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La Bestia

José Pedro Bellán


Cuento


Hacía cuatro días que la mujer de mi amigo reposaba entre la tierra húmeda y aún no había conseguido saber la verdadera circunstancia de su muerte en la que aparecía una mona, presa ahora en una fuerte jaula colocada hacia el fondo de su jardín.

Los diarios afirmaron que la señora había sido víctima de una fiera oculta por las apariencias de la domesticidad, cosa que a mi me parecía falsa ya que mi amigo, involuntariamente dióme a sospechar de su veracidad.

Al quinto día de mi permanencia en su casa quinta apenas si habíamos cambiado algunas frases frívolas. Estaba No se sentía triste ni melancólico. Al contrario. Parecía dominarlo un fuerte deseo de movimiento y andaba de aquí para allá sin objeto alguno. Al menor asunto, saltaba vivamente, impetuoso y salvaje.

Sin embargo, como a las cinco de la tarde de ese mismo día observé que se apaciguaba. Estaba en mi cuarto, preocupado en mí mismo, cuando entró sin hacer ruido. Su rostro ya no estaba tirante ni eran fijas sus miradas. Sentóse a mi lado, me pidió un cigarro y con la voz sorda y dolorida díjome confidencialmente.

—Ya me he fumado más de dos cajillas.

Quedamos callados, casi en una misma actitud, uno al lado del otro. Por tres o cuatro veces intenté hablar, quise decir algo, pero no me decidía. Mi imaginación trabajaba infatigablemente y la idea de que en el alma de mi amigo hubiera algo extraño, algo inmenso; la presunción de que en sus sentidos se agitara un secreto de esos que no deben decirse, que no pueden expresarse me ataban inconscientemente a un respeto grave y profundo.

Acabó de fumar y arrojó la colilla descuidadamente. Después, como siguiera ensimismándose, me ví obligado a decirle:

—Advierto que el dolor no te suelta y que tú te dejas dominar demasiado.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Imagen

José Pedro Bellán


Cuento


En una de las últimas casitas del barrio de los pescadores, casi junto al mar, el viejo Leopoldo, de setenta años, fuma en su pipa cargada de Virginia. Frente a él, su nuera, espoleada por un pensamiento tenaz, remienda que no surce, una media gris deshecha en el talón. Así permanecen largo rato: callados, sin mirarse, como si estuvieran solos. Sin embargo, quizá piensen lo mismo.

El temporal no cesa. Hace tres horas que conmueve al barrio y lo llena de pavor.

El mar es un turbión inmenso que ensordece. Sus promontorios de agua persisten un instante, convulsos, inquietos y se desploman en masa. Parecen que hierven.

Todas las barcas han vuelto menos una.

—María ya tarda demasiado, dijo Leopoldo, rompiendo el mutismo.

Se refería a su nietita de diez años, hermosa chiquilla de ojos azules, blanca y endeble. Habíanla mandado por tres veces en demanda de noticias y por tercera vez, buscaba a los amigos de su padre, a los pescadores salvos, y les imploraba datos, aun los más sencillos, los más insignificantes.

Al volver contestó de la misma manera que contestara antes.

—Nadie sabe nada... nadie lo ha visto. —Se sentó cerca de la mesa y recostóse sobre ella. Sus manecitas sin sangre se juntaron que pedían perdón.

La escena recalcitró. La frígida imagen de un reconcentramiento abrazado a las cosas, caló la habitación. Pasó un rato.

Leopoldo vuelve a hablar. Su voz inquietante atemoriza.

—¡Este viento! —Elena escucha con ansiedad. Después, obligada por su pensamiento pregunta:

—¿Cuántos fueron en la barca?

—Los de siempre. El y los dos muchachos.

Hace una pausa. Luego dice con atropello:

—Yo, una vez, estuve a punto de ahogarme.

Elena pregunta con viveza:

—¿Y cómo se salvó?...


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

No Se Sabe Cómo

José Pedro Bellán


Cuento


No se sabe cómo pero, lo cierto es que la gran reina Leonora, víctima de un feroz naufragio, era arrastrada por las olas, sobre un pequeño bote, hacia las costas de una isla montañosa, pero pequeña.

