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Roger Dodsworth: el Inglés Reanimado

Mary Shelley


Cuento


Quizá se recuerde que el cuatro de julio pasado apareció un párrafo en los periódicos indicando que el doctor Hotham, de Northumberland, cuando regresaba hace unos veinte años de Italia, sacó de debajo de una avalancha en el Monte St. Gothard, en las proximidades de la montaña, a un ser humano cuya animación había sido suspendida por la acción de las bajas temperaturas. Al aplicársele los remedios habituales, el paciente fue resucitado para descubrirse que se trataba del señor Dodsworth, hijo del anticuario Dodsworth, que falleció en el reinado de Carlos I. Tenía treinta y siete años de edad en el momento de su inhumación, que había tenido lugar durante su regreso de Italia en 1654. Se añadió que tan pronto como se hubiera recuperado lo suficiente volvería a Inglaterra bajo la protección de su salvador. Desde entonces no hemos oído hablar más de él, y varias iniciativas para el interés público, que se habían iniciado en mentes filantrópicas al leer la noticia, ya han retornado a su prístina nada. La sociedad de anticuarios se había abierto camino a varios votos de medallas, y ya había comenzado, en idea, a considerar qué precios podía permitirse ofrecerle al señor Dodsworth por sus viejas ropas y a conjeturar qué tesoros en cuanto a panfletos, canciones antiguas o cartas manuscritas podían contener sus bolsillos. Desde todos los puntos se empezaron a escribir poemas de todas las clases, elegiacos, congratulatorios, burlescos y alegóricos. En favor de dicha información auténtica, el señor Godwin había suspendido la historia de la Commonwelth que acababa de iniciar. Es duro no sólo que el mundo se vea privado de esos destinados dones de los talentos del país, sino también que se le prometa y lucero se le niegue un nuevo tema de romántica maravilla e interés científico.


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11 págs. / 19 minutos / 414 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

San Carlos

Julio Verne


Cuento


—¿Ha llegado Jacopo?

—No. Hace dos horas que tomó el camino a Cauterets; pero debe haber hecho grandes rodeos para explorar los alrededores.

—¿Alguien sabe si el bote del lago de Gaube es aún conducido por el viejo Cornedoux?

—Nadie, capitán; hace tres meses que no hemos ido al valle de Broto —respondió Fernando—. Estos infelices carabineros conocen todas nuestras guaridas. Ha sido necesario abandonar los caminos habituales. Después de todo, ¿qué gruta o cueva de los Pirineos les son desconocidas?

—Eso es cierto —respondió el capitán San Carlos—, pero aun cuando este país me haya sido completamente desconocido, era imposible permitirme cualquier vacilación. Del lado de los Pirineos orientales, fuimos perseguidos día y noche, y expuestos a innumerables peligros, por medio de artimañas que casi no podían ser puestas en práctica, apenas reuníamos nuestro sustento para la jornada. Cuando uno se juega la vida, es necesaria ganársela; allá abajo no teníamos nada más que perderla. ¡Y este Jacopo que no acaba de llegar! ¡Eh, ustedes! —dijo, dirigiéndose hacia un grupo compuesto por siete u ocho hombres recostados a un inmenso bloque de granito.

Los contrabandistas interpelados por su jefe se volvieron hacia él.

—¿Qué quiere usted, capitán? —dijo uno de ellos.

—Ustedes saben que se trata de hacer pasar inadvertidos diez mil paquetes de tabaco prensados. Es dinero contante. Y encontrarán bien que el fisco nos deje esta limosna.

—¡Bravo! —dijeron los contrabandistas.


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19 págs. / 34 minutos / 281 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Ser Infeliz

Franz Kafka


Cuento


Cuando ya eso se había vuelto insoportable — una vez al atardecer, en noviembre —, y yo me deslizaba sobre la estrecha alfombra de mi pieza como en una pista, estremecido por el aspecto de la calle iluminada me di vuelta otra vez, y en lo hondo de la pieza, en el fondo del espejo, encontré no obstante un nuevo objetivo, y grité, solamente por oír el grito al que nada responde y al que tampoco nada le sustrae la fuerza de grito, que por lo tanto sube sin contrapeso y no puede cesar aunque enmudezca; entonces desde la pared se abrió la puerta hacia afuera así de rápido porque la prisa era, ciertamente, necesaria, e incluso vi los caballos de los coches abajo, en el pavimento, se levantaron como potros que, habiendo expuesto los cuellos, se hubiesen enfurecido en la batalla.


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4 págs. / 7 minutos / 149 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Tambores de Guerra

Rudyard Kipling


Cuento


En la nómina de las Fuerzas Armadas figuran todavía como «Los Destacados y Aptos de la Muy Regia y Muy Leal Infantería Ligera de la Princesa Hohenzollern-Sigmaringen de Anspach Merther-Tydfilshíre, adscritos al Regimiento del Distrito 392 A», pero en todos los barracones y las cantinas del ejército se les conoce ahora como los «Destacados e Ineptos». Acaso con el tiempo lleguen a hacer algo que honre su nuevo título, si bien por el momento han caído en un profundo oprobio, y el hombre que los llame «Destacados e Ineptos» sabe que corre el riesgo de perder la cabeza que reposa sobre sus hombros.

