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Historias de Fantasmas de Chapelizod

Joseph Sheridan Le Fanu


Cuento


Créame usted que no existe un pueblo antiguo, especialmente si ha conocido mejores tiempos, que no se adorne con leyendas de terror. Las mismas posibilidades tendría de encontrar un queso podrido sin ácaros, o una casa vieja sin ratas, o una ciudad antigua y en ruinas sin una auténtica población de duendes. Y aunque a los habitantes de este tipo no se les puede conducir ante las autoridades policiales, sin embargo, puesto que su conducta afecta directamente a la comodidad de los súbditos de su Majestad, no puedo por menos que considerar una grave omisión que hasta ahora no se le hayan proporcionado al público datos estadísticos sobre su número, actividad, etc., etc. Estoy persuadido de que una comisión que investigara, informando de ello, sobre la fuerza numérica, hábitos, lugares que frecuentan, etc., etc., los agentes sobrenaturales residentes en Irlanda, sería mucho más inofensiva y entretenida que la mitad de las comisiones por las que paga el país; y todo lo más resultaría igual de poco instructiva. Digo todo esto más por un sentido del deber, y para liberar mi mente de una importante verdad, que por cualquier esperanza de que esta sugerencia vaya a adoptarse. Pero estoy seguro de que mis lectores deplorarán conmigo el hecho de que la capacidad general de credulidad, y el ocio aparentemente ilimitado, de las comisiones parlamentarias de investigación nunca se hayan aplicado a este tema, y que la acumulación de estas informaciones se haya confiado al trabajo gratuito e inconstante de aquellos individuos que, como yo mismo, tienen otras ocupaciones que atender. Y todo lo anterior, sin embargo, no es sino una digresión previa.


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32 págs. / 57 minutos / 155 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Cómplice Secreto

Joseph Conrad


Cuento


I

A mano derecha se veían unas estacas de pesca parecidas a un extraño sistema de vallas de bambú; estaban a medio sumergir y resultaban un tanto incomprensibles en aquella división que marcaban sobre un mar de peces tropicales. Tenían un aspecto medio enloquecido, como si un puñado de pescadores nómadas las hubiese abandonado de aquella forma antes de retirarse hasta la otra punta del océano. No se veía ni la menor señal de asentamientos humanos en toda la extensión que abarcaba la vista. A mano izquierda se alzaban un puñado de peñones áridos semejantes a muros de piedra, torres y restos de fortines que hundían sus cimientos en aquel mar azul tan inmóvil y fijo que casi parecía sólido bajo mis pies, hasta el brillo de la luz del sol de poniente se reflejaba con suavidad sobre el agua sin ni siquiera denotar ese fulgor que manifiesta hasta las ondulaciones más imperceptibles. Cuando me di la vuelta para despedir con la vista al remolcador que nos acababa de dejar anclados, pude ver la línea de la costa fijada a aquel mar inalterable, filo contra filo, en una unión que no parecía tener fisura alguna y que se producía al mismo nivel, una de las mitades azul y la otra marrón, bajo la enorme cúpula celestial. De un tamaño tan minúsculo como el de aquellos peñones se veían también dos pequeños bosques, uno a cada uno de los lados de aquella impresionante unión que definía la desembocadura del río Meinam, del que en ese momento acabábamos de salir en la fase inicial de nuestro viaje de regreso a casa. Hacia el interior se veía una masa más grande y elevada; el bosque que rodeaba la gran pagoda de Paknam, el único lugar en el que podía descansar la vista de la inútil misión de recorrer con la mirada aquel monótono horizonte.


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55 págs. / 1 hora, 37 minutos / 155 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

La Dama de Espadas

Aleksandr Pushkin


Cuento


I

Un día en casa del oficial de la Guardia Narúmov jugaban a las cartas. La larga noche de invierno pasó sin que nadie lo notara; se sentaron a cenar pasadas las cuatro de la mañana. Los que habían ganado comían con gran apetito; los demás permanecían sentados ante sus platos vacíos con aire distraído. Pero apareció el champán, la conversación se animó y todos tomaron parte en ella.

