Retirados al pueblo, los Bornet son vecinos de los Navot y entre las
dos parejas existe muy buena relación. Les gusta por igual la
tranquilidad, el aire puro, la sombra y el agua. Simpatizan tanto que se
imitan.
Por la mañana las señoras van juntas al mercado.
—Me dan ganas de preparar un pato, —dice la señora Navot.
—¡Ah! A mí también, —dice la señora Bornet.
Los señores se consultan cuando proyectan embellecer uno su jardín
ventajosamente orientado, y el otro su casa situada sobre una loma y
nunca húmeda. Se llevan bien. Mejor es así. ¡Con tal de que dure!
Pero es al atardecer, cuando se pasean por el Marne, cuando los Navot
y los Bornet desean estar siempre de acuerdo. Los dos barcos, de la
misma forma y de color verde, se deslizan uno al lado del otro. El señor
Navot y el señor Bornet reman acariciando el agua como si lo hicieran
con sus manos prolongadas. A veces se excitan hasta que aparece una
primera gota de sudor, pero sin envidia, tan fraternales que no pueden
vencerse uno al otro y reman al unísono.
Una de las señoras sorbe discretamente y dice:
—¡Qué delicia!
—Sí,—responde la otra— es delicioso.
Pero, una tarde, cuando los Bornet van a reunirse con los Navot para
su habitual paseo, la señora Bornet mira un punto determinado del Marne y
dice:
—¡Caray!
El señor Bornet, que está cerrando la puerta con llave, se da la vuelta:
—¿Qué ocurre?
—¡Caramba! —prosigue la señora Bornet— nuestros amigos no se privan de nada. Tienen un barco a vapor.
—¡Demonios! —dice el señor Bornet.
Es cierto. En la orilla, en el estrecho espacio reservado a los
Navot, se divisa un pequeño barco a vapor, con su tubo negro que brilla
al sol, y las nubes de humo que de él escapan. Ya instalados, el señor y
la señora Navot esperan y agitan un pañuelo.
—¡Muy gracioso! —dice el señor Bornet molesto.
Información texto 'El Barco a Vapor'