Declaración de Amor
Francisco A. Baldarena
cuento
Creative Commons
1 pág. / 1 minuto / 311 visitas.
Publicado el 31 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
Mostrando 21 a 30 de 69 textos encontrados.
etiqueta: Cuento fecha: 31-10-2021
Creative Commons
1 pág. / 1 minuto / 311 visitas.
Publicado el 31 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
Es cosa convenida que todo cuento, fábula ó apólogo ha de tener su moraleja, palabra que, tal como suena, vale tanto como pequeña moral, aunque el Diccionario de la Academia de la lengua castellana no se ha tomado la molestia de decírnoslo. El cuánto que voy á contar tiene aún más que moraleja: tiene moral muy grande, pues con él se prueba que las faltas pequeñas van creciendo, creciendo como las bolas de nieve, hasta convertirse en delitos enormes que aplastan con su peso al individuo, á la familia ó al pueblo que incurre en ellas.
¿Quién no recuerda haber oído á su madre la historia de un gran criminal que empezó su triste carrera robando una aguja de coser y la terminó muriendo ajusticiado en un patíbulo? Historia muy parecida á la de este desdichado es la del pueblo de San Bernabé, sobre cuyas solitarias ruinas, cubiertas de zarzas y yezgos, y coronadas con una cruz como la sepultura ele los muertos, me lo contaron una tarde á la sombra septentrional, de la cordillera pirenáico-cantábrica.
En una de aquellas colinas pertenecientes al noble valle de Mena, que se alzan entre Arceniega y el Cadagua, dominados por la gran peña á cuyo lado opuesto, que es el meridional, corre, ya caudalosísimo, el Ebro, existía desde el siglo VIII un santuario dedicado al apóstol San Bernabé. Este santuario era uno de los muchos que desde el Ebroal Océano, separados por un espacio de diez leguas, origió la piedad de aquella muchedumbre de monjes y seglares que se refugiaron en aquellas comarcas cuando los mahometanos invadieron las llanuras de Castilla y se detuvieron en la orilla meridional del gran río, sin atreverse á pasar á la opuesta en cuyas fortalezas naturales los esperaban amenazadores y altivos los valerosos cántabros reforzados con los fugitivos de Castilla.
Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 204 visitas.
Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
Adán, Padre de los Hombres, fue creado en el día 28 de octubre, a las dos de la tarde... Afírmalo así, con majestad, en sus Annales Veteris et Novis Testamenti, el muy docto y muy ilustre Usserius, obispo de Meath, arzobispo de Armagh y canciller mayor de la Sede de San Patricio.
La Tierra existía desde que se hiciera la Luz, el 23, en la mañana de todas las mañanas. ¡Mas no era ya aquella Tierra primitiva, parda y muelle, ensopada en aguas gredosas, ahogada en una niebla densa, irguiendo, aquí y allí, rígidos troncos de una sola hoja y de un solo retoño, solitaria, silenciosa, con una vida escondida, apenas sordamente revelada por las sacudidas de los bichos oscuros, gelatinosos, sin color y casi sin forma, creciendo en el fondo del lodo! ¡No! Ahora, durante los días genesíacos, 26 y 27, habíase completado, abastecido y ataviado, para acoger condignamente al Predestinado que venía. En el día 28 ya apareció perfecta, perfecta, con las alhajas y provisiones que enumera la Biblia, las hierbas verdes de espiga madura, los árboles provistos de fruto entre la flor, todos los peces nadando en los mares resplandecientes, todas las aves volando por el aire sereno, todos los animales pastando sobre las colinas lozanas, y los arroyos regando, y el fuego almacenado en el seno de la piedra, y el cristal y el ónix, y el oro de ley del país de Hevilath...
Dominio público
34 págs. / 1 hora / 174 visitas.
Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
Yo poseo preciosamente un amigo (su nombre es Jacinto), que nació en un palacio, con cuarenta mil duros de renta en pingües tierras de pan, aceite y ganado.
