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Fue Satanás

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


Por aquel entonces, conocí a la princesa Gaetani. Había sido amiga de mi madre, y me recibió en su palacio con exquisita cortesía. Tenía cinco hijas, que la rodeaban en el estrado, como en una Corte de Amor. No tardé en sentirme enamorado de la mayor, que se llamaba María Rosario. Su recuerdo, a pesar de los años y de la vejez, aun pone en mis ojos un vapor de lágrimas. ¡Qué triste fué para mí aquella tarde de otoño, cuando la vi por última vez!

María Rosario estaba en el fondo de un salón llenando de rosas los floreros de la capilla.

Cuando yo entré quedóse un momento indecisa: sus ojos miraron medrosos hacia la puerta, y luego se volvieron a mí con un ruego tímido y ardiente.

Llenaba en aquel momento el último florero, y sobre sus manos deshojóse una rosa.

Yo entonces le dije, sonriendo:

—¡Hasta las rosas se mueren por besar vuestras manos!

Ella también sonrió contemplando las hojas que había entre sus dedos, y después con leve soplo las hizo volar. Quedamos silenciosos: era la caída de la tarde y el sol doraba una ventana con sus últimos reflejos: los cipreses del jardín levantaban sus cimas pensativas en el azul del crepúsculo, al pie de la vidriera iluminada. Dentro apenas se distinguía la forma de las cosas, y en el recogimiento del salón las rosas esparcían un perfume tenue y las palabras morían lentamente igual que la tarde. Mis ojos buscaban los ojos de María Rosario con el empeño de aprisionarlos en la sombra. Ella suspiró angustiada como si el aire le faltase, y apartándose el cabello con ambas manos, huyó hacia la ventana. Yo, temeroso de asustarla, no intenté seguirla, y sólo le dije después de un largo silencio:

—¿No me daréis una rosa?

Volvióse lentamente y repuso con voz tenue:

—Si la queréis...


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 92 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2021 por Edu Robsy.

El Juicio Final

Manuel Payno


Cuento


—¿Con que todavía persiste usted en su incredulidad?

—De ninguna manera, amigo don Sempronio: creo a puño cerrado que ha de llegar un día fatal en que todo bicho que viva y que haya vivido, ha de levantarse con la cara muy larga, las mejillas pálidas y hundidas y los ojos descarriados, y ha de correr diestra y siniestra sin poder ocultarse de una justicia eterna que a todos medirá con igual rasero; mas no he visto ni los temblores de tierra, ni las tempestades, ni los terremotos, ni ninguna de esas señales que, según la Escritura, anunciarán el día terrible.

—¿No ha visto usted el cometa?

—Sí.

—¿Y los temblores de las Antillas?

—Sí.

—¿Y la guerra en Yucatán?

—Sí.

—¿Y las injusticias que cometen con nosotros nuestros hermanos carísimos del norte?

—Sí.

—¿Y la caída lastimosa de los que estaban en la cúspide del poder? —Sí.

—¿Y las cuestiones entre los que están en la cumbre del poder?

—Sí.

—Pues si éstas no son señales del juicio final, no sé qué más aguarda usted; y además si se quiere convencer prácticamente, venga usted conmigo.

Don Sempronio me condujo a la alacena de la esquina de los portales de Mercaderes y Agustinos. Yo le seguí, pensando que sería divertido efectivamente contemplar leyendo El Diario, La Colmena y El Siglo XIX, la aproximación del juicio final.

—Observe usted, amigo mío —me dijo con tono sepulcral—, y se conmoverá usted hasta el grado de derramar lágrimas de verdadera contrición.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 89 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Viola Acherontia

Leopoldo Lugones


Cuento


Lo que deseaba aquel extraño jardinero, era crear la flor de la muerte. Sus tentativas remontaban á diez años, con éxito negativo siempre, porque considerando al vegetal sin alma, ateníase exclusivamente á la plástica. Injertos, combinaciones, de todo había ensayado. La producción de la rosa negra ocupóle un tiempo; pero nada sacó de sus investigaciones. Después le interesaron las pasionarias y los tulipanes, con el único resultado de dos ó tres ejemplares monstruosos, hasta que Bernardin de Saint-Pierre le puso en el buen camino, enseñándole cómo puede haber analogías entre la flor y la mujer encinta, supuestas ambas capaces de recibir por “antojo” imágenes de los objetos deseados.

