Textos por orden alfabético inverso etiquetados como Cuento disponibles | pág. 199

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Kiti la Vanidosa

Ángela Grassi


Cuento


En las escarpadas costas de Dinamarca vivía hace mucho tiempo una joven muy bella, pero tan sensible á la vanidad, tan enamorada de sí misma, que cuando iba á llevar á Nelo, el pescador, la banasta de junco que debía recibir á los dorados pececillos, se detenía en las márgenes de cada fuente, de cada arroyo, para extasiarse delante de su propia imagen. No pensaba más que en coger flores que realzasen su hermosura, ó en arrancar al mar sus preciosas conchas para adornar con ellas sus brazos y su cuello.

Nelo era su desposado, y debía conducirla al altar cuando germinasen las primeras flores.

Nelo la amaba con fe pura; pero Kiti, así se llamaba la jovencilla, le correspondía con ese amor tibio de la mujer que sacrifica en aras de la vanidad, ciega y estúpida, todas las facultades de su alma.

Una tarde fue á llevarle la banasta como siempre, y como siempre se asomó á espejarse en las ondas tranquilas de la mar. Nunca le había parecido tan unida y trasparente.

Nelo la llamaba en vano... Kiti, lejos de prestarle atención, avanzaba en pos de aquellas mágicas ondas que la atraían, reproduciendo mil veces su bello rostro; siendo las últimas las que mejor sabían reproducirlo.

—Vén, la decía con tiernísimo acento el pescador desde la playa; vén, Kiti, vén...

Kiti, fascinada por un extraño vértigo, seguía á las ondas, saltando de risco en risco, apoyándose sobre las ninfeas, plantas acuáticas que se asoman á la superficie del agua.

Llegó al último escollo, se deslizó su pie, y las ondas pérfidas la arrastraron consigo hasta el abismo....

Un grito de espanto se elevó en la playa: muchos pescadores se arrojaron al mar; otros muchos saltaron sobre sus lanchos y recorrieron la costa: Kiti no pareció!

¡Tres días trascurrieron, y, á pesar de todas las pesquisas, Nelo no pudo hallar ni aún el cadáver de su amada!...


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 77 visitas.

Publicado el 27 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Kidd el Pirata

Washington Irving


Cuento


Hace muchos años, poco tiempo después de haber tenido que entregar su Muy Poderosa Majestad el Señor Protector de los Estados Generales de Flandes el territorio de la Nueva Holanda al rey Carlos II de Inglaterra, mientras el territorio se encontraba todavía en un estado de general inquietud, esta provincia era el refugio de numerosos aventureros, gente de vida dudosa y de toda clase de caballeros de industria y de sujetos que miran con disgusto las limitaciones antiguas, impuestas por la ley y los diez mandamientos. Los más notables entre aquéllos eran los bucaneros, hienas del mar que tal vez en tiempo de guerra se habían educado en la escuela del corso, pero que habiendo sentido una vez la dulzura del saqueo, habían conservado para siempre la inclinación por ello. Hay muy poca distancia entre el marino que hace el corso y el pirata.

Ambos luchan por amor del saqueo, sólo que el último es el más bravo, pues afronta al enemigo y a la horca.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 241 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Juventud

Leónidas Andréiev


Cuento


El alumno de último año Chariguin le había dado una bofetada a su compañero Avramov. En la creencia de que le asistía un perfecto derecho para hacer aquello, estaba contento y hasta orgulloso.

Avramov, que había recibido la bofetada, estaba desesperado; pero suavizaba su desesperación el pensamiento de que había, como muchos otros, padecido por la causa de la verdad.

He aquí cómo ocurrió el incidente. A la entrada del aula estaba colgado, dentro de un marco negro, el horario de las clases. Aunque estaba allí desde que empezó el curso, no se fijaba nadie en él. Pero la víspera del incidente, el bedel conocido por el sobrenombre de Arenque observó que el horario había desaparecido. Se trataba seguramente de una travesura infantil.

