Prólogo a la novela del muy esforzado y virtuoso caballero Amadís de Gaula
Amadís, vuelve a salir al palenque, en buen hora, por cierto. Hace
falta que el esforzado y virtuoso caballero cabalgue y lidie descomunal
batalla en pro de los ideales del romanticismo, derrotados y maltrechos,
aprovechando un momento en que la ansiedad espiritualista se deja
sentir, en una gran parte de la sociedad moderna; como en campo, largo
tiempo reseco y sin lluvia, se advierte la sed que lo abrasa y lo
consume. Amadís no ha muerto. El pequeño lays de su primitiva tradición,
que, como el Doncel del Mar cruzó las aguas, se fortaleció en el
combate y en el ejercicio del amor y de la justicia, para ser, como
ellos, inmortal.
Tal se prolonga la vida de Amadís, al través de la tradición, que, a
los dos libros primeros que se conocen, siguen luego otros dos y de
ellos, como de robusto tronco, continúan floreciendo hijuelas, hasta
llegar al octavo, en el que Juan Díaz, bachiller en cánones, se atrevió
en 1526, a matar al héroe, tan amado de sus lectores que algunos
hicieron duelo y llevaron luto por su muerte, como si de un personaje
real se tratase.
Sin embargo, Amadís no ha muerto; parece que ha estado en alguna
nueva prisión o nuevo encantamiento, porque lo vemos aparecer en 1535
redivivo, en un noveno libro debido a la torpe pluma de Feliciano de
Silva.
Y sigue viviendo el esforzado paladín a través de las aventuras de
todos los descendientes de Esplandián, D. Florisando y demás héroes
anteriores a su resurrección: D. Silves de la Selva, Esferamundi, etc.,
hasta llegar a la décimacuarta continuación, que menciona D. Pascual de
Gayangos, en su «Catálogo de los Libros de Caballerías» por referencia
de Nicolás Antonio.
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