Dos palabras masculladas en los establos de un determinado regimiento de caballería bastan para que los hombres echen a la calle con palos y correas, lanzando improperios, pero si alguien se atreve siquiera a susurrar «Destacados e Ineptos», el regimiento empuñará los rifles.

La excusa es que volvieron e hicieron cuanto pudieron por concluir su tarea con elegancia, aunque todo el mundo sabe que fueron abiertamente derrotados, azotados, aplastados y amedrentados, y que se echaron a temblar. Lo saben los soldados, lo saben sus oficiales y lo sabe la Guardia Real, y también el enemigo lo sabrá cuando sobrevenga la próxima guerra. Hay en el frente dos o tres regimientos marcados por un negro estigma que quedará entonces borrado, y en un grave aprieto se verán las tropas a cuya costa consigan limpiarlo.


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39 págs. / 1 hora, 9 minutos / 141 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Terror express

Ainhoa Escarti


terror, cuento, relato, miedo


 

TERROR EXPRESS

Ainhoa Escarti


 

Juegos olvidados

 

Jugaba con los cráneos vacíos, como si se trataran de cáscaras de nuez golpeándose los unos con los otros. Hacía tiempo que había perdido el interés, ahora nada le satisfacía. Se quedaba horas mirando su colección de calaveras.

 

-       Aquellos huesos perdurarán, yo perduraré. – solía pensar.

 

Sin darse cuenta pasó siglos encerrado cual anciano anacoreta. Tanto pasó encerrado que olvidó cómo era ser humano. Todo lo que no fuera él mismo se le asemejaba a algún evento onírico que le distrajo hace ya mucho tiempo… La realidad de fuera y la de dentro se difuminaban en su niebla de tedio y siglos ya muertos. Una mañana alguien llamó a la puerta. Él escuchaba el ruido de fondo pero no sabía cómo responder, había olvidado las conductas.

 


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15 págs. / 26 minutos / 675 visitas.

Publicado el 18 de marzo de 2019 por Ainhoa Escarti.

Un Cuento de Tres Leones

Henry Rider Haggard


Cuento


I. El interés de diez chelines

Casi todo el mundo ha oído hablar de Allan Quatermain, que formaba parte del grupo que descubrió las minas del Rey Salomón hace algún tiempo, y que después vino a vivir a Inglaterra cerca de su amigo sir Henry Curtis. Regresó de nuevo a África, como hacen invariablemente todos los cazadores, con uno u otro pretexto.

No pueden soportar la civilización por mucho tiempo, ni sus ruidos ni sus trampas y todavía menos la omnipresencia de la desgraciada humanidad, todo lo cual les resulta más enervante que los peligros que les acechan en el desierto.

Creo que aquí se sienten solos, puesto que es un hecho poco conocido aunque bien establecido, que no hay soledad como la soledad de las muchedumbres, especialmente para los que no están acostumbrados a las mismas.


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34 págs. / 1 hora / 125 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Un Fratricidio

Franz Kafka


Cuento


Se ha comprobado que el asesinato tuvo lugar de la siguiente manera:

Schmar, el asesino, se apostó alrededor de las nueve de la noche —una noche de luna— en la intersección de la calle donde se encuentra el escritorio de Wese, la víctima, y la calle donde ésta vivía.

El aire de la noche era frío y penetrante. Pero Schmar sólo vestía un delgado traje azul; además, tenía la chaqueta desabotonada. No sentía frío; por otra parte, estaba todo el tiempo en movimiento. Su mano no soltaba el arma del crimen, mitad bayoneta y mitad cuchillo de cocina, completamente desnuda. Miraba el cuchillo a la luz de la luna; la hoja resplandecía; pero no bastante para Schmar; la golpeó contra las piedras del pavimento, hasta sacar chispas; quizá se arrepintió de ese impulso, y para reparar el daño, la pasó como el arco de un violín contra la suela de su zapato, sosteniéndose sobre una sola pierna, inclinado hacia adelante, escuchando al mismo tiempo el sonido del cuchillo contra el zapato, y el silencio de la fatídica callejuela.

¿Por qué permitió todo esto el particular Pallas, que a poca distancia de allí lo contemplaba todo desde su ventana del segundo piso?

Misterios de la naturaleza humana. Con el cuello alzado, el vasto cuerpo envuelto en la bata, meneando la cabeza, miraba hacia abajo.

Y a cinco casas de distancia, del otro lado de la calle, la señora Wese, con el abrigo de piel de zorros sobre el camisón, miraba también por la ventana, esperando a su marido, que hoy tardaba más que de costumbre.

