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Los Compañeros de Jehú

Alejandro Dumas


Novela


Prólogo

Yo no sé si es muy útil el prólogo que vamos a poner bajo los ojos del lector, y sin embargo no podemos resistirnos al deseo de hacer de él, no el primer capítulo, sino el prefacio de este libro.

Cuanto más adelantamos en la vida, cuanto más progresamos en el arte, tanto más convencidos quedamos de que no hay nada fortuito ni aislado; de que la naturaleza y la sociedad evolucionan por derivación y no por accidente, y de que el suceso, flor alegre o triste, perfumada o fétida, risueña o fatal, que se abre hoy bajo nuestros ojos, tenía su botón en el pasado y sus raíces en días tal vez anteriores a los nuestros, como tendrá su fruto en el porvenir. Joven el hombre, toma el tiempo como viene, enamorado de la víspera, descuidado del día presente, e inquietándose poco por el que viene. La juventud es la primavera con sus frescas auroras y sus hermosas tardes; la tormenta, que alguna vez se esparce por el cielo, estalla, ruge y se desvanece, dejando el firmamento más azul, la atmósfera más pura, y la naturaleza más risueña que antes.

¿De qué sirve reflexionar sobre las causas de esta tormenta que pasa rápida como un capricho, efímera como una fantasía? Antes de que tengamos la respuesta al enigma meteorológico, la tempestad habrá desaparecido.

Pero no sucede lo mismo con esos fenómenos terribles que hacia el fin del verano amenazan nuestras cosechas y en medio del otoño sitian nuestras vendimias; el hombre se pregunta adónde van, se inquieta por saber de dónde vienen, y busca el medio de precaverlos.


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366 págs. / 10 horas, 41 minutos / 89 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Hermanos Corsos

Alejandro Dumas


Novela


… —Se cometen muchos más asesinatos en nuestro país que en todos los demás; pero nunca descubrirá usted una causa innoble en estos crímenes. Es cierto que tenemos muchos asesinos, pero ni un solo ladrón.
… —¿Qué objeto tiene mandarle pólvora a un bribón que la utilizará para cometer crímenes? Sin la deplorable debilidad que todo el mundo parece sentir aquí por los bandidos, hace tiempo que estos habrían desaparecido de Córcega… ¿Y qué ha hecho tu bandido? ¿Por qué crimen se ha echado al monte? —¡Brandolaccio no ha cometido crimen alguno! Mató a Giovan’ Opizzo, que había asesinado a su padre mientras él estaba en el ejército

PROSPER MÉRIMÉE,

Colomba

Querido Mérimée: Permítame tomarle prestado este epígrafe y regalarle este libro. Con todo mi afecto.

ALEXANDRE DUMAS

I

A comienzos de marzo del año 1841, viajé a Córcega.

Nada hay tan pintoresco ni tan cómodo como viajar a Córcega: se embarca uno en Toulon y en veinte horas se planta en Ajaccio, o, en veinticuatro, en Bastia.

Allí se puede uno comprar o alquilar un caballo. Si se alquila, cuesta cinco francos al día; si se compra, ciento cincuenta francos. Y que nadie se ría de lo módico del precio; ese caballo, ya sea alquilado o comprado, hace, como el famoso caballo del gascón que saltaba del Pont Neuf al Sena, cosas que no harían ni Prospero ni Nautilus, aquellos héroes de las carreras de Chantilly y del Champ de Mars.

Se pasa por caminos donde el propio Balmat hubiera utilizado crampones, y por puentes donde Auriol hubiera pedido un balancín.

Por su parte, el viajero no tiene más que cerrar los ojos y dejar que el caballo haga su trabajo: a este le trae sin cuidado el peligro.

Añadamos que con ese caballo que pasa por todas partes, se pueden recorrer quince leguas diarias sin que pida ni de beber ni de comer.


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95 págs. / 2 horas, 46 minutos / 132 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Novela de la Momia

Théophile Gautier


Novela


Señor Ernest Feydeau

Le dedico este libro, que por derecho le pertenece; al permitirme acceder a su erudición y a su biblioteca, me ha hecho creer usted que yo era sabio y que conocía el antiguo Egipto lo bastante para poder describirlo; siguiendo sus pasos, me he paseado por los templos, los palacios, los hipogeos, por la ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos; usted levantó ante mí el velo de la misteriosa Isis y resucitó una gigantesca civilización desaparecida. La historia es suya, la novela mía; sólo he tenido que engastar con mi estilo, como con el cemento de un mosaico, las piedras preciosas que usted me proporcionó.

Th. G

Prólogo

—Tengo el presentimiento de que encontraremos en el valle de Biban al-Moluk una tumba inviolada —decía a un joven inglés de porte aristocrático un personaje mucho más humilde, mientras secaba con un gran pañuelo a cuadros azules su frente calva perlada de gotas de sudor, lo que hacía que pareciese una vasija de arcilla de Tebas a la que hubiesen llenado de agua.

