Textos más populares esta semana etiquetados como Cuento no disponibles | pág. 4

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En el Japón Fantasmal

Lafcadio Hearn


Cuento


Fragmento

Era ya la hora del ocaso cuando llegaron al pie de la montaña. No había en aquel lugar signo alguno de vida, ni rastro de agua o plantas; ni siquiera la sombra lejana de un pájaro en vuelo, tan sólo desolación elevándose sobre desolación. La cumbre se perdía en el cielo.

Entonces el Bodhisattva se dirigió a su joven compañero:

—Lo que has pedido ver, te será mostrado. Pero el lugar de la Visión está lejos y penoso es el camino que conduce hacia él. Sígueme y no temas: la fuerza que necesitas te será concedida.

El crepúsculo declinaba a medida que ascendían. No había un sendero trazado, ni señales de presencia humana anterior; el camino discurría sobre montones interminables de guijarros que rodaban bajo sus pies. A veces, las piedras se desprendían estrepitosamente rompiendo el silencio con un sonido seco; en otras ocasiones, los pedruscos que pisaban se pulverizaban como una concha vacía. Las estrellas asomaban estremecidas. La oscuridad era cada vez mayor.

—No temas, hijo mío —habló el Bodhisattva—, aunque el camino es penoso, no hay peligro.

Bajo las estrellas, ascendían más y más rápido, impelidos por un poder sobrehumano. Atravesaron bancos de niebla; a sus pies contemplaban una silenciosa marea de nubes, blanca como la superficie de un mar lechoso.

Hora tras hora ascendían; y a su paso contemplaban formas que se hacían invisibles al instante, con un leve crujido, dejando tras de sí un gélido fuego que se extinguía con la misma rapidez con la que había aparecido.

Entonces el joven peregrino alargó la mano y tocó algo cuya superficie lisa y suave indicaba que no se trataba de una piedra, lo levantó y pudo entrever la burla macabra de la muerte en una calavera.

—No nos demoremos, hijo mío —dijo el maestro—, la cima que debemos alcanzar está aún muy lejos.


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39 págs. / 1 hora, 8 minutos / 662 visitas.

Publicado el 3 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

En la Galeria

Franz Kafka


Cuento


Si alguna débil y tísica écuyère del circo fuera obligada por un Director despiadado a girar sin interrupción durante meses en torno de la pista, a golpes de fusta, sobre un ondulante caballo, ante un público incansable; a pasar como un silbido, arrojando besos, saludando y doblando el talle, y si esa representación se prolongara hacia la gris perspectiva de un futuro cada vez más lejano, bajo el incesante estrépito de la orquesta y de los ventiladores, acompañada por decrecientes y luego crecientes olas de aplausos, que en realidad son martinetes a vapor… entonces, tal vez, algún joven visitante de la galería descendería apresuradamente las largas escalinatas, cruzaría todas las gradas, irrumpiría en la pista, y gritaría: «¡Basta!», a través de la charanga de la siempre oportuna orquesta.


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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Muerta

Guy de Maupassant


Cuento


¡Yo la había amado locamente! ¿Por qué amamos? Es raro no ver en el mundo sino a un ser, no tener en la mente sino una idea, en el corazón sino un deseo, y en la boca más que un nombre: un nombre que sube sin cesar, que sube, como el agua de un manantial, de las honduras del alma, que sube a los labios, y que decimos, que repetimos, que murmuramos sin cesar en todas partes, al igual que una plegaria.

No contaré nuestra historia. El amor no tiene más que una, siempre la misma. La encontré y la amé. Nada más. Y viví durante un año en su ternura, en sus brazos, en su caricia, en su mirada, en sus trajes, en sus palabras, enredado, ligado, aprisionado en todo lo que venía de ella, de una forma tan completa que ya no sabía si era de día o de noche, si estaba vivo o muerto, en la vieja tierra o en otro lugar.

Y he aquí que se murió. ¿Cómo? No sé, ya no lo sé.

Volvió a casa empapada, una noche de lluvia, y al día siguiente tosía. Tosió durante una semana aproximadamente y guardó cama.

¿Qué ocurrió? Ya no lo sé.

Los médicos venían, escribían, se iban. Se traían remedios; una mujer se los hacía tomar. Sus manos estaban calientes, su frente ardiente y húmeda, su mirada brillante y triste. Yo le hablaba, ella me respondía. Qué nos dijimos? Ya no lo sé: ¡Lo he olvidado todo, todo! Se murió, recuerdo muy bien su breve suspiro, su breve suspiro tan débil, el último. La enfermera dijo: «¡Ay!» ¡Comprendí, comprendí!

No supe nada más. Nada. Vi a un sacerdote que pronunció estas palabras. «Su querida.» Me pareció que la insultaba. Puesto que ella había muerto, nadie tenía derecho a saber eso. Lo despedí. Vino otro que fue muy bondadoso, muy dulce. Yo lloraba cuando él me habló de ella.

Me consultaron mil cosas sobre el entierro. Ya no lo sé. Recuerdo muy bien, sin embargo, el ataúd, el ruido de los martillazos cuando la clavaron dentro. ¡Ay, Dios mío!