Y los alumnos serios que tenían ya bigote y opiniones políticas acogieron la noticia con una sonrisa indulgente, como acostumbraban a acoger las toninadas de su compañero Okunkov, que atravesaba el aula cabeza abajo, sosteniéndose sobre las manos. Aunque se consideraban hombres graves, ninguno de ellos estaba seguro de que no sentiría momentos después la necesidad imperiosa de repetir el truco gimnástico.

El bedel Arenque estaba muy inquieto por la desaparición del horario, y, viéndole así, los alumnos reían y se burlaban de él bondadosamente. El horario desaparecido fué substituído por otro, que al día siguiente desapareció también. La cosa empezaba a ser enojosa. Cuando Arenque, lleno de cólera, señaló con ademán trágico al marco vacío, los estudiantes lo tomaron ya más en serio y le dijeron que el horario, según todas las probabilidades, debía de haber sido robado por los granujillas de primer año.


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Dominio público
13 págs. / 23 minutos / 43 visitas.

Publicado el 20 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Justo José

Ricardo Güiraldes


Cuento


La estancia quedó, obsequiosamente, entregada a la tropa. Eran patrones los jefes. El gauchaje, amontonado en el galpón de los peones, pululaba felinamente entre el soguerío de arreos y recados.

Los caballos se revolcaban en el corral, para borrar la mancha oscura que en sus lomos dejaran las sudaderas; los que no pudieron entrar atorraban en rosario por el monte, y los perros, intimados por aquella toma de posesión, se acercaban temblorosos y gachos, golpeándose los garrones en precipitados colazos.

La misma noche hubo comilona, vino y hembras, que cayeron quién sabe de dónde.

Temprano comenzó a voltearlos el sueño, la borrachera; y toda esa carne maciza se desvencijó sobre las matras, coloreadas de ponchaje. Una conversación rala perduraba en torno al fogón.

Dos mamaos seguían chupando, en fraternal comentario de puñaladas. Sobre las rodillas del hosco sargento, una china cebaba mate, con sumiso ofrecimiento de esclava en celo, mientras unos diez entrerrianos comentaban, en guaraní, las clavadas de dos taberos de lay.

Pero todo hubo de interrumpirse por la entrada brusca del jefe: el general Urquiza. La taba quedó en manos de uno de los jugadores; los borrachos lograron enderezarse, y el sargento, como sorprendido, o tal vez por no voltear la prenda, se levantó como a disgusto.

A la justa increpación del superior, agachó la cabeza refunfuñando.

Entonces Urquiza, pálido el arriador alzado, avanza. El sargento manotea la cintura y su puño arremanga la hoja recta.

Ambos están cerca: Urquiza sabe cómo castigar, pero el bruto tiene el hierro, y al arriador, pausado, dibuja su curva de descenso.

—¡Stá bien!; a apagar las brasas y a dormir.

El gauchaje se ejecuta, en silencio, con una interrogación increíble en sus cabezas de valientes. ¿Habrá tenido miedo el general?


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 58 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Justiciero

Emilia Pardo Bazán


Cuento


De vuelta del viaje, acababa el Verdello de despachar la cena, regada con abundantes tragos del mejor Avia, cuando llamaron a la puerta de la cocina y se levantó a abrir la vieja, que, al ver a su nieto, soltó un chillido de gozo.

En cambio, Verdello, el padre, se quedó sorprendido, y, arrugando el entrecejo severamente, esperó a que el muchacho se explicase. ¿Cómo se aparecía así, a tales horas de la noche, sin haber avisado, sin más ni más? ¿Cómo abandonaba, y no en víspera de día festivo, su obligación en Auriabella, la tienda de paños y lanería, donde era dependiente, para presentarse en Avia con cara compungida, que no auguraba nada bueno? ¿Qué cara era aquella, rayo? Y el Verdello, hinchado de cólera su cuello de toro, iba a interpelar rudamente al chico, si no se interpone la abuela, besuqueando al recién venido y ofreciéndole un plato de guiso de bacalao con patatas oloroso y todavía caliente.