Desde la infancia, durante la cual, su madre, señora gorda y crédula de Tras-os-Montes, repartía, para retener las Hadas Benéficas, hinojo y ámbar, Jacinto fue siempre más resistente y sano que un pino de las dunas. Un lindo río, murmurador y transparente, con un lecho muy liso de arena muy blanca, reflejando apenas pedazos lustrosos de un cielo de verano o ramajes siempre verdes y de buen aroma, no ofrecería, a aquel que lo descendiese en una barca llena de almohadas y de champagne helado, más dulzuras y facilidades de lo que la vida ofrecía a mi camarada Jacinto. No tuvo sarampión ni tuvo lombrices. Nunca padeció, ni aun en la edad en que se leen Balzac y Musset, los tormentos de la sensibilidad. En sus amistades fue siempre tan feliz como el clásico Orestes. Del amor solo experimentara la miel —esa miel que el amor invariablemente concede a quien lo practica, como las abejas, con ligereza y movilidad—. Ambición, sintiera solamente la de comprender bien las ideas generales, y la «punta de su intelecto» (como dice el viejo cronista medioeval), no estaba aún roma ni herrumbrosa... y, sin embargo, desde los veintiocho años, Jacinto ya se venía impregnando de Schopenhauer, del Eclesiastés, de otros Pesimistas menores, y tres, cuatro veces por día, bostezaba, con un bostezo hondo y lento, pasando los dedos finos sobre la faz, como si en ella solo palpase palidez y ruina. ¿Por qué?
Dominio público
26 págs. / 46 minutos / 124 visitas.
Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
Comenzó por decirme que su caso era natural, y que se llamaba Macario.
Debo contar que conocí a este hombre en un hospedaje del Miño. Era alto y grueso; tenía una calva larga, lúcida y lisa, con pelos raros y finos que se le erizaban en derredor; y sus ojos negros, con la piel en torno arrugada y amarillenta, y ojeras papudas, tenían una singular claridad y rectitud, por detrás de sus anteojos redondos con aros de concha. Tenía la barba rapada, el mentón saliente y resuelto. Traía una corbata de raso negro, apretada por detrás con una hebilla; una levita larga color de piñón, con las mangas estrechas y justas y bocamangas de veludillo. Por la larga abertura de su chaleco de seda, en donde relucía una cadena antigua, asomaban los blandos pliegues de una camisa bordada.
Era esto en septiembre; ya anochecía más pronto, con una frialdad fina y seca y una oscuridad espantosa. Yo me había apeado de la diligencia, fatigado, hambriento, arrebozado en un cobertor de listas escarlata.
Leer / Descargar texto 'Singularidades de una Señorita Rubia'
Dominio público
26 págs. / 47 minutos / 77 visitas.
Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
Niños, decía un maestro de escuela á sus discípulos, no hagáis porquerías, porque los cerdos las aprenden, y hartas saben ellos sin enseñarles más.
Recuerdo esto para que se me perdone el que calle el nombre del pueblo donde pasó lo que voy á contar, porque hartas cosas saben los pueblos para darse mate unos á otros, sin que les enseñemos más los que nos dedicamos á recoger cuentos populares para pulirlos y aderezarlos de modo que regocijen y enseñen un poco y no sean indignos de ingresar en la literatura patria, como lo son cuando los recogemos baboseados de boca del vulgo.
Erase un pueblecillo, no se si de la Rioja ó de Navarra ó de Aragón, cuyo nombre pertenece á los innumerables geográíicos de España que, hijos de la primitiva lengua ibérica, aun subsistente como por milagro de Dios en un rinconcillo sombreado por los montes Pirineos, no los conoce ya como talos ni la madre que los parió, que hasta pasa por el dolor de que cuando por instinto maternal ó por rasgos fisonómicos que observa en ellos sospecha que son sus hijos y quiero cerciorarse de si lo son ó no, la echan enhoramala hasta los más presumidos de sabios, diciéndole que no sea mentecata, pues aquellos nombres son griegos, ó árabes, ó celtas, ó liebre os, ó latinos, ó cualquiera otra cosa que la pobre señora no sospecha, cegada por preocupaciones de la tierra donde se refugió huyendo de invasiones extranjeras.
