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Un Cuento de Enfermera

Louisa May Alcott


Novela


I. Mi paciente


Mi querida señorita Snow, al enterarme de que mi amiga, la señora Carruth, necesita de una enfermera para su hija enferma, me apresuro a proponerle el puesto, ya que pienso que es usted la persona idónea para él, a menos que las tareas resulten demasiado arduas. No me cabe duda de que sus cartas de recomendación y mi sincero respaldo le garantizarán la colocación, si usted lo desea. Partimos mañana, y le escribo con gran apremio, pero le deseo éxito de cara al futuro y le agradezco sinceramente sus servicios pasados.

Atentamente,

L. S. Hamilton
 

Esta amable carta, de una antigua empleadora, me fue entregada estando yo agotada y desanimada, tras una búsqueda infructuosa de un puesto como el que hora me ofrecían. Estaba tan interesada que me apresuré a salir de nuevo, con la esperanza de que nadie se me anticipara con los Carruth. Hecha de un imponente bloque de granito, la casa se levantaba en una tranquila plaza del West End que tenía su propio pequeño parque, donde había una fuentecita y donde los niños paseaban bajo sus capuchas blancas. Elegantes carruajes entraban y salían, las damas subían y bajaban con ligereza por los amplios escalones arrastrando sus vestidos de seda, y los caballeros, con sus trajes de montar intachables, pasaban a medio galope sobre sus hermosos caballos. Incluso las mujeres y los hombres de servicio tenían aspecto de que La buena vida bajo las escaleras hubiese sido representada en este siglo, al igual que en el pasado, y todo participaba del aire de lujo que impregnaba el ambiente, tan agradable como el sol en otoño. «Los Carruth deben de ser una familia feliz», pensé al acordarme de mi propia pobreza y soledad, mientras esperaba de pie a que contestaran a mi tímida llamada al timbre.


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129 págs. / 3 horas, 46 minutos / 145 visitas.

Publicado el 21 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Detrás de la Máscara

Louisa May Alcott


Novela


I. Jean Muir

—¿Ha venido?

—No, mamá, aún no ha venido.

—Desearía que todo hubiera acabado. Pensar en ello me inquieta y al mismo tiempo me provoca cierta emoción. Bella, acércame un cojín para la espalda.

La malhumorada señora Coventry se acomodó en un sillón con un suspiro que denotaba nerviosismo y cierto aire de mártir, mientras su hermosa hija revoloteaba a su lado con afectuosa solicitud.

—¿De quién están hablando, Lucía? —preguntó el joven lánguido que permanecía cerca de su prima repantigado en otro sillón. Ésta se inclinó sobre su obra de tapicería con una amable sonrisa esbozada en su rostro, que, por lo general, se mostraba altivo.

—De la nueva institutriz, la señorita Muir. ¿Qué quieres que te cuente sobre ella?

—Nada, gracias. Siento una gran aversión por todas esas mujeres. A veces doy gracias a Dios por tener sólo una hermana, de que ella sea la madre de un niño mimado y de haberme librado durante tanto tiempo de la tortura de tener una institutriz.

—¿Y ahora cómo lo soportarás? —quiso saber Lucía.

—Ausentándome mientras ella esté en casa.

—No, no lo harás. Eres demasiado indolente para eso, Gerald —interrumpió un hombre más joven y energético que jugueteaba con sus perros desde el descansillo.

—Le daré tres días de gracia, y si ella aguanta, no me molestaré en salir; pero si es una pesada, y estoy seguro de que lo será, me marcharé lejos para no verla.

—Jovencitos, os ruego que no habléis en términos tan deprimentes. Me angustia la llegada de una desconocida tanto o más que a vosotros, pero no debemos descuidar la educación de Bella. Así que me he armado de valor para soportar a esta mujer, y Lucía, muy amablemente, se ha ofrecido para ocuparse de ella a partir de mañana.


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142 págs. / 4 horas, 8 minutos / 181 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Allan Quatermain

Henry Rider Haggard


Novela


Portada

Allan Quatermain

siendo un relato de sus
ÚLTIMAS AVENTURAS Y DESCUBRIMIENTOS
en compañía de
sir Henry Curtís; el comandante John Good, de la Armada Real; y Umslopogaas

Ex Africa semper aliquid novi

Lamentad, oh pájaros, la estrella caída en batalla, pero, oh dulces ruiseñores, absteneos de cantar, sólo los buitres, flotando desde lo lejos,
chillan y ensombrecen el sepulcro con sus alas de aquel que os hartaba con despojos de guerra
mientras, golpeando los escudos, su hacha sonaría.