El muchacho se sentó a la mesa frente a su padre. Engullía de un modo maquinal, conocíase que traía hambre, el desfallecimiento físico de la caminata a pie, en un día frío de enero; al empezar a tragar daba diente con diente, y el castañeteo era más sonoro contra el vidrio del vaso donde el vino rojeaba. El padre picando una tagarnina con la uña de luto, dejaba al rapaz reparar sus fuerzas. Que comiese..., que comiese... Ya llegaría la hora de las preguntas.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 46 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Justicia Salomónica

Roberto Payró


Cuento


He aquí, textualmente, la versión de uno de los más ruidosos escándalos sociales de Pago Chico, oída de los veraces labios de Silvestre Espíndola, en el «mentidero» —como él le llamaba— de su botica:

—Pero cuando Cenobita lo derrotó fiero al pobre Bermúdez fue el verano pasado. Sólo que la derrota tuvo complicaciones...

Estaban los dos en el comedor, que da a la calle, y Bermúdez, en mangas de camisa, daba la espalda a la ventana. Hacía un calor bárbaro, un viento norte de no te muevas; el gato en el suelo, hecho una rosca, dormía con un ojo, y Cenobita y su marido estaban de un humor de perros, como ya verán.

Era la hora del almuerzo; la chinita Ugenia trajo la sopera y Cenobita sirvió a Bermúdez, que, en cuanto probó la primera cucharada rezongó de mal modo:

—Esta sopa está fría.

—¿Qué decís? ¡Cómo ha de estar fría si el cucharón me abrasa los dedos! —retrucó Cenobita, furiosa sin razón.

—¡Bah! ¡Cuando yo te digo que está fría!

—¡Pues yo te digo que no puede estar fría, ¿entendés?

—Pero si vos no la has probado y yo acabo de probarla. ¡Qué sabés vos!

—¿Que qué sé yo? ¡Repetí, a ver!

—Sí, te repetiré hasta cansarme, que está fría, que está...

Pero Cenobita no lo dejó concluir:

—Pues si está fría, tomá, refrescate...

Y ¡zas! le zampó la sopera en la cabeza. Mi hombre le hizo una cuerpeada; la sopera, aunque se le derramara encima, lo tocó de refilón, ¡plan! pegó en el suelo, se hizo añicos y un pedazo de loza fue a lastimar al gato, que saltó a la calle todo erizado y con la cola tiesa, a tiempo que pasaba Salustiano Gancedo, que, como ustedes saben, por chismes y envidias nada más, siempre ha andado a tirones con Bermúdez.


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Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 49 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Justicia Popular

Rafael Delgado


Cuento


A Erasmo Castellanos

Son las diez de la mañana y el sol quema, abrasa en el valle. Llueve fuego en la rambla del cercano río, y la calina principia a extender sus velos en la llanura y envuelve en gasas las montañas. Ni el vientecillo más leve mueve las frondas. Zumba la «chicharra» en las espesuras, y el «carpintero» golpea el duro tronco de las ceibas. En las arenas diamantinas de la ribera centellea el sol, y en pintoresca ronda un enjambre de mariposas de mil colores, busca en los charcos humedad y frescura.

El bosque de «huarumbos», de higueras bravías, de sonantes bananeros y de floridos «jonotes», convida al reposo, y las orquídeas de aroma matinal embalsaman el ambiente.

En el cafetal sombrío, húmedo y fresco, todo es bullicio y algazara, ruido de follajes, risas juveniles, canciones dichas entre dientes, carcajadas festivas.

Temprano empezó el corte, y buena parte del plantío quedó despojado de sus frutos purpúreos.

Límite del cafetal es un riachuelo de pocas y límpidas aguas, protegido por un toldo de pasionarias silvestres que de un lado al otro extienden sus guías y forman tupidísima red florida, entre la cual cuelgan sus maduros globos las nectáreas granadas campesinas. En las pozas, bajo los «cacaos», media docena de chicos, caña en mano, y el rostro radiante de alegría, pescan regocijados. Cada pececillo que cae en el anzuelo merece un saludo. En tanto, en el cafetal sigue el trabajo, se enreda la conversación entre mozas y mozos, y en los cestos sube hasta desbordarse la roja cereza.

