La Yeta
Francisco A. Baldarena
cuento
Creative Commons
1 pág. / 1 minuto / 240 visitas.
Publicado el 5 de diciembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
Mostrando 341 a 350 de 5.295 textos encontrados.
etiqueta: Cuento contiene: 'u'
Creative Commons
1 pág. / 1 minuto / 240 visitas.
Publicado el 5 de diciembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
Creative Commons
1 pág. / 1 minuto / 255 visitas.
Publicado el 14 de enero de 2022 por Francisco A. Baldarena .
Creative Commons
1 pág. / 1 minuto / 145 visitas.
Publicado el 2 de julio de 2022 por Francisco A. Baldarena .
Creative Commons
1 pág. / 1 minuto / 187 visitas.
Publicado el 28 de junio de 2022 por Francisco A. Baldarena .
Creative Commons
2 págs. / 5 minutos / 256 visitas.
Publicado el 21 de enero de 2023 por Francisco A. Baldarena .
Pasó el tiempo, inexorable, imposible de parar, y las tinieblas continuaban, con su monótona penumbra... ¿Cómo soportar una noche tan larga? ¿Cómo olvidar los colores y las formas del mundo azul que habían conocido?
Un día alguien, por fin, se atrevió a hablar de lo que sucedía:
— Esto —dijo— es oscuridad, pero nosotros tenemos ojos para ver.
Estas palabras hicieron reflexionar a los habitantes de la oscuridad. Con el tiempo, ese pensamiento fue ahondando en ellos hasta tornarse deseo, y un día, varios, a escondidas, hirieron de muerte las tinieblas: arrancaron una piedra del muro. Al otro lado hacía tiempo que se había hecho de día, y por el hueco entró un claro y dorado rayo de sol. La luz era una gloria que venía a revelar las formas, las caras, el color... ¡la verdad de las cosas!
Algunos no querían que entrara la luz. Insistían en las ventajas de la oscuridad, que era cómoda, que era conocida, y tapiaron el agujero. Pero los hombres volvieron a horadar el muro: primero una piedra, luego otra, hasta que todo el muro cayó y la luz penetró totalmente, venciendo a las tinieblas, irrandiando libertad.
No hubo forma de que las cosas volvieran a ser como antes: los hombres volvían a ver y, bajo su mirada nueva, las cadenas se rompieron por siempre.
Presentado al concurso escolar de relatos de Coca-Cola en 1.990.
1 pág. / 1 minuto / 268 visitas.
Publicado el 24 de julio de 2016 por Edu Robsy.
Al entrar en el salón me encontré otra vez a mi padre sentado en su butaca favorita, ojeando un periódico mientras fumaba un cigarrillo mentolado. Reconozco que siempre me ha gustado ese olor: me recuerda a mi infancia. Se alegró de verme, pero siempre me ha costado interpretar las emociones de mi padre y, últimamente, mucho más. No me sentía cómodo.
—Hola, papá. ¿Cómo estás?
—Bien, hijo —dijo mi padre cerrando el periódico—. Me alegra verte de nuevo. Llevabas un tiempo sin pasar por aquí y estaba preocupado.
—Ya sabes que el trabajo me trae de cabeza. Tengo un nuevo proyecto en marcha y me absorbe muchas horas.
—Bueno, lo importante es que tú estés bien.
—Papá...
—¿Qué pasa?
—Sabes que no tendrías que hacer esto, ¿verdad?
—¿Te refieres a fumar? Sabes que fumo poco y que ya no me hace ningún daño —dijo esbozando una media sonrisa.
—Lo sé, pero no me refería a eso...
—¿Entonces?
—A lo otro, papá. A lo otro. No puedes seguir haciendo esto.
—No sé a qué te refieres, hijo. Todo está bien.
—No, papá, no lo está. Y sabes perfectamente a qué me refiero.
—No hagas ahora una montaña de un grano de arena. Tampoco es para tanto...
—Sabes que no lo llevo bien, es todo. Me tengo que ir ya, que llevo prisa —añadí.