A. Lang

Dedicatoria

DEDICO ESTE LIBRO DE AVENTURAS
A MI HIJO

ARTHUR JOHN RIDER HAGGARD

con la esperanza de que en los días venideros él y otros muchachos a los que nunca conoceré puedan descubrir, en los actos y pensamientos de Allan Quatermain y sus compañeros, tal y como aquí han sido recogidos, aquello que les ayude a alcanzar lo que, con sir Henry Curtis, considero que es la categoría más alta que podemos alcanzar: la condición y la dignidad de un caballero inglés.

1887

Introducción

23 de diciembre.

«Acabo de sepultar a mi hijo, mi pobre muchacho, tan buen mozo y del que me sentía tan orgulloso, y tengo el corazón hecho pedazos. Es muy duro tener un solo hijo y perderlo así, pero si ésa es la voluntad de Dios, ¿quién soy yo para reprochárselo? La gran rueda del Destino sigue su curso como un Juggernaut y nos aplasta a todos a su hora, a algunos pronto, a otros más tarde… no importa cuándo, al final a todos aplasta. Nos postramos ante él como pobres indios: acudimos aquí y allí, lloramos implorando piedad; pero es inútil, el negro Destino sigue tronando y a su debido tiempo nos reduce a polvo.


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317 págs. / 9 horas, 15 minutos / 225 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Ella, Hija de la Sabiduría

Henry Rider Haggard


Novela


Dedicatoria

En anteriores años los libros Ella y Ayesha fueron dedicados a ANDREW LANG. Ahora, que él ha muerto, la última novela que será escrita acerca de "Ella-la-que-debe-ser-obedecida" es ofrecida como tributo a su amada y honrada memoria.

Ditchingham, 1922.

Nota del editor

¿Cuál fue el mayor defecto de Ayesha, Ella-la-que-debía-ser-obedecida? Seguramente una vanidad tan colosal que, para tomar uno entre muchos ejemplos, la persuadió de que su madre había muerto después de contemplarla por temor a que, en caso de seguir con vida, pudiera dar a luz a otro hijo menos bello.

En cualquier caso, como lo indica su historia, fue la vanidad, antes que el amor por ese hermoso griego, Kalíkrates, lo que tiñó las manos de Ella con su inocente sangre, y, entre otros infortunios, la empujó hacia la terrible maldición de la inmortalidad mientras todavía habitaba una esfera donde la Muerte es señora de todo. Si Amenartas no le hubiese echado en cara la decadencia de su belleza imperial, roída por los dientes del Tiempo, ella jamás hubiera desobedecido la orden de su maestro, el Profeta Noot, ni entrado a ese Fuego de la Inmortalidad cuyo deber era custodiar.

Así parece que, en virtud de la abnegación, ella hubiese podido escapar de la red de numerosas aflicciones de la que acaso aún se halle prisionera; y de Ayesha, Hija de la Sabiduría, aunque Esclava de Holly, no habría historia que contar, y de su parábola de eterna guerra entre carne y espíritu, no habría lección que aprender. Pero la Vanidad ―¿o fue el Destino?― la condujeron por otro camino.


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371 págs. / 10 horas, 49 minutos / 361 visitas.

Publicado el 4 de enero de 2018 por Edu Robsy.

La Eva Futura

Villiers de L'Isle Adam


Novela


Libro I: Edison

I. Menlo Park


Parecía el jardín una bella hembra tendida, que dormitara voluptuosamente, cerrados los párpados a los cielos abiertos. Las praderas del azul celeste se hermanaban en un círculo amojonado por las flores de luz. Los iris y las gemas de rocío pendientes de las hojas cerúleas, eran estrellas pestañeantes que abrasaban el ámbito nocturno.

GILES FLETCHER
 

A veinticinco leguas de Nueva-York, en el núcleo de un haz de hilos eléctricos, surge una casa envuelta por meditabundos jardines solitarios. Mira la fachada, la uniformidad del césped, rota por las avenidas enarenadas que llevan a un pabellón aislado. Es el número 1 de Menlo-Park. Allí vive Tomás Alva Edison, el hombre que ha hecho cautivo al eco.

Tiene éste unos cuarenta y dos años. Su fisonomía recordaba, hace poco aún, la de un francés ilustre: Gustavo Doré. Era el rostro del artista traducido en un rostro de sabio. ¡Aptitudes análogas, aplicaciones diferentes! ¿A qué edad se parecieron del todo? Quizás nunca. Las fotografías de ambos, fundidas en el estereoscopio, despiertan la impresión de que ciertas efigies de razas superiores no se realizan más que en cierto cuño de fisonomías perdidas en la Humanidad.

