Textos favoritos etiquetados como Cuento disponibles | pág. 16

Mostrando 151 a 160 de 3.899 textos encontrados.


Buscador de títulos

etiqueta: Cuento textos disponibles


1415161718

Antes el Bozal que la Cruz

Francisco A. Baldarena


cuento


En una dimensión paralela.  




Jerusalén, año 33. 

La nave interdimensional se materializa en el desierto. Recién se ha puesto el sol. Secondtime Brudford, único tripulante, vestido de acuerdo a la época, sale de la nave, acciona el dispositivo de invisibilidad, a fin de ocultar la nave, lo guarda debajo de la túnica, que viste para no llamar la atención, y se encamina a Jerusalén. 

 Hay en la ciudad un hombre místico llamado Jesús, al que le ha sido impuesto el uso casi ininterrumpido de un bozal, impidiéndole así el habla; solamente tiene autorización (del gobierno) a cuatro intervalos diarios para sacarse el bozal y alimentarse. Jesús, además de místico, es también carpintero; pero resulta que desde hace veinte años Ikea tiene instalada una fábrica en Jerusalén, noventa por ciento robotizada; por lo tanto, los muebles en el mercado cuestan bien más barato que los hecho a mano —como los fabricados por Jesús—, y el resultado es que, por falta de dinero, el carpintero come una o dos veces al día, y la carpintería, que heredó de su padre, no va ni para adelante ni para atrás. 



Secondtime Brudford llega a Jerusalén, haciéndose pasar por viajero de un país distante, con la misión de convencer a Jesús a acompañarlo a su dimensión. Mientras recorre la ciudad fingiendo ser turista, Secondtime va preguntando a uno y a otro por el místico, hasta que da con un mercader de especias que le da su dirección y, además, detalles de su situación actual (que comparada con lo que había pasado en su dimensión, era el paraíso; información esta que Secondtime omitirá mencionar cuando se encuentre con Jesús).


Leer / Descargar texto

Creative Commons
2 págs. / 5 minutos / 257 visitas.

Publicado el 21 de enero de 2023 por Francisco A. Baldarena .

La Máscara de la Muerte Roja

Edgar Allan Poe


Cuento


LA "Muerte Roja" había devastado largo tiempo la comarca. Jamás epidemia alguna habíase mostrado tan horrenda ni fatal. La sangre era su distintivo y su Avatar, el horror bermejo de la sangre. Producía agudos dolores, vértigos repentinos, y luego, abundante hemorragia de los poros, y la descomposición final. Las manchas escarlata en el cuerpo, y especialmente en el rostro de las víctimas, eran el entredicho fatal que las arrojaba lejos de la asistencia y simpatía de sus semejantes. Y el ataque de la peste—su proceso y su terminación—era sólo cuestión de media hora.

Pero el príncipe Próspero era afortunado, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios se encontraron despoblados por mitad, convocó a su presencia a un millar de alegres y vigorosos amigos entre los caballeros y damas de su corte, y retiróse con ellos a la reclusión más completa en una de sus almenadas abadías. Era ésta de amplia y magnífica estructura, creación de la propia augusta y excéntrica fantasía del monarca. Circundábanla fuertes y elevadas murallas, provistas de puertas de hierro. Una vez que entraron los cortesanos, se trajeron hornos y pesados martillos y quedaron soldados los cerrojos. Habíase resuelto no dejar medio de ingreso ni salida a los repentinos impulsos de frenesí o desesperación de los que se hallaban dentro. La abadía estaba ampliamente aprovisionada; y con tales precauciones los cortesanos podían desafiar el temor al contagio. El mundo exterior podía cuidar de sí mismo. Al mismo tiempo era locura apesadumbrarse o pensar en ello. El príncipe había previsto todas las formas de placer. Había bufones, trovadores, bailarines de ballet, músicos, vino y belleza. Todo esto y la salvación se hallaban dentro. Fuera quedaba la "Muerte Roja."