La gran señora, una vez en tierra, con el ánimo abatido y el cuerpo desfalleciente, miró con asombro la gran desolación que la rodeaba. El mar, aún iracundo, sucio y despiadado, en constante lucha, ya se amontonaba, ya se abría, barbullando como una muchedumbre acorralada. Sobre él, un cielo obscuro, completamente cerrado, se prolongaba hasta el horizonte, siempre en la misma tonalidad.

En vano intentaba la señora reina ver allá lejos, formas de buques en les contorsiones de las olas; en vano se esforzaba por empinarse; en vano poníase horizontalmente las manos sobre las arcadas de las cejas: todo era inútil. Allí no había más que agua y agua terrible, tumultuosa, convertida en una Hidra invencible.

Desalentada, se internó en la isla con mucho miedo y mucha precaución. Buscó un sitio y después de limpiarlo, se sentó sobre la hierba, sin atinar a sacarse sus vestidos que, debido al agua que absorbieran, estaban lisos, mansos, superficiales, sin blondas y sin fruc-fruc.

En este estado desesperante, casi de atontamiento, los recuerdos golpearon en su cerebro. Se vió nuevamente en el Océano, en el momento de la catástrofe. Recién entonces bebió un poco de amargura y se dijo muy inocentemente:

—¡Qué terrible es la vida!...

Una emoción intensa la conmovió. Recordaba cómo el gran ministro, en su afán de salvarse, la había arrojado al agua, donde hubiese perecido si la suerte no hubiera hecho pasar por su lado a un bote que, libre de cabos escapaba del circuito fatal. Recordó esto y muchas cosas más, tan parecidas entre sí, que le produjeron el mismo efecto.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Don Giovanni

E.T.A. Hoffmann


Cuento


I

El sonido agudo de una campanilla y el grito de Se va á empezar», me arrancaron del dulce sueño que de mí se apoderara. Oigo luego un sordo murmullo de contrabajos, preludios de violín, agudos trompetazos y uno que otro timbalazo, un oboe dando una nota chillona y sostenida... me restregó los ojos... El diablo se burlará de mí?... No; veo distintamente que me encuentro en el cuarto de la fonda, donde me detuve anoche, molido y devengado. Pende junto á mi el cordón de la campanilla, tiro de él y comparece el mozo.—Dime, muchacho, á qué viene esa endiablada música aquí tan cerca? Se dan conciertos en casa?

—Su Excelencia, ignorará que esta fonda esta contigua al teatro, y que esta portezuela entapizada da á un pequeño corredor que conduce en derechura al palco núm. 23, destinado á los extranjeros.

—Cómo? Teatro y palco de los extranjeros?

—Sí; un palco sumamente reducido, capaz para dos ó tres asientos, muy propio para las personas distinguidas, tapizado de verde, con celosías, que da sobre el escenario. Está á la disposición de su Excelencia; hoy echan el D. Giovanni, del célebre Mozart; la entrada y el asiento cuestan escudo y medio, que pondremos en la cuenta.

Diciendo estas últimas palabras abría la puerta del palco, pues con sólo oir el título de la ópera, yo me había lanzado al corredor, La sala era espaciosa, adornada con buen gusto y espléndidamente iluminada; tanto el patio como los demás palcos estaban llenos de espectadores.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Violín de Cremona

E.T.A. Hoffmann


Cuento


I

El consejero Crespel era el tipo más original que pueda darse, hasta tal punto, que cuando llegué á H... con el intento de pasar algunos días allí, todo el vecindario hablaba de él, habiendo llegado entonces al apogeo de sus extravagancias.

Como sabio jurisconsulto y experto diplomático, había adquirido Crespel notable consideración, de tal modo que el príncipe reinante de un pequeño Estado de Alemania, bastante poderoso, valióse de él para redactar una memoria que debía dirigirse á la corte imperial, respecto á cierto territorio sobre el cual creía tener legítimas pretensiones; y tan propicio fué el resultado, que un día que Crespel se lamentaba de no encontrar una habitación á su gusto, el príncipe, deseoso de recompensarle, se encargó de costearle una casa, cuya construcción dirigiría el consejero por sí solo; y como además el príncipe le ofreciese comprarle el terreno que mejor le pluguiera, Crespel le dispensó de lo último, indicando que en ningún sitio mejor que en un delicioso jardín que poseía junto á las puertas de la ciudad, podría levantarse el edificio.

