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Norte Contra Sur

Julio Verne


Novela


I. A bordo del «steamer» Shannon

Florida, que había sido anexionada a la gran Federación americana en 1819, fue erigida en Estado algunos años más tarde.

Por esta anexión, el territorio de la república tuvo un aumento de 67.000 millas cuadradas; pero el astro floridiano no brilla sino con resplandor secundario en este firmamento de las treinta y siete estrellas que forman el pabellón de los Estados Unidos de América.

En efecto, la Florida sólo forma una estrecha y baja lengua de tierra.

Su poca anchura no permite a los ríos que la riegan, exceptuando el San Juan, adquirir gran importancia por su caudal de agua, con un relieve tan poco señalado, las corrientes no encuentran el declive necesario para llegar a ser rápidas. Nada de montañas en su superficie. Apenas algunas líneas de estas bluffs o colinas pequeñas, tan numerosas en la región central y septentrional de la Unión. En cuanto a su forma, se la puede comparar con una cola de castor que se sumerge en el Océano, entre el Atlántico, al Este, y el Golfo de México, al Oeste.

Florida no tiene, pues, ningún vecino, a no ser la Georgia, cuya frontera, hacia el Norte, confina con la suya. Esta frontera forma el istmo que une la península al continente.

En suma, la Florida se presenta como un país aparte, sumamente extraño, con sus habitantes, mitad españoles, mitad americanos, y sus indios, semínolas, bien diferentes de sus congéneres los del cabo Far West.


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369 págs. / 10 horas, 46 minutos / 330 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Familia Sin Nombre

Julio Verne


Novela


I. Algunos hechos, algunas fechas

Se tiene lástima del pobre género humano que se degüella por «algunas aranzadas de hielo» decían los filósofos del siglo XVIII; y esto es lo peor que podían decir tratándose del Canadá, cuya posesión disputaban, en aquella época, los franceses a los soldados de Inglaterra.

Doscientos años antes, Francisco I exclamó, respecto a ciertos territorios americanos reclamados por el rey de España y por el de Portugal: «Me gustaría mucho ver el artículo del testamento de Adán que les lega esa vasta herencia». El rey de Francia no iba tan descaminado en sus pretensiones, puesto que algún tiempo después una parte de aquellos territorios tomaron el nombre de Nueva Francia; y aun cuando los franceses no han podido conservar aquella magnífica colonia americana, la mayor parte da sus habitantes son franceses de corazón y están unidos a la antigua Galia por los lazos de la sangre, por la identidad da raza y por los instintos naturales, que la política internacional no llegará nunca a desterrar.

En realidad, las «algunas aranzadas de hielo» tan mal calificadas por los filósofos, forman un reino cuya superficie es igual a la de Europa.

Un francés fue el que tomó posesión de aquellos vastos territorios en 1534.


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340 págs. / 9 horas, 55 minutos / 128 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Tribulaciones de un Chino en China

Julio Verne


Novela


I

Donde se van conociendo poco a poco la fisonomía y la patria de los personajes

—Sin embargo, es justo aceptar que la vida tiene cosas buenas —dijo uno de los invitados que tenía los codos sobre los brazos de su asiento de respaldo de mármol y estaba chupando una raíz de nenúfar con azúcar.

—Y malas también, respondía, entre dos accesos de tos, otro que había estado a punto de ahogarse con una espina de aleta de tiburón.

—Seamos filósofos, dijo entonces un personaje de más edad cuya nariz sostenía un enorme par de anteojos de grandes cristales, montados sobre armadura de madera. Hoy corre el riesgo de ahogarse y mañana todo pasa como pasan los sorbos de este suave néctar.

—Ésta es la vida, ni más ni menos. Esto diciendo aquel epicúreo de genio acomodaticio, se bebió una copa de excelente vino tibio, cuyo ligero vapor se escapaba lentamente de una tetera metálica.

—A mí, dijo otro convidado, la existencia me parece muy aceptable cuando no se hace nada y se tienen los medios de estar ocioso.

—¡Error! Repuso el quinto comensal. La felicidad consiste en el estudio y en el trabajo. Adquirir la mayor suma posible de conocimientos es buscar la dicha…

—Y llegar a saber que en resumidas cuentas no se sabe nada.

—¿No es ése el principio de la sabiduría?

—¿Y cuál es el fin?