Confrontado con las viejas estampas, el rostro de Edison ofrece la viva reproducción de la siracusana medalla de Arquímedes. A las cinco de una tarde de estos últimos otoños, el maravilloso inventor, el mago del oído, (casi sordo, como un Beethoven de la ciencia, que ha sabido crearse el minúsculo instrumento que, no sólo acaba con la sordera, sino que desnuda y agudiza el sentido auditivo), el gran Edison estaba solo en lo hondo de su laboratorio personal, allí, en el pabellón arrancado del castillo.


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Protegido por copyright
229 págs. / 6 horas, 41 minutos / 1.204 visitas.

Publicado el 11 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Un Vagabundo de las Islas

Joseph Conrad


Novela


Primera parte

I

Cuando abandonó por primera vez en su vida la estrecha y rígida senda del deber, lo hizo con el sincero propósito de volver al camino de la virtud tan pronto como aquella extraña excursión hacia el Mal hubiera producido el efecto deseado. Según él, iba a ser un episodio sin importancia en medio del fecundo y florido cuento de su vida, algo momentáneo y fugitivo, aceptado contra su deseo, y que más tarde podría continuar mirando cara a cara la luz del sol, disfrutando de la misma existencia plácida y respirando el aire cargado del perfume de las flores en el pequeño jardín que se extendía ante su casa. Imaginaba que todo iba a seguir igual, que él podría continuar tiranizando a su pobre mujer, contemplando a su hijo y dominando altivamente a su cuñada, que, aunque vestida hasta cierto punto a la europea, miraba al blanco esposo de su hermana como a un dios. Aquéllas eran las grandes alegrías de su vida, y no podía imaginarse que ninguno de sus actos, fuera el que fuese, tuviera la suficiente fuerza moral para destruir el encanto de todas aquellas cosas, empañar o eclipsar la luz del sol, robar su aroma a las flores, borrar la sonrisa de los labios de su hijo o arrebatarle un ápice del respeto con que le miraba y le mimaba Leonardo da Souza y toda la familia Da Souza. La admiración de aquella familia era el gran orgullo de su existencia. Parecía rodearle de una especie de inquebrantable seguridad y de una superioridad indiscutible. Le gustaba aspirar con inacabable delicia el tosco incienso que aquellas gentes quemaban sin cansarse ante el altar del venturoso hombre blanco; del hombre que les había hecho el inmenso honor de casarse con su hija, hermana o prima; de aquel hombre de alta alcurnia, seguramente, que sabría elevarse más y más todavía; del empleado de confianza de Hudig y Compañía.


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Protegido por copyright
309 págs. / 9 horas, 1 minuto / 257 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Con la Soga al Cuello

Joseph Conrad


Novela


A mi esposa

1

Mucho después que el rumbo del Sofala cambiara en dirección a tierra, la baja costa pantanosa aún retenía la apariencia de un mero tizne de oscuridad más allá de una franja de resplandor. Los rayos del sol caían violentamente sobre el mar en calma, se estrellaban contra esa lisura de diamante para convertirse en polvo de chispas: un vapor luminoso que cegaba los ojos y fatigaba el cerebro con su inconstante brillo.

El capitán Whalley no miraba. Cuando el serang, aproximándose al amplio sillón de bambú que él ocupaba con toda su capacidad, le dijo que debían modificar el rumbo, se levantó en seguida y permaneció de pie, cara al frente, mientras la proa del barco giraba un cuarto de círculo. No dijo una sola palabra, ni siquiera la palabra necesaria para que mantuvieran el rumbo. Fue el serang, un viejo malayo, menudo y alerta, quien murmuró la orden al timonel. Y entonces, lentamente, el capitán Whalley volvió a sentarse en el sillón del puente y clavó los ojos en el pedazo de cubierta que había entre sus pies.


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Protegido por copyright
154 págs. / 4 horas, 30 minutos / 345 visitas.

Publicado el 31 de enero de 2018 por Edu Robsy.

La Locura de Almayer

Joseph Conrad


Novela


Capítulo I

—¡Kaspar! ¡Makan!

La voz familiar y penetrante sacó a Almayer de su sueño de grandezas futuras, restituyéndole a las desagradables realidades de la hora presente. También la voz era desagradable. La había oído durante muchos años, y cada vez le gustaba menos. No importaba: todo aquello tendría un próximo fin.

