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etiqueta: Cuento textos disponibles fecha: 31-10-2021


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La Nodriza

José María Eça de Queirós


Cuento


Una vez, era un rey, mozo y valiente, señor de un reino abundante en ciudades y mesnadas, que partió a batallar por tierras distantes, dejando triste y solitaria a su reina y a un hijito, que aún vivía en la cuna, envuelto entre pañales.

La luna llena que le viera marchar, llevado en su sueño de conquista y de fama, comenzaba a menguar, cuando uno de sus caballeros apareció con las armas rotas, negro de sangre seca y del polvo de los caminos, trayendo la amarga nueva de una batalla perdida y de la muerte del rey, traspasado por siete lanzas entre la flor de su nobleza, a la orilla de un gran río.

La reina lloró magníficamente al rey. Lloró desoladamente al esposo, que era bello y alegre. Mas, sobre todo, lloró ansiosamente al padre que así dejaba al hijito desamparado, en medio de tantos enemigos de su frágil vida y del reino que sería suyo, sin un brazo que lo defendiese, fuerte por la fuerza y fuerte por el amor.

El más temible de estos enemigos, era su tío, hermano bastardo del rey, hombre depravado y bravío, consumido por groseros apetitos, que solo deseaba la realeza por causa de sus tesoros, y que habitaba hacía años en un castillo sobre los montes, con una horda de rebeldes, a la manera de un lobo que, de atalaya en su choza, espera la presa. ¡Ah, la presa ahora era aquella criaturita, rey de mamá, señor de tantas provincias, y que dormía en su cuna con su cascabel de oro apretado en la mano!


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5 págs. / 10 minutos / 996 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Perfección

José María Eça de Queirós


Cuento


I

Sentado en una roca, en la isla de Ogigia, con la barba enterrada entre las manos, de las cuales desapareciera la aspereza callosa y tiznada de las armas y de los remos, Ulises, el más sutil de los hombres, consideraba, con una oscura y pesada tristeza, el mar muy azul, que mansa y armoniosamente rodaba sobre la arena muy blanca. Una túnica bordada de flores escarlata cubría, en blandos pliegues, su cuerpo poderoso, que había engordado. En las correas de las sandalias que le calzaban los pies suavizados y perfumados de esencias, relucían esmeraldas de Egipto. Su bastón era un maravilloso cuerno de coral, rematado en piña de perlas, como los que usan los Dioses marinos.

La divina isla, con sus roquedos de alabastro, los bosques de cedros y tuyas odoríficas, las eternas mieses dorando los valles, la frescura de los rosales revistiendo los oteros suaves, resplandecía, adormecida en la molicie de la siesta, toda envuelta en mar resplandeciente. Ni un soplo de los céfiros curiosos que brincan y corren por sobre el Archipiélago, desordenaba la serenidad del luminoso aire, más dulce que el vino más dulce, todo repasado por el fino aroma de los prados de violetas. En el silencio, embebido de calor afable, parecían de una armonía más fascinadora los murmullos de los arroyos y fuentes, el arrullar de las palomas volando de los cipreses a los plátanos, y el lento rodar y romper de la onda mansa sobre la blanda arena. En esta inefable paz y belleza inmortal, el sutil Ulises, con los ojos perdidos en las aguas lustrosas, gemía amargamente, revolviendo la quejumbre de su corazón...


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20 págs. / 36 minutos / 77 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Fiesta de las Espigas

Norberto Torcal


Cuento


La alondra mañanera había alzado ya su vuelo por encimado los campos silenciosos y con su dulce canción saludaba la vuelta del día que sobre la cima de los lejanos montes anunciábase con una débil franja de luz blanquecina y suave, amortiguando el brillo de estrellas y luceros.

Tío Antón saltó del lecho, se vistió en un santiamén, empuñó las hoces, echó so bre el hombro la pequeña alforja de frugal desayuno portadora, y andando sobre las puntas de los pies para no despertar á la familia, que á pierna suelta descansaba y dormía á aquella hora, abrió quedamente la puerta de casa y salió al campo, envuelto aun en una semioscuridad deliciosa. Había que ganar la delantera á su vecino y rival tío Cosme, por mal nombre matarranas, con quien la tarde anterior había sostenido acalorada disputa por si es tuyo ó es mío el rinconcito de campo intermedio entre las heredades de ambos, cuyos linderos, al cabo de los años mil, estaban aún sin precisar, constituyendo un eterno tema de discordias, enemistades y riñas, que de año en año se renovaban llegada la época de la siega, porque cada uno de los dos labradores creíase con derecho para añadir á su cosecha respectiva el puñado de espigas que en aquel palmo de terreno ondulaban lozanas y graciosas.

La mañana era deliciosa. En los anchos trigales, bajo la fronda rumorosa de los árboles, sobre las matas de tomillos y floridos cantuesos de los ribazos, la brisa pasaba acariciadora y susurrante.

Tan madrugadores como el día, como las alondras, como el tío Antón, muchos campesinos cruzaban por el largo sendero á emprender las faenas de la siega.

