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etiqueta: microcuentos


¡Pobres de Nosotras! y Otros Microcuentos

Francisco A. Baldarena


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¡Pobres de Nosotras! 


Debido a la velocidad a la que marchaba el camión, mirar al suelo cercano me causaba vértigo, por eso mis ojos estaban más allá de la banquina y de los alambrados que delimitaban los campos. Y cuanto más lejos miraba, el paisaje se asemejaba a una estampa inmóvil, como de fotografía. Unas cuantas cabezas de ganado pastaban mansamente en franco desparramo; otras, rumiaban echadas al resguardo de la sombra de unos cuantos árboles claramente nacidos al acaso, a juzgar por la desigual distancia que separaba los unos de los otros. 

De repente, a pocos metros de una tranquera, vi el inmóvil bulto de una vaca tumbada de lado, hinchado como un globo. Y cercano a la finada un grupo de caranchos, posado encima de los postes del alambrado, esperaba pacientemente que la desgraciada estuviera en su punto para caer, voraz, de cabeza en la podredumbre. 

En eso, oí que la hermana en desgracia de la derecha, comprimida contra mi cuerpo, musitaba con pesar a propósito de la vaca muerta: 

¡Pobrecita, qué final ingrato! 

Y a otra, que me apretaba por el flanco izquierdo, exclamar, con igual desánimo: 

¡Qué triste manera de morir! 

Pero yo, que no soy tan estúpida como piensa la humanidad, haciéndome cargo de mis palabras y muy indignada, di mi parecer: 

¡Qué pobrecita ni qué ocho cuartos! ¡Pobre de nosotras!, digo yo, que vamos derecho al matadero.  



Abuso de Confianza 



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Publicado el 16 de junio de 2021 por Francisco A. Baldarena .

Newton y la Manzana y Otros Microcuentos

Francisco A. Baldarena


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Newton y la Manzana 


Newton miraba para un manzano cuando de pronto el árbol emitió un crujido y cayó ruidosamente. Newton se levantó de inmediato y corrió hacia el lugar, allá se subió al tronco caído y agarró una manzana que había quedado suspendida en el aire. Ya en el primer mordisco tuvo una gran idea. 



Mimos Tardíos 


Las hijas se encargaron de bañarlo, perfumarlo, vestirlo con las mejores ropas,  peinarlo y acomodarlo en la última pose en el cajón cruzado en medio de la cama. Después una de ellas les gritó a los hermanos y tíos, que aguardaban tomando mate en la cocina: Ya está listo, ahora pueden venir. Mientras tanto, el fallecido pensaba: "Tarde llegaron los mimos."   



De Castigo 


Por haberle amputado un dedo a uno de los nenes de la casa, el ventilador está de castigo. Tiene terminantemente prohibido acercarse a los niños. 



Negro Despertar 


Un ruido la despertó, entonces vio su sombra al lado del lecho. Sin poder quitarle la vista de encima, soltó un grito apagado mientras llevaba sus manos al crucifijo de plata colgado al cuello. Lo interpuso entre ambos, pero él apenas soltó una risita burlona. Entonces, viendo que la cruz no le hacía efecto, manoteó el racimo de ajos que tenía sobre la mesita de luz y se lo arrojó. Él lo cazó en el aire, se lo metió en un bolsillo y volvió a reírse. Ya completamente tomada por la desesperación, la pobre mujer intentó lo último que podía: saltó de la cama, alcanzó la ventana y, de un solo tirón, arrancó la cortina. Los rayos de sol invadieron la habitación y dieron de lleno en la figura risueña de su marido, que acababa de llegar del trabajo. 



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Publicado el 9 de septiembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .

Mañana Cuando la Guerra... y Otros Microcuentos

Francisco A. Baldarena


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Mañana Cuando la Guerra... 


La guerra ya es una realidad incontestable; el cielo, que se abate tenebroso sobre esta tierra sin nombre, lo confirma. Mañana cuando vuelen los buitres sobre nuestros cadáveres, nuestras almas y las del enemigo, ya vagando el las tinieblas del más allá, han de darse cuenta de la inutilidad de la razón en un mundo irracional, pero ya tarde será para todo arrepentimiento.  



Ultratumba FM 


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Publicado el 26 de septiembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .

Los Asientos de la Calesita y Otros Microcuentos

Francisco A. Baldarena


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Los Asientos de la Calesita 


Tiempos de pandemia. 

 «¡Esto va de mal en peor!», se quejó el dueño de la calesita de la plaza. Esa mañana venía a dar una vuelta, a ver cómo andaban las cosas y de paso hacer una limpieza, que a esas alturas debía estar lleno de hojas secas y polvo por todos lados. 

 En eso que abría el candado, notó que la lona que cubría la calesita estaba agujereada en varios lugares; sintió un apretón en el corazón al imaginar lo peor. Le dolió en el alma no ver los autitos, ni los avioncitos, ni los caballitos, ni los elefantitos. 

