la costumbre, sin sentir curiosidad ni preguntarse sus causas.

Ocurre con la vejez lo que con la muerte. Sabemos que ha de llegar, pero la vemos tan lejos, ¡tan lejos!, durante una gran parte de nuestra vida, que sólo nos inspira la falsa emoción de una catástrofe ocurrida en un lugar lejano del globo. Nos lamentamos, pero nuestro egoísmo, al ver que no nos toca de cerca el peligro, hace que las palabras no tengan eco en el pensamiento. También estamos seguros de que algún día ha de llegar el fin del mundo, la muerte de nuestro planeta; pero esto es tan remoto, que no turba ni por un instante la paz de nuestros días.


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6 págs. / 11 minutos / 94 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Tumba de Alí-Bellús

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


—Era en aquel tiempo —dijo el escultor García— en que me dedicaba, para conquistar el pan, a restaurar imágenes y dorar altares, corriendo de este modo casi todo el reino de Valencia.

Tenía un encargo de importancia: restaurar el altar mayor de la iglesia de Bellús, obra pagada con cierta manda de una vieja señora, y allá fuí con dos aprendices, cuya edad no se difenrenciaba mucho de la mía. Vivíamos en casa del cura, un señor incapaz de reposo, que apenas terminaba su misa ensillaba el macho para visitar a los compañeros de las vecinas parroquias, o empuñaba la escopeta, y con balandrán y gorro de seda, salía a despoblar de pájaros la huerta. Y mientras él andaba por el mundo, yo con mis dos compañeros metidos en la iglesia, sobre los andamios del altar mayor, complicada fábrica del siglo XVII, sacando brillo a los dorados o alegrándoles los mofletes a todo un tropel de angelitos que asomaban entre la hojarasca como chicuelos juguetones.


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4 págs. / 8 minutos / 98 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Torre Inclinada de Pisa

Narciso Segundo Mallea


Cuento


La familia de V. estaba de duelo. Había muerto su jefe. Las empresas de pompas fúnebres habían acudido en tropel a ofrecer sus servicios y en un santiamén se transformó en cámara mortuoria la mundana sala o recibimiento de la casa. Los muros fueron cubiertos con grandes paños de terciopelo negro y echáronse telas funebres a porfía sobre cuanto trasto no fué posible sacar de la amplia sala. En el centro estaba el costoso ataúd rodeado de altos candelabros de bronce. Por la mirilla de la tapa se veía la cara del "Tacaño" —que así apodaban las gentes al muerto— blanca, no cárdena, marfilinamente blanca.

Mariquita P. sabía por propia experiencia que a la ocasión la pintan calva, y tan luego supo la muerte de su vecino, se dijo: esta no se me escapa...

Pisaba ya los 40 y, aunque no hermosa, era atrayente: alta, delgada, con grandes ojos almendrados y unos dientes que ella sabía eran hermosos. No era ya caso de esperar; sus amigas de la infancia eran algunas abuelas. Mucho espulgó; perdió ocasiones que más tarde diéronla pena. No había más remedio que aguantar la pócima que antes no quiso apurar: el tendero Ramírez.

Ella sabía que el tendero la quería y que de ella dependía su unión con él; que sólo debía ir denodadamente contra la timidez de aquel hombre sencillo... No era, por otra parte, Ramírez un partido despreciable. Rico, con treinta años de residencia honesta en el paísqué mejor contrapeso para su tilde de viejo y feo? Los dos eran amigos de la familia del muerto y debían encontrarse en el velorio.

Cuando Mariquita entró en la capilla ardiente vió a Ramírez en un rincón todo compungido, y le dirigió una mirada llena de coquetería que turbó al ingenuo comerciante.


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2 págs. / 4 minutos / 34 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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