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La Peste Escarlata

Jack London


Novela corta


I

El sendero transcurría por donde en otro tiempo había sido terraplén de la vía del ferrocarril, pero hacía muchos años que no pasaba ningún tren por allí. La selva, como una ola verde, había invadido los declives laterales, acabando por coronarlo de árboles y matorrales. Aquella senda, por donde solo se deslizaban las fieras, tenía el ancho de un cuerpo humano. Algún trozo de herrumbre asomando de vez en cuando entre la tierra recordaba la existencia de rieles y traviesas. Un árbol de diez pulgadas de diámetro había crecido entre una junta, levantando el extremo del hierro. La viga, evidentemente sujeta a este por un tornillo había seguido al raíl, dejando un hueco que pronto se había rellenado de arena y hojarasca; y ahora el madero desgajado y carcomido ofrecía un aspecto curioso. A pesar del tiempo transcurrido se advertía que la vía había sido de un solo raíl.

Por este sendero caminaban un anciano y un muchacho. Andaban despacio, pues el primero, que era muy viejo y de temblorosos movimientos de epiléptico, se apoyaba pesadamente en un bastón. Protegía su cabeza de los rayos del sol con un gorro burdo de piel de cabra bajo el cual asomaba una franja de pelo blanco escaso y sucio. Una visera confeccionada ingeniosamente con una gran hoja le resguardaba los ojos, y por debajo miraba el viejo con sumo cuidado dónde ponía los pies. La barba, que debiera haber sido de blancura nívea, pero que denotaba la misma falta de agua y abandono que el cabello, le cubría hasta casi la cintura como una gran masa enmarañada. Cubría los hombros y el pecho solo con una zamarra estropeadísima de piel de cabra. Los brazos y piernas flacos y marchitos indicaban una edad muy avanzada; por los atezados, por las muchas cicatrices y rasguños de que estaban cubiertos se adivinaba que llevaban largos años expuestos a los elementos.


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59 págs. / 1 hora, 44 minutos / 230 visitas.

Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Compañeros de Viaje

Henry James


Novela corta


La Última Cena de Leonardo en Milán es indiscutiblemente la pintura más impresionante de Italia. Parte de su inmensa solemnidad se debe sin duda a que es una de las primeras grandes obras maestras italianas que salen al paso cuando se desciende desde el norte. Otra fuente secundaria de interés radica en la absoluta perfección de su deterioro. La imaginación experimenta un extraño deleite al cubrir cada uno de sus espacios vacíos, borrando su completa corrupción y reparando en la medida de lo posible su triste desaliño. La mejor prueba de su poderosa fuerza y perfección es el hecho de que, pese a haber perdido tanto, conserve todavía tanta belleza. Una elegancia inextinguible persiste en sus vagos trazos y en sus cicatrices sin cura; aún queda lo suficiente como para que el espectador pueda admirar la insondable sabiduría del artista. El lector recordará que el fresco cubre un muro en el extremo de lo que fue el refectorio de un antiguo monasterio, actualmente disuelto, cuyo recinto está ocupado por un regimiento de caballería. Los caballos piafan y los soldados emiten sus juramentos en los claustros donde una vez resonaron los sobrios pasos de las sandalias monásticas y donde los frailes de voces sumisas se dirigían piadosos saludos.


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59 págs. / 1 hora, 44 minutos / 115 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

El Alienista

J. M. Machado de Assis


Novela corta


I. De cómo Itaguaí obtuvo una casa de orates

Las crónicas de la villa de Itaguaí dicen que en tiempos remotos había vivido allí un cierto médico, el doctor Simón Bacamarte, hijo de la nobleza de la tierra y el más grande de los médicos del Brasil, de Portugal y de las Españas. Había estudiado en Coimbra y Padua. A los treinta y cuatro años regresó al Brasil, no pudiendo lograr el rey que permaneciera en Coimbra al frente de la universidad, o en Lisboa, encargándose de los asuntos de la monarquía que eran de su competencia profesional.

—La ciencia —dijo él a su majestad— es mi compromiso exclusivo; Itaguaí es mi universo.

Dicho esto, retornó a Itaguaí, y se entregó en cuerpo y alma al estudio de la ciencia, alternando las curas con las lecturas, y demostrando los teoremas con cataplasmas.