—La sabiduría no tiene fin, respondió filosóficamente el de los anteojos. La satisfacción suprema sería tener sentido común. Entonces el primero de los comensales se dirigió al anfitrión que ocupaba la cabecera de la mesa, es decir, el sitio más malo, como lo exigen las leyes de la cortesía. El anfitrión, indiferente y distraído, escuchaba, sin decir nada aquella disertación ínter pocula.


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186 págs. / 5 horas, 26 minutos / 290 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Historias de Jean Marie Cabidoulin

Julio Verne


Novela


Capítulo I. Partida retrasada

¡Eh, capitán Bourcart…! ¿Es que no es hoy la marcha?

—No, monsieur Brunel, y temo que no podamos partir mañana…, ni aún dentro de ocho días.

—Es gran contrariedad.

—Que me inquieta mucho —declaró Bourcart, moviendo la cabeza—. El Saint-Enoch debía estar en el mar desde fines del mes último, a fin de llegar en buena época a los lugares de pesca. Ya verá usted cómo se deja adelantar por los ingleses o los americanos.

—Y lo que le falta a usted, ¿son esos dos hombres?

—Sí…, monsieur Brunel… Sin el uno no lo podría pasar; sin el otro, sí, a no imponérmelo los reglamentos.

—Y éste no es el tonelero, ¿verdad? —dijo M. Brunel.

—No. En mi barco, el tonelero es tan indispensable como la arboladura, el timón o la brújula, puesto que tengo dos mil barriles en el fondo de la bodega.

—¿Y cuántos hombres a bordo, capitán Bourcart?

—Seríamos treinta y cuatro si estuviéramos completos. Entre nosotros, es más útil tener un tonelero para cuidar los barriles que un médico para cuidar los enfermos. Los barriles exigen sin cesar reparaciones, mientras que los hombres… se reparan solos.

Además… ¿es que se está alguna vez enfermo en la mar?

—No debía estarse en aire tan puro. Sin embargo… a veces.

—Monsieur Brunel. Hasta ahora yo no he tenido un enfermo en el Saint-Enoch.

—Mi enhorabuena, capitán. Pero, ¿qué quiere usted? Un navío es un navío, y, como tal, está sometido a los reglamentos marítimos.

Cuando la tripulación se compone de cierto número de oficiales y de marineros, es preciso llevar a bordo un médico. Usted lo sabe.

—Sí… Y por esa razón el Saint-Enoch no está hoy en el cabo de San Vicente, donde debía estar.


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166 págs. / 4 horas, 51 minutos / 152 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Volcán de Oro

Julio Verne


Novela


Parte I

I. Un tío de América

El 17 de marzo del antepenúltimo año del siglo pasado el cartero de la calle de Jacques-Cartier, en Montreal, entregó una carta en el número 29 dirigida al señor Summy Skim.

Esta carta decía:


«El señor Snubbin saluda al señor Summy Skim y le ruega pase por su bufete, sin pérdida de tiempo, para tratar de un asunto que le interesa».
 

¿Con qué propósito el notario desearía ver al señor Summy Skim? Conocía al señor Snubbin, como todo el mundo de Montreal, por su honradez y prudencia. Canadiense de nacimiento, estaba al frente del mejor bufete de la ciudad; el mismo que sesenta años antes tenía por titular al famoso Nick, cuyo verdadero nombre era Nicolás Sagamore, un notario de origen hurón, que tan patrióticamente intervino en el terrible proceso Morgaz, cuya resonancia fue considerable hacia el año 1837.

El señor Summy Skim se sorprendió bastante al recibir la carta del señor Snubbin. Acudió en seguida a la cita que se le daba, y media hora después llegaba a la plaza del mercado Buen Socorro, siendo recibido en el gabinete del notario.

—Muy buenos días, señor Skim —dijo éste levantándose—. Estoy a su disposición…

—Y yo a la de usted —dijo Summy Skim, sentándose cerca de la mesa.

—Es usted el primero en acudir a la cita, señor Skim…

—¿Dice usted el primero?… ¿Luego no soy yo el único citado?

—Su primo, el señor Ben Raddle —respondió el notario—, ha debido recibir una carta idéntica a la de usted.

—Entonces no se puede decir «ha debido recibir», sino «recibirá», puesto que mi primo no está en Montreal.

—¿Va a venir pronto?

—Dentro de tres o cuatro días.

—¡Diablo!

—¿Es, pues, muy urgente lo que tiene que comunicarnos?


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369 págs. / 10 horas, 46 minutos / 162 visitas.