El pueblecillo de mi cuento está situado en un valle tan estrecho, que carece casi en absoluto de tierra siquiera un poco llana para el cultivo de cereales que no gusten de la costanera como gusta la vid, según el proverbio latino Bacus amat colles: y así los vecinos tienen que subsistir casi exclusivamente del cultivo de esta última planta, que se extiende por ambas vertientes del vallejuelo.
Dominio público
12 págs. / 22 minutos / 64 visitas.
Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
Los tres hermanos de Medranhos, Ruy, Guannes y Rostabal, eran entonces, en todo el Reino de las Asturias, los hidalgos más hambrientos y los más remendados.
En los Pazos de Medranhos, a que el viento de la sierra llevara vidrios y teja, pasaban ellos las tardes de ese invierno, enovillados en sus abrigos de camelote, batiendo las suelas rotas sobre las losas de la cocina, delante del vasto lar negro, en donde desde ya mucho antes no estallaba fuego, ni hervía nada en el puchero de hierro. Al oscurecer devoraban una corteza de pan negro, refregada con ajo. Luego, sin candil, a través del patio, hundiendo la nieve, iban a dormir a la cuadra, para aprovechar el calor de las tres yeguas leprosas que, tan famélicas como ellos, roían las tablas del pesebre. La miseria hiciera a estos señores más bravíos que lobos.
Un día, en primavera, en una silenciosa mañana de domingo, yendo los tres por el bosque de Roquelanes acechando pisadas de caza y cogiendo hongos entre los robles, en tanto las tres yeguas pastaban la hierba nueva de abril, los hermanos de Medranhos encontraron, por detrás de una mata de espinos, en una cueva de roca, un viejo cofre de hierro. Como si lo resguardase una torre segura, conservaba sus tres llaves en sus tres cerraduras; sobre la tapa, mal descifrable, a través del herrumbre, corría un dístico en letras árabes. ¡Y dentro, hasta los bordes, estaba lleno de doblones de oro!
Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 60 visitas.
Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
Al lento andar de la vaca robusta, cuyas rosadas ubres casi tocaban en el suelo Ramuncho volvía, ya puesto el sol, ú su pobre casería siguiendo el estrecho sendero que, entre frondosos manzanos y maizales, serpentea por la montaña.
En el rostro del viejo vascongado leíase el desaliento y la tristeza. Muy de madrugada había bajado á la villa con intención de vender la vaca; pero los pocos compradores que á él se habían acercado, como si comprendieran lo apremiante de su necesidad, habían sido tan parcos en sus ofertas, que Barn ancho vió llegarlas últimas horas de la tarde sin poder realizar sus deseos, teniendo que volverse á casa con el manso animal que ya de nada podía servir á la familia para sacarla de su situación angustiosa.
Porque la usura no tiene entrañas y sus amenazas se cumplen fatalmente; ó Ramuncho pagaba antes de tres días los cien duros que, confiado en la abundancia de la próxima cosecha, había tomado á un interés harto crecido, para pagar la contribución y saldar algunas cuentecillas atrasadas, ó sería inmediatamente echado de su casa y desposeído de la mísera hacienda, la cual, á fuerza de sudores y trabajos, daba para ir viviendo. El dilema no admitía término medio: ó lo uno ó lo otro.
Y el viejo aldeano, sintiendo en su alma toda la inmensa pesadumbre y amargura de verse arrojado de aquel amable rinconcito de la montaña en que anidaban todos sus santos amores, recuerdos y esperanzas, inclinaba al suelo la cabeza, y con el revés de su áspera y rugosa mano limpiaba la lágrima próxima á resbalar por su tostada mejilla, mientras fatigosamente remontaba el estrecho sendero que á la blanca casería conduce.
