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etiqueta: Cuento fecha: 18-03-2021


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La Invisible

Emilia Pardo Bazán


Cuento


De todas las mujeres que han podido preocuparme en este mundo —dijo Cecilio Ruiz, en un momento de expansión, de ésos que son como válvulas por donde el alma busca respiro—, una me ha dejado recuerdo más persistente, por lo mismo que casi no hubo ni tiempo ni ocasión de que me lo dejase…

La memoria —continuó— es muy extraña. Sin que se sepa por qué, se borran de ella un sinnúmero de cosas, y hasta años enteros de nuestra vida pasan sin dejar rastro. Momentos en que creemos que nuestra sensibilidad está en paroxismo, no marcan después huella en el recuerdo. En vano quiero resucitar horas que declaré inolvidables, pues ya de ellas no guardo reminiscencia ninguna. Y detalles que no revistieron la menor importancia, parece que cada día los tengo más grabados en la conciencia: frases insulsas, sucesos mínimos, siempre presentes, cuando ni aun sé cómo se arregló mi primera cita con mujeres de las cuales me creí verdaderamente enamorado, y, tal vez, si me las encuentro en la calle, no las conozco.

En cambio, mi aventura, medio irreal de los Colmenares —llamaré así al lugar de la escena—, de tal modo cuajo en mi espíritu y en mi vida, que cada día surge con mayor realce. Era yo entonces bastante joven, pero no tanto que no hubiese pasado ya de los veintiocho años y probado en diversos lances sentimientos muy varios, y goces y penas, con todos los accidentes que suelen acompañar a la pasión amorosa; hasta me creía ya un poco hastiado, y a ratos me las echaba de escéptico.


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Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Inspiración

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Temporada fatal estaba pasando el ilustre Fausto, el gran poeta. Por una serie de circunstancias engranadas con persistencia increíble, todo le salía mal, todo fallido, raquítico, como si en torno suyo se secasen los gérmenes y la tierra se esterilizase. Sin ser viejo de cuerpo, envejecía rápidamente su alma, deshojándose en triste otoñada sus amarillentas ilusiones. Lo que le abrumaba no era dolor, sino atonía de su ardorosa sensibilidad y de su imaginación fecunda.

Acababa de romper relaciones con una mujer a quien no amaba: aquello principió por una comedia sentimental, y duró entre una eternidad de tedio, el cansancio insufrible del actor que representa un papel antipático, que ya va olvidando, de puro sabido, en un drama sin interés y sin literatura. Y, no obstante, cuando la mujer mirada con tanta indiferencia le suplantó descaradamente y le hizo blanco de acerbas pullas que se repetían en los salones, Fausto sintió una de esas amarguras secas, irritantes, que ulceran el alma, y quedó, sin querérselo confesar, descontento de sí, rebajado a sus propios ojos, saturado de un escepticismo vulgar y prosaico, embebido de la ingrata grata convicción de que su mente ya no volvería a crear obra de arte, ni su corazón a destilar sentimiento.

Sí: Fausto se imaginaba que no era poeta ya. Así como los místicos tienen horas en que la frialdad que advierten los induce a dudar de su propia fe, los artistas desfallecen en momentos dados, creyéndose impotentes, paralíticos, muertos.


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Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Navidad del Pavo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Por asuntos de la gran Sociedad industrial de que yo formaba parte, hube de ir varias veces a M***, donde nadie me conocía, y a nadie conocía yo. Durante mis breves residencias en la mejor fonda pude, desde mi ventana, admirar la hermosura de una señora que vivía en la casa de enfrente. Desde mi observatorio se registraba de modo más indiscreto su tocador, y yo veía a la bella que, instalada ante una mesa cargada de frascos y perfumadores, contemplándose en el espejo, peinaba su regia mata de pelo color caoba, complaciéndose en halagarla con el cepillo, en ahuecarla y enfoscarla alrededor de su cara pálida y perfecta. Cuando acababa de morder las ondulaciones laterales el último peinecillo de estrás, sonreía satisfecha, alisando reiteradamente, con la mano larga y primorosa, el capilar edificio. Después se pasaba por la tez, suavemente, la borla de los polvos; se pulía las cejas; se bruñía interminablemente las uñas con pasta de coral; se probaba sombreros, lazos, cinturones, piquetes de flores, encajes, que arrugaba alrededor del cuello; en suma: se consagraba largas horas a la autolatría de su beldad. Y clavado a la ventana por el incitante espectáculo, encendida la sangre a profanar así la intimidad de una mujer seductora, nacía en mí otra curiosidad, el ansia de conocer su historia, en la cual, sin duda, habría episodios pasionales, goces, penas, recuerdos…