—Buenos días, tío Antón...

—Buenos días, Juan... Buenos días, tío

Lucas...


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4 págs. / 7 minutos / 28 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Infidelidad

José Antonio Román


Cuento


Y fueron una palabra imprudente, una sonrisa maliciosa y un ligero rumor de asombro que provocó en los concurrentes su aparirición, los que llevaron á su ánimo la dolorosa certidumbre de su deshonra. Le latieron fuertemente las sienes, una repentina oscuridad le envolvió un instante y sintió que el brazo de la infiel se agitaba nervioso bajo la brusca presión del suyo. Pero había que aparentar serenidad ante aquellas pupilas impertinentes, que se clavaban en sus rostros, y ambos empezaron á repartir á diestra y siniestra saludos afectuosos y frases galantes.

Puso término á su embarazosa situación los alegradores preludios de un vals, y las brillantes parejas que discurrían por el vasto salón atrajeron sobre sí la atención del concurso. Al fin estaban salvados. Y mientras ella se instalaba entre un grupo de amigas riendo y charlando de buen humor, él deseoso de aire puro y de soledad se encaminó á la terraza. Una vez allí encendió un cigarro y se dejó caer sobre una butaca sintiéndose quebrantado por tantas emociones. Ante sus ojos se extendía gran parte de la ciudad con sus luces temblorosas, medio velada por una transparente neblina. Las torres de las iglesias se destacaban sobre el brumoso horizonte. De las solitarias calles subía hasta él una bienhechora humedad que calmaba su sobreexcitado organismo. Hacia el oriente una hermosa luna llena, brillante como un inmenso disco de bruñida plata, iluminaba las nieblas, dándoles un aspecto fantástico. Lima en aquella silenciosa medianoche, con los extrañas cúpulas de sus templos y sus balcones de bizarro estilo, traía á la mente dulces recuerdos de antiguas ciudades.


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8 págs. / 15 minutos / 33 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Hombre Pájaro

Antonio de Trueba


Cuento


I

Niños, decía un maestro de escuela á sus discípulos, no hagáis porquerías, porque los cerdos las aprenden, y hartas saben ellos sin enseñarles más.

Recuerdo esto para que se me perdone el que calle el nombre del pueblo donde pasó lo que voy á contar, porque hartas cosas saben los pueblos para darse mate unos á otros, sin que les enseñemos más los que nos dedicamos á recoger cuentos populares para pulirlos y aderezarlos de modo que regocijen y enseñen un poco y no sean indignos de ingresar en la literatura patria, como lo son cuando los recogemos baboseados de boca del vulgo.

Erase un pueblecillo, no se si de la Rioja ó de Navarra ó de Aragón, cuyo nombre pertenece á los innumerables geográíicos de España que, hijos de la primitiva lengua ibérica, aun subsistente como por milagro de Dios en un rinconcillo sombreado por los montes Pirineos, no los conoce ya como talos ni la madre que los parió, que hasta pasa por el dolor de que cuando por instinto maternal ó por rasgos fisonómicos que observa en ellos sospecha que son sus hijos y quiero cerciorarse de si lo son ó no, la echan enhoramala hasta los más presumidos de sabios, diciéndole que no sea mentecata, pues aquellos nombres son griegos, ó árabes, ó celtas, ó liebre os, ó latinos, ó cualquiera otra cosa que la pobre señora no sospecha, cegada por preocupaciones de la tierra donde se refugió huyendo de invasiones extranjeras.

El pueblecillo de mi cuento está situado en un valle tan estrecho, que carece casi en absoluto de tierra siquiera un poco llana para el cultivo de cereales que no gusten de la costanera como gusta la vid, según el proverbio latino Bacus amat colles: y así los vecinos tienen que subsistir casi exclusivamente del cultivo de esta última planta, que se extiende por ambas vertientes del vallejuelo.


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12 págs. / 22 minutos / 57 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Esposa del Sr. de Chantel

José Antonio Román


Cuento


El Sr. Arturo de Chantel despachaba su voluminosa correspondencia, cuando un criado descorriendo el pesado portier, deteniéndose en el umbral, dijo con acento ceremonioso: «Acaban de traer este cablegrama para el señor.» En seguida avanzó hasta la mesa escritorio, colocó encima el papel cuidadosamente doblado y se fué sin nacer ruido.

De Chantel que en esos instantes concluía de escribir una carta y se preparaba á sellarla con su lujoso mono rama de oro que colgaba la cadena del reloj, apenas si levantó rápidamente la cabeza al oir las palabras del doméstico. Después continuó en su tarea, silencioso, abstraído

Hacia el mediodía se sintió fatigado; un calor sofocante, embrutecedor, se cernía en el ambiente de la estancia; el sol en el cenit llameaba como una colosal hoguera. De Chantel abandonó el asiento, abrió una ventana y aspiró largo tiempo el aire fresco y perfumado que venía del cercano jardín. Cuando iba á reanudar su labor reparó en el cablegrama y movido por súbita curiosidad lo abrió presuroso.

