El Gato
Javier de Viana
Cuento
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Mostrando 1 a 10 de 28 textos encontrados.
etiqueta: Cuento fecha: 25-10-2022
Dominio público
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Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Don Carlos Barrete y don Lucas García fueron amigos desde la infancia.
Sus padres eran hacendados linderos.
Andando el tiempo, los viejos murieron y Carlos y Lucas los reemplazaron al frente de sus respectivos establecimientos.
La amistad continuó, acrecentada, por los vínculos espirituales contraídos por múltiples compadrazgos. Don Carlos era padrino de casi todos los hijos de don Lucas y éste de los de aquél.
Bastante ricos ambos, ocurrió que a Barrete empezó a perseguirlo la mala suerte: destrozos de temporales, epidemias, negocios ruinosos...
Cierto día llegó a casa de su amigo con aire preocupado. Conversaron; conversaron sobre cosas sin importancia, sin valor, sin trascendencia. Pero García notó, sin dificultad, que aquél había ido con un objeto determinado y que no se atrevía a abordarlo.
Y díjole:
—Vea, compadre: colijo que usté tiene que hablarme de algo de importancia. Vaya desembuchando, no más, qu'entre amigos y personas honradas se debe largar sin partidas.
Y García, desnudando su conciencia como quien desnuda el cuerpo para tirarse a nado en arroyo crecido, dijo:
—Adivinó, compadre. M'encuentro en un apuro machazo. Usté sabe que donde hace unos años el viento m’está soplando ’e la puerta... Tengo que levantar una apoteca y vengo a ver si usté...
—¿Cuanto?
—La suma es rigularcita.
—¡Diga no más!
—Cuatrocientas onzas.
—¡Como si me hubiese vichao el baúl! Casualmente hace cinco días vendí una tropa ’e novillos, y mas o menos esa es la mesma cantidá que tengo. Espere un ratito.
Salió don Lucas y volvió a poco trayendo en nn pañuelo de yerbas las onzas solicitadas.
El visitante vació en el cinto las monedas, sin contarlas.
Ni él ni su amigo hablaron de documentos. Entre esos hombres ningún documento valía más que la palabra de hombre honrado.
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
—Nunca carece apurarse pa pensar las cosas, pero siempre hay que apurarse p'hacerlas, —explicaba el viejo Pancho.— Antes d'emprender un viaje se debe carcular bien el rumbo y dispués seguirlo sin dir pidiendo opiniones que con seguridá lo ostravean.
Y si hay que vandiar un arroyo crecido y que uno no conoce, por lo consiguiente, cavilar pu'ande ha de cáir y pu’ande v'abrir y cerrar los ojos: Dios y el güen tino lo han de sacar en ancas.
Dicen que “vale más rodiar que rodar”, pero yo creo que quien despunta un bañao por considerarlo fiero, o camina río abajo esperando encontrar paso mejor, o quien ladea una sierra temiendo espinar el caballo, no llega nunca o llega tarde a su destino.
—¿Y pa casarse? —preguntó irónicamente al narrador, celibatario irreductible, don Mateo.
—Pa casarse hay que pensar muchísimo. De día cuando se ve la novia y está cerca; de noche cuando está lejos y no ve... Pa casarse hay que pensar muchísimo, y...
—¿Y?...
—Y cuando se ha pensao muchísimo, sólo un bobeta se casa.
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Es el perro de los bañados.
Y es, entre todas las aves nativas, la más airosa.
Con su hermoso plumaje gríseo, con su gallardo penacho, con su porte majestuoso, siempre alta la testa, siempre en llamas la mirada, arrogante, altivo, desdeñoso, sin miedo a nada, ni a la escopeta, cuyos chumbos difícilmente traspasan su espesa coraza de plumas, es todo un alado cadete de Gascuña.
Severo en sus costumbres, sobrio, monógamo, es vigilante custodia de su compañera, mientras aova o empolla, y en sus viajes por los aires, en lo muy alto del cielo, rival en caudas con las águilas reales, siempre va acompañado de su consorte.
Desprecia las carroñas.
La podredumbre de las osamentas, buena está para cuervos, caranchos y chimangos, inmundos rapaces, escoria de la sociedad alada.
A él le ofrece el estero variado y limpio alimento.
La podredumbre de la mentira tampoco lo infecta Su grito de alarma no es nunca expresión de infundado sobresalto.