Me estremecí, por consecuencia, al oír una noche, en la mesa redonda, que pronunciaban su nombre, que la discutían… Me alteré, como el cazador al sentir rebullir en el matorral la pieza que aguarda. Motivaba la conversación el haber dicho monsieur Lamouche, el viajante francés en joyas, que pensaba pasar a casa de la belle Madame… —Aquí el apellido, que no entregaré a la publicidad— para ofrecer su stock, esperando importante venta.


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Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Mina

Emilia Pardo Bazán


Cuento


br>Cómo empieza y cómo acaba… todo, en España.

(Narracioncilla).


Era… ¡me acuerdo bien!, era Enero, y soplaba un remusgo guadarramesco que no había más que pedir, y colgaban del borde de los tejados cristalitos de hielo, picudos y relucientes como alcuzas hacia abajo.

Muy gratas parecen (–y claro está que si lo parecen, en este caso lo son—) muy gratas, —proseguiré reanudando el suelto hilo del párrafo— son aquellas bocanadas, emanaciones o vaho que en días de tan rigurosa temperatura exhalan los hoteles y cafés, y con las cuales se difunde turbia y pesada ola de vapor en el diáfano ambiente. A manera de anzuelo éntranse por la nariz, halagándola con suave calorcillo y aroma, y asaltado ya el sentido del olfato, muy heroico será el descendiente de Pelayo o del Cid que no se vaya en pos del cebo, colándose por aquellas puertas de Dios, tras de que brillan los espejos, calienta el gas y consuela y refocila el Moka… manchego.

Entréme yo pues… y al llegar aquí reparo que lo que voy contando semejará forjado en mi imaginación, por no ser propio de quien firma estas páginas eso de enjaretarse bonitamente en un café, y pedir una copa de anís y leerse El Globo; y otras publicaciones de muy honesto y discreto solaz para el entendimiento; pero es del caso advertir que el autor habla por boca de tercera persona, motivo para que titule su obra «Narracioncilla» y por señas que en lo del título anduvieron discordes los ingenios queriendo los unos se llamase Pequeña Narración (apoyados éstos en la autoridad de un poeta grande) y opinando los otros, que puesto que hay diminutivos en el habla castellana, verosímilmente para algo servirán.


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Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Niebla

Emilia Pardo Bazán


Cuento


—Es un error —díjome mi tío, el viejo y achacoso solterón, cruzándose la bata, porque sus canillas reumáticas pedían el acolchado abrigo con mucha necesidad— eso de creer que lo más influyente en nuestra vida son los sucesos aparatosos y grandes. No; lo que realmente nos hace y nos deshace son las menudencias.

—El tejido de las mínimas circunstancias diarias querrá usted decir, tío Juan Antonio. Verdad, verdad de a puño… Nuestro humor, nuestra salud, nuestra dicha o desdicha momentáneas penden de esas fruslerías: de la ventana que cierra mal, de la puerta que nos coge los dedos, del plato soso o muy salado, del zapato que aprieta y de la llave que se ha perdido…

El solterón guiñó los ojos picaresca y melancólicamente, y se llegó un poco más a la chimenea rutilante. Disparadas chispezuelas saltaban de los leños, y el crujido seco y deleitoso del arder era lo único que se oía en la estancia, admirablemente enguatada y resguardada del frío con toda clase de ingeniosos refinamientos. La nieve, fina, blanda, de fantástica levedad, caía sin prisa, y la veíamos al través de los vidrios, con lo cual se aumentaba esa extraña y dulce sensación de seguridad y egoísmo característica del invierno en interior lujoso. Lo único que le faltaba al bienestar del viejo era un sorbito de té muy caliente, en delicada taza nipona, y se lo serví con las rôties de pan, retorcidas como barquillos de puro delgadas y sutiles. Al deshacérsele en la boca la tercera o cuarta rôtie empapada, murmuró:

—No, hijita; no es eso. Claro que también eso es porque en este instante, por ejemplo, mi felicidad consiste en que la tostadica venga transparente, el su–chong hirviendo y la crema fresquísima… Pero lo que quise expresarte fue que aún en las cosas más graves ejercen influjo decisivo las pequeñeces… ¿Por qué no me he casado yo, vamos a ver, por qué no me he casado?