—Que Osiris le oiga —respondió al doctor alemán el joven lord—. Es una invocación que podemos permitirnos delante de la antigua Diospolis Magna; pero son ya muchas las veces en que acabamos frustrados; los ladrones de tumbas siempre se nos han adelantado.

—Una tumba que no haya sido excavada ni por los reyes pastores, ni por los medos de Cambises, ni por los griegos, ni por los romanos, ni por los árabes, y que reserve para nosotros sus riquezas intactas y su misterio —continuó el sabio con un entusiasmo que hacía relucir sus pupilas detrás de los cristales azules de sus gafas.

—Y sobre la que usted publicará un artículo erudito que le situará en la ciencia de la arqueología a la altura de Champollion, de Rosellini, de Wilkinson, de Lepsius y de Belzoni —dijo el joven lord.


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182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 303 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Mademoiselle de Maupin

Théophile Gautier


Novela


PREFACIO DEL AUTOR

Una de las cosas más burlescas de la gloriosa época en que tenemos la suerte de vivir es, sin lugar a dudas, la incontestable rehabilitación de la virtud emprendida por todos los periódicos, sean del color que fueren: rojo, verde o tricolor.

La virtud es, con certeza, algo muy respetable, y no es nuestra intención faltarle. ¡Dios nos libre! ¡La buena y digna señora! Encontramos cierto brillo en sus ojos a través de los impertinentes, que lleva las medias bien puestas, que toma el tabaco de su cajita de oro con toda la gracia imaginable y que su caniche hace las reverencias como un maestro de baile. Así la vemos. Hasta estamos de acuerdo en que no está tan mal para su edad y lleva sus años de un modo inmejorable. Es una abuela muy agradable, pero una abuela. Me parece natural que se prefiera, sobre todo si se tienen veinte años, alguna pequeña inmoralidad ligera, pimpante, coqueta, buena chica, con cabello mal rizado, la falda más corta que larga, el pie y el ojo impacientes, la mejilla ligeramente encendida, la risa en la boca y el corazón en la mano. Los periodistas más monstruosamente virtuosos no sabrían pronunciarse de manera diferente, y si dicen lo contrario es muy probable que no lo piensen. Pensar una cosa y escribir otra es algo que sucede todos los días, sobre todo entre gente virtuosa.

Me acuerdo de las pullas lanzadas antes de la revolución (me refiero a la de julio) contra aquel desdichado y virginal vizconde Sosthène de La Rochefoucauld, que tuvo la ocurrencia de alargar los vestidos de las bailarinas de la Ópera y aplicó con sus manos patricias un púdico emplasto en el centro de todas las estatuas. El señor vizconde Sosthène de La Rochefoucauld ha quedado superado. El pudor se ha perfeccionado mucho desde aquel entonces, y ahora alcanza refinamientos que ni siquiera él hubiese imaginado.


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376 págs. / 10 horas, 59 minutos / 267 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Sillón Maldito

Gastón Leroux


Novela


I. La muerte de un héroe

—¡Menudo trago va a pasar!

—Desde luego, pero dicen que es un hombre que no se asusta de nada…

—¿Tiene hijos?

—No, ¡y es viudo!

—¡Tanto mejor!

—Bueno, en cualquier caso hay que confiar en que no morirá… ¡Pero apresurémonos!

Al oír esos fúnebres propósitos, Gaspard Lalouette —un hombre honrado, marchante de cuadros y de antigüedades establecido desde hace diez años en la calle Lafitte, y que ese día se paseaba por el quai Voltaire, examinando los escaparates de los vendedores de grabados antiguos y de chamarilería— alzó la cabeza…

En ese mismo momento lo empujó suavemente en la estrecha acera un grupo de tres jóvenes tocados con la boina de estudiante que acababan de salir de la esquina de la calle Bonaparte y que, sin dejar de hablar, no se molestaron siquiera en disculparse.

Gaspard Lalouette, por temor a involucrarse en un infame altercado, se tragó el mal humor que sintió ante semejante falta de educación, y pensó que los jóvenes iban corriendo a asistir a algún duelo, sin ocultar su temor por el desenlace fatal.

Y volvió a considerar con atención un cofrecillo estampado con flores de lis que supuestamente databa de San Luis y había podido contener el salterio de Blanca de Castilla. Fue entonces cuando una voz, detrás de él, dijo:

—¡Se mire como se mire, es un hombre verdaderamente valiente!

Y otra contestó:

—¡Se dice que ha dado tres veces la vuelta al mundo!… Pero a decir verdad, no me cambiaría con él. ¡Mientras no lleguemos tarde!