Mostró su irritación con un gesto, pero no hizo caso del llamamiento. Apoyándose con ambos codos en el antepecho de la veranda, continuó mirando de hito en hito al gran río que corría —indiferente y rápido— ante sus ojos. Le gustaba contemplarlo durante el ocaso, quizá porque a aquella hora el sol poniente teñía de oro encendido las aguas del Pantai: el oro que tan a menudo ocupaba los pensamientos de Almayer; el oro que él no había logrado adquirir; el oro que otros habían ganado —por medios infames desde luego—, pero que él pensaba alcanzar aún, con su honrado trabajo, para sí mismo y para Nina. Almayer se abismaba en su sueno de riqueza y poder, lejos de esta costa donde había pasado tantos años, olvidando las amarguras de las fatigas sufridas, con la visión de una grande y espléndida recompensa. Se establecerían en Europa él y su hija. Serían ricos y respetados. Al verla a ella nadie se detendría a pensar en la sangre mestiza de la joven ante su extraordinaria hermosura y su inmensa riqueza. Testigo de sus triunfos, él se rejuvenecería, y olvidaría los veinticinco años de acongojado esfuerzo en esta costa donde se sentía como prisionero.

Todo esto estaba próximo a llegar. Bastaba que regresara Dain. Y regresaría pronto, por su propio interés. ¡Más de una semana de retraso llevaba ya! ¿No volvería tal vez aquella misma noche?


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Dominio público
203 págs. / 5 horas, 55 minutos / 304 visitas.

Publicado el 1 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Germana

Edmond About


Novela


I. EL AGUINALDO DE LA DUQUESA

Hacia la mitad de la calle de la Universidad, entre los números 51 y 57, se ven cuatro hoteles que pueden citarse entre los más lindos de París. El primero pertenece al señor Pozzo di Borgo, el segundo al conde Mailly, el tercero al duque de Choiseul y el último, que hace esquina a la calle Bellechasse, al barón de Sanglié.

El aspecto de este edificio es noble. La puerta cochera da entrada a un patio de honor cuidadosamente enarenado y tapizado de parras centenarias. El pabellón del portero está a la izquierda, envuelto entre el follaje espeso de la hiedra, donde los gorriones y los huéspedes de la garita parlotean al unísono. En el fondo del patio, a la derecha, una amplia escalinata resguardada por una marquesina, conduce al vestíbulo y a la gran escalera.

La planta baja y el primer piso están ocupados por el barón únicamente, que disfruta sin compartirlo con nadie un vasto jardín, limitado por otros jardines, y poblado de urracas, mirlos y ardillas que van y vienen de ése a los otros en completa libertad, como si se tratara de habitantes de un bosque y no de ciudadanos de París.

Las armas de los Sanglié, pintadas en negro, se descubren en todas las paredes del vestíbulo. Son un jabalí de oro en un campo de gules. El escudo tiene por soporte dos lebreles, y está rematado con el penacho de barón con esta leyenda: Sang lié au Roy.

Como media docena de lebreles vivos, agrupados según su capricho, se aburren al pie de la escalera, mordisquean las verónicas floridas en los vasos del Japón o se tienden sobre la alfombra alargando la cabeza serpentina. Los lacayos, sentados en banquetas de Beauvais, cruzan solemnemente los brazos, como conviene a los criados de buena casa.


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217 págs. / 6 horas, 20 minutos / 143 visitas.

Publicado el 6 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Guatimozín: Último Emperador de Méjico

Gertrudis Gómez de Avellaneda


Novela


Parte primera

I. Hernán Cortés y Moctezuma

La muerte de Maximiano I colocaba en la frente de Carlos V la corona imperial de la Alemania, y mientras el nuevo César recibía el cetro en Aquisgrán, y la España, presa de la codicia y la arbitrariedad de algunos flamencos, ardía en intestinas disensiones, el genio osado y sagaz de Hernán Cortés, ensanchando los límites de los ya vastos dominios de aquel monarca, lanzábase a sujetar a su trono el inmenso continente de las Indias occidentales.

En vano Diego Velázquez, arrepentido de haberle entregado el mando del ejército, temeroso de su osadía y envidioso de su fortuna, quisiera detenerle en su rápida y victoriosa carrera; en vano también habían conspirado sordamente contra él enemigos subalternos.

Verificando política y oportunamente en Veracruz la dimisión del cargo conferido y revocado por Diego Velázquez, había conseguido el astuto caudillo asegurarse el mando que anhelaba y en el cual se sostuviera hasta entonces con mas osadía que derecho.

Un ayuntamiento creado por él le había nuevamente revestido de la autoridad que fingiera deponer, y coronada por el éxito su sagacidad, inspiró mayor confianza a su ambición.


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Dominio público
411 págs. / 11 horas, 59 minutos / 316 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

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