—Siempre con prisas, siempre tan acelerado —respondió, con el gesto más triste—. Me ha alegrado verte igualmente, hijo.
—A mí también, papá, aunque no me acostumbro a esto.
—Ya sabes que es transitorio, no le des más vueltas de las necesarias.
—Por cierto, ¿te gustaron las flores? —pregunté.
—Sí, todo un detalle hijo. Te lo agradezco.
Licencia limitada
2 págs. / 3 minutos / 297 visitas.
Publicado el 19 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.
Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos aparecer, desde la reja, en el fondo de la plazoleta, un jinete en bellísimo caballo de paso, pañuelo al cuello que agitaba el viento, sanpedrano pellón de sedosa cabellera negra, y henchida alforja, que picaba espuelas en dirección a la casa.
Reconocímosle. Era el hermano mayor, que años corridos, volvía. Salimos atropelladamente gritando:
–¡Roberto, Roberto!
Entró el viajero al empedrado patio donde el ñorbo y la campanilla enredábanse en las columnas como venas en un brazo y descendió en los de todos nosotros. ¡Cómo se regocijaba mi madre! Tocábalo, acariciaba su tostada piel, encontrábalo viejo, triste, delgado. Con su ropa empolvada aún, Roberto recorría las habitaciones rodeados de nosotros; fue a su cuarto, pasó al comedor, vio los objetos que se habían comprado durante su ausencia, y llegó al jardín.
–¿Y la higuerilla? –dijo.
Buscaba entristecido aquel árbol cuya semilla sembrara él mismo antes de partir. Reímos todos:
–¡Bajo la higuerilla estás!…
Dominio público
258 págs. / 7 horas, 32 minutos / 4.301 visitas.
Publicado el 13 de mayo de 2020 por Edu Robsy.
Creative Commons
1 pág. / 1 minuto / 596 visitas.
Publicado el 30 de junio de 2021 por Francisco A. Baldarena .
Un incidente de manos en el recreo llevó a dos niños a romperse los dientes a la salida de la escuela. A la puerta del plantel se hizo un tumulto. Gran número de muchachos, con los libros al brazo, discutían acaloradamente, haciendo un redondel en cuyo centro estaban, en extremos opuestos, los contrincantes: dos niños poco más o menos de la misma edad, uno de ellos descalzo y pobremente vestido. Ambos sonreían, y de la rueda surgían rutilantes diptongos, coreándolos y enfrentándolos en fragorosa rivalidad. Ellos se miraban echándose los convexos pechos, con aire de recíproco desprecio. Alguien lanzó un alerta:
—¡El profesor! ¡El profesor!
La bandada se dispersó.
—Mentira. Mentira. No viene nadie. Mentira…
La pasión infantil abría y cerraba calles en el tumulto. Se formaron partidos por uno y otro de los contrincantes. Estallaban grandes clamores. Hubo puntapiés, llantos, risotadas.
—¡Al cerrillo! ¡Al cerrillo! ¡Hip!… ¡Hip!… ¡Hip!… ¡Hurra!…
Un estruendoso y confuso vocerío se produjo y la muchedumbre se puso en marcha. A la cabeza iban los dos rivales.
A lo largo de las calles y rúas, los muchachos hacían una algazara ensordecedora. Una anciana salió a la puerta de su casa y gruñó muy en cólera:
—¡Juan! ¡Juan! ¡A dónde vas, mocito! Vas a ver…
Las carcajadas redoblaron.
Leonidas y yo íbamos muy atrás. Leonidas estaba demudado y le castañeteaban los dientes.
—¿Vamos quedándonos? —le dije.
—Bueno —me respondió—. ¿Pero si le pegan a Juncos?…
Llegados a una pequeña explanada, al pie de un cerro de la campiña, se detuvo el tropel. Alguien estaba llorando. Los otros reían estentóreamente. Se vivaba a contrapunteo:
—¡Viva Cancio! ¡Hip!… ¡Hip!… ¡Hip!… ¡Hurraaaaa!…
Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 2.798 visitas.
Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.