A los cuarenta años se casó con doña Evarista da Costa e Mascarenhas, señora de veinticinco años, viuda de un juez—de—fora, ni bonita ni simpática. Uno de sus tíos, cazador de pacas ante el Eterno, y no menos franco que buen trampero, se sorprendió ante semejante elección y se lo dijo. Simón Bacamarte le explicó que doña Evarista reunía condiciones fisiológicas y anatómicas de primer orden, digería con facilidad, dormía regularmente, tenía buen pulso y excelente vista; estaba, en consecuencia, apta para darle hijos robustos, sanos e inteligentes. Si además de estos atributos —únicos dignos de preocupación por parte de un sabio— doña Evarista era mal compuesta de facciones, eso era algo que, lejos de lastimarlo, él agradecía a Dios, porque no corría el riesgo de posponer los intereses de la ciencia en favor de la contemplación exclusiva, menuda y vulgar, de la consorte.


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59 págs. / 1 hora, 44 minutos / 749 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Noches Blancas

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski


Novela corta


Primera noche

Era una noche maravillosa, una noche como sólo es posible cuando somos jóvenes, querido lector. El cielo estaba tan estrellado, tan brillante, que, al mirarlo, uno no podía dejar de preguntarse si la gente malhumorada y caprichosa podía vivir bajo un cielo así. Esa es una pregunta también juvenil, querido lector, muy juvenil, pero ¡que el Señor la ponga con más frecuencia en tu corazón!... Hablando de gente caprichosa y malhumorada, no puedo evitar recordar mi condición moral durante todo aquel día. Desde primera hora de la mañana me había oprimido un extraño abatimiento. De repente me pareció que estaba solo, que todo el mundo me abandonaba y se alejaba de mí. Por supuesto, cualquiera tiene derecho a preguntar quiénes eran "todos". Aunque llevaba casi ocho años viviendo en Petersburgo, apenas tenía un conocido. Pero, ¿para qué quería yo conocidos? Conocía a todo Petersburgo tal como era; por eso sentí como si todos me abandonaran cuando todo Petersburgo hizo las maletas y se fue a su villa de verano. Sentí miedo de quedarme solo, y durante tres días enteros deambulé por la ciudad profundamente abatido, sin saber qué hacer conmigo mismo. Tanto si paseaba por la Nevsky, como si iba a los Jardines o paseaba por el terraplén, no había ni una sola cara de las que había estado acostumbrada a encontrar en el mismo momento y lugar durante todo el año. Ellos, por supuesto, no me conocen, pero yo sí los conozco. Los conozco íntimamente, casi he hecho un estudio de sus rostros, y estoy encantado cuando están alegres, y abatido cuando están bajo una nube. Casi he entablado amistad con un anciano con el que me encuentro todos los benditos días, a la misma hora en Fontanka. Tiene un semblante muy serio y pensativo; siempre está susurrando para sí mismo y blandiendo su brazo izquierdo, mientras que en su mano derecha sostiene un largo y nudoso bastón con un pomo de oro. Incluso se fija en mí y se interesa por mí.


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Dominio público
59 págs. / 1 hora, 43 minutos / 1.670 visitas.

Publicado el 17 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Hombre de los Cuarenta Escudos

Voltaire


Novela corta


Un apacible viejo, que siempre se queja del tiempo presente y alaba el pasado, me decía en una ocasión:

—Amigo, Francia no es tan rica como lo era en tiempo de Enrique IV. ¿Y por qué? Porque no están los campos bien cultivados, porque faltan brazos para la labranza; porque al encarecer los jornales, dejan muchos colonos sus tierras sin labrar.

—¿De dónde procede esa escasez de labriegos?

—De que todo aquel que es inteligente toma el oficio de bordador, de grabador, de relojero, de tejedor de seda, de procurador o teólogo. De que la revocación del edicto de Nantes ha dejado un inmenso vacío en el reino. De que se han multiplicado las monjas y los pordioseros, y en fin, de que cada uno esquiva, en cuanto puede, las penosas faenas de la tierra, para las que Dios nos ha creado, y que tenemos por indignas, de puro lógicos que somos.

Otra causa de nuestra pobreza es la muchedumbre de necesidades nuevas: pagamos a nuestros vecinos 15.000.000 por este artículo, 20 ó 30 por aquél. Metemos en las narices un polvo hediondo que viene de América, y tomar café, té, chocolate y obtener la grana, el añil, y las especias nos cuesta más de 200.000.000 de reales al año. Nada de esto era conocido en tiempo de Enrique IV como no fuesen las especias, que se consumían mucho menos. Gastamos cien veces más cera, y más de la mitad nos viene de país extranjero, porque no cuidamos de aumentar nuestras colmenas. Las mujeres de París y demás grandes ciudades llevan hoy al cuello, en las manos y en las orejas más diamantes que todas las damas de palacio en tiempos de Enrique IV, sin exceptuar la reina. Casi todas estas superfluidades las tenemos que pagar en dinero contante.