Empezó, pues, comprando todos los materiales necesarios, los hizo trasportar allí, y desde entonces era de verle á todas horas con un vestido especial, construído también según sus principios particulares, apagar la cal, pasar la arena por la criba, y arreglar los ladrillos en simétricos montones, para lo cual no había consultado con ningún arquitecto, ni había trazado plan alguno.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Vía Libre

José Pedro Bellán


Cuento


No, no puedo irme sin aniquilarlo. me moriría de despecho. Anduvo unos pasos más, y se detuvo, apoyándose sobre la verja de la última casa del pueblo. En su cerebro, las ideas iban y venían en tumulto, fuertes, fugitivas, vacilantes y todas girando en redor de; pensamiento tenaz, poderoso, que se había apropiado de su vida hacía unos tres años.

—Lo matare— murmuraba, y el odio despertaba, lleno de rabia, provocado por las ideas, latiendo fogosamente en sus músculos, en su carne y en sus pensamientos febriles y trágicos.

Era un odio continuo, socarrón e hipócrita, que se había unido estrechamente a su vida y se había mezclado en sus fines e intereses; un odio sangriento y diabólico que había germinado en ciertas circunstancias, por las cuales, la naturaleza de las cosas coloca a dos hombres frente a frente, el uno víctima, el otro victimario.

La vendetta, la terrible vendetta, le causaba un alivio, una alegría feroz, en la cual descansaba su alma como en un consuelo. Había ideado muertes, estudiado ensañamientos, pero ninguno le satisfacía: necesitaba algo fuerte, algo que fuera monstruoso, y el sentimiento de venganza, a fuerza de perpetuarse, había concluido por refinarse, por tender a lo perfecto, como una obra de arte.


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Mi Ruina

José Pedro Bellán


Cuento


Hoy logré contemplar el albor de la mañana.

Con su claridad, a través de su claridad, buscaba mis lugares, mis calles y mis caminos. Toda la ciudad se abría ante la luz, entre el mar y los árboles.

Hacia el norte, la gran masa vegetal, con su tinte obscuro, asomaba por detrás de la muralla de edificios, descubriéndose ante el sol tangente, suave, cuyos rayos se escurrían por sobre las cúpulas y las torres. El cielo, colosal, sonrosado apenas, se desgarraba al encajar entre el sube y baja de los pardos techos: era la pureza de un color que se manchaba al llegar a la tierra.

Crecía el murmullo y se hacía el ruido por toda la ciudad. El astro llameante había dado el impulso y eran ya en la realidad, el trabajo, el hambre y la estulticia.

Mi vista abarcó de nuevo el semi-círculo azul y caí como un pájaro en precipitado vuelo sobre las arboledas del norte.

Allí aun reinaba el silencio: érase mi mundo. Las aves, desprendidas de sus nidos saeteaban los poros del boscaje que se abría en la altura luminosa. Las trayectorias inconclusas y los colores indefinidos se unían harmónicamente. Faltaba el matiz de las flores, pero, en cambio, las hojas abandonadas las unas sobre la otras, movidas por un impulso lento, débil, acompasado, me llenaron de voluptuosidad. Todo un harem de mujeres orientales cruzó por mi imaginación. Sólo la realidad de un vetusto estanque logró expulsarlas de mí.

Noté primero un intervalo en la vegetación, luego, como algo que se ve apenas, una reja en forma de circunferencia hirióme la retina. Me acerqué a ella. Era antigua... muy antigua. Su color, allá, en su infancia, debió ser de un marrón obscuro; ahora era apenas perceptible. Llena de manchas, de herrumbre y musgo, la pobre reja antigua se arqueaba dolorosamente.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Cruz de Piedra

José Pedro Bellán


Cuento


Después de la vida diaria, pensada o acostumbrada toda ella a partir de un mismo punto como una constante carrera de sentimientos, queda algo oculto en nuestro corazón algo adormecido en nuestro ser que despierta en muy raros casos. Tales manifestaciones en la generalidad de los caracteres no son más que segundos de vida desconocida, sensaciones fugaces, efímeras que cruzan por los jardines de nuestras almas, como fáciles golondrinas o que iluminan las tempestuosas nubes de nuestras ras, con la vertiginosidad del rayo. En cambio, en los caracteres donde la imaginación vive soberana, estos momentos persisten, hasta ahogarse por completo en lo voluptuo.


