En una de sus malas épocas, la casa cayó en
manos de un hombre de circo. Figuraba en calidad de arrendatario en los
correspondientes registros parroquiales y, por tanto, no fue necesario
indagar mucho para averiguar su nombre. Por el contrario, seguirle la
pista no fue tan sencillo, pues, debido a la vida itinerante que
llevaba, las gentes sedentarias lo habían perdido de vista y las que
presumían de respetables se avergonzaban de reconocer que alguna vez
hubieron sabido algo de él. Por último, entre los fangales que desde las
orillas del río se extienden por los aledaños de Deptford y las huertas
vecinas, se halló a un personaje canoso, vestido de pana, con la cara
tan curtida por la vida a la intemperie que parecía un tatuaje, estaba
fumando en pipa a la puerta de una casa de madera sobre ruedas. La casa,
en la desembocadura de un arroyo lodoso, pasaba allí el invierno, y
todo lo que la rodeaba —el neblinoso río, los brumosos fangales y las
vaporosas huertas— echaba humo también, en compañía del hombre canoso.
En medido de la reunión de ahumadores, no se quedaba atrás el humero de l
chimenea de la casa de madera sobre ruedas, pues enristraba su pipa con
camaradería, como todo lo de alrededor.
Cuando le preguntaron si era él quien en una ocasión había
arrendado la casa de alquiler, el hombre canoso vestido de pana puso
cara de asombro y respondió que sí. Y que si se apellidaba Magsman. Que
sí, que se llamaba Toby Magsman…, de Robert, pero Toby desde pequeño. Y
que no lo buscarían por nada malo, ¿verdad? Y que si era sospechoso de
algo… ¡que se lo dijeran inmediatamente!
Que no era nada de eso, que se tranquilizase. Solamente estaban
indagando algunos datos sobre la casa y que si no le importaría contar
por qué la había dejado.
Que no, en absoluto, ¿por qué iba a importarle? Que la había dejado por lo del enano.
¿Qué por lo del enano?
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