 «Tantos años de sacrificio…» No le salió nada más, se le hizo un nudo en la garganta y ahí mismo tuvo que agarrarse de la lona. Tantas cosas le pasaban por la cabeza. En una de las tantas miradas inconscientes, de esas que uno da cuando no quiere creer que lo que está viviendo, al interior desnudo de la calesita, reparó en un papel atado con hilo en uno de los caños. 

 «Y todavía tienen la desfachatez de dejar mensajitos, manga de rateros.» ¿Qué le habrían dejado escrito, los cretinos? El hombre leyó: 

 Hola, don Javier: 

 Antes de todo, le pedimos perdón por la manera en que hemos desaparecido, pero usted sabrá comprender… La pandemia vio. Pero no se preocupe que estaremos bien. Cuando todo este flagelo pase, podrá encontrarnos en las sierras de Tandil; en caso de que hayamos llegado allá sanos y salvos, si no, Dios sabrá dónde. 

 Con afecto, los asientos. 

P.S. Perdón por los agujeros en la lona, pero necesitábamos hacernos tapabocas.  




La Máquina 


La máquina estaba lista, ahora tan solo faltaba ajustar la fecha, la hora y el destino. 

 Se encontraba concentrado en eso, cuando oyó el timbre. Era el cartero. 

 Atendió. 


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Publicado el 30 de agosto de 2021 por Francisco A. Baldarena .

La Mano del Diablo y Otros Microcuentos

Francisco A. Baldarena


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La Mano del Diablo 


Se produce un centro; la pelota se eleva y viaja, inequívoca y rauda, hacia el arco rival. Arquero y atacante saltan al mismo tiempo, en el momento preciso en que la pelota está servida para el más apto, y, desgraciadamente, para el más vivo también. El atacante seguramente nunca había leído a Sócrates, acaso si lo conocía de nombre (al filósofo, no al futbolista brasilero, y por eso mismo se supone que ignoraba que el hacer trampa no solo daña profundamente el carácter, sino también el alma de la persona), porque cuando la pelota está a punto de irse por la línea de córner, le da un manotazo y… convierte el gol. 

 Después alguien de los medios públicos salió a tergiversar el hecho, a deformar la realidad, incluso, a darle un aura de divinidad, llamando equivocadamente a esa acción ardilosa de «la mano de Dios»; de manera que el asunto quedó acomodado a la conveniencia de los necios (el del manotazo, que salió festejando como si el gol, para él, más que nada, hubiese sido válido, los millones de espectadores, que se desgañitaron gritando el gol y el propio tergiversador del hecho ilegal tramposo). 

 Ahora, una sospecha: no creo que no haya por ahí un amante del deporte sin fanatismo alguno, que no sepa de quién fue la mano. 



Trompos 


Dos amigos y una idea perfecta, que no podía fallar. 

 Simple: antes de cruzar la frontera con Argentina, fueron a la gomería que el traficante les recomendó, y el gomero camufló la cocaína en la cámara de los neumáticos. 

 Y la idea funcionó, ni ellos mismos saben cómo, porque con esas caras… La cosa es que rodaron sin problemas desde la frontera con Bolivia hasta Buenos Aires, burlando todos los controles; ni ellos mismos saben cómo, porque con esas caras… 


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Publicado el 8 de noviembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .

Irrupciones de Sí y Otros Microcuentos

Francisco A. Baldarena


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Irrupciones de Sí Mismo 


1)

Mete la llave, la gira dos veces y abre la puerta. Tantea a su derecha buscando el interruptor. Tras el «clic» del interruptor, el breve hueco oscuro que forma la puerta a medio abrir revela parte del interior de la casa y medio sofá vacío. Se queda mirándolo fijo, media pierna derecha dentro, indecisa, detenida en el aire, porque en ese momento una inquietud repentina lo lleva a imaginarse a sí mismo sentado en el sofá, a oscuras, presenciando su propia entrada en la casa. Le urge saber qué es lo que pensaría exactamente ese otro él. 


2) 

Está a oscuras, como una sombra que espera la luz que revele las formas que ella oculta, cuando oye la llave en la cerradura y los dos breves giros de esta. La puerta se abre y un rectángulo vertical de luz mercurial, obstruido en parte por su propia figura, pronta a entrar, le muestra parte del exterior. Después siente el tanteo de su mano derecha sobre la pared al buscar el interruptor. Y tras el «clic» del interruptor, se ve en su totalidad, parado en la puerta, con media pierna derecha, indecisa, suspendida en el aire, inmóvil. Entonces siente deseos de saber en qué piensa ese otro él. 