Publicado el 15 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Clovis Dardentor

Julio Verne


Novela


I. En el que el principal personaje de esta obra no es presentado al lector

Cuando los dos se apearon en la estación de Cette, del tren de París al Mediterráneo, Marcel Lornans, dirigiéndose a Juan Taconnat, le dijo:

—¿Qué vamos a hacer mientras esperamos la partida del paquebote?

—Nada —respondió Juan Taconnat.

—Sin embargo, según la Guía del viajero, Cette, aunque no antigua, es una ciudad curiosa. Es posterior a la creación de su puerto, el término del canal Languedoc, debido a Luis XIV.

—¡Y tal vez lo más útil que Luis XIV ha hecho durante su reinado! —respondió Juan Taconnat—. Sin duda el Gran Rey preveía que acudiríamos a embarcarnos aquí hoy 27 de Abril de 1895.

—Ten formalidad, y no olvides que el Mediodía puede oírnos. Me parece lo más sabio que visitemos a Cette, puesto que en Cette estamos, sus canales, su estación marítima, sus doce kilómetros de muelles, su paseo regado por las límpidas aguas de un acueducto…

—¿Has concluido?…

—Una ciudad —continuó Marcel Lornans— que hubiera podido ser otra Venecia.

—¡Y que se ha contentado con ser una Marsella en pequeño! —respondió Juan Taconnat.

—Como tú dices, mi querido Juan, la rival de la soberbia ciudad provenzal; después de ella, el primer puerto franco del Mediterráneo que exporta vinos, sal, aguardientes, aceites, productos químicos…

—Y que importa pesados como tú —respondió Juan Taconnat volviendo la cabeza.

—Y también pieles, lanas de la Plata, harinas, frutas, bacalao, maderas, metales…

—¡Basta! ¡Basta! —exclamó el joven, deseoso de escapar a aquella catarata de detalles que caía de los labios de su amigo.


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192 págs. / 5 horas, 36 minutos / 195 visitas.

Publicado el 15 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Casa de Vapor

Julio Verne


Novela


Primera parte

Capítulo I. Una cabeza puesta a precio

Una recompensa de dos mil libras esterlinas se dará a la persona que entregue vivo o muerto a uno de los antiguos jefes de la rebelión de los cipayos. Se sabe que está en la presidencia de Bombay, y es el nabab Dandu-Pant, más conocido con el nombre de…
 

Así decía el anuncio que los habitantes de Aurangabad podían leer en la tarde del seis de marzo de mil ochocientos sesenta y siete.

El último nombre, nombre execrado, maldecido por unos, secretamente admirado por otros, no podía leerse en el cartel que había sido fijado hacía unos instantes en la pared de un bungalow arruinado, a orillas del río Dudhma.

Y si este nombre no podía leerse, era porque el ángulo inferior del cartel en donde estaba impreso con grandes letras, acababa de ser desgarrado por la mano de un faquir a quien nadie había visto en aquella playa, a la sazón desierta. Con este nombre había desaparecido igualmente el del gobernador general de la presidencia de Bombay, que refrendaba el decreto del virrey de la India.

¿Qué motivo había tenido el faquir para su acción? Al desgarrar el cartel, ¿esperaba que el rebelde de mil ochocientos cincuenta y siete se escaparía de la vindicta pública y de las consecuencias del decreto expedido contra su persona? ¿Pensaba acaso que tan terrible celebridad desaparecería junto con el fragmento de papel reducido a trozos? Hubiera sido una locura.


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367 págs. / 10 horas, 42 minutos / 262 visitas.

Publicado el 15 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El País de las Pieles

Julio Verne


Novela


PRIMERA PARTE

UNA FIESTA EN EL FUERTE CONFIANZA

Aquella noche —17 de marzo de 1859— el capitán Craventy daba una fiesta en el fuerte Confianza.

Que la palabra fiesta no evoque en la mente del lector la idea de un sarao grandioso, de un baile de corte, de una zambra ruidosa o de un festival a gran orquesta. La recepción del capitán Craventy era mucho más modesta, a pesar de lo cual no había perdonado sacrificio para darle la mayor brillantez posible.

En efecto, bajo la dirección del cabo Joliffe, el espléndido salón del piso bajo habíase transformado. Aún se veían las paredes de madera, hechas con troncos apenas labrados, horizontalmente dispuestos; pero, disimulaban su tosca desnudez cuatro pabellones británicos, colocados en los cuatro ángulos, y panoplias formadas con armas tomadas del arsenal del fuerte.