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5 págs. / 9 minutos / 638 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Ladrón de Cadáveres

Robert Louis Stevenson


Cuento


Todas las noches del año nos sentábamos los cuatro en el pequeño reservado de la posada George en Debenham: el empresario de pompas fúnebres, el dueño, Fettes y yo. A veces había más gente; pero tanto si hacia viento como si no, tanto si llovía como si nevaba o caía una helada, los cuatro, llegado el momento, nos instalábamos en nuestros respectivos sillones. Fettes era un viejo escocés muy dado a la bebida; culto, sin duda, y también acomodado, porque vivía sin hacer nada. Había llegado a Debenham años atrás, todavía joven, y por la simple permanencia se había convertido en hijo adoptivo del pueblo. Su capa azul de camelote era una antigüedad, igual que la torre de la iglesia. Su sitio fijo en el reservado de la posada, su conspicua ausencia de la iglesia, y sus vicios vergonzosos eran cosas de todos sabidas en Debenham. Mantenía algunas opiniones vagamente radicales y cierto pasajero escepticismo religioso que sacaba a relucir periódicamente, dando énfasis a sus palabras con imprecisos manotazos sobre la mesa. Bebía ron: cinco vasos todas las veladas; y durante la mayor parte de su diaria visita a la posada permanecía en un estado de melancólico estupor alcohólico, siempre con el vaso de ron en la mano derecha. Le llamábamos el doctor, porque se le atribuían ciertos conocimientos de medicina y en casos de emergencia había sido capaz de entablillar una fractura o reducir una luxación, pero, al margen de estos pocos detalles, carecíamos de información sobre su personalidad y antecedentes.


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25 págs. / 44 minutos / 592 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Canario

Jules Renard


Cuento


¿Por qué se me ocurriría comprar este pájaro? El pajarero me dijo: «Es un macho. Espere una semana para que se adapte, y cantará». Pero el pájaro se obstina en permanecer callado y lo hace todo al revés. Tan pronto como lleno su comedero, saca los granos con el pico y los lanza a los cuatro vientos. Ato con una cuerda una galleta entre dos barrotes de la jaula. Sólo picotea la cuerda. Empuja y golpea la galleta como con un martillo y ésta termina por caerse. Se baña en el agua limpia del bebedero y bebe en su bañera. Y defeca indiferentemente en los dos. Debe imaginar que el pastelito es una pasta con la que los pájaros de su especie construyen los nidos y, nada más verlo, se acurruca en él. No ha comprendido aún para qué sirven las hojas de lechuga y sólo disfruta haciéndolas añicos. Cuando se le ocurre coger un grano, le cuesta un mundo tragárselo. Lo pasea de un lado al otro del pico, lo aprieta, lo aplasta, y mueve la cabeza como si se tratara de un viejecillo sin dientes. El terrón de azúcar no le sirve. ¿Es una piedra que sobresale, un balcón, una mesa poco práctica? Prefiere las barras de madera. Tiene dos que se superponen y se cruzan. Me aburre verlo saltar. Se asemeja a la estupidez mecánica de un péndulo que no marcara nada. ¿Qué placer obtiene saltando así? ¿Qué necesidad le hace saltar? Si descansa de una aburrida gimnasia agarrado con una pata a la barra que parece estrangular, con la otra busca instintivamente la misma barra.


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1 pág. / 2 minutos / 589 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Mujer Gris

Elizabeth Gaskell


Cuento


I

Hay un molino en la orilla del Neckar al que va mucha gente a tomar café, según una costumbre alemana casi nacional. El emplazamiento no tiene ningún encanto particular. Está en el lado de Mannheim de Heidelberg, llano y poco romántico. El río mueve la rueda del molino con un sonido borboteante. Las dependencias y la vivienda del molinero forman un pulcro cuadrilátero grisáceo. Más apartado del río hay un jardín lleno de sauces, pérgolas y macizos de plantas no muy bien cuidados, pero con gran profusión de flores y exuberantes enredaderas que anudan y enlazan las pérgolas. En cada una de estas hay una mesa fija de madera pintada de blanco y sillas ligeras portátiles del mismo color y material.


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67 págs. / 1 hora, 58 minutos / 444 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

En el Valle de la Sombra

Bram Stoker


Cuento


Las ruedas con neumáticos de goma traqueteaban desigualmente sobre los adoquines de granito. Reconocí vagamente las familiares calles grises y las plazas con jardines en el centro. Nos detenemos, y a través de la pequeña multitud en el pavimento soy trasladado adentro y arriba del pabellón de altos techos. Suavemente me levantan de la camilla y me ponen en la cama, y yo digo: “¡Que cortinas tan extrañas tiene usted! Tienen rostros labrados en el borde. ¿Son ellos sus amigos?”