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59 págs. / 1 hora, 43 minutos / 161 visitas.

Publicado el 4 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Escalas

César Vallejo


Novela corta


Parte 1. Cuneiformes

Muro noroeste

Penumbra.

El único compañero de prisión que me queda ya ahora, se sienta a yantar, ante el hueco de la ventana lateral de nuestro calabozo, donde, lo mismo que en la ventanilla enrejada que hay en la mitad superior de la puerta de entrada, se refugia y florece la angustia anaranjada de la tarde.

Me vuelvo hacia él:

—¿Ya?

—Ya. Está usted servido —me responde sonriente.

Al mirarle el perfil de toro destacado sobre la plegada hoja lacre de la ventana abierta, tropieza la mirada con una araña casi aérea, como trabajada en humazo, que emerge en absoluta inmovilidad en la madera, a medio metro de altura del testuz del hombre. El poniente lanza un largo destello bayo sobre la tranquila tejedora, como enfocándola. Ella ha tenido, sin duda, el tibio aliento solar; estira alguna de sus extremidades con dormida perezosa lentitud y, luego, rompe a caminar a intermitentes pasos hacia abajo, hasta detenerse al nivel de la barba del individuo, de modo tal, que, mientras éste mastica, parece que se traga a la bestezuela.

Por fin termina el yantar, y al propio tiempo, el animal flanquea corriendo hacia los goznes del mismo brazo de puerta, en el preciso momento en que ésta es entornada de golpe por el preso. Algo ha ocurrido. Me acerco, vuelvo a abrir la puerta, examino en todo el largo de las bisagras y doyme con el cuerpo de la pobre vagabunda, trizado y convertido en dispersos filamentos.

—Ha matado usted una araña —le digo con aparente entusiasmo al hechor.

—¿Sí? —me pregunta con indiferencia—. Está muy bien; hay aquí un jardín zoológico terrible.

Y se pone a pasear, como si nada a lo largo de la celda, extrayéndose de entre los dientes, residuos de comida que escupe en abundancia.

¡La justicia! Vuelve esta idea a mi mente.


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Dominio público
59 págs. / 1 hora, 43 minutos / 839 visitas.

Publicado el 21 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Cuesta Abajo

Leopoldo Alas "Clarín"


Novela corta


Día 7 de enero de 18...

A las cinco de la tarde Ambrosio Carabín, portero segundo o tercero (no lo sé bien) de esta ilustre escuela literaria, cerraba la gran puerta verde de la fachada oriental, y, después de meterse la llave en el bolsillo, se quedaba contemplando al propietario de la cátedra de Literatura general y española, que bajaba, bien envuelto en su gabán ceniciento, por la calle de Santa Catalina. Carabín, es casi seguro, pensaba a su manera: —¡Y que este insignificante, que ni toga tiene, me obligue a mí, con mis treinta años de servicios, a estar de plantón toda la tarde porque a él se le antoje tener clase a tales horas en vez de madrugar como hacen otros que valen cien veces más, según lo tienen acreditado!

Si el propietario de la cátedra de Literatura general y española hubiera oído este discurso probable de Carabín, se hubiera vuelto a contestarle:

—Amigo Ambrosio, reconozco la justicia de tus quejas; pero si yo madrugara ¡qué sería de mí! Déjame la soledad de mis mañanas en mi lecho si quieres que siga tolerando la vida. Me has llamado insignificante. Ya sé que lo soy. ¿Ves este gabán? Pues así, del mismo color, soy todo yo por dentro: ceniza, gris. Soy un filósofo, Carabín. Tú no sabes lo que es esto: yo tampoco lo sabía hace algún tiempo cuando estudiaba filosofía y no sabía de qué color era yo. Pues sí: soy un filósofo y casi casi un naufragio de poeta (no te rías)... y por eso no puedo, no debo madrugar. En cuanto a que mi cátedra te estorba, te molesta, lo admito: me lo explico. También me estorba, también me molesta a mí. Intriga con el Gobierno para que me paguen sin poner cátedra, y habrás hecho un beneficio al país, a ti mismo y al propietario de esta asignatura, que ni tú, ni yo, ni los estudiantes sabemos para qué sirve.