En estado doméstico, su vigilancia es muy superior a la canina.
El perro está sujeto a pesadillas y con frecuencia arranca ladridos que inquietan sin motivo al amo. Como todos los poetas cursis, es un enamorado de la luna, a la cual prodiga sus ásperas e inarmónicas baladas.
Y otras veces ladra de miedo, confundiendo el manso petizo del piquete con una feroz gavilla de bandoleros.
Y otras veces ladra de puro sabandija, para hacer méritos, para hacerse pasar por guardián insuperable.
En cambio, el chajá ni se equivoca ni miente; cuando el ave grande y altiva lanza en la obscuridad silenciosa de la noche campesina su sonora clarinada, él gaucho salta del lecho y prepara sus armas, apercibiéndose a la defensa...
Hay gente que se acerca a las casas: el alerta del chajá no falla nunca.
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Es un potril pequeño, de forma casi circular.
Espesa y altísima muralla de guayabos y virarós forma la primera línea externa de defensa.
Entre los gruesos y elevados troncos de los gigantes selváticos, crecen apeñuscados, talas, espinillos y coronillas, que ligados entre sí por enjambres de lianas y plantas epifitas, forman algo así como el friso del muro.
Y como esta masa arbórea impenetrable, se prolonga por dos y tres leguas más allá del cauce del Yi y las sendas de acceso forman intrincado laberinto, ha de ser excepcionalmente baqueano, más que baqueano instintivo, quien se aventure en ese mar.
Del lado del río sólo hay una débil defensa de sauces y sarandíes; pero por ahí no hay temor de sorpresa, y, en cambio, facilita la huida, tirándose a nado en caso de apuro.
Soberbio gramillal tapiza el suelo potril y un profundo desaguadero proporciona agua permanente y pura; la caballada de los matreros engorda y aterciopela sus pelambres.
Los matreros tampoco lo pasan mal.
Ni el sol, ni el viento, ni la lluvia los molestan.
Para carnear, rara vez se ven expuestos a las molestias y peligros de salir campo afuera; dentro del bosque abunda la hacienda alzada, rebeldes como ellos, como ellos matreros.
Miedo no había, porque jamás supieron de él aquellos bandoleros, muy semejantes a los famosos bandoleros de Gante.
Hombres rudos que habían delinquido por no soportar injurias del opresor.
Los yaguaretés y los pumas, en cuya sociedad convivían, eran menos temibles y menos odiosos que aquéllos...
¿Criminales?...
¿Por qué?...
¿Por haber dado muerte, cara a cara, en buena lid, a algún comisario despótico o algún juez intrigante y venal?...
No. Hombres libres, hombres dignos, hombres muy dignos.
Sarandí, Rincón e Ituzaingó se hizo con ellos.
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Malambio Ojeda tenía la mala costumbre de preparar con demasiada lentitud las cosas. En cierta oportunidad debía correr un caballo de su patrón y todo el mundo esperaba una derrota.
La más incrédula era Leonilda, la hija del capataz, quien díjole con mofa cruel:
—¡Lástima de potrillo!... ¡Tan lindo y tener que comer cola!...
—¡Le juego un pañuelo de seda y le doy el campo! —respondió el mozo.
—¡Jugado! —respondió ella en el acto.
Llegó el día de la prueba, y el moro de Malambio ganó por más de dos cuerpos el primer “terno”, no obstante haberle tocado competir con el favorito.
Por eso al volver al camino para la decisión —la lucha entre los tres ganadores de los respectivos “ternos”, nadie aceptaba, sino con gran usura, apuestas contra el moro.
Comenzaron las “partidas”, que Malambio, prudente, decidido a largar con ventaja, prolongó por largo tiempo. Su caballo, hasta entonces tranquilo, se enardeció extremadamente. Leonilda, que a orilla del camino presenciaba la lucha desde el pescante del breack, batió palmas, y gritó:
—¡Come-cola, come-cola!
Malambio púsose tan nervioso como su moro, y cuando bajaron la bandera, largó atravesado, dando lugar a que los contrarios le sacasen una ventaja que de ningún modo pudo recuperar después, y una vez más “comió cola”...