3) 

Sacude la cabeza con el objeto de despejar esa extraña interrupción de sí mismo que lo ha interceptado cuando entraba a la casa. Termina de dar el paso, y ya adentro se vuelve hacia la puerta, la cierra y le pasa llave. A sus espaldas oye los maullidos de Espumita, que viene a recibirlo. 


Diente de Leche 


1) 

Acaba de caérsele el primer diente de leche. 

 El niño mira desconsoladamente su reflejo en el espejo; el hueco perverso le afea la boca, la cara le parece de otro niño. Entonces se larga a llorar. 

 La madre oye el llanto y acude a la habitación del hijo. 


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Publicado el 19 de agosto de 2021 por Francisco A. Baldarena .

El Hijo de Guillermo Tell y Otros Microcuentos

Francisco A. Baldarena


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El Hijo de Guillermo Tell 


Guillermo Tell le da una manzana a su hijo, le pasa un par de instrucciones y se encamina hasta el lugar donde lanzará la flecha con la que pretende atravesar la manzana que su hijo debe sostener entre sus dientes. 

 Mientras su padre se retira al sitio del lanzamiento, el hijo mira hacia la quinta de verdura del viejo Hans. Allí, en medio de la plantación, hay un espantapájaros. 

 «¿Por qué me ha elegido a mí?» «¿Por qué no le pide prestado el espantapájaros al señor Hans?» «¿Tanta fe se tiene, o yo no le importo un bledo?» Eso se pregunta el hijo del famoso arquero mientras se escabulle en el bosque, donde, cuando le venga el hambre, comerá la manzana. 




La Vida 


La vida es lo que pasa a mi alrededor mientras yo escribo que la vida es lo que pasa a mi alrededor mientras yo escribo.  




Manos Ocupadas 


La sensación era la misma que si tuviera un hormiguero en el culo, le ardía hasta el alma; pena que estuviera con las manos ocupadas con el celular, sino se rascaba. 




Insuperable 


Ahí andaba el viejo, a las vueltas en su mundo miserable; todo el tiempo rezongando de su triste condición. 

 «¿Ni sé por qué nunca conseguí salir de acá?», se preguntó a sí mismo, esa mañana triste y nublada, mientras paseaba la vista cansada por el deplorable paisaje de zanjas de aguas estancadas y casillas gris. Pero la respuesta estaba bien delante de la nariz, en el cartel que anunciaba el nombre de la barriada, encima del techo de la parada de colectivo, frente a su ranchito tercermundista: Villa Insuperable. Sin embargo, al viejo nada le decía, al mismo tiempo que le decía todo. 




Alma 



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7 págs. / 13 minutos / 242 visitas.

Publicado el 10 de septiembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .

El Camino de la No-Violencia y Otros Microcuentos

Francisco A. Baldarena


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El camino de la No-Violencia 

Hace mucho calor; el sol arde en las alturas y sus rayos ultravioleta resecan todo, pastos, árboles, paladares y lenguas. Al lobo, por ejemplo, que anda con la boca pastosa, le duele la garganta de tanto tragar polvo. Y ya que estamos hablando del lobo, diremos que algunas ovejas, agrupadas a la sombra de un carballo un poco más arriba del otro lado del arroyo, están atentas a su depredador natural, que se acerca arrastrando las patas al arroyo. 

 El lobo sediento llega a la orilla, se echa al piso húmedo y hunde el hocico en el agua fresca, y es como si hubiera llegado al paraíso de los lobos. 

 En ese exacto momento, la jefa de las ovejas, que el dueño del rebaño la ha bautizado con el curioso nombre de Gandhi, le pregunta a sus subalternas: 

 —¿Liiistas? 

 —Sííí —responden las ovejas. 

 —Ok. A la una, a las dos y a las… tres. 

 Obedientemente y con un sincronismo asombroso, todas las ovejas le dan la espalda al arroyo, abren bien las patas traseras y, coordinadamente, expulsan copiosos chorros de orín. Pronto el agua se torna amarillenta. 

 El lobo, por estar con los ojos cerrados, no percibe el cambio de color del agua y sigue bebiendo y bebiendo a grandes lengüetazos, hasta que siente un gusto asqueroso en la boca. Abriendo los ojos como si hubiera visto al diablo, se aparta de la orilla de un salto y empieza a hacer arcadas y, enseguida, a vomitar. Cuando se le pasa el malestar, escudriña el entorno y descubre al rebaño de ovejas con el culo apuntando al arroyo y dejando caer las últimas gotas de orín. 

 —¡Malditas ovejas! —reclama, rabioso, y después de varios escupitajos, afirma: 

 —Juro que nunca más volveré a probar un bocado de carne de oveja. 

 Al oír las palabras del lobo, la oveja Gandhi le dice a sus subalternas: 


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16 págs. / 28 minutos / 235 visitas.

Publicado el 18 de febrero de 2022 por Francisco A. Baldarena .