Cuando calla la gente en la espesura, y los granujas, atentos a la pesca, se están quedos, resuena allá a lo lejos sordo ruido, el golpe acompasado de los majadores: ¡tan! ¡tan! ¡tan!


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Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 55 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Justicia Humana

Javier de Viana


Cuento


Al Dr. Victoriano Martínez.


Ya no se veía más que un pedacito de sol,—como un trapo rojo colgado en las crestas agudas de la serranía de occidente,—cuando don Panta, echando la caldera sobre el rescoldo y el mate al lado, apoyando en el pico de aquella la bombilla de éste, ordenó al decir:

—Vamos p'adentro, qu'el día está desensillando.

Cruzaron el patio, entre ortigas, malvabiscos, vértebras y canillas de carnero; y tras un puntapié dado al perro que dormitaba junto a la puerta y que salió gritando y rengueando, patrón y huéspedes entraron en el comedor de la estancia.

Los tres invitados rodearon la mesa y permanecieron de pie, el sombrero en la mano, los brazos caídos inmóviles.

En eso entró la patrona, una china adiposa y petiza que andaba con un pesado balanceo de pata vieja. La saludaron; los gauchos pidieron permiso para quitarse los ponchos y las armas; se sentaron; la peona trajo el hervido; cenaron. Durante la comida, la patrona se mostró disgustada, y no era para menos ¡no había podido entablar una conversación! Primero habló de la mujer del pulpero López, que era una gallega sucia, y los invitados respondieron a coro:

—Sí, señora.

Luego dijo que las hijas de don Camilo se echaban harina en la cara, no teniendo para comprar polvos y reventaban pitangas para darse colorete; y los gauchos tragando a prisa un bocado, atestiguaron diciendo:

—Sí, señora.

Después manifestó la mala opinión que tenía de la esposa del vecino Lucas; su indignación por la haraganería de las hermanas Gutiérrez; la repugnancia que le causaba la mujer de Fagúndez y el asco que sentía por la barragana del comisario. Y los invitados mascando, mascando, respondían siempre:

—Sí, señora.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 27 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Justicia Concursiva

Silverio Lanza


Cuento


No pretendo ofender á ninguna persona que, por medio de un concurso, haya obtenido ventajas; las merecerá seguramente, pero más le halagaría el haberlas obtenido en lid pública. Trato unicamente de censurar el obscuro procedimiento de los concursos; y juro que nunca he acudido á ninguno, por la razón sencillísima de que me creo el más ignorante de los españoles. Si alguna vez se anuncia una vacante de hombre honrado, me presentare á conseguirla por medio de la oposición; y, si no me aprueban los ejercicios, me moriré de pena, porque sería sensible que al cabo de mis años, y sin otra afición preferente, no sirviese yo para hombre de bien.

Relataré tres sucesos de mi vida.

Y allá va el primero:

Estaba yo en una capital y en la tertulia de una señora marquesa (cuyo nombre no digo para permitirme la expansión de recordar que me era tan agradable como deseada) cuando se me acerco Don N. y llevándome al rincón de un saloncito me dijo:

—Supongo á usted identificado con la política de Don P.

—¡Ni remotamente!

—Pues entonces no puede usted hacerme el favor que deseaba.

—¡Caspitina!

—¿Qué quiere usted decir?

—Que siendo usted el representante de Don P. en esta provincia, no es posible que necesite usted apoyo ni credenciales. Don P. acaba de subir al poder y por consiguiente, no necesitará usted votos. En fin, sospecho que el favor no es político, y recuerdo á usted que yo hago favores siempre que puedo y debo y quiero hacerlos; y que siempre estoy deseoso de complacer á usted.

—Pues le hablare á usted con franqueza.

—Vaya usted diciendo.

—Ya sabe usted que hay anunciado un concurso de versos y cosas por ese estilo.

—Si sigue usted por ese estilo diciendo cosas, se va á ofender mi necia soberbia, porque á las veces me creo escritor.

—Perdone usted; no he sabido expresarme.

—Ni yo me he molestado.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 137 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

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