Por la noche hubo gran baile en la pulpería, y el desgraciado mozo decidió corregirse de su exceso de preparación y declararle a Leonilda el amor que de largo tiempo atrás le profesaba. Más de dos horas estuvo preparando las frases con que habría de abordarla. Entró al fin a la sala y díjole:
—Aquí le traigo el pañuelo perdido.
—Tuvo güen gusto —agradeció ella observando la prenda.
—Y espero me conceda esta polca...
Sonrió la moza y respondióle con hiriente ironía:
—¡Comió cola, Malambio!... Estoy comprometida.
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Jacobo y Servando se habían criado juntos y fueron siempre buenos amigos, no obstante la disparidad de caracteres: Jacobo era muy serio, muy reflexivo, muy ordenado, muy severo en el cumplimiento del deber. Servando, en el fondo bueno, carecía de voluntad para refrenar su egoísmo.
Jacobo amaba a Petra, y Servando le atravesó el caballo; conquistó a la moza con su charla dicharachera, con su habilidad de bailarín y con sus méritos de guitarrista. Y se casó con ella, sin pensar un solo instante en el dolor que le causaba a su amigo.
Una mañana, Jacobo hallábase en la pulpería, cuando cayó Servando. Llevaba un aire afligido y su caballo estaba bañado en sudor.
—¿Qué te pasa? —preguntó Jacobo.
—¡Dejame!... Mi mujer está gravemente enferma y tía Paula dijo que ella no respondía, y que fuese al pueblo a buscar al médico...
—Y apúrate, pues... De aquí al pueblo hay tres leguas y pico...
—¡Ya lo sé!... ¡Sólo a mí me pasan estas cosas!... ¡Mozo!... ¡Deme un vaso de ginebra!... ¿Tomás vos?
—No.
—¡Claro!... Vos sos feliz, no tenés en qué pensar... ¡Eche otra ginebra, mozo!...
Servando convida a los vagos tertulianos de la glorieta y les cuenta su aflictivo tranco.
—¡Comprendo!... —dice uno.
—¡Me doy cuenta!... —añado otro.
—Pero hay que conformarse, ser fuerte, —concluye un tercero.
—Es lo que yo digo —atesta Servando.
—¡Mozo!, ¡sirva otra vuelta!...
Jacobo observa ensombrecido y entristecido. Sale: medita; le aprieta la cincha a su pangaré, le palmea la frente y dice:
—¡Pobre amigo!... Ayer trabajaste todo el día en el rodeo... ¡Ahora un galopo de seis leguas, entre ir y venir!... ¡Vamos al pueblo!... ¡Sí los buenos no sirviéramos para remediar las canalladas de los malos, no mereceríamos el apelativo de buenos!...
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“Entre las múltiples supersticiones gauchas —dice uno de nuestros eminentes sociólogos— se encuentra la que prejuzga las aptitudes de una cabalgadura por el color de su pelambre. Así, un “tordillo” es excelente nadador; los “overos” no tienen igual para carreras; los “tubianos” no sirven para nada; y sigue sin término la sandez de la clasificación empírica que hace depender las condiciones del equino del color de su pelo”.
Completemos, primero, —para enseñanza de quienes tienen o tengan necesidad de utilizar ca2ballos— la lista que dejó trunca el sabio:
Los “lobunos” son maulas para el “camino”, vale decir, para “parejeros”; los “moros”, los “pangarés” y los “tostados” son infatigables en las galopadas de los largos viajes; los “overos” —perdone el maestro— son ligeros, pero sin resistencia; los “tubianos” —otra vez, perdón,— resultan insuperables como “carretoneros”; los “zainos” son dóciles, vigorosos e inteligentes; los “oscuros”, excelentes para las tierras bajas, resultan inservibles en las serranías; los “blancos” son todos asustadizos, y no existe un “picazo” que no sea receloso e irreductiblemente arisco (de ahí, tal vez, el proverbio: “Montar el picazo”); los “rabicanos”, los “lunarejos”, los “entrepelaos”, resultan muy buenos o inservibles.
Todo eso es verdad; verdad relativa, como todas, pero verdad comprobada por larguísima experiencia, verdad que la ciencia explica y que nuestros sociólogos califican de “superstición”, porque en su ignorancia trastruecan los términos del fenómeno: no es el “pelo” el que da las aptitudes; son las aptitudes heredadas las que determinan el pelo, como que en la naturaleza nada es arbitrario ni caprichoso.
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