Si las largas vigas del techo, rugosas y ennegrecidas, descansaban sobre sus estribos groseramente ajustadas, en cambio, dos lámparas, provistas de sus reflectores de hoja de lata, se balanceaban como dos arañas al extremo de sus cadenas, y proyectaban una luz muy suficiente a través de la atmósfera cargada de la sala.

Las ventanas eran estrechas; algunas parecían troneras; sus vidrios, blindados por una espesa escarcha, desafiaban la curiosidad de la vista; pero dos o tres trozos de percalina encarnada colocados con gusto, llamaban la atención de los invitados. El piso estaba formado por pesados maderos yuxtapuestos que el cabo Joliffe había barrido con esmero en gracia a la solemnidad.


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440 págs. / 12 horas, 50 minutos / 291 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Agencia Thompson y Cía.

Julio Verne


Novela


I. AGUANTANDO EL CHAPARRÓN

Dejando vagar su mirada por los brumosos horizontes del ensueño, Roberto Morgand hacía más de cinco minutos que permanecía inmóvil frente a aquella larga pared completamente cubierta de anuncios y carteles, en una de las más tristes calles de Londres.

Llovía torrencialmente. El agua subía desde el arroyo e invadía la acera, minando la base del abstraído personaje cuya cabeza se hallaba asimismo gravemente amenazada.

La mano de éste, debido a su ensimismamiento, había dejado que el protector paraguas se deslizara con suavidad, y el agua de la lluvia caía directamente del sombrero al traje, convertido en esponja, antes de ir a confundirse con la que corría tumultuosamente por el arroyo.

No se daba cuenta Roberto Morgand de esta irregular disposición de las cosas, si tenía consciencia de la ducha helada que caía sobre sus hombros. En vano sus miradas se fijaban en las botas; tan grande era su preocupación, que no notaba cómo lentamente se transformaban en dos pequeños arrecifes, en los que rompían los húmedos embates del arroyo.

Toda su atención hallábase monopolizada por el misterioso trabajo a que entregábase su mano izquierda; sumergida en un bolsillo del pantalón, aquella mano agitada, sopesaba, dejaba y volvía a coger algunas monedas, que totalizaban un valor de 33 francos con 45 céntimos, tal como había podido asegurarse después de haberlas contado repetidas veces.


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405 págs. / 11 horas, 50 minutos / 617 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Héctor Servadac

Julio Verne


Novela


Primera Parte

I. CAMBIO DE TARJETAS

No, capitán, no cedo a usted la plaza.

—Lo siento, conde; pero por nada ni por nadie modifico mis pretensiones.

—¿De veras?

—Sí, señor.

—Tenga en cuenta, sin embargo, que soy el más antiguo en esa pretensión.

—La antigüedad no da ningún derecho en estos asuntos.

—Le obligaré a cederme el puesto, capitán.

—No lo creo, conde.

—Me parece que una estocada…

—Quizás un pistoletazo…

—Tome mi tarjeta.

—Allá va la mía.

Dichas estas palabras, los dos adversarios cambiaron sus tarjetas, en las que se leía:

Héctor Servadac, capitán del Estado Mayor en Mostaganem, en una; y

Conde Basilio Timascheff, a bordo de la goleta Dobryna, en la otra.

Al separarse, preguntó el conde Timascheff:

—¿Dónde pueden verse nuestros testigos?

—Hoy a las dos, si a usted le parece bien —respondió Héctor—, en el Estado Mayor.

—¿En Mostaganem?

—En Mostaganem.

Y, dicho esto, el capitán Servadac y el conde Timascheff se saludaron con cortesía. Al ir a separarse, el conde Timascheff hizo esta observación:

—Capitán, creo que debemos callar la verdadera causa de este duelo.

—También lo creo yo —respondió Servadac.

—No se pronunciará nombre alguno.

—Ninguno.

—¿Y el pretexto?

—¿El pretexto? Una discusión musical, señor conde.

—Perfectamente —respondió Timascheff—, yo habré defendido a Wagner, lo cual está en mis ideas.

—Y yo a Rossini, lo cual está también en las mías —replicó, sonriéndose, el capitán Servadac. Después, el conde Timascheff y el oficial de Estado Mayor se saludaron y se separaron definitivamente.


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379 págs. / 11 horas, 4 minutos / 147 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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