Finalmente sonó la campanilla de la puerta del escritorio de Wese, demasiado fuerte para la campanilla de una puerta; sonó por toda la ciudad, hacia el cielo, y Wese, el laborioso trabajador nocturno, salió de la casa, todavía invisible, sólo anunciado por el sonido de la campanilla; inmediatamente, el pavimento registra sus tranquilos pasos.


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2 págs. / 4 minutos / 559 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Un Sueño

Iván Turguéniev


Cuento


I

Yo vivía entonces con mi madre en una pequeña ciudad del litoral. Había cumplido diecisiete años y mi madre no llegaba a los treinta y cinco: se había casado muy joven. Cuando falleció mi padre yo tenía solamente seis, pero lo recordaba muy bien. Mi madre era una mujer más bien bajita, rubia, de rostro encantador aunque eternamente apenado, voz apagada y cansina y movimientos tímidos. De joven había tenido fama por su belleza, y hasta el final de sus días fue atractiva y amable. Yo no he visto ojos más profundos, más dulces y tristes, cabellos más finos y suaves; no he visto manos más elegantes. Yo la adoraba y ella me quería… No obstante, nuestra vida transcurría sin alegría: se hubiera dicho que un dolor oculto, incurable e inmerecido, consumía permanentemente la raíz misma de su existencia. La explicación de aquel dolor no estaba sólo en el duelo por mi padre, aun cuando fuese muy grande, aun cuando mi madre lo hubiera amado con pasión, aun cuando honrara piadosamente su memoria… ¡No! Allí se ocultaba algo más que yo no entendía, pero que llegaba a percibir, de modo confuso y hondo, apenas me fijaba fortuitamente en aquellos ojos apacibles y quietos, en aquellos maravillosos labios, también quietos, aunque no contraídos por la amargura, sino como helados de por siempre.


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22 págs. / 38 minutos / 104 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Una Avanzada del Progreso

Joseph Conrad


Cuento


1

Dos blancos eran los encargados de la factoría:

Kayerts, el jefe, bajo y gordo; Carlier, el ayudante, alto, cabezudo y con el corpachón encaramado en un par de piernas largas y delgadas. El tercer empleado era un negro de Sierra Leona que se empeñaba en que le llamasen Henry Price. Sin embargo, los naturales de río abajo, no sabemos por qué razón, le habían puesto el nombre de Makola, del que no podía desprenderse en todas sus andanzas por el país. Hablaba inglés y francés con acentos cantarines, escribía con buena letra, sabía llevar los libros y abrigaba en lo más profundo del corazón el culto de los espíritus malos. Su mujer era una negra de Loanda muy gordinflona y parlan—china; tres chiquillos correteaban al sol ante la puerta de su vivienda, baja y con aspecto de choza.


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29 págs. / 51 minutos / 104 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Bromita

Antón Chéjov


Cuento


Un claro mediodía de invierno... El frío es intenso, el hielo cruje, y a Nádeñka, que me tiene agarrado del brazo, la plateada escarcha le cubre los bucles en las sienes y el vello encima del labio superior. Estamos sobre una alta colina. Desde nuestros pies hasta el llano se extiende una pendiente, en la cual el sol se mira como en un espejo. A nuestro lado está un pequeño trineo, revestido con un llamativo paño rojo.

—Deslicémonos hasta abajo, Nadezhda Petrovna —le suplico—. ¡Siquiera una sola vez! Le aseguro que llegaremos sanos y salvos.

Pero Nádeñka tiene miedo. El espacio desde sus pequeñas galochas hasta el pie de la helada colina le parece un inmenso abismo, profundo y aterrador. Ya sólo al proponerle yo que se siente en el trineo o por mirar hacia abajo se le corta el aliento y está a punto de desmayarse; ¡qué no sucederá entonces cuando ella se arriesgue a lanzarse al abismo! Se morirá, perderá la razón.

—¡Le ruego! —le digo—. ¡No hay que tener miedo! ¡Comprenda, de una vez, que es una falta de valor, una simple cobardía!

Nádeñka cede al fin, y advierto por su cara que lo hace arriesgando su vida. La acomodo en el trineo, pálida y temblorosa; la rodeo con un brazo y nos precipitamos al abismo. El trineo vuela como una bala. El aire hendido nos golpea en la cara, brama, silba en los oídos, nos sacude y pellizca furibundo, quiere arrancar nuestras cabezas. La presión del viento torna difícil la respiración. Parece que el mismo diablo nos estrecha entre sus garras y, afilando, nos arrastra al infierno. Los objetos que nos rodean se funden en una solo franja larga que corre vertiginosamente... Un instante más y llegará nuestro fin.

—¡La amo, Nadia! —digo a media voz.

El trineo comienza a correr más despacio, el bramido del viento y el chirriar de los patines ya no son tan terribles, la respiración no se corta más y, por fin, estamos abajo.


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Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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