Estábamos acantonados en el pequeño pueblo de X. Todo el mundo sabe
cómo es la vida de un oficial de tropa de guarnición. A la mañana,
estudio y picadero; la comida en casa del comandante del regimiento o en
una fonda judía; a la noche, ponche y naipes.
En X no había ningún lugar donde reunirse, ni una muchacha; íbamos
unos a casa de otros, donde, aparte de nuestros uniformes, no veíamos
nada más.
Un solo civil formaba parte de nuestro grupo. Tenía unos treinta y
cinco años, lo que nos hacía considerarlo viejo. Su experiencia le daba
superioridad sobre nosotros en varios puntos, y, además, su aspecto
sombrío que mostraba habitualmente, sus rudas costumbres y su lengua
mordaz ejercían una clara influencia en nuestras mentes juveniles.
Un cierto misterio parecía envolver su destino: se le hubiera tomado
por ruso aunque llevaba apellido extranjero. En otros tiempos había
servido en los húsares, y hasta con suerte; sin embargo, nadie sabía qué
motivos le habían hecho retirarse del servicio para ir a radicarse en
un mísero pueblucho, donde vivía en la estrechez, unida, no obstante, a
cierto despilfarro. Iba siempre a pie, vestía una chaqueta negra, raída
por el uso, y su mesa estaba siempre a disposición de todos los
oficiales de nuestro regimiento. Sus cenas estaban compuestas por no más
de dos o tres platos, preparados por un militar retirado, pero el
champán solía correr a torrentes durante las comidas.
Nadie sabía si poseía o no fortuna ni cuáles eran sus rentas, ni
nadie se atrevía a preguntárselo. Tenía muchos libros, la mayoría obras
de milicia y novelas. Los prestaba de buen grado, sin exigir nunca su
devolución, como tampoco, por su parte, devolvía nunca los que a él le
prestaban.
Información texto 'El Disparo Memorable'