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Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Muerte de la Serpentina

Emilia Pardo Bazán


Cuento


En el cesto, entre sus compañeras, la serpentina rosa soñaba un sueño de su mismo color: veía cielos rosados, labios rosados, pétalos de rosa esparcidos, exhalando dulcísimo perfume.

—«Cuando me lancen al aire —pensaba la serpentina rosa— caeré en el seno de una niña hechicera, de alguna virgen de diecisiete años, —seno que el primer latido de amor aún no consiguió agitar misteriosamente—. Caeré allí como en su nidal la paloma, y al choque de mi enroscado cuerpo, el cuerpo inocente se estremecerá de indefinible emoción. El golpe sordo de la serpentina rosa retumbará en el alma nueva, en el capullo de alma. ¡Ah! Que no tarden en arrojarme al aire… Que llegue pronto mi vez».

Y la vez no llegaba. Serpentinas verdes, amarillas, bermejas, azules, volaban desenroscándose al dirigirse al blanco, y se entretejían en aérea red, suspensas de los balcones, enganchadas en las ramas desnudas de los árboles, desgarrándose en los picos de latón de los faroles. Del fondo del cesto no lograba salir la serpentina rosa.


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Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Muchedumbre

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Y sucedió que Silas, uno de los Príncipes de los sacerdotes, amigo particular y confidente de Pilatos, le habló reservadamente la tarde del día en que Jesús entró en Jerusalén entre ramos de palmas.

El pretor escuchaba, cogiéndose con la mano derecha el rasurado mentón y fruncidas las recias cejas, entrecanas ya. El de la Sinagoga precipitaba anheloso las frases, añadía detalles menudos, anunciaba catástrofes próximas y pavorosas, que destruirían la ciudad sagrada al entregarla a las turbas venidas de todas partes, hasta de los confines del desierto.

—Quisiera —repetía— que hubieses presenciado el tumulto de esta mañana, y verías cómo en mis palabras sólo hay verdad. Por dondequiera le siguen; arrastra un inmenso gentío. Si quisiese juntar un ejército de cien mil hombres, con cayadas y hondas, en veinticuatro horas lo verías ondear al Sol, en la llanura, cual trigo maduro. ¿Qué harías entonces? A su paso se alzan las muchedumbres, rumorosas como el mar. Creen en su magia, en las curaciones que hace a cada momento. Besan el suelo. Se arrojan a él. Tienden ante sus pies, por alfombra, sus mantos nuevos. Deshojan flores para que las pise. Una sola palabra suya, ¡oh representante del sacro Emperador!, puede incendiar a toda Judea en un instante, como arden los pinares embutidos de resina en la canícula, en el espacio de muchas leguas. Ten cuidado, mira que es grave el peligro. Tú no ignoras que se empieza buscando el dominio espiritual y se acaba por procurar el material. Es un hombre descendiente de David y quiere ser Rey efectivo de Israel.

Alzó la cabeza Pilatos. Una sonrisa inteligente plegó su boca.


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Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Mirada

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Por asuntos de la gran Sociedad industrial de que yo formaba parte, hube de ir varias veces a M***, donde nadie me conocía, y a nadie conocía yo. Durante mis breves residencias en la mejor fonda pude, desde mi ventana, admirar la hermosura de una señora que vivía en la casa de enfrente. Desde mi observatorio se registraba de modo más indiscreto su tocador, y yo veía a la bella que, instalada ante una mesa cargada de frascos y perfumadores, contemplándose en el espejo, peinaba su regia mata de pelo color caoba, complaciéndose en halagarla con el cepillo, en ahuecarla y enfoscarla alrededor de su cara pálida y perfecta. Cuando acababa de morder las ondulaciones laterales el último peinecillo de estrás, sonreía satisfecha, alisando reiteradamente, con la mano larga y primorosa, el capilar edificio. Después se pasaba por la tez, suavemente, la borla de los polvos; se pulía las cejas; se bruñía interminablemente las uñas con pasta de coral; se probaba sombreros, lazos, cinturones, piquetes de flores, encajes, que arrugaba alrededor del cuello; en suma: se consagraba largas horas a la autolatría de su beldad. Y clavado a la ventana por el incitante espectáculo, encendida la sangre a profanar así la intimidad de una mujer seductora, nacía en mí otra curiosidad, el ansia de conocer su historia, en la cual, sin duda, habría episodios pasionales, goces, penas, recuerdos…