Lalouette se volvió. Los que pasaban eran dos ancianos, camino del Instituto, apretando el paso.


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155 págs. / 4 horas, 32 minutos / 183 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Condesa de Cagliostro

Maurice Leblanc


Novela


Ésta es la primera aventura de Arsenio Lupin y, sin duda, habría sido publicada antes que las demás, si él no se hubiera opuesto rotundamente.

—No —decía—, entre la condesa de Cagliostro y yo queda un asunto pendiente. Esperemos.

La espera duró más de lo que él mismo había previsto. Antes del AJUSTE DE CUENTAS DEFINITIVO pasó un cuarto de siglo. Hoy podemos revelar, al fin, cómo fue el espantoso duelo de amor que enfrentó a un joven de veinte años y a LA HIJA DE CAGLIOSTRO.

I. Arsenio Lupin a los veinte años

Después de haber apagado la linterna, Raúl d’Andrésy dejó la bicicleta detrás de un terraplén cubierto de maleza. En ese momento dieron las tres en el campanario de Bénouville.

Se hundió en la sombra espesa de la noche y siguió el sendero que llevaba a la finca de la Haie d’Etigues, hasta llegar al cerco. Aguardó. Caballos que relinchaban, ruedas que retumbaban en el pavimento de un patio, ruido de cascabeles, los dos batientes de la puerta abiertos de golpe… y un break pasó. Raúl tuvo apenas tiempo de oír voces de hombre y de distinguir el cañón de una escopeta. El coche llegaba ya al camino principal y desaparecía hacia Etretat.

—Bueno —se dijo, la caza a los pájaros-bobos es apasionante y la roca donde se encuentran está lejos… voy a saber por fin qué significan esta cacería improvisada y todas estas idas y venidas.

Raúl caminó por su izquierda, contorneó la muralla y, después de superar el segundo ángulo, dio cuarenta pasos y se detuvo. Con una de las dos llaves que llevaba en la mano abrió una portezuela baja que atravesó para subir por la escalera tallada en el hueco de una vieja muralla derruida que rodeaba una de las alas del castillo. Con la segunda, abrió una puerta secreta, al nivel del primer piso.


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Protegido por copyright
231 págs. / 6 horas, 45 minutos / 171 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Máquina de Asesinar

Gastón Leroux


Novela


PRÓLOGO

«¡La máquina de asesinar!»… ¿Qué es este nuevo invento? Realmente, ¿se hacía sentir su necesidad?

Quizá, en fin de cuentas, no se trata nada más que del viejo invento salido de las manos de Dios en los más bellos días del Edén y que había de llamarse el Hombre.

En verdad, la Historia, desde los primeros dibujos en las paredes de tus cavernas hasta los más recientes estantes de nuestras bibliotecas, demuestra que aún no se ha encontrado mejor mecanismo para derramar la sangre.

Querer enmendar la plana al Creador es propio de un genio diabólico, es una nueva forma de la eterna lucha entre el Príncipe de las Luces y el Príncipe de las Tinieblas.

El Mal se desliza por donde quiere. Para quienes hayan leído «La muñeca sangrienta», que constituye el origen de este relato, no puede haber duda alguna de que se domicilió en la tienda del viejo relojero de la Île-Saint-Louis, ni de que era él quien animaba con sus maleficios el triple misterio que en aquel barrio antiguo, aún grisáceo por el polvo de los siglos, hacía intervenir, por una parte, a la inquietante familia del viejo Norbert, el cual pasaba por buscar el movimiento continuo, ayudado de su hija, la bella Cristina, y de su sobrino, el disector Jaime Cotentin; por otra parte, al marqués de Coulteray, aquel ser eternamente joven, que no se sabía exactamente si tenía cuarenta o doscientos años y que al lado de la marquesa, su mujer, siempre pálida y agonizante, formaba un extraño tipo de vampiro; y, por otra parte, al terrible Benito Masson, el encuadernador artístico de la calle del Santísimo Sacramento, que acababa de ser condenado a muerte y ejecutado por haber quemado en su hornillo a media docena, cuando menos, de mujeres jóvenes y bonitas.


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190 págs. / 5 horas, 34 minutos / 270 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Mujer de las Dos Sonrisas

Maurice Leblanc


Novela


I. Prólogo. La extraña herida

El drama, con las circunstancias que lo prepararon y las peripecias que llevó consigo puede resumirse en unas pocas páginas, sin correr el riesgo de dejar a oscuras el más mínimo detalle necesario para llegar a la inaccesible verdad.

Todo sucedió con la mayor naturalidad del mundo. No hubo ninguna de esas amenazas solapadas que multiplica a veces el destino en el prólogo de sucesos de alguna importancia. Ningún hálito de viento anunció la tempestad. No hubo angustia. Ni siquiera una inquietud entre los que fueron espectadores de aquella pequeñez, tan trágica, por la inmensidad del misterio que la envolvió.