Hacia la terminación del quinto o sexto mes de aislamiento, y mientras la peste arrasaba furiosamente afuera, el príncipe Próspero entretenía a sus amigos con un baile de máscaras de inusitada magnificencia.


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 4.117 visitas.

Publicado el 24 de abril de 2016 por Edu Robsy.

El Ruiseñor y la Rosa

Oscar Wilde


Cuento


—Dijo que bailaría conmigo si le llevaba una rosa roja —se lamentaba el joven estudiante—, pero no hay una sola rosa roja en todo mi jardín. Desde su nido de la encina, oyóle el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.

—¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! —gritaba el estudiante.

Y sus bellos ojos se llenaron de llanto.

—¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y encuentro mi vida destrozada por carecer de una rosa roja.

—He aquí, por fin, el verdadero enamorado —dijo el ruiseñor—. Le he cantado todas las noches, aún sin conocerlo; todas las noches les cuento su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión lo ha puesto pálido como el marfil y el dolor ha sellado su frente.

—El príncipe da un baile mañana por la noche —murmuraba el joven estudiante—, y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos, reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y se destrozará mi corazón.

—He aquí el verdadero enamorado —dijo el ruiseñor—. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 4.177 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Escarabajo de Oro

Edgar Allan Poe


Cuento


¡Hola! ¡hola! ¡Este hombre está atacado de locura
Debe haberle picado la tarántula.

— All in the Wrong.
 

Muchos años ha contraje íntima amistad con Mr. Wílliam Legrand. Pertenecía a una antigua familia hugonote y había gozado de fortuna; pero una serie de contratiempos le redujo más tarde a la miseria. Para evitar la mortificación consiguiente a sus desastres abandonó Nueva Órleans, la cuna de sus antepasados y fijó su residencia en la isla de Súllivan, cerca de Chárleston, en Carolina del Sur.

Esta isla es muy singular. Está formada casi toda de arena, y tiene alrededor de tres millas de longitud. Su anchura no excede de un cuarto de milla en toda su extensión. Queda separada del continente por una corriente apenas perceptible que se desliza entre un yermo de cañas y légamo, guarida favorita de las aves silvestres. La vegetación, como puede suponerse, es escasa y raquítica. No hay árboles de ninguna clase. Cerca de la extremidad occidental, hacia el fuerte de Moultrie, donde existen algunos edificios de estructura miserable ocupados durante el verano por los fugitivos del polvo y las fiebres de Chárleston, puede encontrararse en verdad la palmera de abanico; pero toda la isla, con excepción de la parte occidental y de una faja blanca y endurecida a la ribera del mar, está cubierta de una densa maleza del mirto blanco tan apreciado por los horticultores de Inglaterra. Estos arbustos alcanzan a menudo una altura de quince o veinte pies y forman un tallar casi impenetrable, embalsamando el aire con su fragancia.


Leer / Descargar texto

Dominio público
41 págs. / 1 hora, 12 minutos / 4.621 visitas.

Publicado el 9 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Sátiro Sordo

Rubén Darío


Cuento


Habitaba cerca del Olimpo un sátiro, y era el viejo rey de su selva. Los dioses le habían dicho: "Goza, el bosque es tuyo; sé un feliz bribón, persigue ninfas y suena tu flauta". El sátiro se divertía.

Un día que el padre Apolo estaba tañendo la divina lira, el sátiro salió de sus dominios y fue osado a subir al sacro monte y sorprender al dios crinado. Éste le castigó tornándole sordo como una roca. En balde en las espesuras de la selva llena de pájaros se derramaban los trinos y emergían los arrullos. El sátiro no oía nada. Filomela llegaba a cantarle sobre su cabeza enmarañada y coronada de pámpanos, canciones que hacían detenerse los arroyos y enrojecerse las rosas pálidas. Él permanecía impasible, o lanzaba sus carcajadas salvajes y saltaba lascivo y alegre cuando percibía por el ramaje lleno de brechas alguna cadera blanca y rotunda que acariciaba el sol con su luz rubia. Todos los animales le rodeaban como a un amo a quien se obedece.