Aceptar este audaz postulado, equivalía á suponer en la planta un mental suficientemente elevado para recibir, concretar y conservar una impresión; en una palabra, para sugestionarse con intensidad parecida á la de un organismo inferior. Esto era, precisamente, lo que había llegado á comprobar nuestro jardinero.

Según él, la marcha de los vástagos en las enredaderas, obedecía á una deliberación seguida por resoluciones que daban origen á una serie de tanteos. De aquí las curvas y acodamientos, caprichosos al parecer, las diversas orientaciones y adaptaciones á diferentes planos, que ejecutan las guías, los gajos, las raíces. Un sencillo sistema nervioso presidía esas obscuras funciones. Había también en cada planta su bulbo cerebral y su corazón rudimentario, situados respectivamente en el cuello de la raíz y en el tronco. La semilla, es decir el ser resumido para la procreación, lo dejaba ver con toda claridad. El embrión de una nuez tiene la misma forma del corazón, siendo asaz parecida al cerebro la de los cotiledones. Las dos hojas rudimentarias que salen de dicho embrión, recuerdan con bastante claridad dos ramas bronquiales cuyo oficio desempeñan en la germinación.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 89 visitas.

Publicado el 16 de julio de 2021 por Edu Robsy.

El Ómnibus de Tacubaya

Manuel Payno


Cuento


Uno de tantos días entré, como tengo de costumbre, a tomar el famoso beef-steak de Paoli. Todo el mundo que vive en México, y aun muchos foráneos, saben que el café de Paoli, uno de los más elegantes y concurridos de la capital, está situado en la calle de Plateros, y que se sirve en él a todas horas el delicado y sustancioso plato referido, por lo que me tomo el trabajo de recomendar a los gastrónomos lectores, que cambien sus tres y medio o cuatro reales por tan agradable mercancía, y sigo con mi cuento.

Entré como digo, y apenas me hube instalado en una mesa, cuando se presentó un mozo bastante aseado, con una servilleta, una copa, un cubierto y una torta de pan, diciéndome con risa picaresca:

—¿Bistec, señor?

—Sí, pero recomienda al cocinero que esté blando.

—¿Y tortilla?

—También.

—¿Y costillas?

—¡Hombre!

—¿Y café?

—Veremos…

—Pedro, Pedro —gritó un cofrade que estaba sentado en otra mesa.

—Voy allá, señor.

—Pedro —gritaron de la pieza de adentro.

—Pedro —exclamó otro joven elegante que entraba.

—En esto tocaron en la cantina la campanilla, para que vinieran otros criados en auxilio de Pedro; y éste, repitiendo bistec y tortilla, desapareció como una exhalación.

A poco se oyó el eco sordo de la voz de Pedro, que daba sus órdenes en la cocina: «Cinco bisteces con papas, dos tortillas y cuatro costillas».

Mientras traían el almuerzo, me acerqué a una mesa a tomar unos periódicos.

—¿Qué va usted a hacer? —me dijo un viejo regordete de antiparras cabalgando sobre la ternilla de la nariz.

—A entretener un rato el tiempo recorriendo los periódicos entre tanto…

—¡Disparate! Nada traen estos papeles que merezca atención.

—No obstante, veremos El Diario…


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Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 88 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Hussein el Cojo y Axuxa la Hermosa

Roberto Arlt


Cuento


Flotaba en la sala de Abluciones una luz oscura y fresca. Allí se detuvo Hussein el Cojo. Junto a la fuente que bajo las constelaciones del artesonado desgranaba una orquídea de espuma.

Abstraído, miró un instante el copo que rebotaba en lo alto de la vara de agua; luego, con el ceño endurecido por un pensamiento cruel, levantó los ojos.

Sobre el lobulado arco de cedro de la entrada principal, veíase una panoplia de terciopelo, y en el terciopelo, bordado en oro, dos versículos del Corán:


Sin embargo, la hora está próxima,
vuelvo a decir que está próxima.
Otra vez vuelvo a decir que se te acerca,
que está próxima.


Tales palabras, por contener un presagio amenazante, intrigaban a los visitantes de Hussein. Cuando alguien insinuaba su curiosidad, el joven comerciante sonreía, pero sus ojos llameaban y cambiaba de conversación, porque él no era nativo de Dimisch esh Sham, sino que hacía varios años había abandonado el Magrebh.