El ama de llaves sonríe, y pienso que es una idea extraña. Entonces súbitamente se me ocurre que he dicho algo tonto, pero los rostros están todavía ahí. (Aún cuando me recuperé podía verlos bajo ciertas luces). Uno de los rostros me es familiar, y estoy justamente por preguntar cómo conocen al Fulano, cuando me dejan solo. Por horas y horas (me parece) nadie se me acerca. Al principio soy paciente, pero gradualmente una furia feroz se apodera de mí. ¿Acaso me he sometido a ser trasladado aquí tan solo para morir en soledad y sofocante oscuridad? ¡No voy a permanecer en este lugar; mucho mejor sería volver y morir en casa! Súbitamente soy llevado hacia arriba en una máquina alada, dentro del aire fresco. Lejos allá abajo e infinitesimalmente yace el “Nuevo Pueblo”, escondido a medias entre el humo brumoso; allá a lo lejos, claro y azul y centelleante, está el Fiordo de Forth: y más allá de la luz del sol las colinas de Fife son la vanguardia de los Grampianos. Solo un momento de puro éxtasis palpitante, luego el alma se hace añicos cayendo dentro del negro abismo del olvido (sostengo que el señor H. G. Wells fue parcialmente responsable de esta pequeña excursión).


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6 págs. / 11 minutos / 443 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Terror express

Ainhoa Escarti


terror, cuento, relato, miedo


 

TERROR EXPRESS

Ainhoa Escarti


 

Juegos olvidados

 

Jugaba con los cráneos vacíos, como si se trataran de cáscaras de nuez golpeándose los unos con los otros. Hacía tiempo que había perdido el interés, ahora nada le satisfacía. Se quedaba horas mirando su colección de calaveras.

 

-       Aquellos huesos perdurarán, yo perduraré. – solía pensar.

 

Sin darse cuenta pasó siglos encerrado cual anciano anacoreta. Tanto pasó encerrado que olvidó cómo era ser humano. Todo lo que no fuera él mismo se le asemejaba a algún evento onírico que le distrajo hace ya mucho tiempo… La realidad de fuera y la de dentro se difuminaban en su niebla de tedio y siglos ya muertos. Una mañana alguien llamó a la puerta. Él escuchaba el ruido de fondo pero no sabía cómo responder, había olvidado las conductas.

 


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15 págs. / 26 minutos / 396 visitas.

Publicado el 18 de marzo de 2019 por Ainhoa Escarti.

Al Otro Lado de la Pared

Ambrose Bierce


Cuento


Hace muchos años, cuando iba de Hong Kong a Nueva York pasé una semana en San Francisco. Hacía mucho tiempo que no había estado en esa ciudad y durante todo aquel periodo mis negocios en Oriente habían prosperado más de lo que esperaba. Como era rico, podía permitirme volver a mi país para restablecer la amistad con los compañeros de juventud que aún vivían y me recordaban con afecto. El más importante para mí era Mohum Dampier, un antiguo amigo del colegio con quien había mantenido correspondencia irregular hasta que dejamos de escribirnos, cosa muy normal entre hombres. Es fácil darse cuenta de que la escasa disposición a redactar una sencilla carta de tono social está en razón del cuadrado de la distancia entre el destinatario y el remitente. Se trata, simple y llanamente, de una ley.

Recordaba a Dampier como un compañero, fuerte y bien parecido, con gustos semejantes a los míos, que odiaba trabajar y mostraba una señalada indiferencia hacia muchas de las cuestiones que suelen preocupar a la gente; entre ellas la riqueza, de la que, sin embargo, disponía por herencia en cantidad suficiente como para no echar nada en falta. En su familia, una de las más aristocráticas y conocidas del país, se consideraba un orgullo que ninguno de sus miembros se hubiera dedicado al comercio o a la política, o hubiera recibido distinción alguna. Mohum era un poco sentimental y su carácter supersticioso lo hacía inclinarse al estudio de temas relacionados con el ocultismo. Afortunadamente gozaba de una buena salud mental que lo protegía contra creencias extravagantes y peligrosas. Sus incursiones en el campo de lo sobrenatural se mantenían dentro de la región conocida y considerada como certeza.


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10 págs. / 18 minutos / 366 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Huésped de Drácula

Bram Stoker


Cuento


Cuando iniciamos nuestro paseo, el sol brillaba intensamente sobre Múnich y el aire estaba repleto de la alegría propia de comienzos del verano. En el mismo momento en que íbamos a partir, Herr Delbrück (el maitre d’hôtel del Quatre Saisons, donde me alojaba) bajó hasta el carruaje sin detenerse a ponerse el sombrero y, tras desearme un placentero paseo, le dijo al cochero, sin apartar la mano de la manija de la puerta del coche:

—No olvide estar de regreso antes de la puesta del sol. El cielo parece claro, pero se nota un frescor en el viento del norte que me dice que puede haber una tormenta en cualquier momento. Pero estoy seguro de que no se retrasará —sonrió—, pues ya sabe qué noche es.

Johann le contestó con un enfático:

—Ja, mein Herr.

Y, llevándose la mano al sombrero, se dio prisa en partir.

Cuando hubimos salido de la ciudad le dije, tras indicarle que se detuviera:

—Dígame, Johann, ¿qué noche es hoy?

Se persignó al tiempo que contestaba lacónicamente:

—Walpurgis Nacht.


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Publicado el 28 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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