A su vista, para distraerle, danzaban coros de bacantes encendidas en su fiebre loca, y acompañaban la armonía, cerca de él, faunos adolescentes, como hermosos efebos, que le acariciaban reverentemente con su sonrisa; y aunque no escuchaba ninguna voz, ni el ruido de los crótalos, gozaba de distintas maneras. Así pasaba la vida este rey barbudo que tenía patas de cabra.

Era sátiro caprichoso.

Tenía dos consejeros áulicos: una alondra y un asno. La primera perdió su prestigio cuando el sátiro se volvió sordo. Antes, si cansado de su lascivia soplaba su flauta dulcemente, la alondra le acompañaba.

Después, en su gran bosque, donde no oía ni la voz del olímpico trueno, el paciente animal de las largas orejas le servía para cabalgar, en tanto que la alondra, en los apogeos del alba, se le iba de las manos, cantando camino de los cielos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 809 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Beso

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


I

Cuando una parte del ejército francés se apoderó á principios de este siglo de la histórica Toledo, sus jefes, que no ignoraban el peligro á que se exponían en las poblaciones españolas diseminándose en alojamientos separados, comenzaron por habilitar para cuarteles los más grandes y mejores edificios de la ciudad.

Después de ocupado el suntuoso alcázar de Carlos V, echóse mano de la casa de Consejos; y cuando ésta no pudo contener más gente, comenzaron á invadir el asilo de las comunidades religiosas, acabando á la postre por trasformar en cuadras hasta las iglesias consagradas al culto. En esta conformidad se encontraban las cosas en la población donde tuvo lugar el suceso que voy á referir, cuando una noche, ya á hora bastante avanzada, envueltos en sus oscuros capotes de guerra y ensordeciendo las estrechas y solitarias calles que conducen desde la puerta del Sol á Zocodover, con el choque de sus armas y el ruidoso golpear de los cascos de sus corceles que sacaban chispas de los pedernales, entraron en la ciudad hasta unos cien dragones de aquellos altos, arrogantes y fornidos, de que todavía nos hablan con admiración nuestras abuelas.

Mandaba la fuerza un oficial bastante joven, el cual iba como á distancia de unos treinta pasos de su gente hablando á media voz con otro, también militará lo que podía colegirse por su traje. Este, que caminaba á pie delante de su interlocutor, llevando en la mano un farolillo, parecía servirle de guía por entre aquel laberinto de calles oscuras, enmarañadas y revueltas.

— Con verdad, decía el jinete á su acompañante, que si el alojamiento que se nos prepara es tal y como me lo pintas, casi casi sería preferible arrancharnos en el campo ó en medio de una plaza.


Leer / Descargar texto


15 págs. / 26 minutos / 2.472 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Espíritu Nuevo

Leopoldo Lugones


Cuento


En un barrio mal afamado de Jafa, cierto discípulo anónimo de Jesús disputaba con las cortesanas.

—La Magdalena se ha enamorado del rabí —dijo una.

—Su amor es divino —replicó el hombre.

—¿Divino?… ¿Me negarás que adora sus cabellos blondos, sus ojos profundos, su sangre real, su saber misterioso, su dominio sobre las gentes; su belleza, en fin?

—No cabe duda; pero lo ama sin esperanza, y por esto es divino su amor.


Leer / Descargar texto


1 pág. / 1 minuto / 1.682 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Simón el Mago

Tomás Carrasquilla


Cuento


Entre mis paisanos criticones y apreciadores de hechos es muy válido el de que mis padres, a fuer de bravos y pegones, lograron asentar un poco el geniazo tan terrible de nuestra familia. Sea que esta opinión tenga algún fundamento, sea un disparate, es lo cierto que si los autores de mis días no consiguieron mejorar su prole no fue por falta de diligencia: que la hicieron, y en grande.