Veamos los hechos: el señor y la señora de Jouvelle y los invitados que recibieron en su castillo de Volnic, en Auvernia —un enorme edificio con torres cubierto de tejas rojas—, habían asistido a un concierto dado en Vichy por la admirable cantante Elisabeth Hornain. Al día siguiente, el trece de agosto, por invitación de la señora de Jouvelle, que había conocido a Elisabeth antes que hubiera pedido el divorcio contra el banquero Hornain, la cantante acudió a almorzar al castillo que sólo está a una docena de quilómetros de Vichy.

Almuerzo muy alegre. Los castellanos sabían poner en su hospitalidad aquella gracia y aquella delicadeza que da relieve a cada uno de los invitados. Éstos, en número de ocho, lucían su verbo y su ingenio. Había tres jóvenes parejas, un general retirado y el marqués Jean d’Erlemont, gentilhombre de unos cuarenta años, de gran estatura y una seducción que ninguna mujer resistía.


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188 págs. / 5 horas, 30 minutos / 225 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Mujer de los Ojos Verdes

Maurice Leblanc


Novela


1. … Y la inglesa de los ojos azules

Raoul de Limézy se paseaba por los bulevares alegremente como un hombre feliz que sólo tiene que mirar para disfrutar de la vida, de sus espectáculos encantadores y de la alegría ligera que ofrece París en ciertos días luminosos del mes de abril. De estatura media, tenía una silueta a la vez delgada y poderosa. Las mangas de su chaqueta se hinchaban en el lugar de los bíceps, y su torso se arqueaba por encima de una cintura fina y ágil. El corte y el tejido de sus vestidos denotaban un hombre que da importancia a la elección de la ropa.

Cuando pasaba frente al Gimnasio tuvo la impresión de que un caballero, que caminaba junto a él, seguía a una dama, impresión cuya exactitud pudo comprobar acto seguido.

Nada parecía a Raoul más cómico ni más divertido que un caballero que sigue a una dama. Siguió pues, al caballero que seguía a la dama, y los tres, uno tras otro, a distancias convenientes, deambularon a lo largo de los tumultuosos bulevares. Era necesaria toda la experiencia del barón de Limézy para adivinar que aquel caballero seguía a aquella dama, ya que dicho señor ponía una discreción de gentleman para que la dama no sospechara nada. Raoul de Limézy fue tan discreto como él y, mezclándose con los paseantes apresuró el paso para no perder de vista a los personajes.

Visto por detrás, el caballero se distinguía por una raya impecable que dividía sus negros y engomados cabellos, y por un terno, igualmente impecable, que ponía de relieve sus anchos hombros y su alta estatura. Visto por delante, exhibía un rostro correcto, provisto de una cuidada barba y de tez fresca y rosada. Tal vez treinta años. Certidumbre en su paso. Importancia en su gesto. Vulgaridad en el aspecto. Anillos en los dedos. Boquilla de oro para el cigarrillo que fumaba.


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202 págs. / 5 horas, 54 minutos / 195 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Muñeca Sangrienta

Gastón Leroux


Novela


1. TRAS LAS CORTINAS

Benito Masson tenía su establecimiento en uno de los parajes más retirados, más apacibles y también más vetustos de la Ile-Saint-Louis. Benito Masson era encuadernador artístico, lo cual no le impedía vender tarjetas postales y dedicarse a un pequeño negocio de papelería en aquel barrio pasado de moda, especie de cuña provinciana en la capital, y que parece defendido, por su cinturón de agua, de la eterna bacanal que se ha convenido en llamar vida parisiense.

En aquella calle, cuyo nombre ha sido cambiado posteriormente, y que se llamaba aún no hace mucho tiempo calle del Santísimo Sacramento en la Isla, a la sombra de las viejas casonas que un par de siglos atrás fueron lugar de reunión de todo ingenio y elegancia, se han abierto o mejor dicho entreabierto una media docena de establecimientos, varias tiendas y una modesta relojería con la exorbitante pretensión de mantener apariencias de vida… Pues bien: de aquel callejón donde vivía nuestro encuadernador; de aquel barrio que parecía no existir más que gracias a sus recuerdos, ha salido una de las más prodigiosas aventuras, y hasta, si se nos apura, la más sublime, de la época actual. La aventura de Benito Masson fue, desde luego, sublime, porque constituyó una Fecha (con mayúscula, sí) en la historia de la Humanidad; pero, al mismo tiempo que sublime, fue espantosa… Y París, que conoció principalmente la parte de espanto, aún se estremece.


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191 págs. / 5 horas, 35 minutos / 370 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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