—¿Qué has hecho, Surin? —preguntó el amo de la casa.

—Perder, como de costumbre. He de admitir que no tengo suerte: juego sin subir las apuestas, nunca me acaloro, no hay modo de sacarme de quicio, ¡y de todos modos sigo perdiendo!

—¿Y alguna vez no te has dejado llevar por la tentación? ¿Ponerlo todo a una carta?… Me asombra tu firmeza…

—¡Pues ahí tenéis a Guermann! —dijo uno de los presentes señalando a un joven oficial de ingenieros—. ¡Jamás en su vida ha tenido una carta en las manos, nunca ha hecho ni un pároli, y, en cambio, se queda con nosotros hasta las cinco a mirar cómo jugamos!

—Me atrae mucho el juego —dijo Guermann—, pero no estoy en condiciones de sacrificar lo imprescindible con la esperanza de salir sobrado.

—Guermann es alemán, cuenta su dinero, ¡eso es todo! —observó Tomski—. Pero si hay alguien a quien no entiendo es a mi abuela, la condesa Anna Fedótovna.

—¿Cómo?, ¿quién? —exclamaron los contertulios.

—¡No me entra en la cabeza —prosiguió Tomski—, cómo puede ser que mi abuela no juegue!

—¿Qué tiene de extraño que una vieja ochentona no juegue? —dijo Narúmov.

—¿Pero no sabéis nada de ella?

—¡No! ¡De verdad, nada!

—¿No? Pues, escuchad:


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29 págs. / 51 minutos / 154 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Fantasma y el Colocahuesos

Joseph Sheridan Le Fanu


Cuento


Mientras echaba un vistazo a los papeles de mi ínclito amigo Francis Purcell —que Dios tenga en su santa gloria—, que durante casi cincuenta años había desempeñado la ardua tarea de párroco en el sur de Irlanda, me tropecé con el documento que adjunto más adelante. Es un documento más entre otros muchos parecidos, pues nuestro párroco era un concienzudo coleccionista de antiguas tradiciones locales, en que abundaba la región donde residía. La recogida y ordenamiento de tales leyendas era, todavía lo recuerdo, su principal hobby; pero yo nunca había sabido que su afición a lo maravilloso y lo fantástico lo había llevado a poner por escrito los resultados de sus investigaciones hasta que, en mi calidad de «legatario residual», su testamento dejó en mis manos todos sus documentos manuscritos. A quienes piensen que la redacción de tales escritos desentona con el carácter y modo de vida de un cura de pueblo no les vendría mal recordar que existió una raza de sacerdotes —los de la vieja escuela, una raza ahora prácticamente desaparecida— cuyos hábitos y gustos literarios eran en muchos aspectos más refinados que los de los estudiantes de Maynooth.


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11 págs. / 20 minutos / 154 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Aventura Incomprensible Pero Atestiguada por Toda una Provincia

Marqués de Sade


Cuento


Todavía no hace cien años, en varios lugares de Francia perduraba aún la absurda creencia de que, entregando el alma al diablo, con ciertas ceremonias tan crueles como fanáticas, se conseguía de ese espíritu infernal todo lo que se deseara, y no ha pasado un siglo desde que la aventura que, relacionada con esto, vamos a narrar, tuvo lugar en una de nuestras provincias meridionales, donde todavía está atestiguada hoy en día por los registros de dos ciudades y respaldada por testimonios muy apropiados para convencer a los incrédulos. El lector puede creerla o no, hablamos solamente después de haberla verificado; por supuesto no le garantizamos el hecho, pero le certificamos que más de cien mil almas lo creyeron y que más de cincuenta mil pueden corroborar en nuestros días la autenticidad con que está consignada en registros solventes. Nos dará permiso para disfrazar la provincia y los nombres.


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4 págs. / 7 minutos / 153 visitas.