No quedaba duda. Aquellos versículos estaban destinados a fortificar un propósito secreto, y todas las mañanas, Hussein, antes de salir de su finca para dirigirse al bazar, entraba a la sala y los leía.

Cumplido esa mañana el ritual, el joven se alejó por el jardín y entró al sendero que bajo los nogales conducía a la ciudad.

Era día de mercado.

Hasta lo azul del horizonte la tierra de los caminos estaba removida por el ganado. Pastores kurdos, embozados en sus mantos negros, empujaban los rebaños hacia la ciudad. También pasaban los beduinos de pies desnudos, encaramados en raídos camellos y blancos grupos de mujeres con el rostro cubierto. Iban a llorar al cementerio de Macabaret Bab es Saris, porque era martes.


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Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 87 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Un Silbido

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


El entusiasmo caldeaba el teatro. ¡Qué debut! ¡Qué Lohengrin! ¡Qué tiple aquella!

Sobre el rojo de las butacas destacábanse en el patio las cabezas descubiertas o las torres de lazos, flores y tules, inmóviles, sin que las aproximara el cuchicheo ni el fastidio; en los palcos silencio absoluto; nada de tertulias y conversaciones a media voz; arriba, en el infierno de la filarmonía rabiosa, llamado irónicamente paraíso, el entusiasmo se escapaba prolongado y ruidoso, como un inmenso suspiro de satisfacción, cada vez que sonaba la voz de la tiple, dulce, poderosa y robusta. ¡Qué noche! Todo parecía nuevo en el teatro. La orquesta era de ángeles: hasta la araña del centro daba más luz.

En aquel entusiasmo tomaba no poca parte el patriotismo satisfecho. La tiple era española, la López, sólo que ahora se anunciaba con el apellido de su esposo el tenor Franchetti; un gran artista que, casándose con ella, la había hecho ascender a la categoría de estrella. ¡Vaya una mujer! Legítima de la tierra. Esbelta, arrogante; brazos y garganta con adorables redondeces, y los blancos tules de Elsa amplios en la cintura, pero estrechos y casi estallando con la presión de soberbias curvas. Sus ojos negros, rasgados, de sombrío fuego, contrastaban con la rubia peluca de la condesa de Brabante. La hermosa española era en la escena la mujer tímida, dulce y resignada que soñó Wágner, confiando en la fuerza de su inocencia, esperando el auxilio de lo desconocido.

Al relatar su ensueño ante el emperador y su corte, cantó con expresión tan vagorosa y dulce, los brazos caídos y la extática mirada en lo alto, como si viese llegar montado en una nube al misterioso paladín, que el público no pudo contenerse ya, y como la retumbante descarga de una fila de cañones, salió de todos los huecos del teatro, hasta de los pasillos, la atronadora detonación de aplausos y gritos.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 86 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Arturo Trailles

Ángel de Estrada


Cuento


Boceto

Desde el islote del lago, arborecido por un seto de palmeras, divisábase la inmensa mata de vegetación, que de los altos bordes parecía despeñarse sobre las hondas aguas.

El verde oscuro de magnolias y eucaliptus, alternaba con el claro y risueño de otras plantas y otros árboles. Así espesaban el aire aquí y le sutilizaban allá; y á una nube bogadora se la creía ya cerca del verde oscuro, como alejándose serena del verde claro.

Arturo Trailles, con la agilidad que infunde el baño, después de la noche, con el placer del cuerpo que se siente dueño de sí mismo, observaba esos efectos, distraido y alegre.

Encendió un cigarrillo; desvió los ojos y se entretuvo en agradables vagabundeos... La columna de agua de la gruta, lanzada con ímpetu, cayó con estruendo sobre las rocas.... Estrofas del Enoch Arden salieron de unos labios á confundirse con los insectos, que iban y venían entre las palmeras. Las plantas acuáticas, como para escuchar, erguían sus fibrosas conchas sobre los flexibles pedúnculos; los seibos se inclinaban con cierto pesar silencioso, esmaltados por sus flores de sangre.

Interrumpiendo la recitación, se preguntó Arturo: — ¿porqué digo estrofas de Tennyson? ¿Hay por ventura olas que evoquen el navío náufrago?