¡Mis hermanas cuentan y no acaban de aquellas encerronas de día entero en esa despensa tan oscura donde tanto espantaban! Mis hermanos se fruncen todavía al recordar cómo crujía en el cuero limpio, ya la soga doblada en tres, ya el látigo de montar de mi padre. De mi madre se cuenta que llevaba siempre en la cintura, a guisa de espada, una pretina de siete ramales, y no por puro lujo: que a lo mejor del cuento, sin fórmula de juicio, la blandía con gentil desenfado, cayera donde cayera; amen de unos pellizcos menuditos y de sutil dolor con que solía aliñar toda reprensión.

¡Estos rigores paternales, bendito sea Dios, no me tocaron!

¡Sólo una vez en mi vida tuve de probar el amargor del látigo!

Con decir que fui el último de los hijos, y además enclenque y enfermizo, se explica tal blandura.

Todos en la casa me querían a cual más, siendo yo el mimo y la plata labrada de la familia; ¡y mal podría yo corresponder a tan universal cariño cuando todo el mío lo consagré a Frutos!

Al darme cuenta de que yo era una persona como todo hijo de vecino, y que podía ser querido y querer, encontré a mi lado a Frutos, que, más que todos y con especialidad, parecióme no tener más destino que amar lo que yo amase y hacer lo que se me antojara.


Leer / Descargar texto

Dominio público
22 págs. / 39 minutos / 2.756 visitas.

Publicado el 19 de junio de 2018 por Edu Robsy.

El Rifle

Tomás Carrasquilla


Cuento


I

La mañana refulge gloriosa y las vitrinas de todos los almacenes están de gala, de alegría y paz en el señor. En esa víspera clásica se exhiben con ingenua elegancia, para tentación de chicuelos y de papás, cuantos juguetes, comestibles y ociosidades han creado las industrias nacionales y extranjeras. Gentes de toda clase y condición atisban aquí, husmean allá, trasiegan por dondequiera, en busca de los regalos que, en aquella noche de venturanzas, ha de traer el Niño Dios a la rapacería de la familia. Demandaderas y sirvientes van y vienen, cargados de cajas y envoltorios; los obsequios se cruzan, los presentes se cambian, mientras la horda mendicante implora e implora en ese momento cristiano en que los corazones se ablandan.

Un caballero, de aire noble y ya maduro, observa desde una esquina del Capitolio aquel agitarse vertiginoso de la colmena. Su aire revela hondos pesares. ¿Cómo no? Es un señor sin hijos, separado de su mujer y forastero en la capital. La soledad y el hielo de su vida le acosan en este día en que se rinde culto a la familia, se prende el lar de los afectos y se piensan en los ausentes y en los muertos queridos.

La felicidad que nota en tanta cara extraña le hace más acerba su desgracia.

— ¿Embolo mesio? —le dice un granujilla hasta de once años, con voz arrulladora de súplica. El hombre hace una señal de asentimiento, pone un pie sobre la caja y el menestralillo empieza.

Está astroso, desharrapado, roto; pero sus manitas y sus pies son escultóricos, sus uñas encañonadas y pulidas. En medio de aquel desaseo se adivina en esas extremidades el proceso de una estirpe aristocrática. En torno del raído casquete se alborotan unos bucles castaños que enmarcan una carita de tono ardiente, con facciones de ángel. Hay en sus movimientos, manipuleo y ademanes, esa gracia indecible de los niños cuando ejecutan con esmero algún trabajo.

El hombre lo estudia.


Leer / Descargar texto

Dominio público
12 págs. / 21 minutos / 1.797 visitas.

Publicado el 20 de junio de 2018 por Edu Robsy.

1415161718