Publicado el 20 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Sapo

Jules Renard


Cuento


Nacido de una piedra, vive debajo de una y en ella se cavará la tumba.

Lo visito frecuentemente, y cada vez que levanto su piedra tengo miedo de encontrarlo y miedo de que ya no esté allí.

Pero está.

Escondido en aquella guarida seca, limpia, estrecha y propia, la ocupa plenamente, hinchado como una bolsa de avaro.

Si la lluvia le hace salir, viene a mi encuentro. Unos cuantos saltos pesados, y luego me mira con ojos enrojecidos.

Si el mundo injusto lo trata como a un leproso, yo no temo agacharme junto a él y acercar al suyo mi rostro de hombre.

Luego reprimiré un resto de asco y te acariciaré con la mano, sapo.

En la vida se tragan otros sapos que repugnan más.

Ayer, no obstante, me faltó tacto. Fermentaba y sudaba, con todas sus verrugas reventadas.

—Mi pobre amigo —le dije— no quiero ofenderte pero, ¡Dios santo! ¡qué feo eres!

Abrió su boca pueril y sin dientes, de aliento caliente, y me respondió con un ligero acento inglés:

—¡Pues anda que tú!


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Relato del Cazador Quatermain

Henry Rider Haggard


Cuento


Sir Henry Curtís, como saben todos cuantos le conocen, es uno de los hombres más hospitalarios de la tierra. Y fue mientras gozaba de su simpática hospitalidad en su residencia deYorkshire el otro día, que escuché la historia de caza que ahora voy a transcribir. Muchos de quienes lean esto seguramente habrán oído algunos de los extraños rumores que circulan acerca del hallazgo que efectuaron sir Henry Curtís y su amigo el capitán Good, de la Armada Real, de un gran tesoro de diamantes en el corazón de Africa, escondido supuestamente por los egipcios, por el rey Salomón o por algún otro personaje antiguo. Me enteré por primera vez de este asunto en un párrafo de una revista de sociedad el día antes de emprender el viaje hacia Yorkshire con el fin de visitar a Curtís, y llegué, naturalmente, ardiendo de curiosidad, pues siempre resulta fascinante la idea de un tesoro oculto. Cuando llegué a Hall, le pregunté al instante a Curtís sobre ello, y no me negó la verdad de la historia, pero cuando le presioné para que me la contara no lo hizo, ni tampoco quiso contármela el capitán Good, que paraba asimismo en la casa.

—No me creería si la contase —se excusó sir Henry, lanzando una de sus alegres carcajadas que parecen salir de sus grandes pulmones—. Tendrá que esperar hasta que llegue el cazador Quatermain, que regresa de África esta misma noche, por lo que no diré ni una sola palabra sobre el asunto, ni tampoco Good, hasta que aparezca Quatermain, el cual estaba con nosotros y conoce el caso desde hace años y años, y de no haber sido por él, no estaríamos hoy aquí con vida. Espere y se lo presentaré.


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Publicado el 6 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Un Mensaje Imperial

Franz Kafka


Cuento


El Emperador, tal va una parábola, os ha mandado, humilde sujeto, quien sois la insignificante sombra arrinconándose en la más recóndita distancia del sol imperial, un mensaje; el Emperador desde su lecho de muerte os ha mandado un mensaje para vos únicamente. Ha comandado al mensajero a arrodillarse junto a la cama, y ha susurrado el mensaje; ha puesto tanta importancia al mensaje, que ha ordenado al mensajero se lo repita en el oído. Luego, con un movimiento de cabeza, ha confirmado estar correcto. Sí, ante los congregados espectadores de su muerte — toda pared obstructora ha sido tumbada, y en las espaciosas y colosalmente altas escaleras están en un círculo los grandes príncipes del Imperio— ante todos ellos, él ha mandado su mensaje. El mensajero inmediatamente embarca su viaje; un poderoso, infatigable hombre; ahora empujando con su brazo diestro, ahora con el siniestro, taja un camino al través de la multitud; si encuentra resistencia, apunta a su pecho, donde el símbolo del sol repica de luz; al contrario de otro hombre cualquiera, su camino así se le facilita. Mas las multitudes son tan vastas; sus números no tienen fin. Si tan sólo pudiera alcanzar los amplios campos, cuán rápido él volaría, y pronto, sin duda alguna, escucharías el bienvenido martilleo de sus puños en tu puerta.