Entonces, con grandísima sorpresa, sus ojos recorrieron los siguientes renglones: «Arturo, hoy día parto de Génova y dentro de poco estaré en esa; espérame. Tu Amalia» Creyó haberse equivocado y volvió á leer. Efectivamente su esposa Amalia regresaba de Europa. Y abrumado por la noticia, mirando con aire estúpido la pared, se estuvo largos momentos sin pensar en nada y removiendo entre sus chatos dedos aquel maldito despacho


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9 págs. / 17 minutos / 29 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Civilización

José María Eça de Queirós


Cuento


I

Yo poseo preciosamente un amigo (su nombre es Jacinto), que nació en un palacio, con cuarenta mil duros de renta en pingües tierras de pan, aceite y ganado.

Desde la infancia, durante la cual, su madre, señora gorda y crédula de Tras-os-Montes, repartía, para retener las Hadas Benéficas, hinojo y ámbar, Jacinto fue siempre más resistente y sano que un pino de las dunas. Un lindo río, murmurador y transparente, con un lecho muy liso de arena muy blanca, reflejando apenas pedazos lustrosos de un cielo de verano o ramajes siempre verdes y de buen aroma, no ofrecería, a aquel que lo descendiese en una barca llena de almohadas y de champagne helado, más dulzuras y facilidades de lo que la vida ofrecía a mi camarada Jacinto. No tuvo sarampión ni tuvo lombrices. Nunca padeció, ni aun en la edad en que se leen Balzac y Musset, los tormentos de la sensibilidad. En sus amistades fue siempre tan feliz como el clásico Orestes. Del amor solo experimentara la miel —esa miel que el amor invariablemente concede a quien lo practica, como las abejas, con ligereza y movilidad—. Ambición, sintiera solamente la de comprender bien las ideas generales, y la «punta de su intelecto» (como dice el viejo cronista medioeval), no estaba aún roma ni herrumbrosa... y, sin embargo, desde los veintiocho años, Jacinto ya se venía impregnando de Schopenhauer, del Eclesiastés, de otros Pesimistas menores, y tres, cuatro veces por día, bostezaba, con un bostezo hondo y lento, pasando los dedos finos sobre la faz, como si en ella solo palpase palidez y ruina. ¿Por qué?


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26 págs. / 46 minutos / 119 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Singularidades de una Señorita Rubia

José María Eça de Queirós


Cuento


I

Comenzó por decirme que su caso era natural, y que se llamaba Macario.

Debo contar que conocí a este hombre en un hospedaje del Miño. Era alto y grueso; tenía una calva larga, lúcida y lisa, con pelos raros y finos que se le erizaban en derredor; y sus ojos negros, con la piel en torno arrugada y amarillenta, y ojeras papudas, tenían una singular claridad y rectitud, por detrás de sus anteojos redondos con aros de concha. Tenía la barba rapada, el mentón saliente y resuelto. Traía una corbata de raso negro, apretada por detrás con una hebilla; una levita larga color de piñón, con las mangas estrechas y justas y bocamangas de veludillo. Por la larga abertura de su chaleco de seda, en donde relucía una cadena antigua, asomaban los blandos pliegues de una camisa bordada.

Era esto en septiembre; ya anochecía más pronto, con una frialdad fina y seca y una oscuridad espantosa. Yo me había apeado de la diligencia, fatigado, hambriento, arrebozado en un cobertor de listas escarlata.


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26 págs. / 47 minutos / 68 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

¡San Pedro me Valga!

Antonio de Trueba


Cuento


I

Perico reventaba de gozo cuando tomó la licencia militar, y con ella colocada en un reluciente canuto de hojalata, que pendía de una ancha cinta de seda color de fuego, tomó el camino de su tierra.

Pero el gozo se le cayó en el pozo cuándo en el camino se puso á pensar, primero, que por mucho que estirase el dinero que llevaba, no le alcanzaría para el viaje, y segundo, que después de andar siete años de viga derecha tendría que doblar el espinazo sobre la tierra de pan llevar así que llegase á su pueblo. Sin embargo, después de lanzar un «¡San Pedro me valga, qué trabajillos voy á pasar en la vida de paisano después de pasar tantos en la de soldado!», se tranquilizó y recobró su alegría pensando en Juanilla, que era una chica de su pueblo que le miraba con buenos ojos cuando fué á coger el chopo, y esperaba su vuelta hacía; siete años, resistiendo la violencia del bruto de su padre, que quería casarla con otro porque el otro era más rico que Perico.

Así en el pueblo como en el regimiento era Perico conocido con el apodo de San Pedro me valga, porque esta frase era la muletilla obligada de su conversación, como una blasfemia ó una necedad es la de las tres cuartas partes de los españoles del sexo feo, sin excluir, por supuesto, á los que blasonan de señoritos ó señorones bien educados. Y no se crea por esto que Perico fuese un hombre como Dios manda en punto á creencias y prácticas religiosas, porque desgraciadamente en este punto no tenía el diablo por dónde desecharle.


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12 págs. / 22 minutos / 36 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

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