Textos etiquetados como Cuento publicados el 16 de julio de 2018

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etiqueta: Cuento fecha: 16-07-2018


Reyes de la Noche

Robert E. Howard


Cuento


1

Dormitaba el César en su trono de marfil…
Vinieron sus férreas legiones
para vencer a un rey en una tierra ignota
y una raza sin nombre.

La canción de Bran
 

La daga cayó con un destello. Un grito agudo se convirtió en un estertor. La figura que yacía en el tosco altar se retorció convulsivamente y quedó inmóvil. El mellado filo de pedernal desgarró el pecho enrojecido y unos dedos delgados y huesudos, horrendamente manchados, arrancaron el corazón aún Palpitante. Bajo unas espesas cejas blancas, dos ojos penetran-tes brillaban con feroz intensidad.

Junto al asesino había cuatro hombres al lado de la irregular pila de piedras que formaba el altar del Dios de las Sombras. Uno era de talla mediana y constitución esbelta, parcamente vestido, con la negra cabellera ceñida por una estrecha banda de hierro en el centro de la cual destellaba una solitaria piedra roja. De los demás, dos eran morenos como el primero, Pero así como él era esbelto, ellos eran rechonchos y deformes, con miembros nudosos y cabello enmarañado cayendo sobre frentes estrechas. El rostro de aquél indicaba inteligencia y una voluntad implacable; los suyos meramente una ferocidad parecida a la de las bestias. El cuarto hombre tenía poco en común con el resto. Les llevaba casi una cabeza de altura, aunque su cabellera era negra como la de ellos, su piel comparativamente más clara y los ojos grises. Contemplaba el ceremonial con expresión poco favorable.


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43 págs. / 1 hora, 15 minutos / 107 visitas.

Publicado el 16 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Raza Perdida

Robert E. Howard


Cuento


Cororuc examinó lo que le rodeaba y apresuró el paso. No era un cobarde, pero el lugar no le gustaba. Altos árboles se alzaban a su alrededor, sus ramas taciturnas bloqueando la luz del sol. El oscuro sendero entraba y salía entre ellos, a veces rodeando el borde de un precipicio, donde Cororuc podía contemplar las copas de los arboles más abajo. Ocasionalmente, a través de un claro en el bosque, podía ver a lo lejos las formidables montañas que dejaban presentir las cordilleras mucho más lejanas, al oeste, que constituían las montañas de Cornualles.

En esas montañas se suponía que acechaba el jefe de los bandidos, Buruc el Cruel, para caer sobre las víctimas que pudieran pasar por ese camino. Cororuc aferró su lanza y avivó la zancada. Su premura no se debía sólo a la amenaza de los forajidos, sino también al hecho de que deseaba hallarse de nuevo en su tierra nativa. Había estado en una misión secreta entre los salvajes tribeños de Cornish; y aunque había tenido cierto éxito, estaba impaciente por encontrarse fuera de su poco hospitalario país. Había sido un viaje largo y agotador, y aún tenía que atravesar toda Inglaterra. Lanzó una mirada de aversión a los alrededores. Sentía nostalgia de los agradables bosques a los que estaba acostumbrado, con sus ciervos huidizos y sus pájaros gorjeantes. Anhelaba el alto acantilado blanco, donde el mar azul chapaleaba animadamente. El bosque que estaba cruzando parecía deshabitado. No había pájaros ni animales; y tampoco había visto señal alguna de viviendas humanas.

Sus camaradas permanecían aún en la salvaje corte del rey de Cornish, disfrutando de su tosca hospitalidad, sin ninguna prisa por marcharse. Pero Cororuc no estaba contento. Por eso les había dejado seguir su capricho y se había marchado solo.


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Publicado el 16 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Hombres de las Sombras

Robert E. Howard


Cuento


Del sombrío amanecer rojizo de la Creación,
de las nieblas del Tiempo sin tiempo,
llegamos nosotros, la primera gran nación,
la primera en iniciar el ascenso.

Salvajes, sin maestros, ignorantes,
buscando a tientas a través de la noche primitiva,
y con todo aferrando débilmente el resplandor,
el atisbo de la Luz venidera.

Viajando por tierras vírgenes,
navegando en mares desconocidos;
encerrados en el laberinto de los misterios del mundo,
echando nuestros mojones de piedra.

Asiendo vagamente la gloria,
mirando más allá de nuestro entendimiento;
mudamente la historia de las eras
erigiéndose en llanuras y pantanos.

Ved cómo arde imperecedero el Fuego Perdido.
Hechos estamos del moho de los eones.
Las naciones han hollado nuestros hombros,
pisoteándonos en el polvo.

Somos la primera de las razas,
uniendo lo Viejo y lo Nuevo...
Mirad, donde los espacios del mar nebuloso
se mezclan con el azul del océano.

Así nos hemos mezclado con las eras,
y el viento del mundo remueve nuestras cenizas.
Nos hemos desvanecido de las páginas del Tiempo.
¿Nuestro recuerdo? Viento en los abetos.

Stonehenge, de gloria largamente perdida,
sombría y solitaria en la noche,
murmura la historia vieja de eras,
de cómo alumbramos la primera de las Luces.

Hablad, vientos nocturnos, de la creación del hombre,
susurrad sobre barrancos y pantanos,
la historia de la primera gran nación,
los últimos hombres de la Edad de Piedra.

La espada se enfrentó a la espada, chocando y resbalando.

—A-a-ailla! A-a-ailla! —subió un creciente clamor que surgía de cien gargantas salvajes.


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Publicado el 16 de julio de 2018 por Edu Robsy.