—¿Vender no pudiste?—fué el primer saludo que, al verlo, le dirigió Ramuncha, su mujer.
Dominio público
9 págs. / 17 minutos / 54 visitas.
Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
Cuando Cristo y San Pedro andaban por el mundo sucedió que una mañana se encontraron con ellos en el camino dos jóvenes muy guapos y enamorados que volvían de la iglesia, donde acababan de casarse, y se dirigían á una casita blanca que tenían ya preparada allá arriba para vivir en ella queriéndose y ayudándose uno á otro como Dios manda.
—No será malo—dijo la mujer al marido viendo que se acercaba á olios Cristo y San Pedro,—que aprovechemos la ocasión para preguntar á Cristo qué es lo que principalmente debemos hacer para ser buenos casados, porque aunque ya nos ha dicho algo de eso el señor Cura, naturalmente Cristo y aun San Pedro han de saber más que él de esas cosas.
—Tienes mucha razón—contestó el marido,—y tanto más nos conviene preguntarles eso, cuanto el señor Cura nos ha dicho, que como tenemos poco talento...
—De tí ha dicho eso, que no de mí.
—Lo mismo da, mujer, que lo que se dice del marido, como si se dijera de la mujer es.
—Eso según y conforme.
—¿No has oído al señor Cura que la mujer y el marido son una sola carne y un solo hueso?
—No, ha dicho el señor Cura eso: ha dicho que el marido debe tener por carne de su carne y hueso de su hueso á la mujer.
—Pues llámale hache.
—No le llamo hache ni jota, que lo que con eso ha querido decir el señor Cura es que si, pongo por caso, tú me das una bofetada que me rompa las muelas, te ha de doler la bofetada como dada en carne de tu carne y hueso de tu hueso.
—Zape, ya me guardaré yo muy bien de dártela que no soy tan tonto como eso.
—¡Podía llegar hasta eso tu tontería!
—Pues como íbamos diciendo, nos conviene tanto más preguntar á Cristo que es lo que principalmente debemos hacer para ser buenos casados cuanto el señor Cura nos ha aconsejado que cuando no sepamos alguna cosa, la preguntemos á quien sepa más que nosotros..
Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 53 visitas.
Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
A Ramón no le podían ver ni pintado en su pueblo, porque era un holgazán como una loma, sin oficio ni beneficio, por lo que le llamaban el maestro de hacer cucharas, que en aquel país significa aproximadamente lo que en otros el maestro de atar escobas. Mientras le duró la herencia paterna lo pasó muy bien, andando de viga derecha; pero cuando acabó de comérsela, no encontró quien le diese para llenar la andorga, y á fuerza de acostarse con una ración de hambre y levantarse con otra de necesidad, se iba quedando como un alambre.
—Pero, hombre—le decían todos,—ya sabes que en esta vida caduca, el que no trabaja no manduca.
—¡Ya lo sé, por mi desgracia!—contestaba Ramón bostezando.
—Pues entonces, ¿por qué no trabajas para manducar? Dios opina que el hombre debe ganar el sustento con el sudor de su frente.
—En ese punto no estoy conforme con Dios.
—¡No digas judiadas, hombre!
—Las opiniones son libres.
—Pero no las opiniones contrarias á las de Dios.
Razonando y disputando así el maestro de hacer cucharas, se moría de hambre por no querer doblar el espinazo, y recordando é interpretando absurdamente el precepto bíblico que dice: «Nadie es profeta en su patria», y el refrán que añade: «El que no se aventura no pasa la mar», determinó irse por el mundo en busca de tierra donde pudiera comer sin trabajar.
Andando, andando, recorrió las siete partidas sin encontrar lo que buscaba, y llegó á un pueblo, donde se sentó, desfallecido de hambre, en uno de los bancos de piedra que adornaban un paseo.
Al fin del paseo se veía un convento, cuyos frailes pasaban y repasaban por delante de Ramón, tan colorados y tan gordos, que daba gusto el verlos.
Dominio público
18 págs. / 32 minutos / 51 visitas.
Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.