Entre las emanaciones del agua de la gruta, cruzaron reminiscencias de unas páginas de Taine. Así, Arturo, en vez de evocar al poeta, por el recuerdo de los parques que el maestro francés describe, le evocaba, al parecer, espontáneamente, como si una fuerza antigua no le hubiera puesto en su alma, fundido con esas perspectivas. Y pensó: — Oh! poder que descubres las más sutiles y secretas relaciones: ¿porqué naciste también en mí, si habías de morir sin forma?

Pero estaba alegre: no quería reflexiones, y se puso á observar los bordes del lago. ¿Con qué podía aún embellecerle?


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24 págs. / 42 minutos / 81 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

¡A la Hoguera!

José Fernández Bremón


Cuento


—Ven aquí, mariposa, que no quiero dormir por el gusto de alumbrarte —decía el gusano de luz—; son tus alas tan blancas como las hojas del jazmín, y tienen una franja de un color de fuego, que sólo lo he visto igual en el cielo y en tus alas. Mi luz cae sobre las hojas festoneadas de este clavel doble, para que te detengas y aspires su aroma y sorbas la miel que hay en sus venas. Ven, mariposa, y agita tus alitas sobre mí, y perfuma estas ramas con el polvillo de rosa que esparces al volar.

—¡Ja, ja! —respondió la mariposa—. ¡Vaya una luz la tuya!, mira hacia arriba y compara esas luces con tu pobre candileja.

—Ya lo sé: allí brillan las estrellas y luceros; pero están muy lejos y no podrías alcanzarlas.

—¿Y aquella flor de luz que hay en el jardín envuelta en un palacio transparente?

—Esa luz quema, es un farol de gas; no acerques a él tu cuerpo delicado.

—¿Quieres que me resigne a esta obscuridad? ¿No dices que soy linda?, ¿que tengo un traje hermoso? ¡Adiós!

—¿A dónde vas?

—A brillar un momento y desaparecer entre las llamas.


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Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 81 visitas.

Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Rivales

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


¿No ha llegado a notar el discreto lector que en las letras contemporáneas de los países que mejores y más espirituales las tienen, brillan por algún tiempo jóvenes de gran talento, de alma exquisita, promesas de genio, que poco a loco se cansan, se detienen, se obscurecen, vacilan, dejan de luchar por el primer puesto y consienten que otros vengan a ocupar la atención y a gozar iguales ilusiones, y a su vez experimentar el mismo desencanto? Un crítico perspicaz, fijándose en tal fenómeno, ha creído explicarlo atribuyéndolo a la poca fuerza de esas almas, genios abortados, superiores en cierto sentido (si no se atiende al resultado, a la obra acabada), a los mismos genios que tienen la virtud… y el límite de la idea fija, del propósito exclusivo y constante, pero inferiores en voluntad, en vigor, en facultades generales, en suma.


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Dominio público
14 págs. / 25 minutos / 77 visitas.

Publicado el 11 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Ejercicio de Artillería

Roberto Arlt


Cuento


Esta historia debía llamarse no "Ejercicio de artillería", sino "Historia de Muza y los siete tenientes españoles", y yo, personalmente, la escuché en el mismo zoco de Larache, junto a la puerta de Ksaba, del lado donde terminan las encaladas arcadas qúe ocupan los mercaderes de Garb; y contaba esta historia un "zelje" que venía de Ouazan, mucho más abajo de Fez, donde ya pueden cazarse los corpulentos elefantes; y aunque, como digo, dicho "zelje" era de Ouazan, parecía muy interiorizado de los sucesos de Larache.

Este "zelje", es decir, este poeta ambulante, era un barbianazo manco, manco en hazañas de guerras, decía él; yo supongo que manco porque por ladrón le habrían cortado la mano en algún mercado. Se ataviaba con una chilaba gris, tan andrajosa, que hasta llegaba a inspirarles piedad a las miserables campesinas del aduar de Mhas Has. Le cubría la cabeza un rojo turbante (vaya a saber Alá dónde robado), y debía tener un hambre de siete mil diablos, porque cuando me vio aparecer con mis zapatos de suela de caucho y el aparato fotográfico colgando de la mano, me hizo una reverencia como jamás la habría recibido el Alto Comisionado de España en el protectorado; y en un español magníficamente estropeado, me propuso, en las barbas de todos aquellos truhanes que, sentados en cuclillas, le miraban hablar:

—Gran señor: ninguno de estos andrajosos merece escucharme. Dame una moneda de plata y te contaré una historia digna de tus educadas orejas, que no son estas orejas de asnos.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 76 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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