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Dominio público
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Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Antonia. Idilios y elegías

Ignacio Manuel Altamirano


Novela corta


A Gustavo G. Gostkowski

Mi querido amigo:

El pobre muchacho con cuyo carácter diabólico tanto hemos luchado usted y yo, ha partido por fin hoy, resuelto a seguir nuestros consejos. ¡Quiera el cielo que ellos le curen y le libren de ir a un hospital de locos, o de arrojarse al mar, lo que sería para nosotros doblemente sensible!

Al despedirse, me encargó enviase a usted, pues se lo dedicaba, el consabido cuaderno en que ha escrito sus impresiones en forma de novelitas, a las que ha puesto un título digno de su extravagante numen: Memorias de un Imbécil. El bardo de esta aldea se permitió hacerlo preceder de otro un poco poético que escribió con letras grandes en la primera hoja. Si se decide Ud. a publicar eso en El Domingo, no vendrá tan mal, porque al menos los lectores tendrán una historia pequeña pero completa en cada número.

Además nuestro amigo dejó a usted su retrato: ¿para qué diablos lo quiere usted? He preferido regalarlo a mi vecina, que al leer el título del cuaderno que le enseñé derramó un lagrimón enorme, diciendo: ¡No era tan bestia!

Si los lectores repiten un elogio semejante, el miserable autor debe arrojarse al mar, ahora que van a presentársele las más bellas oportunidades.

Sabe usted que le quiere su afectísimo: P. M.

Mixcoac, Mayo 23 de 1872.

I

Even as one heat another heat expels,

Or as one nail by strenght drives out another,
So the remembrance of my former love
Is by a newer object quite forgotten.

Shakespeare — The two gentlemen of Verona.


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Dominio público
57 págs. / 1 hora, 41 minutos / 256 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Mariscala

Abraham Valdelomar


Novela corta, historia, crónica


Introducción

Doña Francisca de Zubiaga y Bernales de Gamarra, cuya vida refiere y comenta Abraham Valdelomar, en la Ciudad de los Reyes del Perú - MCMXIV.

OFRENDA:

A la Imperial Ciudad incaica, nido de cóndores y de leyendas, hija predilecta del Sol, en cuyos palacios de piedra y de oro se deslizó la vida de magníficos señores; donde vive aún, a través de tantas desventuras, junto a la dulce melancolía de las quenas, la indómita soberbia de la Raza; a la Ciudad del Cusco, cuna de tan gran mujer, dedica estas páginas, el autor.

A. V.


Esta Mujer nacida para grandes destinos, que en el ostracismo entregara su espíritu a Dios, es una de las más completas figuras en nuestra incipiente nacionalidad. Su vida fue corriente tumultuosa de vibraciones sonoras, de inextinguibles energías. Gobernó a hombres, condujo ejércitos, sembró odios, cautivó corazones; fue soldado audaz, cristiana fervorosa; estoica en el dolor, generosa en el triunfo, temeraria en la lucha. Amó la gloria, consiguió el poder, vivió en la holgura, veló en la tienda, brilló en el palacio y murió en el destierro. Religiosa, habría sido Santa Teresa; hombre, pudo ser Bolívar.


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Dominio público
57 págs. / 1 hora, 40 minutos / 405 visitas.

Publicado el 8 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

Asia

Iván Turguéniev


Novela corta


I

Tenía yo entonces veinticinco años —empezó N. N.—, así que, como ven, se trata de una historia muy antigua. Acababa de alcanzar una posición independiente y había partido para el extranjero, no con intención de «completar mi educación», como se decía en aquella época, sino simplemente porque tenía ganas de recorrer esos mundos de Dios. Gozaba de buena salud, era joven, de ánimo alegre, no me faltaba el dinero, las preocupaciones aún no habían tenido tiempo de visitarme, vivía libre de agobios, hacía cuanto se me antojaba; en una palabra, florecía. Por aquel entonces no se me pasaba por la cabeza que el hombre no es una planta y que no puede florecer mucho tiempo. Lajuventud se alimenta de dorados alfajores y se figura que es el pan de cada día; pero llega un tiempo en que hasta el pan le falta. Pero no merece la pena que hablemos de esa cuestión.


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57 págs. / 1 hora, 40 minutos / 487 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2017 por Edu Robsy.

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