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Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Una Madonna de las Trincheras

Rudyard Kipling


Cuento


Diga lo que diga un hijo del hombre
A su corazón de los dioses del cielo,
Éstos han mostrado al hombre, con enorme celo,
Gracias maravillosas y amor infinito.

Oh, dulce amor; oh, vida mía, encanto,
Querida; aunque los días nos separen
Más allá de toda esperanza, y nos alejen tanto,
Los dioses no nos apartarán dos veces tan seguidas.

Swinburne, «Les Noyades».

Dado el número de excombatientes afectados todavía por sus experiencias que ingresaron en la Logia de Instrucción (afiliada a la I. E. 5837, Fe y Obras) en los años siguientes a la guerra, lo raro es que no hubiera más problemas con los Hermanos que al encontrarse de pronto con antiguos camaradas se veían retrotraídos a un pasado todavía reciente. Pero nuestro regordete médico local de barba puntiaguda —el Hermano Keede, Guardián Mayor— siempre estaba listo para atender los casos de histeria antes de que fueran a más, y cuando me tocaba a mí examinar a Hermanos desconocidos o no certificados del todo desde el punto de vista masónico, le pasaba todos los casos que me parecían dudosos. Keede había sido oficial de sanidad de un batallón del sur de Londres durante los dos últimos años de la guerra, y naturalmente solía encontrarse con amigos y conocidos entre los visitantes.

El Hermano C. Strangwick, recién ingresado en la masonería, joven y relativamente alto, nos llegó de una logia del sur de Londres. Sus documentos y sus respuestas parecían por encima de toda sospecha, pero tenía en los ojos enrojecidos una mirada de estupefacción que podría significar algo de los nervios, de manera que me ocupé de presentárselo especialmente a Keede, que descubrió que se trataba de un antiguo ordenanza de la Plana Mayor de su batallón, lo felicitó por haberse recuperado —lo habían licenciado por mala salud, no sé exactamente qué— e inmediatamente empezó a recordar cosas del Somme.


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Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Leyenda de Jess Uck

Jack London


Cuento


La renuncia, aunque tiene múltiples variantes, en el fondo es siempre igual. Pero, paradójicamente, hombres y mujeres renuncian a la cosa más querida del mundo por otra más querida aún. Siempre ha sido así. Abel ofreció las primicias de su rebaño y las reses más cebadas, que era lo que más estimaba para ponerse en buenas relaciones con Dios. Y lo mismo hizo Abraham cuando se dispuso a sacrificar sobre una piedra a su hijo Isaac. Quería mucho a Isaac, pero a Dios, de una manera incomprensible, aún lo quería más. Es posible que Abraham temiese al Señor. Pero, sea cierto o no, desde entonces millones de hombres han declarado que amaban al Señor y deseaban servirle.

Y dado que, como se sabe, amor es servidumbre y renunciar es servir, estaremos de acuerdo en que Jees Uck, que fue simplemente una mujer de color, amó con un gran amor. No sabía demasiado de historia; solo había aprendido a leer los presagios del tiempo y las huellas de la caza; así que nunca había oído hablar de Abel ni de Abraham; además, como se había escapado de las religiosas de Holy Cross, nadie le había contado la historia de Ruth, la moabita, que renunció a su propio Dios por una mujer de otras tierras. Jees Uck había aprendido una forma de abdicación —a base de palo— parecido al modo con que el perro renuncia al hueso robado. Sin embargo, cuando llegó la ocasión dio pruebas de ser capaz de elevarse a la altura de las razas superiores y de sacrificarse con igual nobleza.


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29 págs. / 51 minutos / 152 visitas.

Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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