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Yermo

José Pedro Bellán


Cuento


«Y creo que los omnicomprensivos no pueden crear ».


Roberto Ledesma, alto, escuálido, con una expresión de cansancio, lleno de arrugas y de muecas, podría tener cincuenta años. Pidió ginebra e interrogó a su compañero de mesa.

—Bebes?

—No; no siento necesidad, contestó el aludido.—Este, de treinta años, más bajo, de aspecto triste y enfermizo, estaba acurrucado en su silla. Tenía una cara puntiaguda y exangüe, dominada por dos surcos profundos que salían de la parte inferior de la nariz hasta confundirse en las comisuras de los labios. Usaba lentes azules y un mechón de pelo le caía sobre la frente.

—Eres muy tonto, Pablo, dijo Roberto, probando el líquido; la bebida es un talismán. Libre de su influencia me reconozco impotente. Entonces me es imposible colocar en las cosas, un poco del espíritu que me sobra...y... ya conoces tú mi teoría: cuando la máquina humana no cree más fuerzas que aquellas que le sean necesarias para producir su propio movimiento, se verá obligada a vivir de si misma, y esto, no tiene gracia. Me río de los que opinan que el placer estriba en conocerse a través de las circunstancias y de los tiempos. Bien que se apreciara en aquellas épocas, según las cuales parecía reciente el eslabonaje humano. Pero hoy después de tantos siglos hoy que nos sabemos de memoria,... ¡Vaya!, es estúpido... lo mismo que si nos impusieran la tarea de contar desde uno hasta. hasta... ¡qué se yo!. hasta allá!.. —Estaba casi ebrio y las ventanas de la nariz se le dilataban. Prosiguió con alegría:

—¡Bebe, bebe! El alcohol nos desata de lo ridículo y entonces la vida bulle ardiente en nuestra sangre. No es él, quien nos marea: es la plenitud, la intensidad, el vértigo del sueño.

Pablo meneó la cabeza con desconsuelo y exclamó:

—Me es imposible.

—¡Imposible?... prorrumpió, Roberto, manifestando asombro.


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Sine Qua Non

José Pedro Bellán


Cuento


I

Fué al final de una fiesta.

Con bastante regularidad dedicábamos un día de cada mes para una excursión al aire libre.

Nos reuníamos basta cuarenta individuos, de ambos sexos, amigos, amigas, no faltando a veces, matrimonios jóvenes, alegres aún, que nos acompañaban de buen corazón.

Desde que dejamos las últimas casas de la ciudad, empezamos a experimentar ese placer casi físico que se siente a la vista del campo.

Ese día, el tiempo se mostraba como un verdadero camarada.

Todo el encanto de la mañana estaba sobre el horizonte cargado de oro y la luz corría como desbordando por la comba del cielo cruzado por nubecillas que se crispaban de rojo.

Nada más admirable para un hombre de la ciudad que este espectáculo del sol.

Por un momento todos marchamos silenciosos, sin orden, amontonados, y por un momento nos detuvimos frente a la luz.

—¡Qué hermoso!...—exclamó una voz de mujer.—Nadie repuso una palabra.

Seguimos andando, pero, un instante después, cuando el sol mostró su superficie vidriada e inquieta, la alegría se apoderó de nosotros, una alegría ruidosa, muscular, que se manifestaba en gritos y carcajadas.

Llegamos a las ocho. Era una quinta que, además del terreno dedicado a la labranza, poseía una extensión considerable de campo libre.

Nos cambiamos de ropa y el grupo se dispersó. En poco tiempo, sólo quedamos en la casa, un viejo y yo. Se llamaba Juan, hacía el oficio de mayordomo y cantaba canciones tristes al final de las comidas.

—¡Cómo, tú aquí!—dijo, fingiendo sorpresa.

Respondí sin entender:

—¿Y no sabía usted que yo había venido?

El viejo me guiñó un ojo.

—¡Sí... eh?... ¿Y Rosita?...

Le miré más extrañado aún.


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