Me estremecí, por consecuencia, al oír una noche, en la mesa redonda, que pronunciaban su nombre, que la discutían… Me alteré, como el cazador al sentir rebullir en el matorral la pieza que aguarda. Motivaba la conversación el haber dicho monsieur Lamouche, el viajante francés en joyas, que pensaba pasar a casa de la belle Madame… —Aquí el apellido, que no entregaré a la publicidad— para ofrecer su stock, esperando importante venta.


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Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Mayorazga de Bouzas

Emilia Pardo Bazán


Cuento


No pecaré de tan minuciosa y diligente que fije con exactitud el punto donde pasaron estos sucesos. Baste a los aficionados a la topografía novelesca saber que Bouzas lo mismo puede situarse en los límites de la pintoresca región berciana, que hacia las profundidades y quebraduras del Barco de Valdeorras, enclavadas entre la sierra de la Encina y la sierra del Ege. Bouzas, moralmente, pertenece a la Galicia primitiva, la bella, la que hace veinte años estaba todavía por descubrir.

¿Quién no ha visto allí a la Mayorazga? ¿Quién no la conoce desde que era así de chiquita, y empericotada sobre el carro de maíz regresaba a su pazo solariego en las calurosas tardes del verano?

Ya más crecida, solía corretear, cabalgando un rocín en pelo, sin otros arreos que la cabeza de cuerda. Parecía de una pieza con el jaco. Para montar se agarraba a las toscas crines o apoyaba la mano derecha en el anca, y de un salto, ¡pim!, arriba. Antes había cortado con su navajilla la vara de avellano o taray, y blandiéndola a las inquietas orejas del «facatrús», iba como el viento por los despeñaderos que guarnecen la margen del río Sil.

Cuando la Mayorazga fue mujer hecha y derecha, su padre hizo el viaje a la clásica feria de Monterroso, que convoca a todos los «sportsmen» rurales, y ferió para la muchacha una yegua muy cuca, de cuatro sobre la marca, vivaracha, torda, recastada de andaluza (como que era prole del semental del Gobierno). Completaba el regalo rico albardón y bocado de plata; pero la Mayorazga, dejándose de chiquitas, encajó a su montura un galápago (pues de sillas inglesas no hay noticia en Bouzas), y sin necesidad de picador que la enseñase, ni de corneta que le sujetase el muslo, rigió su jaca con destreza y gallardía de centauresa fabulosa.


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Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Maga Primavera

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Me tocó en la frente con su varita; desperté y contemplé un espectáculo digno de ser cantado por millonésima vez, después de tanto como ya lo han ensalzado los poetas.

Era el deshielo. De los montes fluía derretida y apresurada la nieve. Al resbalar por las laderas, iba cubriéndolas de vegetación: los gérmenes, estremecidos por la dulce humedad, bullían impacientes y rompían la negra costra de la tierra, vistiéndola un manto de terciopelo verde y afelpado, tupido y rozagante, que convidaba al sesteo y al idilio. En los vallecillos, bien resguardados del cierzo, que recogen el sol y lo beben con avidez, los frutales estaban literalmente bordados con flecos y moñitos de flor a la orilla de cada desnuda rama. No parece sino que murmuraban los cerezos y los manzanos: «En nosotros madrugan la poesía y la belleza. Nos envolvemos en esta delicada y primorosa túnica de encaje, antes de echar la hoja que ha de proteger el sabroso fruto. Prematuramente nos engalanamos; nuestras ropas de cristianar duran poco y en nuestra friolera blancura, en el tierno sonrosado de nuestras mejillas, en nuestra enfermiza precocidad, hay todavía mucho de la melancolía del invierno y de la nostálgica impresión de los días cortos. Así que llegue el estío nos verán robustos y sanotes, cargados de fruta».


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2 págs. / 4 minutos / 61 visitas.

Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

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